sábado, 24 de septiembre de 2016

CENTENARIOS: RUBÉN DARÍO_Luis Antonio de Villena




Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916), nicaragüense, periodista, diplomático, sobre todo excepcional poeta, un genio del idioma español, de la métrica –que usó incluso en sus aspectos latinizantes-  y de la poesía honda o frívola, si es que no hay hondura, a veces, en la llamada frivolidad. “La princesa está triste”, sí, pero asimismo “Dichoso el árbol/ que es apenas sensitivo…” O la renovadora “Epístola a la señora de Lugones”. Hablo, obviamente, de Rubén Darío, de su esplendente genialidad. Cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento -1967- todo fue gloria, académica también. Ahora (me digo) posiblemente Cervantes y Shakespeare han eclipsado el centenario del final dariano, y ello no sin injusticia, porque estamos hablando del padre de la poesía moderna en español y de un hombre –además- que en medio de los muchísimos viajes que hizo y de su fascinación parisina, como la época mandaba y el amor a Verlaine, fue un absoluto enamorado de España, tanto (y en eso se le correspondió) que cuando en el bachillerato franquista se estudiaba sólo literatura española , digo que no entraba ningún hispanoamericano, Darío era natural y caudal excepción. Era el “padre del modernismo”, y aunque eso se quiera desmontar diciendo que el colombiano Silva, los cubanos Casal o Martí y el mexicano Gutiérrez Nájera fueron ya modernistas y es seguro, todos ellos habían muerto ya en 1900, por lo que Darío pudo dejarlos en “precursores” notables, y ceñirse él la corona de gran patriarca, que le correspondía, sino por único, al menos por más expansivo en luz…
Por supuesto algunos gustan recordar las “sombras” darianas, que son  ciertas: el indio al que admiraron Valle-Inclán o Antonio Machado, era un ser lleno de miedos supersticiosos, un hombre profundamente erótico (como recogió bien el estudio de Pedro Salinas) y además un borracho empedernido, tremendo dipsómano, lo  que fue poco a poco minando su salud.  Darío tardó varios días en presentar sus cartas credenciales, porque no podía ir a Palacio ebrio…La fascinación de la absenta, “el hada verde” y la necesidad de paliar el dolor con el nepente que olvida. A Rubén se le acusó de afrancesado –y lo era en la justa medida- pero sin sus tres libros básicos, “Azul…” (1888), “Prosas profanas” (1896) y “Cantos de vida y esperanza” (1905) la poesía  moderna y nueva en español, estaría falta de referentes. Además Rubén Darío fue un prosista excepcional en sus libros de viajes y semblanzas, un cronista de
primera que no alcanzó a culminar la novela: “Los raros” (1905) o “Peregrinaciones” (1901) –recientemente reeditado- donde traza un cuadro magnífico del París cimero de la Exposición Universal de 1900. Y cito sólo dos entre tantos libros de prosa espléndida e innovadora… Pero son sus versos por doquier inolvidables, baste abrir la antología: “pero sé que Eulalia ríe todavía/ ¡y es cruel y eterna su risa de oro!”.  “Una gracia lustral de iras y lujurias”. “Huele a podrido en todo el mundo.”  O aquellos que nos suenan manidos, por tanta verdad y sentido como poseen: “Juventud, divino tesoro, /ya te vas para no volver…!/ Cuando quiero llorar, no lloro,/ y a veces lloro sin querer…” Un genio que salta en cualquier esquina. Un renovador prodigioso y un hombre temblando de sensibilidad, que volvió a su cuna a morir, con apenas 49 años…

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