jueves, 19 de enero de 2017

Mark Fisher, en busca del futuro perdido


Retrato de Fisher. ZOË FISHER


Mark Fisher, una de las voces más lucidas y originales del panorama intelectual británico de la última década, falleció el pasado viernes a los 48 años de edad, dos días antes de la fecha escogida para la publicación de su tercer libro, The Weird and the Eerie(Repeater, 2017). Tomando las palabras de Slavoj Žižek, el valioso material que Fisher deja escrito es una “invitación a un paciente trabajo teórico y político” orientado a buscar un futuro que nos es sistemática y sistémicamente escamoteado. El mismo Žižek aseguraba poco después de la publicación del primer libro de Fisher, titulado Realismo Capitalista: ¿No hay alternativa? (Zero Books, 2009 / Caja Negra, 2016), que se trataba “del mejor diagnóstico de nuestros dilemas actuales; un despiadado retrato de nuestra miseria ideológica”.
Mucho antes de este primer libro, Fisher había escrito prolíficamente en la revista musical The Wire y en su propio blog K-Punk, un concurrido espacio de referencia, dedicado al análisis de todo tipo de cuestiones relacionadas con la política, la cultura popular y las múltiples conexiones entre ambas. De este interés por examinar conjuntamente las manifestaciones de lo político y lo cultural surgió una provocativa recopilación de ensayos titulada Jacksonismo: Michael Jackson como síntoma (Zero Books, 2009 / Caja Negra, 2014). Con la contribución de Simon Reynolds, Barney Hoskyns, Steven Shaviro o el propio Fisher, este compendio de textos analiza la ascensión y la caída del “Rey del pop” y las pone en relación con diversos episodios de una era (la del capitalismo tardío) a la que el propio Jackson habría puesto parte de su banda sonora oficial.
Portada del libro.  CAJA NEGRA
Escrito bajo los efectos del shockproducido por la crisis económica de 2008, Realismo Capitalista indaga de forma sistemática y rigurosa en los perversos y devastadores efectos de la ideología del libre mercado sobre la esfera social. El realismo capitalista, señala Fisher, consiste en “una atmósfera general que condiciona la producción de cultura, la regulación del trabajo y la educación; una barrera invisible que impide el pensamiento y la acción genuina”.
Sería la consecuencia de un sistema económico que “subsume y consume los relatos previos” y que convierte la misma idea de “lo moderno” en algo que puede regresar periódicamente como “un estilo estético congelado pero ya no como un ideal de vida”. Tal como Fisher lo plantea a través de la referencia a T.S. Eliot: el realismo capitalista supondría un “agotamiento de lo nuevo que nos priva incluso del pasado. La tradición pierde sentido cuando ya nada la desafía o la modifica. Una cultura que solo se preserva no es cultura en absoluto”.
Partiendo de ejemplos procedentes del ámbito musical (de Bono a Kurt Cobain pasando por los paladines del Brit-pop), el cine y la televisión (Children of MenWall-e o el programa Supernanny) y descifrando su sentido a través de las ideas de Frederic Jameson (con el que el autor ajusta cuentas), Jacques Lacan, Christian Marazzi o Franco Bifo Berardi, Fisher elabora un diagnostico tan angustioso como certero sobre el momento histórico en el que nos ha tocado vivir: un período codificado y constreñido por lo que Fisher denomina una “ontología de los negocios”.
En 2014 Fisher publicó Ghosts Of My Life: Writtings on Depression, Hauntology and Lost Futures (Zero Books). Todavía sin traducción al castellano, este segundo libro está compuesto por algo más de una veintena de artículos, algunos inéditos, otros publicados en K-Punk o The Wire. Estos ensayos y entrevistas nos devuelven a Fisher en su versión de analista todoterreno. Sin renunciar a sus habituales referentes teóricos, el autor despliega aquí la crítica de guerrilla que durante años puso en práctica en su blog.
Basándose en su propia experiencia como ávido y ecléctico consumidor cultural, Fisher identifica en la música de diversos artistas de la escena electrónica británica los tics de lo que Berardi denomina una “lenta cancelación del futuro”. Para Fisher, esta progresiva incapacidad por imaginar el futuro se deja escuchar en una serie de proyectos musicales muy distintos que el autor reúne y analiza bajo el signo de la noción derridiana de hauntología.

martes, 17 de enero de 2017

Te parezco extraño, pero por lo menos estoy vivo”


Carson McCULLERS por Henri Carter-Bresson
La función del artista es excusarse por su propia visión autóctona y, una vez hecho eso, mantenerse fiel a esa visión. (A riesgo de dar la sensación de que pontifico, utilizo las palabras "artista" y "visión" por mi deseo de ser precisa y para establecer diferencias entre escritores profesionales que se proponen metas diferentes.) Es necesario reconocer, por desgracia, que al artista lo amenazan múltiples presiones del mundo comercial, procedentes de los editores, de los productores teatrales y de los directores de publicaciones. El editor dice que este personaje no debe morir y que el libro debe terminar con una nota optimista, o el productor quiere falsas situaciones dramáticas, o amigos y espectadores sugieren esta o aquella alternativa. El escritor profesional puede acceder a esas demandas y concentrarse en el baile y las tribunas. Pero una vez que el autor literario sabe cuáles son sus intenciones, ha de proteger su trabajo de influencias ajenas. Se trata con frecuencia de una situación muy solitaria. Tenemos miedo cuando nos sentimos solos. Y hay otro miedo especial que atormenta al creador cuando se le ataca durante demasiado tiempo.
Porque la función paralela de una obra de arte es ser comunicable. ¿Qué valor tiene una creación que no se puede compartir? La visión que resplandece en los ojos de un loco no nos sirve de nada a los demás. De manera que cuando un artista se encuentra con que se rechaza su creación surge el miedo de que su imaginación personal haya retrocedido a un estado solitario e incomunicable.
Creo que esa comunicación depende a veces del tiempo, porque es difícil para la mayoría captar la melodía de algo nuevo. Pienso en los largos años que James Joyce vivió asediado primero por editores, luego por gazmoñería y finalmente por la piratería internacional. O podemos acordarnos de la magnífica paciencia de Proust y de su fe en la magnitud de su tarea literaria. A veces la comunicación llega demasiado tarde para el artista honesto. Poe murió sin ver compartida su visión. Antes de retirarse al interior de su locura, Nietzsche exclamó en una carta a Cosima Wagner: "¡Si hubiera en el mundo aunque sólo fuese dos personas que me entendieran!" Por que todos los artistas son conscientes de que la visión carece de valor si no es posible compartirla.
Por otra parte, cualquier forma de arte sólo se puede desarrollar mediante mutaciones singulares que son obra de creadores individuales. Si únicamente se utilizan convenciones tradicionales, el arte de que se trate morirá, y la expansión de cualquier forma artística está condenada a parecer al principio extraña y torpe. Cualquier cosa que crezca tiene que atravesar por etapas incómodas. El creador al que se comprende mal porque viola las convenciones puede replicar: "Te parezco extraño, pero por lo menos estoy vivo".
Carson McCullers
La visión compartida
Theatre Arts, abril de 1950
***
En cualquier comunicación, una misma cosa dice algo muy distinto a dos personas, pero escribir es, en esencia, comunicación; y la comunicación es el único camino del amor: el amor, la conciencia, la naturaleza, Dios y los sueños. Por lo que a mí respecta, cuanto más profundizo en mi propio trabajo y cuanto más leo sobre las personas que amo, tomo mayor conciencia de los sueños, y de la lógica de Dios, que es sin duda una confabulación divina.
Carson McCullers
Esquire, diciembre de 1959
***
Si soy una jirafa, y los ingleses corrientes que escriben sobre mí son perritos cariñosos y bien enseñados, a eso se reduce todo, los animales son diferentes... ustedes detestan instintivamente al animal que yo soy.
D.H. Lawrence
Correspondencia
Foto: Carson McCullers en 1947
Henri Carter-Bresso

domingo, 15 de enero de 2017

on Depression, Hauntology and Lost Futures", Mark Fisher, (Zer0 Books, 2014)






El esperado libro de Mark Fisher enseña el camino de lo que una crítica contemporánea, ágil y lúcida, cargada de afecto, experiencial y penetrante, puede hoy en día realizar. Como bien expresa el statement de su editorial, Zer0 Books: un nuevo tipo de discurso florece en regiones más allá de las franjas comerciales de los llamados mass media y en los burocráticos y neuróticos despachos de la academia, un discurso intelectual no necesariamente académico, popular sin ser populista. Un estilo, una voz y una temática sobresalen en la escritura que Fisher practicó durante años en su blog, conocido con el alias k-punk. He dicho “crítica” en vez de “teoría”, porque la primera mantiene el potencial de su propia renovación todavía intacta siempre y cuando se aplique con la libertad y la densidad de esta recopilación. Si tuviera que afirmar cuál es el género de Ghosts of My Life, sin dudarlo diría que se trata de una clase de necesitada y urgente crítica cultural contemporánea. Mark Fisher actúa, en este sentido, como un hábil sismógrafo de las profundas transformaciones en la cultura, el consumo y la producción desde finales de los 70 hasta nuestros días. 

Hay varios motivos de interés aquí: Fisher escribe sobre la temporalidad más que sobre el tiempo; acerca de esa “la lenta cancelación del futuro” en la que nos encontramos y que toma prestada de Franco “Bifo” Berardi. Pero escribiendo sobre la temporalidad, los paisajes que dibuja son perfectamente espaciales. Lo que el lector recrea en su cabeza son esas galerías comerciales a primeras horas un domingo por la tarde con su McDonalds y pasillos muertos, edificios de cemento que olvidaron el componente utópico del brutalismo, una gran ciudad humeante y fría, vacía y oscura, una casa, un hogar, entre neblina. En esos no-lugares hay espacio para la nostalgia y la aflicción. Paisajes post-industriales a lo Ballard, viejas series de televisión y un regusto por la introspección o una trascendencia no trascendente. 

El primer ensayo, “The Slow Cancelation of the Future” puede leerse a modo de condensador de todo lo que vendrá después. A una desaceleración en la invención y la creatividad en la cultura popular del siglo XXI le ha seguido una aceleración de los viejos paradigmas de consumo haciendo de la repetición, el pastiche y el déjà vu la norma cultural de un presente alargado y contingente a la vez. Para Fisher, la cultura musical ha sido central en la proyección de futuros que se han perdido. (Por cultura musical se refiere no sólo a la música sino también a la moda, el diseño o cover art y el discurso). Su diagnóstico, no exento de exorcismo interior, es que el periodo desde comienzos del siglo XXI (en concreto él señala el 2003, año en el que empezó a postear) hasta ahora será reconocido como el peor para la cultura (popular) desde la década de los 50. 

Esta obra supone, también, la materialización de ese corpus interpretativo primero aplicado a la música electrónica (a mediados de la década pasada) y después liberado, extendido a todo un espectro cultural, llamado hauntology, un híbrido del término inglés to haunthaunting, y “ontology” (ontología). Como es sabido, el término alude a Jacques Derrida y al énfasis que éste otorga en su Espectros de Marx a la frase “el tiempo está fuera de juicio” de Hamlet para señalar una temporalidad quebrada de presencias y ausencias que continuamente nos asaltan en la coyuntura social y política de desconfianza hacia el socialismo. En manos de Fisher y una comunidad de bloggers, la “hauntología” es toda una ciencia difusa, más metafórica que otra cosa, y que sirve para señalar las contradicciones de la virtualidad producidas por el paso de lo analógico al mundo digital, incluyendo la virtualidad y la abstracción del capital mismo. No es de extrañar que esta causalidad espectral tenga en el dimensión sónica del “crujido” (o el impacto de la aguja sobre el vinilo) su momento álgido, así como una “niebla” que parece envolver nuestros recuerdos y experiencia cronológica. Él no lo dice, pero no es difícil conectar esta recuperación del sonido perdido del “crujido” en lo sonoro con la también reciente invasión del fetichismo del granulado fílmico y el celuloide en gran parte del cine, el documental y el arte contemporáneo de comienzos de siglo. La virtud de Fisher está no sólo en señalar los lugares donde el eterno retorno del pasado acontece sino en rastrear la “potencialidad” intacta de artefactos culturales y musicales, enfatizando su “dimensión utópica”. 

Gran parte de la teoría “hauntológica” se le debe, además de a Derrida, a la excepcional lectura que el autor hace de El Resplandor (1980) de Stanley Kubrick, sobre todo a partir de un álbum de The Caretaker que podría sonar perfectamente en el ballroom del hotel Overlooked en dicho filme. Banda sonora de los años 20 y 30. Ya se sabe, el salón donde un demente Jack Torrance (Jack Nicholson) encuentra al superyó ideal de una época dorada, los 20, o como escribe Jameson, “el último momento en el cual una genuina clase norteamericana ociosa exhibió una existencia agresiva y ostentosa, en la cual una clase dirigente norteamericana proyectó una imagen de sí misma autoconsciente y no culpable, y gozó sin culpa de sus beneficios, abiertamente y armada con sus emblemas de galera y copa de champagne en el escenario social, a plena vista de las otras clases”.[1] Es por los años 20 que el héroe está hechizado y poseído, y lo que ahora mismo nos importa es determinar la abstracción social desde donde voluntaria pero inconscientemente nos sometemos al hechizo. 

Musicalmente hablando, The Caretaker y Burial son, para Fisher, ejemplos máximos de la “hauntología” sonora, mientras que la irrupción del Jungle con Goldie (¿hay quien todavía se acuerda de Goldie y de Tricky?), o el análisis de Japan cuya letra de la canción “Ghosts” da el título al libro, ofrecen no poca información sobre la naturaleza del cambio en los paradigmas culturales del pasado reciente. El problema del término “hauntología”, su inapelable seducción, reside en la tentación de aplicarlo a todo lo que nos parezca encantado, hechizado y fantasmagórico, no importa de qué estemos hablando. Cualquier película gótica nos parecería entonces “hauntológica”. Tentación en la que Fisher no cae en ningún momento. Más bien, su acierto consiste en subjetivizar al nivel de las referencias mediante una lista de autores que enlistados simulan una aparente falta de cohesión entre ellos: los mencionados Burial y The Caretaker, bien, pero también John Le Carré, Jimmy Saville, Christopher Nolan, Joy Division, Darkstar… ¡incluso Kanye West! Pasando por otros muchos nombres más sonados en el contexto anglosajón o no necesariamente conocidos. Se encuentra aquí uno de los rasgos de este libro, su interés y su limitación, es decir, el contorno de una geografía la cual se circunscribe a un britishness sin apenas exterioridad. Esto no es impedimento para que los connoisseurs aprecien, pues gran parte de los lectores del autor de Capitalism Realism: Is There No Alternative? (Zer0 Books, 2009), están entrenados en escudriñar a través de la exclusividad de las referencias en blogs de lo más especializados. En cualquier caso, el alcance del autor sobre los males que aquejan a la cultura británica desde el ascenso del Thatcherismo (y que el ensayo sobre la controvertida figura de Jimmy Saville expone sin tapujos) es contundente. 

Desde el punto de vista teórico, Mark Fisher es más jamesoniano que derridiano, de quien dice le resulta un autor frustrante. De Fredric Jameson recoge el capitalismo tardío como horizonte cultural que todo lo invade, una naturalidad para hilvanar referencias heterogéneas que van de lo alto a lo bajo y viceversa, así como un espíritu periodizador, dialéctico. Esta metodología de pensamiento se esboza en el conjunto de este libro y temáticamente no puede sino trazar un arco con el estudio del posmodernismo y sus formas saturadas de nostalgia que todo lo invaden así como cierto anhelo de esperanza y futuridad. Pero además, Fisher opera con el sonido y lo popular como Georg Lukács lo hacía con la novela realista del XIX, es decir, revelando desde la minuciosidad del análisis y la interpretación los difíciles sentimientos irrepresentables del sistema capitalista. Esto lo hace a partir del sonido de la resaca post-rave o la retirada de una forma de disfrute colectiva basada en el baile a una actitud reflexiva e íntima, por ejemplo en Darkstar o en la evolución del synth-pop futurista en John Foxx, etc. 

Para Fisher, el estado actual de la subjetividad, el origen de la (su) depresión es el neoliberalismo mismo. Hablando de Joy Division escribe: “Joy Division connected not just because of what they were, but shen they were. Mrs Thatcher just arrived, the long grey winter of Reaganomics on the way, the Cold War still feeding our unconscious with a lifetime’s worth of retina nightmares”, para a continuación indagar con sobrecogimiento en el suicidio de Ian Curtis y afirmar que su asunto, el de Joy Division, era la depresión y no la tristeza o la frustración. “Depression, whose difference from mere sadness consists in its claim to have uncovered The (final, unvarnished) Truth about life and desire”.[2]

O, por ejemplo, hablando de Inception de Christopher Nolan: 

The ostensibly upbeat ending and all the distracting boy-toy action cannot dispel the non-specific but pervasive pathos that hangs over the film. It’s a sadness that arises from the impasses of a culture in which business has closed down any posibility of an outside – situation that Inception exemplifies, rather than comments on. You yearn for foreigh places, but everywhere you go looks like local colour for the film set of a commercial; you want to be lost in Escheresques mazes, but you end up in an interminable car chase”.[3]

Lo reseñable en esta recopilación de escritos es que lo que se piensa también se siente, y el lector es testigo de este sentimiento, algo nada sencillo en la escritura crítica y teórica.