lunes, 7 de septiembre de 2015

Un día perfecto_Luis García Montero


¿Qué significa la lluvia al final de Un día perfecto? Me lo pregunto como espectador al salir de la magnífica película, una más, que acaba de estrenar Fernando León de Aranoa. No es una pregunta retórica, es que salgo de ver una historia dura, pero como espectador empapado por un sentimiento de limpieza y alegría. Se trata, por supuesto, de una inteligente manera de utilizar el humor para destacar las luces y las sombras, los rasgos de crueldad y generosidad, que hay en todo episodio humano de supervivencia. Pero se trata de algo más.

Me viene a la cabeza un poema de Wislawa Szymborska titulado Fin y principio. La escritora polaca sabe que después de cada guerra alguien tiene que limpiar. Las cosas no se ordenan solas, hay que echar los escombros a la cuneta para que puedan pasar los carros llenos de cadáveres y para que empiece a crecer la hierba sobre los recuerdos. Los que entendían de qué iba el asunto dejan su lugar a una nueva generación y así continúa la vida junto a los puentes reconstruidos, los muros apuntalados y los pozos con agua limpia.

Hace falta que llueva para que crezca la hierba. El optimismo que levanta la tierra con olor a mojado tiene que ver con la intuición de una cosecha próxima. Cuando las nubes abren la mano, incluso en forma de diluvio y castigo divino, el agua limpia la suciedad de la atmósfera. Lo sé, y sé también que la historia que cuenta Fernando León nace de una novela de Paula Farias titulada Dejarse llover. Sé también que comprometerse supone mojarse. Pero siento que mi pregunta sobre la lluvia no es inútil, quizás porque recuerdo el final del poema de Szymborska: “En la hierba que cubra / causas y consecuencias / seguro que habrá alguien tumbado, / con una espiga entre los dientes, / mirando las nubes”.

Volvemos a la guerra de los Balcanes. La película cuenta la historia de un grupo de cooperantes internacionales a lo largo de un día significativo, un día perfecto para ser contado, un día perfecto porque se ha contado bien. Las imágenes hablan de casas destruidas, pozos infectados, vacas muertas, carreteras con minas, familias destruidas, el rencor, la explotación, el sufrimiento hasta nombrar la soga en casa de los ahorcados. Las imágenes hablan también del amor, los cuerpos, la solidaridad, las historias personales y un determinado sentido común que es una negociación con la realidad imprescindible para la supervivencia.

El sentido común y la ficción tienen muchos lazos, más de los que se piensa. El sentido común se esfuerza en que los deseos, los miedos y las inquietudes personales alcancen un punto de encuentro con la realidad cotidiana. La ficción se teje para que los vuelos de la imaginación resulten verosímiles en el mundo que ellos mismos crean. Sentido común y ficción deben negociar con las exigencias de una historia.

Mirar las nubes mientras crece la hierba implica ver pasar el tiempo, tomar conciencia del movimiento y la fragilidad de la vida, pero también adivinar formas que tienen que ver con la imaginación: ahí están las nubes, componen un mapa, o un rostro, o el cuerpo de un animal, o un barco sobre el cielo. Las ficciones de la imaginación son un pacto con la realidad que nos permite sobrevivir a las mezquindades, ajustar cuentas, saber que hay un punto en el que los límites se quiebran, participar de la energía optimista de una naturaleza que se esfuerza siempre en pensar un nuevo amanecer bajo la oscuridad o la llegada de la lluvia bajo la sequía.

Merece la pena cuidar los inestimables puntos de unión que hay entre nuestra verdad interior y la realidad exterior. Pienso en un abrazo, o en la ternura, o en la complicidad de la ironía, o en las emociones del arte y la ficción. Sentimos entonces que la experiencia no es sólo individual, sino que es posible una realidad más amplia, algo que nos transciende para bien, que funciona en nuestro favor, aunque a veces ocurra más allá de nuestros cálculos. Por eso sentimos alegría y por eso la lluvia puede salvar con nuestra ayuda a un grupo de gente que va a ser asesinada o puede limpiar un pozo infectado sin nuestra colaboración.

¿La lluvia? No es una pregunta retórica, sino una pregunta sobre retórica. Decir que la lluvia aparece en Un día perfecto como el cierre perfecto para una ficción perfecta es algo más que aludir a la maestría de Fernando León de Aranoa. Es reivindicar el valor indomable de la ficción. Al hablar de las estrategias de su ficción, aludo también a su compromiso y al sentido de su cine. Una de las respuestas más dignas y rebeldes contra las barbaries de la realidad es la vitalidad de ese ser que mira a las nubes y aprende a imaginar el amanecer o la lluvia del día siguiente.

Por eso lo invocó Wislawa Szymborska como la imagen de un principio que insiste después del fin. 

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