jueves, 31 de marzo de 2016

Decadencias TÁNGER HIPPY (MOHAMED CHUKRI) Luis Antonio de Villena




Vi algunas veces a Mohamed Chukri (1935-2003) en el Café de París por las tardes. Ya bebía whisky, bien que en los años 90 el Islam era muy otro del que se gasta ahora. Chukri, con aire huraño y un tanto marginal, era ya uno de los mejores escritores marroquíes en árabe y podría haberlo sido en español –hablaba muy bien nuestra lengua- porque había nacido en una aldea del Rif, durante el Protectorado.  Chukri decía detestarel Tánger Internacional (el que, con razón, se convirtió en un mito) pero estaba orgulloso de los escritores que había tratado por ello, desde Bowles –del habla bien y mal- hasta el escurridizo Genet. Sin duda muchos buscaban allá turismo sexual, aunque no sólo, pero eso no es lo que le importa a un hombre atormentado que, a menudo, presumía de alcohol, kifi y putas, de la gran bondad de lasputas… El primer tomo de su autobiografía, “El pan desnudo” (más bello que el muy prosaico “El pan a secas”) fue prohibido en Marruecos. Ahora es un clásico, pero si un día llegara un islamismo radical, Chukri, “post mortem”, sería una víctima.  No era ese su mundo.
En realidad casi todos los libros de Chukri, entre el lirismo y el relato fragmentado, son libros de fondo autobiográfico. Chukri habla siempre de sí mismo, y pues su vida y sus puntos de vista son singulares, así son los libros. Y el recién traducido (Cabaret Voltaire) “Zoco Chico” es uno de los mejores. Se publicó en 1976 y cuenta la llegada de Chukri a Tánger para quedarse –a partir de los mediados años 60- y como encuentra el mundo marroquí lleno de extranjeros peculiares que no buscan el cosmopolitismo (aunque lo crean) sino mezclarse y aún participar en la vida de los nativos. Es el Tánger de los “hippies” donde Chukri en su vagabundeo o medineo tiene lances eróticos con chicas abiertas a toda experiencia y por supuesto ensoñaciones con drogas que no son el habitual kif, sino ahora el LSD del que Chukri narra, muy vivamente, algunas experiencias… Sexo, vagabundeo, drogas y el mundo tradicional marroquí significado en ese “Zoco Chico” que es como decían –dicen- los españoles de Tánger  al zoco de dentro, y que devino un nombre muy popular. Desde el Jaffa Café (que existe aún) al Hotel Minzah –más cambiado- Tánger fue un puesto clave del itinerario hippy. Gentes que querían otra vida (no sólo productiva) como el propio Chukri y que si vivían haciendo economías y cerca de la gente local, siempre esperabanlos giros familiares. Yo estuve en Tánger por primera vez en 1969 y recuerdo ese paraíso tan hippy como propio. Claro que también había hippies ricos. Recuerdo  en la exclusiva                   –entonces- piscina de El Minzah a una joven pareja inglesa ambos con pelo largo, bañadores cortos y muchos pendientes (pero ricos obviamente) que resultaban muy llamativos. Sobra decir que esos no eran los de Chukri, sino los de la vida incierta, el sexo y todas las picarescas. Escrito en un refinado estilo oral en escenas  muy bien construidas, “Zoco Chico” es el traslado a un mundo cálido y palpitante, que prácticamente ya no existe.     

miércoles, 30 de marzo de 2016

LAS 8 CARACTERÍSTICAS DE LA GENTE CULTIVADA, SEGÚN ANTON CHEJOV

Anton Chejov
Anton Chejov, el que para muchos es el mejor cuentista de la historia de la literatura, también fue un buen hermano (de hecho, parece en general bastante buena persona, si conocéis alguna oscura anécdota, casi prefiero que no me la contéis). Tuvo seis hermanos, con los que mantuvo una estrecha relación durante la mayor parte de su vida, y una prueba de ella es la carta que compartimos hoy, escrita cuando Anton tenía 26 años, y su hermano Nikolai, 28. Se trata de una carta en la que se pone un poco -bastante- en plan hermano mayor (aunque no era ese su papel cronológicamente), pero que destaca por su lucidez y su belleza. En ella, se pregunta -de paso que riñe a Nikolai- sobre las características que convierten a una persona en alguien realmente culto, cultivado o sofisticado (entendido como algo positivo). Y él mismo se da la respuesta, no tiene nada que ver con las lecturas, sino más bien con los buenos sentimientos.
“Moscú, 1886.
¡Te me has quejado a menudo de que la gente “no te entiende”! Goethe y Newton no se quejaban de eso… solo Cristo se quejaba de eso, pero Él estaba hablando de Su doctrina y no de Sí mismo… La gente te entiende perfectamente bien. Y si tú no te entiendes a ti mismo, no es su culpa.
Te aseguro como hermano y como amigo que te comprendo y que te percibo con todo mi corazón. Conozco tus cualidades tan bien como conozco los cinco dedos de mi mano; las valoro y las respeto profundamente. Si quieres, y para demostrar que te entiendo, puedo enumerar dichas cualidades. Creo que eres amable hasta la dulzura, magnánimo, generoso, dispuesto a compartir hasta el último céntimo; no sientes envidia ni odio, eres simple de corazón, compadeces a hombres y animales, eres confiado, sin rencores ni estratagemas, y no tienes nada de maldad… Además, has recibido un don que mucha otra gente no: tienes talento. Tu talento te sitúa por encima de millones de hombres, pues en la tierra solo uno de cada dos millones de personas es artista. Tu talento te coloca aparte: si fueras un sapo o una tarántula, incluso así, la gente te respetaría, pues por el talento todo se perdona.
Solo tienes un defecto, y la falsedad de tu situación, y tu tristeza, y tus gastroenteritis se deben solo a eso. Y es tu falta de cultura. Perdóname, por favor, pero veritas magis amicitia… Ya sabes, la vida tiene sus condicionantes. Para sentirse cómodo entre gente refinada, para estar en su casa, para ser feliz con ellos, uno debe culturizarse hasta cierto punto. El talento te ha metido en ese círculo, perteneces a él, pero.. al mismo tiempo te sientes expulsado y vacilas entre estar con la gente culta o quedarte con sus inquilinos.
La gente cultivada debe, en mi opinión, cumplir las siguientes condiciones:
1. Respetan la personalidad humana y, por eso son siempre amables, gentiles, educados y dispuestos a ceder ante los otros. No discuten por un martillo o una pieza perdida de caucho indio. Si viven con alguien que no les gusta y lo dejan, no dicen “nadie podría vivir contigo”. Perdonan el ruido y la carne seca y fría y las ocurrencias y la presencia de extraños en sus hogares.
2. No sólo tienen simpatía por los mendigos y los gatos. Les duele el corazón por aquello que sus ojos no ven. Se levantan en la noche para ayudar a P., para pagar la universidad de los hermanos y comprar ropa a su madre.
3. Respetan la propiedad de otros y, en consecuencia, pagan sus deudas.
4. Son sinceros y temen a la mentira como al fuego. No mienten ni siquiera en las pequeñas cosas. Una mentira significa insultar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. No aparentan: se comportan en la calle como en su casa y no presumen ante sus camaradas más humildes. No suelen barbotear ni fuerzan a nadie a escuchar inconveniencias. Por respeto a los oídos de los demás, callan más frecuentemente de lo que hablan.
5. No se menosprecian para despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que se sientan culpables y hagan algo (o mucho) por ellos. No dicen “Soy un incomprendido” o “Me he vuelto un segundo plato” porque todo eso es demasiado facilón, es vulgar, rancio, y falso.
6. No tienen vanidad superflua. No se preocupan por esos falsos diamantes conocidos como celebridades, por estrechar la mano del ebrio P.*, por escuchar los arrebatos de un espectador extraviado en un espectáculo de imágenes, o ser reconocido en las tabernas… Si ganan unos centavos, no se pavonean como si estos valieran cientos de rublos, y no alardean de poder entrar donde otros no son admitidos… Los verdaderamente talentosos siempre se mantienen en las sombras entre la muchedumbre, tan lejos como sea posible del reconocimiento. Incluso Krylov** dijo que el barril vacío da un eco más sonoro que el lleno.
7. Si tienen un talento, lo respetan. Le sacrifican el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad … Se sienten orgullosos de su talento. Pueden llegar incluso a ser molestos.
8. Comienzan por desarrollar el sentido estético en sí  mismos. No pueden ir a dormir con la misma ropa que usaron durante el día, ni ver las grietas de las paredes llenas de insectos, ni respirar un aire viciado, ni caminar por un suelo recién escupido, ni cocinar sus alimentos sobre una estufa de aceite. Intentan por todos los medios contener y ennoblecer el instinto sexual. Lo que quieren en una mujer no es una compañera de cama… No piden inteligencia ahí donde se manifiesta la mentira constante. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, el instinto maternal. No tragan vodka a todas horas, día y noche, no olisquean el armario de la cocina en busca de bebida, porque no son cerdos y saben que no lo son. Beben sólo estando libres y en ocasiones especiales. Porque ellos quieren mens sana in corpore sano.
Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultivadas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído ‘Los papeles del club Pickwick o haber memorizado el monólogo de ‘Fausto’ ... Lo que necesitas es trabajar constantemente, día y noche, leer constantemente, estudiar, ejercitar tu voluntad. Cada hora es preciosa para ti. Ven con nosotros, tira la botella de vodka, descansa y lee… Turgenev, si quieres, a quien además no has leído.
Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño… pronto tendrás treinta.
¡Es hora!
Te espero… Todos nosotros te esperamos”.

Orhan Pamuk, amor a Estambul







Orhan Pamuk (Estambul, 1952) ha escrito otra novela monumental, Una sensación extraña (Literatura Random House), después de El museo de la inocencia, publicada en 2009 en la misma editorial. Con una minuciosidad inteligente y emocionante, el Nobel turco relata 40 años de la vida de un hombre humilde que vende boza y yogures por las calles de Estambul. Es un libro sobre la felicidad (o su ausencia) y sobre el tiempo. Es imposible, mientras lo lees, no sentir que Mevlut es el propio Estambul que describe, y de hecho, cuando vas a Estambul y escuchas su algarabía, parece evidente que ese personaje que Pamuk ha puesto en pie para la ficción es cualquiera de esos habitantes que cruzan sus calles viejas. Hablamos en la casa que habita Pamuk en Buyukada, la bella isla a la que lo llevaron sus padres desde que nació. Ahí sigue pasando los veranos y escribiendo en una paz que sólo interrumpe “el suave paso del tiempo” que van marcando las sombras que proyecta el sol ante su balcón desnudo. Antes de hablar nos ofreció fruta, sobre todo sandía y melocotones. Se le ve feliz, como si se hubiera enamorado, y no sólo de la literatura.
PREGUNTA.Dice que tenemos que creer en la novela cuando la leemos. ¿Por qué es tan importante creer en lo que estás leyendo?
RESPUESTA. Porque la literatura, fantástica o rea­lista, funciona con lo que Coleridge llamó “suspensión de la incredulidad”. Es decir, si eres una persona escéptica, si no crees en la fortaleza de la literatura, entonces mejor abstente de leer libros. Una novela no puede leerse como lees un blog o una noticia de Internet, aunque es cierto que, además de información, se transmite mucha humanidad a través de Internet. Pero ¿por qué leemos novelas? Porque creemos en el poder de la literatura. No nos acercamos al libro con escepticismo, apartamos todas nuestras suspicacias cuando tenemos un libro en la mano. La literatura funciona con lectores bienintencionados. Ellos dicen: “Voy a dedicar 10 horas de mi vida a sumergirme en la vida de este vendedor ambulante de Estambul”. Entonces dejas de ser sarcástico. Te acercas a los personajes y das la palabra del escritor por sentado. Debes darla por sentado, no debes cuestionarla, al menos, al comienzo.




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El escritor Orhan Pamuk, en febrero de 2015, en unas jornadas literarias celebradas en El Cairo. Anadolu Agency


P.Y como lector tienes la ilusión de que la historia continúe porque el lector está en la historia, como si fuera su propia vida…
R. El truco en este tipo de novela que he escrito tiene que ver con el ritmo con el que se va desgranando la historia. Si el ritmo es demasiado rápido, la cosa se vuelve dramática. Si se entra en demasiados detalles, la novela se alarga demasiado. La historia de Mevlut abarca 40 años de la vida de una persona de clase baja en Estambul y también incluye muchos personajes. Mevlut está en el centro, de manera que armoniza las historias de estas personas de forma tal que da al lector la ilusión de que ésa es la forma en que discurre la vida. Las cosas comienzan lentamente y de pronto se aceleran. En cierta forma esta novela se engarza dentro del realismo del siglo XIX, donde el ritmo con el que se cuenta la historia reproduce el ritmo con el que discurre la vida.
P.El ritmo de la vida también tiene que ver con los detalles. E incluso si no quieres que la historia contenga demasiados detalles, éstos son necesarios porque conducen al lector al centro de la novela.
R. Hay muchos personajes. Escuchamos sus historias. La dicha, el placer de disfrutar una novela radica en leer las historias de muchos personajes, pero también en formularte preguntas como: ¿qué es lo importante?, o ¿por qué me cuenta esto?, o ¿por qué Mevlut no puede hacerse rico? Estos problemas abordan las principales cuestiones filosóficas y antropológicas de nuestro tiempo.
P.Su novela se convierte en una metáfora del tiempo, de la felicidad, del dolor, de la avaricia. Es una metáfora del tiempo.
R. La novela tiene un ambicioso objetivo épico, el de representar la vida del ciudadano común de Estambul entre los años setenta y la actualidad. Pero también la novela tiene un tono metafísico, el del Mevlut solitario, introvertido, que siente la extrañeza de su mente, pero se pregunta también cosas como: ¿qué nos hace felices, que nuestros deseos sean satisfechos o que tengamos la capacidad de ser felices con cualquier cosa que se nos ofrezca? Todos tenemos un fantástico mundo interior y algunos somos introvertidos; otros, más sociables. Lo interesante en el caso de Mevlut es que él es básicamente un tipo bonachón, pero también posee un mundo interior que es distinto, pero que no es fácil de describir y que solamente comparte con sus lectores.

P.Usted dice que como lectores nos tiene que dar placer formarnos imágenes mentales de las palabras de la novela. Muy pronto ves a Mevlut en Estambul hablando y vendiendo boza. El libro es muy visual.
R. Primero, yo creo que una novela funciona mejor cuando el autor tiene una imagen en la mente. Y en este caso, ¿cuál es esa imagen? El Estambul de los años setenta y ochenta, la química de sus calles, la pobreza, la represión política, el provincianismo y la riqueza. La forma en la que los pobres viven reprimidos, pero a la vez con un gran potencial. Éstas son las ideas, los detalles, pero luego hay que transmitir todo esto al lector en palabras. Mevlut es una persona visual. Él, como yo, disfruta expresando en palabras lo que disfruta visualmente. Para mí, una novela funciona mejor si intentas conectar con la visualidad del lector. A mí me encanta cuando mis lectores me dicen: “Señor Pamuk, he leído su novela y me pareció como una película”. Es un cumplido fantástico y yo escribo para recibir ese tipo de cumplidos. Lo que quiero decir es que lo primero que hago es utilizar imágenes para evocar las escenas en la imaginación de los lectores.
P.Pero también quiere que el lector sienta afecto por los personajes.
R. Sí, desgraciadamente la cosa es así. El lector —y yo también soy uno de esos lectores— desea poder identificarse, sentirse cercano a ellos, poder discutir con ellos y sentir afecto por ellos. A Bertolt Brecht no le hubiera gustado esta idea [risas]. A él no le interesaba el sentimentalismo. Pero a mí sí. Mi relación con el lector es tal vez como mi relación con Mevlut. De alguna forma le estoy diciendo al lector: “Toma mi mano que te quiero enseñar el mundo de Estambul, esta vez con Mevlut”. Quiero que el lector se sienta cercano a Mevlut. Y por eso necesito su comprensión y también su compasión. Y Mevlut también es un tipo muy querible. Primero, porque es de clase baja y no le va bien económicamente. Segundo, porque es bienintencionado. Tercero, porque no es escéptico, es inteligente, perceptivo, y tiene una mente muy singular. Lo que quiero es que le lector poquito a poco se dé cuenta y se sienta atraído por el hecho de que Mevlut ve las cosas de forma distinta. Es importante conseguir que el lector sienta afecto por el personaje, no sólo porque es una persona buena, sino porque ve el mundo cotidiano que le rodea de una forma poco habitual. Eso es lo más fantástico que nos puede brindar un personaje de ficción, que la novela nos resulte interesante si nos conduce al mundo cotidiano, pero al mismo tiempo mostrándonos muchas cosas extrañas.

P.¿En qué pensaba cuando describía a Mevlut?
R. Hay un Mevlut en mí en el sentido de que él es introvertido. A pesar de todos los esfuerzos por ser muy sociable y normal, te das cuenta de que él es diferente. Comparado conmigo, Mevlut es más optimista. Ya le hablé de las similitudes. La diferencia es que Mevlut es más optimista, pero la mayor diferencia entre Mevlut y yo es, evidentemente, que yo soy de clase media alta, mientras que él es de clase baja. Mevlut es, en muchos sentidos, el típico tipo de clase baja de Turquía. Y en ese sentido, Mevlut encarna las cualidades del hombre común.
P.¿Y cuáles son las características de una persona de clase baja en Turquía?
R. Analicemos la vida de Mevlut. Él quiere ser religioso, es temeroso de su Dios. Pero también quiere ser moderno. He aquí una contradicción. Quiere pertenecer a la comunidad de la aldea de su infancia y seguir comportándose como sus coterráneos. Pero traiciona estas aspiraciones y en ocasiones incurre en prácticas capitalistas que él mismo critica si son otros quienes las llevan a cabo. Mevlut es muy buen tipo, pero fíjese en la forma en la que trata a su mujer, a quien ama. Está rodeado de gente devota, nacionalistas, radicales, pero quiere continuar. Es el típico ciudadano de clase baja de Turquía. A lo largo de las 500 páginas del libro siempre lo vemos preocupado y ocupado por el dinero, no porque sea codicioso, sino porque aspira a una vida digna. Está rodeado de todo tipo de luchas ideológicas, políticas, religiosas y étnicas. Y otra cosa que lo convierte en el típico turco es que el gran deseo de su vida es tener casa propia.
P.Pero seguirá siendo pobre. Ese hecho es muy importante en la novela.
R. Sí. Lo que tal vez esté implicando la novela es que Mevlut sigue siendo pobre porque, como Mevlut mismo dice, él es un buen tipo. Él nunca se pasa de la raya, nunca es demasiado ambicioso, nunca engaña demasiado a nadie, nunca se pasa con sus intrigas. Una de las razones por las que no es rico es porque no es un organizador social de éxito, quizá porque tiene una vida interior rica, lo que le convierte hasta cierto punto en un soñador.
P.¿Y diría usted que Mevlut es valiente?
R. ¿Valiente? No muy valiente, diría yo. Si Mevlut ve peligro, lo evita. Y no lo estoy criticando. Mevlut no asumiría un riesgo para defender un principio social o ético. Siempre intentará proteger a su familia, a sus hijos, su negocio. Y sólo después se preocuparía por los valores. Pero, por otro lado, déjeme darle un ejemplo:cuando pierde el carrito que utilizaba para vender arroz pilaf, le ofrecen darle uno nuevo porque sienten lástima por él, pero, como no le gusta la foto de la bailarina, lo rechaza. En ese sentido, Mevlut no es un tipo codicioso, en ese sentido no es muy típico. Es distinto y admirable. Por eso también creo que a la gente le va a interesar su historia.




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P.¿Diría usted que la novela es un canto al amor por Estambul, interpretado por Mevlut?
R. Yo no diría amor, diría respeto. Aquí lo que vemos es la Estambul de un historiador. La Estambul que yo describo en el libro no es muy bonita, ni admirable, ni turística, pero si hay un elemento de amor en la descripción, ese amor tiene que ver con mi apego con el desarrollo de la ciudad, sus tiendas, sus objetos, su comida, la forma en la que la comida se envasa, la distribución de comida, películas, periódicos, el desarrollo de la cultura cotidiana en Estambul. Siempre nos referimos a las ciudades con palabras grandilocuentes, pero casi siempre hablamos de sus paisajes, sus monumentos históricos, su significado, sus lugares simbólicos, etcétera. Hablamos de la ciudad con mayúsculas. Por contra, aquí yo hablo de la ciudad quizá de una forma más femenina, hablo de las cocinas, de lo que comemos, de cómo trabajan las mujeres, de qué ocurre en la cocina, en la sala de estar, cómo se prepara la comida. Me preocupa la identidad de la ciudad, la forma en la que cambia, no sólo en los mapas y grandes monumentos, sino también en las pequeñas historias de la vida diaria, de cómo sobrevivimos, de cómo antiguamente el yogur era vendido por vendedores callejeros y de pronto pasó a ser envasado en recipientes de plástico. La novela es también un intento de elevar las pequeñas historias cotidianas de la gente a una escala épica. La historia principal en esta novela son las pequeñas historias cotidianas de la gente, las pequeñas cocinas, los pequeños lugares, las callejuelas, el ambiente que forman en las calles las pequeñas pandillas, los pequeños grupos y las pequeñas tiendecillas…
P. Pequeñas conversaciones...
R. Sí, esas pequeñas conversaciones son las que me importan.
P. Después de El museo de la inocencia, éste es el libro en el que contesta en la práctica su teoría expresada en el ensayo El novelista ingenuo y sentimental. Por ejemplo, dice que el arte de la ficción se torna político no cuando el autor expresa opiniones políticas, sino cuando hace un esfuerzo por entender... identificarse con alguien que no tiene nada que ver con su cultura, clase o género. Esto significa sentir compasión antes de emitir un juicio cultural o político.
R. Sí.
P. Creo que resulta evidente que esta novela tiene un alto contenido de intencionalidad. No son sólo ideas que le han venido por casualidad. Usted quería escribir este libro en particular.
R. Sí, vamos a ver. En primer lugar, al preparar este libro entrevisté a muchas personas como Mevlut. Contacté con varios vendedores ambulantes de toda la vida de Estambul y les entrevisté. No sólo vendedores ambulantes, sino también camareros, cobradores de recibos de la luz, empleados de establecimientos de venta de kebab, vendedores ambulantes de arroz, etc. Este libro encierra un esfuerzo casi periodístico de documentarlo todo. Y después de realizar 10 o 15 entrevistas, empiezas a ver que las vidas de estas personas son muy distintas y a la vez muy similares entre sí. Muchas de estas personas han venido a Estambul procedentes de la pobre Anatolia rural a los 12 años porque ahí no hay escuela secundaria y casi siempre su padre ya está en la ciudad ganando dinero, enviando remesas durante el invierno y volviendo al pueblo para realizar la cosecha durante el verano. También me informé de cómo esta gente prepara el boza, o pollo en casa. Estos detalles están en la novela. Pero también empiezas a pensar en la individualidad. La individualidad distintiva de cada persona también es dramática. Uno de los prejuicios de la novela del siglo XIX era que, al comienzo, el arte de la novela ponía en un pedestal la individualidad de la persona de clase alta. Tolstoi, un aristócrata; Proust, un aristócrata; Dostoievski, un demoníaco intelectual de clase media. Pero la persona de clase baja siempre ha estado asociada con una falta de individualidad y de profundidad, habitando una suerte de zona gris con la que los novelistas no sabían qué hacer, excepto sentir pena y culpa. Mi problema ético y estético esencial, en este caso, era hacer que Mevlut estuviese firmemente integrado en su clase social. Aunque también hacer de él un individuo como lo es Hamlet en Los Hermanos Karamazov, hacerlo real y que su individualidad fuera el aspecto más respetable de Mevlut. Ése era mi desafío estético. Era evidente que esta novela abarcaría muchos años... Cuando empecé a escribirla hubiera podido hacerlo como hizo John Steinbeck en Las uvas de la ira representando las clases bajas. Todos lloramos, y sí, aprendimos mucho. Pero esta es una descripción social y quizás, sí, yo he escrito una novela social, pero lo que es importante para mí es que cuando el lector termine de leer el libro, después de 10 horas de haber seguido la vida de Mevlut, quiero que el lector diga "lo que me interesa ya no es la pobreza de Mevlut, sino su individualidad, su rareza". Si siento que mi lector solamente llora, a mí no me gusta. Quiero que sonría y respete la individualidad del personaje.

P. ¿Que esté enfadado?
R. Sí, descontento, digamos. Ese fue un desafío. Estoy satisfecho de que la mayor parte de mis lectores turcos no sean gente como Mevlut. Son, en general, gente de clase media o clase media alta y están satisfechos con la precisión de mi descripción. En ese sentido he hecho bien mi trabajo de preparación.
P. Se trata de una forma de escribir que, como usted ha dicho, es periodística de alguna forma, porque en ocasiones, los personajes hablan con el lector...
R. Ah, sí. Eso es característico de Brecht. Aunque yo no estoy de acuerdo con el antisentimentalismo de Brecht y creo que los lectores deben identificarse con los personajes de la ficción. Lo que he aprendido de Brecht -y también viene reflejado en Me llamo rojo– es que los personajes se dirigen directamente al lector y le susurran cosas directamente a él que los otros personajes desconocen.
P. Sí, eso también lo vemos en Shakespeare. Es interesante este estilo periodístico. Se hace que los personajes hablen directamente con el lector y, a veces, el narrador, quizás usted, cuenta una historia en general, pero luego particulariza.
R. Ésa es, modestamente, la originalidad de la novela y no quiero destacarlo demasiado. La voz del narrador que sigue en tercera persona del singular al protagonista Mevlut, está entrelazada con la primera persona del singular de distintas narrativas individuales. Es decir, se cuenta la historia de Mevlut en tercera persona del singular y, a lo largo de la narración, entran otros personajes, toman el micrófono y cuentan sus propias historias en primera persona.
P. Una reflexión que usted hace en ese libro anterior, que es muy emocionante, quizás encuentra respuesta en este libro, según mi punto de vista. En aquel libro, usted dice que en los últimos 40 años, escribiendo novelas y poniéndose en la piel de otros había creado una versión más compleja de sí mismo.
R. (Risas) Sí. Esto tiene dos consecuencias. En primer lugar, está claro que escribir novelas es en parte una tarea muy moral. Quieres comprender a personas que no son como tú. Quieres identificar personas que no son tú, otras personas. Es un gesto político. Las novelas no son un esfuerzo de autoexpresión. Al menos la mitad de la energía no es autoexpresiva, sino que está dirigida a comprender a personas que no son como tú. Por lo tanto, si te dedicas a esto durante 40 años y durante esos 40 años inviertes todos los días tu energía a comprender a personas como Mevlut, que es esencialmente pobre y pertenece a una cultura diferente y tiene problemas mentales y económicos distintos a los tuyos, entonces también aprendes a ser modesto y a respetar la vida de los demás. Escribir novelas durante 40 años me enseñó a ser más respetuoso, más amable, más delicado, más cuidadoso, y a prestar atención a los detalles de la vida de otros. Quizás debería comentarle que hace 40 años, cuando comencé a escribir ficción como un chaval de clase media alta en Turquía, la generación de escritores que me precedió, además de mi familia, mis tíos y mis tías, ¿sabe lo que solían decirme? "Orhan, tienes 25 años y escribes novelas ¡pero si no sabes nada de la vida! No deberías escribir novelas. Las novelas deben escribirse después de los 40 años, cuando ya sabes de qué va la vida". Y entonces yo decía: "esta gente no sabe nada de Kafka, Borges, Poe o Calvino. Yo voy a escribir novelas como ésas ", y ésa era mi respuesta. Las novelas no tienen que ver con envejecer y conocer de qué va la vida. Las novelas tienen que ver con expresarse uno mismo sobre la metafísica, sobre lo que uno piensa qué es la vida, y la respuesta a esas preguntas las puedes conocer incluso a los 18. Pero ahora, 40 años más tarde, me parece que estoy bastante de acuerdo con mis tíos.
P. Sí, y también manifiesta este acuerdo en ese libro cuando dice que en su juventud empezó a tomarse en serio las novelas y también aprendió a tomarse en serio a usted mismo y a su vida. Por lo tanto, ésa es la respuesta para sus tíos. ¿Es posible ver en la actualidad a Mevlut en las calles de Estambulampliar foto!
P. Es interesante, porque los 70 también fueron la década del cine en Estambul.
R. Sí, pero lo que supuso el fin de los vendedores callejeros de boza no fue el cine, sino la televisión. Con la popularización de la televisión y con la construcción de edificios, los vendedores de boza ya no podían acceder a los pisos superiores a vender su producto.
P. ¿Y qué sentido tiene buscar hoy a Mevlut?
R. Si me pregunta si soy un nostálgico, le diría que no. Soy un cronista, un historiador. ¿Sentiría nostalgia un historiador o un cronista? En realidad, el pasado es algo que utilizo para comprender a la humanidad. Todos los personajes de mis novelas están situados en un entorno social. El pasado es ese tejido, esa textura. Turquía está llena de Mevluts. Todos somos Mevluts. En mi ingenuidad, yo mismo soy un Mevlut, de manera que, en cierta forma, él es un personaje que nos representa a todos. Esencialmente es un hombre muy bien intencionado, pero que también comete errores tontos de los que luego se lamenta. La diferencia entre el destino de Mevlut y el de Turquía, es que el país se ha enriquecido, mientras que Mevlut no lo consigue. Es por eso que al final de la novela sus familiares se compadecen de él dándose cuenta de que esto está relacionado también con sus principios, su rareza, su dedicación a buscar cosas más profundas. Todo esto podría explicar por qué no ha conseguido ser rico. Por eso, incluso sus familiares más desagradables llegan a sentir respeto por él al final.
P. ¿Sería correcto considerar que ésta es una novela política?
R. Es política en tanto y en cuanto Turquía es un país muy político y las calles son muy políticas. Sin embargo, no es una obra deliberadamente política. Pero es cierto que cuanto más escribía, más política se volvía la novela. Es política también en el sentido de que muestra las raíces fundamentales de la política islámica. ¿Por qué acude Mevlut a Efendi? Porque está perdido en la modernidad, porque nadie le escucha, porque está perdido en el caos del desarrollo urbano de Estambul. También es una novela política en el sentido de que documenta los golpes militares, el surgimiento del Islam político, las luchas entre kurdos y turcos y, desde luego, el frenesí del desarrollo inmobiliario, de la aparición de rascacielos en Estambul que han cambiado la silueta de la ciudad. En ese sentido, me siento muy cercano a Mevlut. Al final de la novela él siente que ya no pertenece a la ciudad, aunque está íntimamente vinculado a ella.


Esta es una novela política en el sentido de que documenta los golpes militares, el surgimiento del Islam político, las luchas entre kurdos y turcos y, desde luego, el frenesí del desarrollo inmobiliario que han cambiado la silueta de la ciudad

P. En la obra usted representa el fundamentalismo, la fe islámica, la mezquita, el capitalismo, y la relación entre el capitalismo y el Islam y entre el Islam y el fundamentalismo político. Esa es una corriente que discurre muy sutilmente en la novela.
R. La coronación del establecimiento de un poblado de chabolas, un pequeño asentamiento que surge de la nada, se produce cuando estas personas finalmente se organizan y construyen su mezquita y sus minaretes, un símbolo con el que están transmitiéndole a la burguesía que ellos, unos pobres campesinos llegados de Anatolia, ahora tienen su propia mezquita.
P. Hay un símbolo en la novela. Los perros, que le ladran a Mevlut.
R. Ah, sí. Estambul es famosa por sus jaurías de perros callejeros. Ya hablé sobre esto en mi libro Me llamo rojo. También lo mencioné en mi autobiografía. A partir de mediados del siglo XIX, desde Flaubert hasta Gérard de Nerval, a todos los visitantes de Estambul les llamaba la atención las jaurías de perros que veían. Por la mañana se escondían en los cementerios o dormían en la calle, tal y como está reflejado en esta novela. Pero, por la noche se organizaban y se comportaban de forma agresiva. En numerosas ocasiones los gobernantes otomanos, los burócratas, los sultanes, quisieron exterminarlos, encerrarlos en una isla y matarlos a todos. Pero los habitantes de Estambul aman a sus perros y también es un símbolo de Oriente-Occidente. Los gobernantes pro-occidentales han querido exterminar a los perros, mientras que los habitantes de Estambul siempre han querido protegerlos. Gérard de Nerval dijo de forma muy clara que los perros son tan importantes aquí porque por la noche se comen la basura y, de esta forma, suplen las funciones del gobierno municipal. (Risas)
P. El libro no es solamente sobre el amor o sobre la construcción del amor, ni siquiera sobre la educación sentimental de una persona, sino también sobre la suerte y la mala suerte.
R. La mala suerte se vuelve mala cuando la tratas como si fuera mala. Lo mágico de Mevlut es su eterno optimismo. Como ya le dije, él es más optimista que yo, incluso si le acecha la mala fortuna siempre encuentra in extremis una fuente de energía positiva. Mas, si consideramos que la suerte es una cuestión de probabilidad y estadística, y nos fijamos en las cosas que le pasan al personaje durante la novela, entonces sí podríamos decir que este hombre de alguna forma tiene mala suerte. Pero, por otro lado, este hombre siempre sabe cómo darle la vuelta a las cosas.
P. Incluso con el amor es desafortunado de cierta forma. Pero, en algún momento llega a sentirse feliz del resultado de su historia de amor. Esto resulta contradictorio, pero él, que siempre sufre por amor, al final encuentra el amor. Es un hombre desafortunado, pero al final encuentra el amor.
R. Lo bueno de Mevlut es que no se queja de su mala suerte. Cuando le pasan cosas malas no dramatiza. Quizás no se trate de que nos pasen cosas buenas o malas. El tema es cómo las afrontamos. Eso es tan importante como la suerte en sí misma.
P. Otro tema de su libro es algo muy relevante en España, por ejemplo. La forma en la que la corrupción se relaciona con la política en Turquía. Y la forma en la que Mevlut se aleja de todo eso. El tono que emplea el narrador es crítico. ¿Se debe esto a que la corrupción está muy arraigada en Turquía?
R. La corrupción en el mundo de los negocios y la política es algo a lo que nos hemos acostumbrado en Turquía. Especialmente en los últimos 10 años, y en especial en los ayuntamientos y en el sector de la construcción. La corrupción es enorme. Tomemos por ejemplo un barrio como el que describo en la novela, en las afueras de Estambul, o incluso en el centro, donde la normativa dice que sólo pueden edificarse 4 ó 5 plantas, y que la altura de los edificios no debe superar ese límite. Y supongamos que, de pronto, se cambia la normativa autorizando construir 7 pisos en lugar de 4. Y cuando se toma esta decisión, si eres allegado al partido del gobierno te beneficias de este cambio. Desafortunadamente vivimos en una cultura de muchísimos sobornos, corrupción y esto llega hasta los niveles más altos. Y esto también figura en la historia. Sin embargo, para un turco no es tan dramático, es algo normal. De hecho, parte de la educación de cualquier turco es aprender a sobornar, e incluso si no quieres aprenderlo, te lo van a enseñar.
P. Mevlut dice que alguien que es honesto no puede intentar enriquecerse a base de mentiras. También hay una parte del libro en la que el narrador ironiza sobre el patriotismo. Por ejemplo, Mevlut aprendió cuando estaba en el instituto que lo mejor del mundo es ser turco. Y ser turco era un sentimiento mucho mejor que el de ser pobre.
R. Sí. El libro está lleno de ironías como ésa. Mevlut está rodeado de amigos de derechas y de izquierdas. Y de ambos grupos aprende algo. De los de izquierdas aprende que él es de clase baja, un proletario, y no le gusta. De los de derechas aprende el amor por la bandera turca, la importancia de ser una Nación honorable, y esto le gusta mucho más que ser un hombre pobre.




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Vista de Estambul desde el estudio de Orhan Pamuk. Bernardo Pérez


P. ¿Y ha mejorado Estambul?
R. Es difícil decirlo. Estamos en esta isla y, como le dije antes, hace 60 años no había un solo edificio de pisos en el lado asiático de Estambul que vemos ahora. ¿Tengo el derecho moral de decirles a estas 15 ó 16 millones de personas, cada una de las cuales representa a su manera a Mevlut, que no debieron haberse instalado aquí para que nosotros pudiésemos tener una vida mejor, de mayor estatus? De alguna manera la historia es tan fuerte, la demografía, los movimientos poblacionales son tan sustanciales que decir cosas como "las cosas eran mejores antes" no tiene sentido. Mi deber consiste -y así lo sentí cuando escribí la historia de Mevlut – en hacer las veces de historiador, pero un historiador que presta atención a los pequeños detalles de las vidas de las personas. Esto es lo que sucedió. Esto fue inevitable. La vida anterior de la que escribí en mi autobiografía era provinciana, no demasiado rica, no sucedían demasiadas cosas, era triste. El Estambul de mi infancia era un Estambul en blanco y negro y quizás lo haya idealizado un poco en mi autobiografía. Sostengo que en el Estambul de hoy viven personas más felices, aunque la ciudad que hemos desarrollado no sea tan bonita con sus rascacielos, su hormigón, sus edificios asfixiantes, su tráfico, su contaminación. Mire este mar precioso que nos rodea. Mucha gente ya ni siquiera nadar en estas aguas. Estas son cosas tristes, cosas que debemos criticar: la corrupción, el autoritarismo político, esta semidemocracia en la que vivimos, todos criticamos estas cosas. Pero, a pesar de todo, esta Estambul es mejor que la ciudad de mi infancia y, en ese sentido, no soy nostálgico. Pero claro, todos añoramos nuestra infancia. Es comprensible.
P. Le digo esto porque la gente que adora Estambul viene de fuera de Estambul. Una de estas personas, que es uno de los principales protagonistas de la novela, Samiha, dice en un momento dado: "Estambul no tiene fin".
R. Éste es el sentimiento que tengo ahora. Cuando yo nací, la ciudad tenía un millón de habitantes. Ahora, dicen que tiene 16 ó 17 millones. He vivido 63 años aquí. Los cambios registrados en los últimos 10 años han sido más que los cambios producidos en los primeros 53 años. En los primeros 50 años, digamos hasta el año 2000, la ciudad se mantuvo más o menos igual. Ahora cambia de forma descontrolada. Incluso comprender lo que está sucediendo requiere mucho trabajo. Por eso, cuando Samiha dice que Estambul no tiene fin, está convencida de ello. Ahora se tarda de 3 a 4 horas el ir de un extremo de la ciudad al otro.
P. Ahora le voy a leer algo en español: "Mevlut sólo fue vagamente consciente del suave paso del tiempo, de la muerte de algunos árboles, de la desaparición repentina de algunas viejas casas de madera, de la construcción de edificios de 6 y 7 plantas en los descampados donde antes los niños jugaban al futbol, los vendedores y los parados se echaban la siesta, los carteles y las vallas de publicidad eran cada vez mayores”. Mevlut está contemplando el suave paso del tiempo.
R. Me alegro que le haya llamado la atención este pasaje. ¿Cuál es la pregunta?
P. El amor y el tiempo son el tema de este libro. ¿Es usted consciente de esto o estoy equivocado?
R. Sí, en el sentido de que el amor en este libro se desarrolla a través del tiempo. ¿Me deja revelar un pequeño dato? Mevlut no consigue a la amada que quiere, esto es algo negativo. Se casa con otra chica, lo cual está al comienzo del libro, o sea que lo podemos decir. Pero el tiempo que pasan prestándose atención el uno al otro, luchando para sobrevivir, para ganarse la vida, para criar a sus hijos, ese tiempo que pasan juntos es más importante que sus ideas sobre el amor. Mevlut escribe esas cartas a otra persona, pero al final de la novela esto no cuenta, lo que cuenta es el tiempo que has pasado con tus seres amados. El libro idealiza, no el amor romántico, sino el amor que surge de compartir, de luchar juntos, de criar hijos juntos. Pasar tiempo junto a tu amado es más importante que la idea del amor romántico. Al comienzo, Mevlut, como es un muchacho turco, solamente puede sentir amor romántico por una chica si ella no lo sabe y entonces invierte en el amor romántico porque eso es lo único que puede dar, ¿me entiende? porque él no es rico. Según se va haciendo mayor, sin embargo, no es el amor romántico lo que importa, lo que importa es que los amantes sean amigos, que sean cariñosos entre sí, que se preocupen por los detalles, de su olor, de sus piernas, de sus brazos, de la forma en la que hablan, de sus pequeñas peleas, de que comparten una vida juntos. Incluso sus riñas son tiernas de cierta forma. Al final lo que cuenta son los años que pasan juntos, y no ese flash del enamoramiento. En ese sentido estoy orgulloso de que mi libro es realista y romántico, pero no es romántico en el sentido antiguo de la palabra, de que ves una foto de alguien y te enamoras hasta los huesos y esas cosas. Eso también es parte de la novela, pero lo que quiero transmitir es que lo maravilloso del amor de Mevlut por su mujer es que es un amor muy realista, muy con los pies en la tierra, basado en la colaboración, en pelearla juntos, en compartir cosas. Y lo que les hace actuar así es su pobreza y la modesta aceptación de las penurias que les toca vivir. El éxito de su matrimonio radica en que ambos colaboran muy estrechamente y aceptan las penurias modestamente. No son ambiciosos como los burgueses de la clase alta y su objetivo en la vida es poder disfrutar de los pequeños momentos de felicidad que se encuentren por el camino. Yo no estoy haciendo una apología de estos pequeños momentos de felicidad, la novela lo que hace es documentar la forma en la que funciona el amor realista. Ellos necesitan amarse para poder sobrevivir.
P. Hay una frase interesante, que habla precisamente de este aspecto de la novela, del amor. "Lo que mantiene el amor es el hecho de que es imposible". El amor es imposible.
R. Bien. En primer lugar, el amor es toda una ideología. Todas las canciones de pop, la literatura tradicional, la literatura romántica, la poesía, la música... Estamos rodeados por el amor. Por otro lado, quiero subrayar, como también hice en El museo de la inocencia, que todas las culturas, civilizaciones y países viven ese amor de forma muy similar en general, pero también hay diferencias de país a país y de civilización a civilización. En la novela, lo que tenemos es el amor de una persona pobre que procede de un entorno campesino conservador. En este caso el amor está restringido al contexto de matrimonio, al contexto de la lucha de los amantes por la supervivencia, pero no se trata de una idea romántica. Mevlut escribía cartas de amor porque no tenía a nadie a quien escribir. No olvide que la historia de amor que se relata en esta novela, como sucedió también en El museo de la inocencia, se da en una cultura en la que no es fácil el contacto entre hombres y mujeres. Mis personajes se conocen en la boda de un tercero, y éste es el lugar característico donde conocer a tu futuro cónyuge en Turquía.
P. Sí, pero Mevlut no renuncia a la posibilidad de ser romántico y, como Kemal encuentra a Füsun (en El museo…), él encuentra a Neriman y persigue esa ilusión hasta que un día siente un extraño arrepentimiento, como si su vida fuese en vano. O sea, que él sí persigue el amor de una forma romántica, aunque al final, como es un hombre muy práctico se enamora de la persona con la que compartirá su vida.
R. Neriman es una ilusión que Mevlut necesita. Esto es lo que los estadounidenses llaman "acosar". Es decir, perseguir a una mujer sin que ella lo sepa. Esto es algo que yo he visto muchísimo en mi infancia. Incluso los niños burgueses de clase media lo hacían. Era como un juego. Esta idealización romántica de una mujer seleccionada al azar era en cierto modo inevitable, puesto que no había mujeres a tu alrededor, nadie con quien hablar, ni ningún elemento femenino en tu vida hasta que no te casaras. También está relacionado con un cambio cultural. En Turquía, la clase media y la clase media alta está muy occidentalizada. Las mujeres no llevan velo, y de esta forma resultan más atractivas a las clases bajas que pueden apreciar más detalles de su cuerpo.
P. ¿Está de acuerdo con Ferhat [un amigo izquierdista de Mevlut] en que la franqueza y la ingenuidad de Mevlut son valiosos no sólo para la compañía de energía eléctrica, sino para todo el mundo?
R. Sí. Ferhat le dice esto a Mevlut para convencerlo de que trabaje para él. Porque yo creo que todo el mundo, todos los lectores de este libro, estarán de acuerdo en que Mevlut es un buen tipo. Ferhat sabe que es un buen tipo, aunque esto no quiere decir que Mevlut no vaya a querer engañarle. Pero, incluso si le engañase sería en alguna nimiedad. Mi novela sugiere, quizás, que los horrores de la historia de Turquía, las calles, el tráfico, la política, la contaminación, la destrucción del pasado, todos los horrores políticos y culturales, el surgimiento del Islamismo político, el nacionalismo kurdo y turco, los enfrentamientos, las matanzas, los bombardeos, todo esto puede ser tolerable si lo vemos a través de los ojos de una persona buena. Así como Ferhat necesita a un buen tipo como Mevlut para cobrar las facturas eléctricas, yo también lo necesito para contar mi terrible historia. La dulzura de Mevlut es un antídoto contra la horrible realidad de Turquía. También quiero añadir que hace 40 años escribo novelas en Turquía y, hasta ahora, Mevlut ha sido mi personaje más popular. A los lectores turcos les gusta, en parte porque no es una persona de clase alta y arrogante, como Kemal, pero también porque vive la vida de un turco común y corriente. Sin embargo, en comparación con el turco común encierra más bondad, aunque ésta está entrelazada con la rareza de su mente, su individualismo y la excentricidad de su espíritu. Estos son los rasgos que conforman su personaje.
P. Y esa reflexión que hace Ferhat, ¿convierte a la novela en una lección moral sobre lo que está sucediendo en el mundo actualmente?
R. Sí, desde luego. Si el mundo estuviese lleno de Mevluts, nuestra vida sería mucho más fácil. Pero si la vida estuviese llena de Mevluts quizás no habría tantos rascacielos a nuestro alrededor y, por desgracia mucha gente quiere rascacielos, desarrollos tecnológicos, acumular dinero, grandes fábricas, grandes ejércitos. No olvide que lo que distingue a Mevlut es que por el lado paterno tiene una gran cantidad de primos ultranacionalistas. Aunque él nunca se da por vencido es fiel a su identidad y sus principios, aunque sin hacer alarde de ellos. En definitiva, es un buen tipo.
P. Pero Mevlut rechaza el ofrecimiento de Ferhat porque piensa que no podrá hacer frente a sus jefes corruptos. Prefiere ir a las pequeñas casas y a los barrios pobres.
R. Porque es fácil tratar con los pobres. La corrupción da miedo. Ferhat se mete en problemas por culpa de un grupo de tipos que están metidos en asuntos muy turbios. Hay mucha corrupción en este libro, pero el tono que adopto al hablar de ella no es un tono moralizante, no señalo a nadie con el dedo. Me limito a esbozar una amable sonrisa.
P. Le voy a formular la última pregunta: este libro de alguna forma, ¿tiene qué ver con encontrar la felicidad?
R. Sí. En este libro, y especialmente en este libro, aunque me considero un autor posmoderno, sigo las ideas de la novela del siglo XIX, la novela de Tolstoi, Stendhal, Balzac, en las que la principal pregunta es: "¿qué es la vida?" y esta pregunta va más allá de intentar saber en qué consiste la experiencia de vivir. La pregunta debe intentar descubrir qué lugar ocupan en nuestra jerarquía mental valores como la felicidad o la fama y el éxito, que eran tan importantes en el Renacimiento. ¿O son quizá más importantes la amistad y la familia? ¿O una aventura y una escapada romántica? Estos son los dilemas a los que nos enfrentamos. Hay muchos dilemas eternos como éstos. ¿O es más importante pertenecer a la misma casa, al mismo pueblo, a la misma calle? ¿O es el cambio lo más importante? ¿O estar con muchas mujeres como un Don Juan? ¿O, por el contrario, tomarse las cosas con más tranquilidad? ¿Nos importa la vida social o la introspección y distinguirnos por nuestra singularidad? Y lo fantástico de la literatura del siglo XIX es que Tolstoi, Stendhal, etc. siempre abordan estas cuestiones e intentan comprender e incluso replantear las jerarquías de valores socialmente aceptadas. En ese sentido, la pregunta que debemos formular es: "¿qué es lo más importante de la vida?" Contestar “la felicidad” sería lo más razonable. Pero, ¿de qué se compone la felicidad? ¿Qué nos hace felices? ¿El dinero? ¿El éxito? ¿Nuestra imagen, tal y como la ven los demás? ¿La liberación política? ¿O la felicidad personal entre las cuatro paredes de nuestra casa? En este sentido esta novela es, en gran medida, una novela del siglo XIX. La novela del siglo XIX siempre analizaba estos problemas a través del prisma de la familia, del matrimonio, la amistad y la comunidad. Nuestra tarea es combinar esto con un personaje individual y único. Y en esto me comporto como un novelista del siglo XIX.
P. Y todas esas novelas que menciona buscan la felicidad a través de la emoción.
R. Sí, o tratan de expresar y encontrar la felicidad a través de la emoción.
P. ¿Y usted ahora sabe lo que es la felicidad?
R. Buena pregunta. Quizá la felicidad sea algo que viene con el tiempo. A mi edad considero que la felicidad consiste en no preocuparse demasiado. Pero, yo soy una persona ambiciosa. ¡Me impongo demasiadas preocupaciones a mí mismo! ¿Es buena la traducción inglesa de este libro? Quizá sean demasiadas preocupaciones para mi edad, pero me gusta ser así. Y aunque mis libros estén traducidos a 62 idiomas, no olvide que soy un provinciano; como Mevlut (risas). El problema que tiene la ficción sobre la vida de los pobres es que escribes tres frases y ya suenas muy sentimental y melodramático. Mi desafío intelectual consistió en escribir sobre los pobres y la gente desfavorecida de una forma realista y desprovista de sentimentalismo.




PAMUK SE SIENTE FUERA DE LUGAR


J. C.
Al final de Una sensación extraña, el personaje de Mevlut se dirige a Estambul, pero ¿es en realidad Orhan Pamuk el que se dirige a la ciudad? El escritor duda: "No lo sé". Y añade: " De muchas maneras me siento cercano a Mevlut. Pero también sé que no soy Mevlut. Mevlut no es mi portavoz. Pero sí es cierto que Mevlut presta atención a las mismas cosas que me interesan a mí: el cambio en la ciudad, porqué sentimos que pertenecemos a la ciudad, etc. Especialmente hacia el final del libro, cuando Mevlut empieza a sentirse fuera de lugar en Estambul, ese sentimiento refleja mi propia manera de sentirme en esta ciudad. Podría usted preguntarme: '¿de verdad Orhan Pamuk se siente fuera de lugar en Estambul?' Yo le respondería que sí, porque la ciudad cambia demasiado rápido. Una de las principales corrientes narrativas de esta historia es que, como Mevlut, yo veo que las ciudades, no sólo Estambul, todas las ciudades son así. Tengo esta imagen en la mente sobre Estambul, después de 60 años de vivir en esta ciudad. Veo un grupo de personas que como si fueran pájaros o animales construyen sus propias casas, cambiando la ciudad y adornándola con sus recuerdos, su imaginación, su cultura, su música, sus fotografías, las películas que les gustan, y todo eso hace de la ciudad un sitio vivo pero muy frágil. Poco a poco, junto a sus edificios, envejecen, desaparecen sus voces, su cultura, su música, sus olores, poco a poco se van esfumando y una nueva generación de personas, brutales en su afán por eliminar todo lo antiguo, destruyen las casas de madera, destruyen las casas de dos plantas, destruyen las casas de seis plantas y comienzan a edificar rascacielos, crueles e indiferentes a la generación anterior. En su egoísmo ingenuo, estos nuevos habitantes construyen nuevas vidas en la ciudad, de forma que las capas urbanas de las nuevas generaciones desplazan a las antiguas generaciones con sus nuevas casas. Le digo esto porque se ha hablado mucho y ha habido una reacción muy airada contra los rascacielos planificados por el partido de Erdogan y por su afán de llenar a la ciudad de hormigón, y yo estoy de acuerdo con esas críticas. Pero también le digo que todo eso es inevitable. Se ha publicado recientemente un libro -quizás sea el único libro- sobre las casas de madera de Estambul. Pero nadie lo compra. Lo sé porque lo he preguntado. Y las casas de madera existieron hasta hace sólo 60 años y después desaparecieron y a nadie le importa. En esta isla tal vez queden una o dos. El egoísmo ingenuo de los individuos es una realidad. No podemos culparles. Es un fenómeno social y me llena de lo que podríamos llamar un pesimismo romántico. Así es la vida". Cuando le recordamos que eso que está diciendo también lo dice en la novela es él quien pregunta: "¿En serio? ¿Dónde? ¿En el capítulo 15?".  Se lo leo en español. "Contempló con lágrimas en los ojos toda su infancia, los alimentos que había comido, las cosas que había estudiado, el olor de todas esas cosas...". "Ah, sí. Cuando se destruye su casa. Sí, lo recuerdo". Lo recuerda. El olor de todas esas cosas.