Ya lo advirtió Juan Jacobo Rousseau: ¡Ay del pueblo que delega su soberanía, es decir, su poder! Que ya se encargará aquel en el que delegue de secuestrar para sí la voluntad de ese pueblo. Pero eso ya lo habían sabido los germanos: el líder es un primus inter pares al que se le encumbra porque se encumbra un proyecto; un programa de gobierno en la jerga actual. Y, para ellos, programa y líder eran indisociables.

Ya de por sí es difícil sujetar a los líderes cuando estos se creen depositarios y ejecutores de un programa político. Porque confunden interpretación no con la voluntad general sino con su supuesta capacidad para ver más allá de los demás...

Más allá aún: la mayor locura reside en elegir, por un lado, un líder; y, por otro, un programa. Porque el líder electo puede tener un índice de aprobación (votos) mayor que el que recibe el programa. Y, entonces, barra libre para la voluntad del líder. Ejemplo: en las últimas elecciones que ganó Felipe González, en cuanto triunfó pasó de inmediato a despreciar las propuestas de su partido porque le había votado mucha más gente que la que el partido representaba. Luego alegó que, al ser de nuevo el presidente del Gobierno, representaba a todos. Y el programa propuesto por el partido al cubo de la basura... Algo, pues, parecido a la afirmación muy reciente de Rajoy de que aplicará, de las decisiones del parlamento, las que estime aplicables; o sea, las que él estime. Es más acertado pensar que votar al mismo tiempo al candidato y al programa garantiza el compromiso del candidato con el programa. Porque en ese caso, la vinculación es tal que significa lo más democrático, un "mandato imperativo". Porque el programa ata al candidato de una forma mucho más clara que si se votan por separado, o, como dicen los franceses, entonces el candidato y el programa son como culo y camisa. Votadas juntas ambas cosas, la legitimidad democrática es mayor. Y el riesgo de incumplimiento mucho menor.

Fdo. Jorge Verstrynge

P.D. No lo quise ver venir (o no me lo quería creer), aquello que dicen que venía ineluctablemente: que los dioses vuelven locos a aquellos que desconocen sus límites. Y más aún a los que se creen a pies juntillas eso tan demasiado simple de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Porque la dureza de la política, cuando se transforma en mera lucha por el poder, traspasa alegremente esos supuestos.