viernes, 24 de noviembre de 2017

Margaret Atwood -Helena de Troya baila en la barra


Margaret Atwood, Ottawa, Canadá, 18 de noviembre 1939 
Versión Sandra Toro


Helena de Troya baila en la barra

El mundo está lleno de mujeres.
Si tuviera oportunidad, quién me diría que tengo
que avergonzarme de mí. Dejen de bailar.
Consíganse un poco de respeto
y un trabajo diurno.
Bien. Y un sueldo mínimo,
y venas varicosas, ocho horas
paradas en el mismo lugar
atrás de un mostrador de vidrio
fajadas hasta el cuello, en vez de
andar desnudas como un sándwich de carne.
Vendan guantes o alguna otra cosa.
No lo que vendo yo.
Hay que tener talento
para comerciar con algo tan nebuloso
y sin forma material.
Explotadas, dicen. Sí, como sea,
que la corten, pero puedo elegir
cómo, y me llevo la plata.

Yo le doy valor.
Como los predicadores, vendo la revelación;
como las propagandas de perfume, el deseo
o su facsímil. El secreto es esperar el momento oportuno,
como en las bromas o en la guerra.
Vuelvo a venderles a los hombres sus peores sospechas:
que todo está en venta,
y por partes. Justo antes de que pase,
me miran y ven al asesino de la motosierra,
cuando muslo, culo, mancha de tinta, rajadura, teta y pezón
todavía están conectados.
¡Qué odio les salta,
adoradores míos con olor a cerveza! Eso, o un amor
medio dormido y sin esperanza. Viendo las cabezas en fila
y los ojos dados vuelta, implorantes
pero prestos a morderme los tobillos,
entiendo las inundaciones y los terremotos, y la urgencia
por pisar a las hormigas. Yo sigo el compás,
y bailo para ellos porque
ellos no pueden. La música tiene el olor de los zorros,
crepita como metal recalentado
quema las fosas nasales
o es húmeda como agosto, difusa y lánguida
como una ciudad saqueada, el día después,
cuando ya se cometió el abuso
y la matanza,
y los sobrevivientes andan
buscando en la basura
qué comer, y solo queda un cansancio desolado.
Hablando de ese tema, lo que más me agota
es la sonrisa.
Eso, y fingir
que no los oigo.
Y no los oigo, porque después de todo
para ellos soy una extranjera.
El habla aquí es toda gutural y verrugosa,
obvia como una feta de jamón,
y yo vengo de la provincia de los dioses
donde los significados son melódicos y oblicuos.
No lo hago con todos,
pero acercate, que te lo digo al oído:
A mi mamá la raptó un cisne sagrado.
¿Me creés? Podés llevarme a cenar.
Es lo que les decimos a todos los maridos.
Seguro hay un montón de pájaros peligrosos sueltos alrededor.

Y no es que alguien de acá
vaya a entender aparte de vos .
A los demás les gustaría mirarme
y no sentir nada. Reducirme a las piezas que me componen
como en una fábrica de relojes o un matadero.
Aplastar el misterio.
Emparedarme viva
dentro de mi cuerpo.
Les gustaría ver a través de mí,
pero no hay nada más opaco
que la transparencia absoluta.
Miren —¡mis pies no tocan el mármol!
Como el aliento o un globo, me elevo,
floto en el aire a quince centímetros
en mi huevo de cisne, deslumbrante, hecho de luz.
¿No me creés que soy una diosa?
Probame.
Esta canción es una antorcha.
Tocame y te quemás.

May Sarton -El trabajo de la felicidad


May Sarton, Bélgica, 3 de mayo 1912 – York, EEUU, 16 de julio 1995
Versión Sandra Toro


El trabajo de la felicidad 

Pensé en la felicidad, en cómo se teje a diario
con el silencio de la casa vacía
y en que no es súbita ni gratuita, sino
una creación, como el crecimiento de un árbol.
Nadie lo ve, pero detrás de la corteza
crece otro círculo en los anillos que se expanden.
Nadie oyó a la raíz cavar más hondo en lo oscuro,
pero por ese trabajo hacia dentro el árbol se eleva,
sus penachos brillan, y sus hojas destellan.

Así, la felicidad se teje con la paz de las horas
y hunde sus raíces en lo profundo de la casa sola:
en el rincón, el busto antiguo; los frescos pisos encerados;
blancas cortinas que ondulan suave y continuamente
cuando libre se mueve el viento silencioso por el cuarto;
una biblioteca, una mesa y la pared blanqueada—
esos son los dioses de la casa, queridos y familiares,
aquí el trabajo de la fe puede hacerse mejor
y el árbol que crece es musical y verde.

¿Porque qué es la felicidad sino crecer en paz,
el sentido atemporal del tiempo cuando los muebles
pasaron toda una vida en el mismo lugar
y los sueños viejos , así como el viento al moverse, agitan
las hojas de la felicidad presente?
Nadie oye una mente ni escucha un pensamiento
pero donde alguien vivió en introspección
el aire queda cargado de bendiciones y bendice,
las ventanas miran a las montañas y las paredes son amables.

domingo, 19 de noviembre de 2017

¿POR QUÉ LA VIDA NO PODRÍA SER UNA OBRA DE ARTE? LA ÚLTIMA ENTREVISTA A MICHEL FOUCAULT








Michel Foucault fue uno de los pensadores más importantes del siglo XX, tanto que sus investigaciones sobre el poder, la sexualidad, la disciplina, la verdad y el conocimiento aún son referencia en diversos ámbitos académicos: la historia, la filosofía, la sociología, la ciencia política y algunos más. Curiosamente, en cada uno la lectura que se hace de su obra difiere en un buen grado, pues mientras que para algunos Foucault diseccionó con detalle y maestría los mecanismos del poder, hay quienes miran sus conclusiones sólo como una elaboración casi literaria, bien documentada sin duda pero sin un buen sustento metodológico.
Sea como fuere, y aclarando que dicha reticencia obedece más bien a la perspectiva desde la cual se hace la lectura, una cualidad indudable de Foucault es que suscita la reflexión. Es, en este sentido, un provocateur, alguien que no nos deja impasibles y que más bien nos conduce al cuestionamiento de ideas que creemos fundamentales en la sociedad y que quizá no lo sean tanto.
El 25 de junio de 1984, con apenas 58 años de edad, Michel Foucault falleció en el hospital parisino de la Salpêtrière, no sin ironía el mismo que había estudiado como una pieza clave de su ensayo Locura y civilización (1960). Algunas semanas antes, sin embargo, Foucault ofreció una entrevista en Estados Unidos a dos estudiantes universitarios que, sin saberlo nadie, sería la última concedida por el filósofo. La conversación se publicó el el semanario francés Le Nouvel Observateur a inicios de junio y hacia finales de mes en el diario español El País, de donde retomamos estos fragmentos que ahora compartimos.
 ***
Pregunta. El primer volumen de su obra Historia de la sexualidad se publicó en 1976, ¿sigue usted pensando que el conocimiento de la sexualidad es imprescindible para comprender lo que somos?
Respuesta. Debo aclarar que me interesan mucho más los problemas relacionados con las técnicas del yo que el sexo... El sexo es aburrido.
P. Parece ser que a los griegos tampoco les interesaba el sexo.
R. Sí, así es. Consideraban que no era un problema importante. De hecho, le concedían una mayor importancia a la alimentación y a los regímenes. Creo que tiene un gran interés la observancia del movimiento extremadamente lento que va desde el momento en que se pone el énfasis en la alimentación --preocupación omnipresente en Grecia-- hasta aquel en que se presta atención a la sexualidad. La alimentación era mucho más importante que el sexo en los primeros tiempos del cristianismo. En las reglas monacales, el problema fundamental era la alimentación. Durante la Edad Media se produjo un lento desplazamiento. Finalmente, después del siglo XVII se impuso la sexualidad como problema esencial.
[…]
Al leer a Séneca, Plutarco y otros autores afines me pareció que se ocupaban de un gran número de problemas relacionados con el yo, la ética del yo, la tecnología del yo... A partir de ahí se me ocurrió escribir un libro compuesto por una serie de estudios independientes que se ocuparan de determinados aspectos de la antigua tecnología pagana del yo. […]
Lo que me llama la atención es que la ética griega se preocupaba más por la conducta moral del hombre, su ética y su relación consigo mismo y con los demás, que por los problemas religiosos. ¿Qué nos sucede después de la muerte? ¿Qué son los dioses? ¿Intervienen en nuestras vidas? Todas estas preguntas tenían muy poca importancia, ya que no estaban directamente relacionadas con la ética. Ésta, por su parte, no se hallaba vinculada con un sistema legal. Así, por ejemplo, las leyes contra la mala conducta sexual eran escasas y poco constrictivas. Lo que los griegos en realidad se proponían era construir una ética que fuese una estética de la existencia.
Me pregunto si nuestro problema hoy no es, en cierta forma, similar, ya que la mayoría de nosotros hemos dejado de creer que la ética esté sustentada por la religión, y nos oponemos a que un sistema legal intervenga en nuestra vida privada moral y personal. Los movimientos de liberación más recientes están perdiendo fuerza porque no consiguen encontrar un principio que pueda servir de base para la elaboración de una nueva ética. Necesitan una ética, pero la única que encuentran se halla sustentada por un supuesto conocimiento científico de lo que es el yo, el deseo, el inconsciente, etc. La similitud entre estos problemas y los que se planteaban los griegos es sorprendente.
P. ¿Cree usted que los griegos ofrecen una alternativa atrayente y plausible?
R. ¡De ninguna maneral Yo no busco una solución alternativa; no se puede resolver un problema imitando lo que hicieron otros hombres en otro tiempo. Mi intención no es reconstruir la historia de las soluciones, y éste es el motivo por el que rechazo la palabra alternativa; lo que me propongo es elaborar la genealogía de los problemas, de las problemáticas. Yo no creo que todas las soluciones sean malas, sino que todas encierran un peligro, lo que no es exactamente lo mismo. Si todas son peligrosas, tenemos siempre algo que hacer. Por consiguiente, mi postura no conduce a la apatía, sino a una militancia de la que no está excluido el pesimismo.
Pienso que la elección ético-política que debemos hacer cada día consiste en determinar cuál es el peligro principal.
P. Hay un aspecto de la cultura griega al que se refiere Aristóteles y que usted omite, a pesar de que parece muy importante: la amistad. En la literatura clásica, la amistad es la que permite el reconocimiento mutuo. Aunque tradicionalmente no ha sido considerada como la más alta de las virtudes, al leer a Aristóteles y a Cicerón se tiene la impresión de que se trata, en realidad, de la más importante de todas ellas. La amistad es, en efecto, desinteresada y duradera; no se compra con facilidad, no niega la utilidad y el placer del mundo y, sin embargo, busca algo más.
REl uso de los placeres se ocupa de la ética sexual. No es un libro sobre el amor, la amistad o la reciprocidad. No hay que olvidar que cuando Platón intenta integrar el amor de los jóvenes en la amistad se ve obligado a pasar por alto las relaciones sexuales. La amistad es recíproca, pero las relaciones sexuales no lo son: en ellas se es pasivo o activo, se es penetrado o se penetra. Estoy completamente de acuerdo con lo que dice usted acerca de la amistad, pero creo que ello confirma lo que señalábamos acerca de la ética sexual griega: si hay amistad, es difícil que existan relaciones sexuales. Una de las razones por las cuales los griegos tuvieron que elaborar una filosofía para justificar este tipo de amor es que no podían aceptar la reciprocidad física. […]
Lo que me interesa descubrir es lo siguiente: ¿Somos capaces de formular una ética de los actos y de su placer que tenga en cuenta el placer del otro? ¿Es posible integrar el placer del otro en nuestro propio placer sin que sea necesario referirse a una ley, al matrimonio o a cualquier otra obligación?
[…]
Cuando se lee a Sócrates, Séneca o Plinio, por ejemplo, se descubre que los griegos y los romanos no se hacían ninguna pregunta acerca de la vida futura, de lo que sucede después de la muerte o de la existencia de Dios. No consideraban que éste fuese un problema importante. Lo que les preocupaba era ante todo qué techné debía utilizar el hombre para vivir tan bien como debería. Creo, que se produjo una importante evolución en la cultura antigua cuando esta techné tou biou, este arte de la vida, se fue convirtiendo poco a poco en una techné del yo. Supongo que un ciudadano griego del siglo V o IV antes de Cristo debía pensar que esta techné consistía en no preocuparse por la ciudad ni por los compañeros. Para Séneca, en cambio, el problema consistía en preocuparse por uno mismo.
P. ¿Cuál era entonces la actitud de los griegos frente a la desviación?
R. De acuerdo con la ética de los griegos; lo que diferenciaba a las personas no era el hecho de que prefiriesen a las mujeres o a los muchachos o de que hicieran el amor de tal o cual forma. La diferencia fundamental residía en la cantidad, la actividad y la pasividad: ¿eres esclavo de tus deseos o eres su amo?
P. ¿Qué sucedía si una persona hacía tan a menudo el amor que su salud se resentía?
R. Eso es lo que los griegos llamaban hubris, exceso. El problema no estaba en la desviación, sino en el exceso o en la moderación.
P. ¿Qué hacían los griegos con esos individuos?
R. Los consideraban como personas de mala reputación.
P. ¿No intentaban curarlos, corregir su comportamiento?
R. Existían ejercicios cuyo fin era conseguir que la persona se hiciera dueña de sí misma. Según Epícteto, el hombre debía ser capaz de contemplar una bella mujer o un joven hermoso sin sentir ningún deseo por ella o por él. En este sentido, era necesario tener un dominio absoluto de uno mismo.
[…]
Me llama la atención el hecho de que en nuestra sociedad el arte se haya convertido en algo que atañe a los objetos y no a la vida ni a los individuos. El arte es una especialidad que está reservada a los expertos, a los artistas. ¿Por qué un hombre cualquiera no puede hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué una determinada lámpara o una casa pueden ser obras de arte y no puede serlo mi vida?