domingo, 21 de mayo de 2017

Apuntes y reflexiones para la comunidad artística sobre Venezuela y la situación actual


Ángela Bonadies & María Virginia Jaua

Publicado el 2017-05-21
¿Cuál es la relación entre arte y política? Esta podría ser la pregunta con la que nos gustaría hacer una llamada a la reflexión de nuestra comunidad artística sobre lo que está ocurriendo en Venezuela. Sabemos que no es una tarea fácil, por lo complejo de la situación, por el aceleramiento de los acontecimientos y también, claro está, por la distorsión de la información que existe tanto dentro como fuera de las “fronteras”.
A pesar de esas dificultades y de los límites a los que nos enfrentamos, no por ello no procuramos dilucidar y aclarar lo que consideramos está causando una enorme confusión en el exterior e induciendo una intoxicación mediática sobre la tragedia cotidiana que se vive en el país.
Antes de entrar en materia, creemos necesario señalar por qué este intento es un trabajo a cuatro manos. Nosotras, quienes firmamos somos dos venezolanas: la una vive la experiencia desde dentro, la otra, desde fuera. Y aunque ambas tenemos de alguna manera “experiencias” distintas, coincidimos en algo fundamental: nos preocupa constatar que la grave situación que se viene produciendo no se está entendiendo, sino que, muy al contrario, en la mayoría de los casos ha sido mal leída, mal interpretada y en el peor de los escenarios: desdeñada o ignorada.
Es importante insistir en que no puede darse una producción de pensamiento y de criticidad ni dentro de las artes ni dentro de la cultura si antes no se practica una cierta “increencia”. Es decir, que nos parece no necesario, sino urgente un cierto distanciamiento ante cualquier fe ciega, cualquier postura ideológica, cualquier construcción de relato que intente sostenerse por la fuerza, cualquier violencia, cualquier etiqueta, cualquier prejuicio,  cualquier muerto.[1]
Sabemos que esta distancia crítica -posiblemente debido a que requiere un desapasionamiento, que a la vez debe ser pasión- es quizás una de las condiciones más difíciles, más inalcanzables, más utópicas, justamente porque el arte y su sistema casi siempre labora en y para la construcción de relatos. Y eso nos obliga a que nos preguntemos ante nuestra comunidad: ¿qué es hacer arte político hoy, ahora? ¿Cuál es la responsabilidad política de los artistas, los investigadores, los curadores, los críticos, los gestores, los profesores, los administradores y los directores de los centros e instituciones artísticas?
Suponemos que no se trata solo de hacer una pintada en la pared de un cubo blanco, de exhibir un no, hacer figuritas y muñequitos de dictadores; sabemos que esto puede ser atractivo, pero insuficiente. Una de las cosas que nos han llamado la atención es una cierta “ceguera” hacia la tragedia que se está viviendo en tiempo real y a pesar de que numerosos artistas, escritores y personas de reconocida trayectoria y criterio relatan lo que se está sufriendo, la recepción de esa realidad se ve “mediada” y digamos que “atraviesa” múltiples capas de prejuicios. Por todo ello, el trabajo de los agentes de la cultura no se limita exclusivamente al acto de representación simbólica, sino que es mucho más amplio, y debe adoptar la lectura de la realidad, más allá de las propias posturas, creencias y certezas en las que se "asienta".
Haremos entonces el intento de situar esas capas.
Guerra de relatos: izquierda - derecha
Desde hace años se está produciendo un fuego cruzado de “relatos” en el que la gente que vive y padece el día a día en Venezuela se ha visto atrapada o, mejor dicho, doblemente atrapada. Por un lado, el gobierno ha acaparado para sí el término “izquierda” desde que asumió el poder. Y aunque hace ya muchos años abandonó los principios inherentes a esa ideología por la vía militarizada, sigue utilizando el slogan como escudo y como imán para ganarse la simpatía de una cierta clase intelectual europea que siempre ha querido ver en América no solo un “Dorado económico” sino un “Dorado salvífico” primigenio y redentor. Digamos que esta podría ser la otra cara de la moneda del racionalismo. Y nos preguntamos si no es debido a ese anhelo inconsciente por un pasado paradisíaco o una otredad "pura" el que los estudios “decoloniales” hayan cobrado un enorme y sospechoso auge en Europa.
Por otro lado, tenemos a lo que se considera “la derecha” y ahí entra todo lo que no es izquierda --o lo que se desmarca de ella- dadas las derivas caóticas en las que se han incurrido (pero ojo, la izquierda hoy en Venezuela constaría solo de los que apoyan al gobierno o negocian con él: militares y enchufados que se enriquecen en paraísos fiscales). A la vez que se acusa de ser de “derecha” a todo aquel que tiene una visión distanciada o crítica con respecto a un proyecto de país que ha fracasado y que no ha podido dar a la población ni siquiera los insumos básicos.
He ahí que cuando alguna de nosotras, ha intentado señalar los graves hechos que se vienen produciendo en Venezuela, a saber: la corrupción más grande y nunca antes vista[2], la pérdida de valores[3], la usurpación de poderes, la humillación y la violencia contra la gente, el desabastecimiento, el desmantelamiento de todas las infraestructuras, el ejercicio despótico e indiscriminado del poder, la violación reiterada de la constitución, la imposibilidad de convocar elecciones libres y universales, se nos acusa, con la mano en la cintura, de ser de “derechas” o de “apoyar a los corruptos” de los gobiernos anteriores al actual, que ‘solo’ lleva en el poder 18 años.
Nos ha pasado, nos está pasando y es también por eso por lo que nos resolvimos a escribir este pequeño texto, que es como una forma de ejercicio, para tratar de entender por qué si estamos levantando la voz para señalar una tragedia humana, frente a la que una verdadera izquierda o verdadera comunidad artística con valores debería querer desmarcarse y tratar de enmendar; por qué, si lo vemos con nuestros propios ojos, con nuestro propio cuerpo –lo vivimos de manera directa o través de nuestros familiares y amigos–, se nos descalifica, no se nos escucha y simplemente se nos acusa y se nos mete en un saco que no nos corresponde.
No nos ven. No existimos. Somos fantasmas. Somos los espectros y las víctimas de ese fuego cruzado que ni siquiera es el que se está produciendo ahora mismo en las calles de Venezuela, pero además somos las víctimas colaterales del enfrentamiento entre los dos relatos políticos europeos agónicos y viejunos, que en España[4] encarnan llevándolo al terreno de la polarización a la que se nos quiere obligar, el PP-Ciudadanos y Podemos (o las “izquierdas” en pugna).

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