miércoles, 23 de noviembre de 2016

11/17/2016 “Menos es suficiente”, Pier Vittorio Aureli (Gustavo Gili, Barcelona, 2016) Peio Aguirre



Este breve ensayo de crítico italiano Pier Vittorio Aureli (Roma, 1973) tiene el don de percutir entre las ideologías de la austeridad que actualmente, y sobre todo a partir de la crisis de 2008, se han visto implementadas en todas las esferas económicas de la vida. El famoso lema de Mies Van der Rohe, “menos es más”,  convertido en todo un credo del diseño minimalista, es aquí cuestionado bajo la lente de un análisis de formas históricas que han hecho de la necesidad virtud. Partiendo de un análisis del ascetismo y el monacato en diversas órdenes religiosas (benedictinos, franciscanos), Aureli se adentra en el interior del propio espíritu del capitalismo. Conseguir más con menos es, como sabemos, uno de los principios de la producción capitalista. El modo de racionalización del tiempo y el espacio puesto al día por el ascetismo desde la Edad Media sirve para una actualización de sus formas arquitectónicas: monasterio, claustro, prisión, cárcel, fábrica. El autor no opta sin embargo, por filiar todas estas formas a los ya conocidos “encierros” foucaultianos. Más bien, Aureli se adentra en el interior de una ética del ascetismo y en sus distintas corrientes represivas, de racionalización ética y estricta disciplina. 

El ascetismo es un ars vivendi cuyo objeto y finalidad coincide, y éste no es otro que el estudio del yo: conocerse a uno mismo, cuidarse a uno mismo… para así poder dominar a los demás. Escribe: “El ascetismo es, pues, no solo un estado contemplativo o, como habitualmente se entiende, un retiro del mundo, sino, sobre todo, una forma de cuestionar radicalmente las condiciones sociales y políticas dadas en una búsqueda de una manera diferente de vivir la propia existencia de cada uno”. (p.19) Nietzsche señaló en La genealogía de la moral que si bien en sus orígenes el ascetismo se erigía en una crítica al poder en su rechazo al mundo, la retirada de él, como sostenían los eremitas y los primeros monjes, pronto devino en una manifestación sutil de la voluntad de poder del ser humano. 

El hacerse uno en el tiempo y en el espacio, el monacato inventó la celda individual como representación por excelencia de la interioridad, dando así a una nueva relación entre la vida individual y la vida monástica. Una forma-de-vida (por utilizar aquí la expresión de Giorgio Agamben), en la que el ascetismo, y con ello el propio cuerpo del monje, deviene en un arte que no da un producto, sino que coincide con la propia representación. La lógica del espacio se pliega a este arte: “En el monasterio, la forma sigue a la función del modo más estricto posible. Como en un edificio funcionalista, la forma típica del monasterio medieval es simplemente una extrusión de las actividades rituales que tienen lugar en su interior. Si observamos la planta del monasterio, comprobaremos una perfecta coincidencia de tiempo y espacio”. (p. 30)

Aureli contrapone el modelo de los monasterios benedictinos, que devinieron en grandes centros de producción y poder, hasta el punto de que el monasterio más famoso de la orden, Cluny se expandió hasta convertirse en una ciudad por derecho propio, a la posterior austeridad franciscana. La retirada del mundo y la dedicación al trabajo fue la opción de un primer ascetismo. Más tarde, y como reacción, el radical rechazo de la propiedad privada de los franciscanos fomento la doctrina estricta del uso; el fraile usa un hábito, no lo posee. El voto de máxima pobreza de la orden franciscana se inspiraba en la vida de los animales, donde no existe la propiedad privada. 

Pero la evolución de la ciudad moderna es impensable sin el concepto de propiedad privada. Le Corbusier fue el primero en concebir una mínima propiedad para las clases obreras que les permitiera convertirse en empresarios de su propia condición doméstica. Esta paradójica relación entre ascetismo y propiedad ilustrará la brutalidad de la vida industrializada en las grandes metrópolis. Walter Benjamin estudió los interiores burgueses, cuyos objetos estaban allí para garantizar la ideología de la casa privada, el afán de sus habitantes por dejar huellas. Pero, como explica Aureli, “resulta irónico que Benjamin asociara el minimalismo de Le Corbusier como una forma radical de vida cuando, como hemos visto, estaba destinado a imponer el mecanismo de la propiedad privada a una escala aún mayor que el interior burgués decimonónico”. (p. 50) 

Aureli contrapone al modelo lecorbuseriano el modo de vida del propio Benjamin, quien en la década de 1930 se mudó 19 veces, y también su amado héroe, Baudelaire, quien hizo de la ciudad su morada, con las figuras el flâneur y el dandi como manifestaciones estéticas donde la propia vida se construye como una obra de arte, en una de las representaciones de la identidad moderna más ubicua y cosmopolita. 

La última parte del libro nos religa con el presente, a partir de una crítica de la estética minimalista salida de un capitalismo que hace de la austeridad una estética seductora, y que tiene en Apple su ejemplo más manifiesto. A partir de una fotografía de Steve Jobs en 1984, donde éste sale como un monje, sentado en el suelo con una taza de té en la mano y sin más objetos a su alrededor que una lámpara y un tocadiscos, Aureli traza una genealogía de la habitación mínima a partir del modelo co-op zimmer de Hannes Meyer concebido en 1924 , no como una vivienda autosuficiente, sino como una habitación destinada a cubrir las necesidades de la clase obrera en una época de grandes migraciones. Evidentemente las diferencias son enormes, como es el cambio del tiempo histórico, y la crítica de Aureli a la ideología del “menos es más” del diseño minimalista tiene en la actual precariedad de los trabajadores creativos su diana más política. Menos es menos siempre, nos dice. Lo que hemos de abandonar es la promesa de un falso crecimiento soportado en la deuda, y retornar a un modo de vida donde menos es suficiente. El ejemplo de Meyer sobresale entonces notoriamente. 


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Concluye que, “solo si somos capaces de ir más allá de su aura ideológica, menos puede ser el punto de partida de una forma alternativa de vida independiente tanto de las falsas necesidades que impone el mercado como de las políticas de austeridad impuestas por la deuda”. (p. 79) A la luz de este magnífico ensayo, la redefinición de lo privado, lo común y lo colectivo impregna el debate actual sobre el problema de la vivienda y el co-housing, por no hablar de la necesidad imperiosa de tener que volver a definir los parámetros de nuestra vida diaria y cotidiana a partir del más nimio detalle y elección.

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