lunes, 5 de septiembre de 2016

Jorge Luis Borges






Existe un poema de Jorge Luis Borges (bello, si bien no está entre los mejores y más deslumbrantes de su obra en poesía) que titulado “El Alquimista” dice así en sus últimas dos estrofas:
“En los vastos confines orientales
del azul palidecen los planetas,
el alquimista piensa en las secretas
leyes que unen planetas y metales.
Y mientras cree tocar enardecido
el oro aquel que matará la Muerte,
Dios, que sabe de alquimia, lo convierte
en polvo, en nadie, en nada y en olvido”
En el último verso el escritor argentino cita indirectamente el final de un famoso y no menos bello soneto de Góngora: “En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.
Con el título de “Las líneas del destino” la artista Marina Vargas (Granada, 1980) ha presentado una selección de sus últimos trabajos, pertenecientes a una serie sobre los arcanos mayores y menores del Tarot. La muestra se puede ver hasta el 25 de este mes en el Museo ABC de Dibujo e Ilustración comisariada por Óscar Alonso Molina. El Tarot consta de 78 cartas divididas en arcanos mayores (22) y arcanos menores (56). Los mayores poseen cartas que simbolizan, entre otras realidades naturales o sobrenaturales, “El Colgado”, “La Torre”, “El Sol” o “El Loco”. Los menores, y al igual que la baraja española, consta de espadas, bastos, copas y oros. Confieso que ignorante absoluto como soy de la cartomancia esta información ha sido recabada in extremis exclusivamente en función de la obra que ahora intento comentar. Según me comentó la propia artista en el espacio de exhibición su proyecto es finalizar (es decir: “interpretar” libremente una simbología dada a partir de una conciencia creativa contemporánea) todos y cada uno de los arcanos del Tarot. Por supuesto, estamos hablando (y Marina Vargas es, lógicamente, la primera de todos en saberlo) de un “work in progress” que se alargará considerablemente en el tiempo. Incluso podrá no ser finalizado: el azar, la vida, las contingencias y las circunstancias personales también juegan su parte en ese “work in progress”. Por ahora (“más vale pájaro en mano…”) haremos bien en conformarnos con las 9 o 10 presentes en la muestra. Quizás alguna más, e incluso creo recordar que tres de ellas, las reclinadas en la pared sin estar colgadas, se muestran inacabadas como ejemplo de esa “Rueda de la Fortuna” (un arcano menor), o como índice o señal demostrativa de esa aleatoriedad que marca y define el incierto barajar de las cartas. Llegados a este punto se impone volver al poema de Borges.
Toda obra de arte, sea ésta un poema o una tela pintada, se estructura a partir de un “sentido” que dialoga con una “ocultación de sentido” El poema aspira a que la fuerza de gravedad de las palabras desarrolle toda su potencialidad sin constreñirlas mediante recursos sintácticos o lógicos. Lo mismo podríamos decir de una pintura si cambiáramos “palabras” por “imágenes”. Cuando Borges nos dice que “en los vastos confines orientales/del azul palidecen los planetas” bien podemos creer que de tan inalcanzable representación únicamente podemos aspirar a que el azar nos provea de la suficiente energía mental y especulativa, no para desentrañar la ocultación de sentido que el poema nos ofrece sino para que ese escondido sentido se haga más grande y productivo. O más rico y poderoso en su incierto sentido. En esta fractura, en ese sentido y ocultación de sentido, algo así como el sonoro silencio que produce un hemistiquio entre dos versos, habría que situar esta muestra de Marina Vargas. En “las líneas del destino” que trazan los arcanos que también forman parte de toda creación artística.
La condición “figurativa” (el precavido que no irónico entrecomillado es una deuda con el singular tratamiento que la artista realiza del concepto “figura”: en cualquier caso siempre dotado de una gran abstracción, como sucedía en sus conocidas “Dolorosas”) de estas telas –o por decirlo de manera diversa: la singular y humana “flora” que se presenta como enloquecida sintaxis de no-sentido en el plano pictórico- nos lleva a afirmar que estas pinturas desplazan “lo Real” al territorio simbólico de los símbolos. Entonces es cuando se encadenan los azarosos interrogantes de cualquier destino artístico: ¿Qué elementos sígnicos concurren en el universo de los símbolos, cuando el alquimista (el artista) piensa “en las secretas leyes que unen planetas y metales”? ¿Qué elementos de representación, qué bien o mal le vendrán las cartas al artista, provocan el alumbramiento de un espacio de significación? ¿Qué narratología puede hacerse visible ya que entramos en el campo semántico de una figuración marcada por el azar de su propio destino o suerte? ¿Qué jerarquía se otorga a sí mismo el color, ya que el artista “no decide”, como elemento estructurador o su contrario de esa ficción “mientras cree tocar enardecido el oro aquel que matará la Muerte”? Digamos entonces que estas telas, estas cartas del Tarot, poseen el sentido de su propia dramaturgia pero aún vuelan más alto cuando insisten en la ocultación de ese sentido “trágico”, entendiendo por ello el caprichoso azar de las líneas del destino. Precisamente en esa “ocultación” es donde la artista introduce otros vectores de significancia que le acercan a una estrategia de análisis del hecho mismo de crear. Intentaré decirlo de una manera más clara o menos misteriosa. Estas telas inciden e insisten en una suerte de ensayo teórico sobre la complejidad de toda creación artística. Que dicha “complejidad” sea presentada con la caprichosa aleatoriedad de la Fortuna agrega un plus de inteligente y noble sinceridad a la propuesta. Ahora bien, las imágenes resultantes de ese encuentro o desencuentro con la Fortuna pertenecen, ciertamente, al dominio de la apariencia, pero esa apariencia nunca podría elevarse sobre sí misma sin la condición humana que le presta una suerte de sustancialidad. Spinoza afirmaba que el problema de la imagen “verdadera” no se resuelve a nivel de la imagen, sino solamente mediante el entendimiento. Yo creo haber entendido estas obras menos por el voluble azar del Tarot que por una exterioridad en este caso artística: me han parecido, entre los argumentos ya expuestos, soberbias interpretaciones de las selváticas y lujuriosas pinturas/esculturas de Frank Stella durante las décadas de los 80. Digamos, entonces, que mi propio Tarot mental me ha llevado por otros derroteros no menos azarosos. Mejor así, pues estas magníficas telas lo que especialmente desean es que el arte y la vida no se reduzcan al hermoso verso de Góngora: “En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.