domingo, 18 de octubre de 2015

La raya invisible

ANDRÉS TRAPIELLO





HASTA hace no mucho Europa estaba llena de fronteras. Los de mi generación recordarán la angustia que producía, en tiempos de la dictadura, cruzar la que separaba Francia de España y el temor que muchos sentían de ser detenidos por tal o cual libro, revista o panfleto metido de matute aquí, camuflado entre la ropa. Las fronteras entre el Este y el Oeste eran aún más peligrosas, porque los que decidían cruzarlas, a menudo no se jugaban una confiscación o unas horas en la comisaría de la aduana, sino la vida. Hoy la mayor parte de las fronteras en Europa son rayas invisibles. Ese es el título, La raya invisible, de cierta exposición que puede verse estos días en Lisboa, sobre la frontera y los pasos fronterizos que hubo entre Portugal y España, abandonados y ruinosos, como viejos fortines inservibles. 

“El mundo es un Bilbao más grande”, decía Unamuno. Europa hoy es una casa común, y aspiramos a que se rija por  las mismas leyes que tratamos de aplicar en la nuestra. Aún debiera ser más generosa y solidaria, pero Europa ha hecho acaso más por los refugiados y migrantes que llegan a ella huyendo de la guerra o la pobreza que todos aquellos que tratan de levantar entre nosotros más fronteras. Estos últimos son los mismos, por cierto, que no dejarían jamás puesta la llave en la  cerradura de su propio piso, al tiempo que denuncian por inicuos los tratados de la Unión. 

Recordemos a Osama Abdul Mohsen. Su caso dio la vuelta al mundo: una reportera húngara, mientras filmaba una carga policial en la frontera serbia, lo derribó de una zancadilla miserable, a él y al niño que llevaba en brazos, con el solo propósito de fabricar la realidad y la noticia a su medida. El resto de la historia es conocido: el representante de una asociación de entrenadores de fútbol, conmovido por las imágenes y el pasado de quien era entrenador de fútbol en su país, decidió traérselo a Getafe, alojarlo a él y a su familia y darle trabajo. Asistimos hoy en Europa al auge de movimientos populistas que tratan de reactivar las viejas fronteras o de levantarlas nuevas, incluso para sus propios ciudadanos. Lo sucedido con cientos de miles de refugiados es esperanzador. Si Osama Abdul está aquí es porque antes había llegado a Munich, y pudo llegar a Getafe sin salir de casa. La suya y la de todos, diciéndose acaso: “Allí donde estoy bien, está mi patria”.

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