martes, 16 de febrero de 2016

Luis Francisco Pérez sobre "La imaginación" de Sartre









Leo este pequeño y juvenil ensayo de Sartre cada cierto tiempo, que probablemente hubiera sido más correcto traducirlo como "Lo imaginario", y hará poco más de tres años publiqué en "SalonKritik" un texto largo sobre este mismo tema. Estoy convencido que será de toda su obra lo más perdurable, o "leíble", en el tiempo, el menos hipotecado, sin duda, por una aplastante "Zeitgeist", o lo que es lo mismo y por utilizar una deliciosa y perfumada expresión francesa, "L' air du Temps". Escrito y publicado este ensayo en la década de los 30 (supongo que le hubiera resultado muy complicado "pensar" lo aquí escrito después de "visualizar" el horror y la devastación de la guerra, pues lo sucedido expresaba con cruel fiereza lo nunca "imaginable") es también una crítica muy sutil e indirecta a determinados "excesos visuales" del surrealismo, movimiento artístico que Sartre, desganado espectador en general del arte contemporáneo, nunca llegó a comprender. Haciendo un repaso rápido (y deslumbrante) de los grandes metafísicos de los siglos XVII y XVIII (Descartes, Leibnitz, Hume...), y ahí radica el encanto o gracia del ensayo, el filósofo francés resitúa la doble dialéctica "imagen/pensamiento" e "imagen/cosa" en una posible constelación del presente, y con ello la redefinición exhaustiva y productora de significado y sentido de lo que cada generación de artistas y creadores pueda entender, o está dispuesta a certificar como tal, y con respecto a su propia obra en tanto que "producto de la imaginación". Estamos tan entregados a la Imagen, tan de ella prisioneros, tan consustancial a nuestra más natural ontología, que no siempre reparamos en que, cito al autor, "La imaginación, o conocimiento por imágenes, es profundamente diferente del entendimiento: puede forjar ideas falsas, y no presenta la verdad sino en forma trunca y parcial. La imagen es el dominio de la apariencia, de una apariencia a la cual nuestra condición humana presta una suerte de sustancialidad". Bueno, bueno..., palabras y pensamientos nobles y mayores (muy actuales, por cierto), y también muy aptas o apropiadas para entender nuestra nada combativa relación con la imagen, como si nos encontráramos demasiado cómodos (o "rendidos", en un doble sentido: militar y amoroso) en la extraña o perversa condición de que nosotros mismos bien pudiéramos ser, sin "sustancialidad" alguna, pura imagen, frágil reverberación sintomática, o agotado centelleo de una estrella lejana y muerta, de un TODO (eso creemos: "el mundo como voluntad y representación") que nunca jamas estaríamos dispuestos a asumir que bien pudiera ser una pura NADA. Una última observación que considero importante y significativa: Roland Barthes rinde homenaje a este ensayo de su compatriota dedicándole el maravilloso análisis de la imagen llevado a cabo en "La cámara lúcida: Notas sobre la fotografía". Es más: yo reparé en esta obra de Sartre gracias a la sentida admiración demostrada por Barthes.

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