sábado, 6 de enero de 2018

CÓMO NUESTRO CEREBRO SE ASEMEJA AL DE LAS PERSONAS CON LAS QUE ESTAMOS, SEGÚN LA CIENCIA


Quizá tengamos que tener cuidado con quién nos juntamos... Estudio delata que al pasar tiempo junto a una persona, nuestros cerebros se empiezan a asemejar.
Quizá lo hayamos percibido ya en algún momento. Parece ser que pasar tiempo con alguien nos hace un poco como ellos: llegamos a utilizar el mismo tono de voz, las mismas palabras e incluso a ver el mundo de la misma forma. Esta intuición de alguna manera ha sido confirmada por la ciencia, descubriendo que nuestros cerebros se mimetizan cuando pasamos tiempo junto a alguien.


dos personas juntas


Moran Cerf, neurocientífico de la Universidad de Northwestern, explica que cuando dos personas están juntas sus ondas cerebrales empiezan a verse idénticas:
"Cuanto más estudiamos el involucramiento, más vemos que por el simple hecho de pasar tiempo con ciertas personas, nuestros cerebros se alinean con el de ellas", lo cual significa que "las personas con las que te juntas tienen un impacto en nuestro involucramiento con la realidad que va más allá de lo que podamos explicar. Uno de los efectos es que nos empiezamos a parecer a ellas".
Esto se debe en gran medida a la neuroplasticidad del cerebro: el hecho de compartir estados de ondas cerebrales va moldeando luego nuestras conexiones neurales y nuestra forma de ver y relacionarnos con el mundo.

dos personas juntas 3Fotografía de David Kawena

Cerf considera que esto debe tomarse en cuenta si queremos maximizar nuestra felicidad y minimizar el estrés, para lo cual señala que es fundamental no gastar demasiada energía en tomar decisiones (las cuales van mermando la energía del cerebro) y, sobre todo, rodearnos de personas que tienen las características que estamos buscando. Esto último hace que, con el tiempo, esas características puedan florecer en nosotros como una segunda naturaleza. La refrán es consabido: dime con quien andas, y te diré quien eres.

dos personas juntas 2

Ahora bien, más allá de que hay un indudable efecto de sincronización cerebral que influye en nuestra conducta y puede ir formando hábitos positivos y negativos, hay que tomar con un grano de sal este estudio. Algunos lo tomarán como confirmación de que no pueden estar con individuos "tóxicos", algo que les será muy cómodo para huir de sus problemas, diciendo que simplemente la presencia del otro es inevitablemente dañina. Esto en ocasiones puede ser cierto, pero también puede ser una forma de eludir la responsabilidad y evitar brindarse afectivamente sin priorizar el propio beneficio.

Asimismo, es probable que estos estados de sincronización cerebral puedan ser alterados o desactivados cuando las personas mantienen una alta conciencia de su propio proceso interno, no dejándose arrastrar por la negatividad de otros. ¿Por qué no pensar, en cambio, que somos de capaces de influir positivamente en una "persona tóxica" con una buena actitud y una atención plena?

Cortina, la extrañeza de cuatro derrotas











    Álvaro Cortina (Bilbao, 1983) anduvo por Alemania estudiando filosofía pura. Prepara una tesis doctoral sobre Bergson. Es un melómano flipado con las composiciones de Lygeti, Messiaen y Giacinto Scelsi. Gasta una cultura notable que huye de los lugares comunes. Lee cosas muy raras. Tiene a Nietzsche por único dios verdadero. Y maneja una sutil habilidad para descerrajar recintos herméticos. Es un tipo de saberes precoces que van de lo inesperado a lo periférico y sus derivas.
    Con esta ficha, la primera incursión en la narrativa de Cortina no debía resultar excesivamente previsible. Y así ha sido. Hace unas semanas publicó 'Deshielo y ascensión' (editada por Jeckyll y Jill). Una novela ambiciosa donde ha desarrollado un territorio entre lo imposible y la derrota, con una prosa de enormes matices y una arquitectura compleja donde conviven cuatro historias donde la extrañeza se convierte en norma: la agonía del cazador Isaac Erikson-Vargas, en busca del deshielo; la obsesión rigorista del ingeniero Stefano Lenz, obsesionado con el sistema pedagógico perfecto; la mujer del ingeniero, Solange Heddar, abducida por el pintor maldito Anselm Des Près; y el relato del hombre que derribó la abadía de Isenheim y un héroe de guerra contra los androides iconoclastas. Un puzzle de mundos que son otro mundo.
    "He escrito esta novela con la principal ambición de usar sólo lo que me gusta y lo que responde a mis intereses, y prescindiendo olímpicamente de todo lo demás", explica Cortina. "En buena medida, el conjunto que arma 'Deshielo y ascensión' responde a varias épocas de mis intereses, pero difuminados. Por ejemplo, los libros no literarios de caza que leí en la adolescencia (autores como Ricardo Medem, como Emilio Pardo Unceta...), mezclados con Jünger, con Conrad, con Nietzsche, con James, con Buzzati, con Arthur Machen, Lord Dunsany y, en especial, Poe".
    La novela, quizá por esto mismo, es un artefacto de frontera que cruza tradiciones, las hace colisionar, integra una en otra, genera un juego de espejos y voces bajo la voz cierta de Álvaro Cortina: "Parece histórica pero futura. Y, en otros momentos, parece ahistórica e intempestiva. Incluso decimonónica... Y, en conjunto, es una narración claramente fantástica, cuando no irracional. Sólo la Naturaleza permanece establemente hostil y desconocida. He viajado sin rumbo".
    La Cultura como concepto y como pértiga, para lanzar más lejos las palabras y su sentido, nutre buena parte de la novela. Igual que el hielo y el sol. Igual que el páramo y la tundra. Igual que el genio y la enfermedad. Y todo eso tiene su anclaje no sólo en la atmósfera excéntrica de las cuatro historias que dan cuerpo al libro, sino en el sentido que de la derrota tiene cada uno de los personajes. "Es una tragedia en toda regla. ¡Un cataclismo! Los personajes son casi fantasmas. Deambulan solitarios. Son errantes. Huidizos siempre. Vienen de un enigma y van a otro. Sólo los vemos de refilón, como entre sombras. Por eso ni sus rasgos quedan totalmente definidos".
    Y es que 'Deshielo y ascensión'-que presenta Luis Antonio de Villena esta tarde en el Ateneo de Madrid, a las 20.00 horas- es una novela principalmente pesadillesca. "Pero nadie demarcó previamente su camino hacia la pesadilla: surgió porque sí, sordamente", sostiene el autor. Incluso, también, una novela orgánica porque sugiere al lector algo más que el ejercicio de la lectura, acompañarla con música. Con músicas concretas que el autor indica a modo de geografía de sonidos en la solapa de esta edición: Gershwin, Schubert, Messiaen, Francisco Guerrero... Composiciones que extreman esa necesidad de buscar furiosamente suelo firme al que aferrarse. Pues el hombre siempre parte de la promesa de un suelo.
    Lea un fragmento:
    Con todo aquel blanco masivo, uno al respirar debía andarse con cuidado. Si salías fuera y, simplemente, te quedabas de pie, abrigado y tomando el fresco, o silbando y paseando, todo ese blanco de vida aminorada, todo ese rodillo depurador y excesivo te entraba por la nariz y por la boca. Había que pensárselo más de dos veces sólo para dar una fuerte inspiración. Era algo temerario, era como comerse una montaña. Después, en la espiración, el paisaje glaciar arremolinado en el interior de la caja torácica se precipitaba hacia su origen, de vuelta a la calidad de altura de los hielos, ese origen que estaba alrededor en un estado precario, por la estación, y salía el blanco aéreo, y el propio cuerpo se quedaba entonces como agrandado e inmensamente vacío en esa liberación. Vaciado, con inmensas parcelas deforestadas, purísimas en el interior. Como un envidiable e incorrupto cadáver, en el interior. En ese proceso de respiración temeraria, la nariz quedaba hecha diamante. Daban ganas de arrancársela. Y los dientes, también enajenados. Y la lengua, la tráquea, los pulmones. Ahí quedaban ellos, en la comunidad estelar de las nieves perpetuas. Como idea es bonita y nada ridícula, para mí. A mí se me ha pasado más de una vez por la cabeza. El doctor Marr de Furth/Isoko me enseñó (con la medicación pertinente) a ver estos pensamientos, estas distracciones estéticas o esteticistas, como enemigos externos que intentan asediar la ciudadela. La ciudadela no ha sido tomada aún, quiero dar cuenta de ello, aunque mis salvajes cicatrices me pican de vez en cuando, y entonces comprendo el alcance también físico del ataque mental; porque la ciudadela es mental, quiero decir. Pero, he de decir, quiero decir, que aún puedo dejar constancia de mi percepción de los hechos pasados siguiendo la esqueletura causal de eso que decimos que es la cronología. Aún puedo separar lo de fuera de lo de dentro, y relatar uno y otro curso como dos alternativas. 
    Recién instalados, frente al mirador, Lowsla y yo contemplábamos una planicie amoratada de líquenes fundida con nieves que descendía gradual, levemente hasta la playa. Una playa imensa, de guijarros grises, por donde debían pasar (era inminente) cerca de medio millón de renos. Lowsla y yo habíamos sido premiados en un sorteo de la Confederación del Norte con un puesto para avistar renos y dispararles desde los orificios de la cabina con unos rifles de cerrojo (Mannlicher 7mm) que la propia Confederación había dispuesto en unos estuches colocados debajo de nuestras respectivas camas, sobre un frío mármol antipático que era como una continuación del vasto invierno primaveral de fuera. Teníamos un estuche con tres rifles cada uno. Con tanto disparo las armas se recalientan y hay que ir cambiándolas. Estas maletas eran, pues, muy anchas, de plástico negro. Dentro estaban las tres armas, ya montadas, en su limbo de gomaespuma. Lo primero que hicimos fue tomarlas entre nuestros brazos, una tras otra. Un acabado muy elegante, el de los Mannlichers, y nada más sostener el rifle entre las manos, como a un bebé, se percibía su absoluto equilibrio y ligereza. La YTTPA cuidaba todo hasta el último detalle, era un arma muy distinguida.

    HERMANN HESSE, SOBRE LA MODERACIÓN Y LOS PEQUEÑOS PLACERES DE LA VIDA





    Una actitud prudente hacia los placeres de la vida puede llevarnos a disfrutar mucho más nuestra existencia. 
    Hermann Hesse los placeres de la vida 2
    Hermann Hesse

    El mundo en que vivimos, compulsivo, urgente, inundado por el tiempo, a veces nos aleja inadvertidamente de las fuentes más hermosas y sencillas de gozo. Es común culpar al trabajo, la vida moderna o las nuevas tecnologías por nuestra frecuente insatisfacción, pero éstos son solamente un síntoma de algo más, de la ausencia de una capacidad fácilmente recuperable, tan simple como hermosa.
    Para el escritor Hermann Hesse (1877-1962), la premura, la necesidad de estar ocupados y de vivir en un estado de productividad compulsiva —de hacer, en vez de simplemente ser— son el drama crucial de la existencia moderna. Pero el alemán tiene una respuesta que, si bien podría parecernos obvia y sencilla, implica un entendimiento superior, capaz de modificar nuestra relación con el mundo.

    Hermann Hesse los placeres de la vida Hermann Hesse

    En su visionario ensayo “Sobre los pequeños placeres” de 1905, el premio Nobel de Literatura comienza por describir el problema real, “Mucha gente vive hoy en un estupor aburrido y falto de amor”, y prosigue apuntando a nuestra fuente más frecuente de insatisfacción  “Pero el atribuir una enorme importancia a cada hora y cada minuto, la prisa como el objetivo último de la vida es, sin duda, el enemigo más peligroso de la felicidad”.  La compulsión de buscar el placer solamente genera más insatisfacción, una que paradójicamente tiene que ser saciada constantemente.

    hanami floracion de los cerezos
    Hanami (花見, lit. "ver flores") es la tradición japonesa de observar la belleza de las flores

    La solución que propone Hesse es, sin embargo, refrescante y sencilla:
    Solamente me gustaría recuperar una vieja y tal vez anticuada fórmula privada: el placer moderado es doblemente placentero. ¡Y jamás debemos olvidarnos de los pequeños placeres!
    Según el escritor, la moderación requiere una gran valentía, al menos ante las sociedades en las que vivimos y frente a las personas que nos rodean. De manera simple, nos plantea un ejercicio: ¿qué pasaría si un hombre acostumbrado a ver exhibiciones de arte enteras, llenas de espectaculares piezas, pasara 1 hora o más observando una sola obra maestra, y decidiera “contentarse con eso por el día”? Sin duda, acierta Hesse, ese hombre aprendería algo de ello.

    Finalmente, el escritor asegura que la habilidad de disfrutar los pequeños placeres de la vida está íntimamente conectada con el hábito de la moderación, una capacidad que originalmente todos tenemos pero que ha sido disminuida por el torbellino la vida moderna. Esa moderación es, de acuerdo con este visionario ensayo, fuente de amor, alegría y poesía en nuestras atareadas vidas. Con respecto a los grandes placeres, Hesse recomienda guardarlos para las vacaciones o los momentos realmente apropiados.

    Siddhartha de Hermann Hesse
    Hermann Hesse

    El ensayo “Sobre los pequeños placeres” es una breve y hermosa invitación a hacer eso que Hesse define como abrir los ojos al mundo, pues, sin duda alguna, aprender a disfrutar en pequeñas dosis permite una sensación más duradera de plenitud y satisfacción. Esos pequeños placeres, que como inadvertidas fuentes de luz brillan alrededor de nosotros y que varían según cada persona, ostentan la respuesta. Y los pequeños sacrificios que implica la moderación no pueden sino valer la pena.
    Para terminar su ensayo, Hesse hace esta pequeña y discretamente iluminada recomendación:
    Sólo pruébalo una vez —un árbol, o al menos una porción considerable de cielo, que puede verse desde cualquier lugar. Ni siquiera tiene que ser un cielo azul; de alguna u otra manera la luz del Sol siempre se hace sentir. Acostúmbrate a ver un momento el cielo cada mañana, y de pronto serás consciente del aire que te rodea, el olor de la frescura de la mañana que se te concede entre el sueño y el trabajo. Encontrarás todos los días que el tejado de cada casa tiene su propia apariencia y su propia luz. Pon atención y pasarás el resto del día con una satisfacción reminiscente y un sentimiento de coexistencia con la naturaleza. Gradualmente y sin esfuerzo, el ojo se entrena a sí mismo para poder transmitir numerosos y pequeños placeres, a contemplar la naturaleza y las calles de la ciudad, a apreciar la inagotable diversión de la vida cotidiana. Esto es, para el ojo entrenado artísticamente, solamente el inicio del viaje; lo principal es el comienzo, el acto de abrir los ojos.

    nubes

    Y es verdad, ¿por qué habríamos de estar dispuestos a perdernos de un pequeño pedazo de cielo, de la belleza en la barda de un jardín cubierta de ramas, de la galanura de un perro, de un grupo de niños o de un rostro hermoso, del sonido de nuestra propia voz, de un trozo de fruta o de una melodía que alguien canta en la distancia?

    jueves, 4 de enero de 2018

    Gilles Deleuze





    La vejez no es un mal en absoluto. Con el dinero suficiente y si le queda a uno la salud suficiente, es formidable. ¿Y por qué es formidable? Bueno, creo que, en primer lugar, porque ya no queda más que la vejez, ante todo, uno ya ha llegado, ¿no?, no es poca cosa. No es un sentimiento de triunfo, pero, en fin, el hecho es que uno ya ha llegado. Uno ya ha llegado, después de todo, en un mundo que trae consigo guerras, porquerías de virus y todo lo demás... uno ha atravesado todo eso, los virus, las guerras, las porquerías: uno ya ha llegado. Y es un momento en el que ya no se trata de ser algo: se trata de ser, ser... Ya no hay que ser esto, ser aquello: es ser. El viejo es alguien que es... y punto. Siempre se puede decir: «Oh, es huraño; oh, no está de buen humor»; es a secas, vaya. Se ha ganado el derecho de ser a secas... porque, en cualquier caso, un viejo, alguien viejo siempre puede decir: «Yo tengo proyectos», pero es verdad y no es verdad. Son proyectos, pero no en el sentido en que alguien de treinta años tiene proyectos. En lo que me atañe, espero poder hacer dos libros que me importan: uno sobre la literatura, y uno sobre la filosofía. Espero poder hacerlo, lo que no quita que esté libre de todo proyecto, soy libre... sabes, cuando uno es viejo ya no es susceptible...
    Uno ya no tiene... susceptibilidad, y además ya no se lleva ninguna decepción fundamental, vaya. Quiero decir que uno es mucho más desinteresado, cómo diría: uno quiere a la gente, de veras, por sí misma... Yo tengo la impresión, por ejemplo, de que la vejez afina la percepción: de las cosas que antes no habría visto, de las elegancias a las que no me había mostrado sensible –yo las veo mejor, porque miro a alguien por sí mismo, casi como si para mí se tratara de llevarme una imagen, un percepto, de extraer de él un percepto: todo eso hace de la vejez un arte. ¡Y los días pasan a tal velocidad! Con su escansión, el cansancio –pero el cansancio no es una enfermedad, es otra cosa. No es ni la muerte, ni la... es, una vez más, la señal del final de la jornada. Ahora bien, claro que hay angustias con la vejez, pero se trata de evitarlas, de conjurarlas. Es fácil conjurarlas, es un poco como con el coco: no hay que quedarse –o como con los vampiros, que por lo demás me encantan; no hay que quedarse solo por la noche, cuando empieza a hacer frío, porque uno es demasiado lento para salir del apuro. No, no hay que hacerlo, hay cosas que evitar, etc., pero... Y luego, lo maravilloso es que la gente te abandona, la sociedad te abandona, y eso, ser abandonado por la sociedad, es tal felicidad. Y no es que la sociedad me haya tenido muy enganchado, pero alguien que no tenga mi edad, o que no se haya jubilado, no puede figurarse la alegría que supone verse abandonado por la sociedad... Claro, cuando oigo a algunos viejos quejarse, bueno, son de aquellos que no soportan la jubilación, y desde luego no sé por qué: no tienen más que leer novelas, al menos descubrirán algo; no soportan, o... no creo en los jubilados que se... –salvo, tal vez, en el caso de los japoneses– que no pueden estar sin hacer algo. Quiero decir: es una maravilla, sí, te abandonan, y qué... o basta sacudirse un poco para que caigan todos los parásitos que has tenido en la chepa toda la vida. Caen: ¿y qué queda a tu alrededor? Tan sólo gente a la que quieres, sólo gente a la que quieres y que te soportan, que te quieren también cuando te hace falta: el resto te ha abandonado. Y aun así, cuando hablo, como yo, en ese momento, se hace muy duro cuando algo te alcanza. Yo no soporto, ya no tengo más que... ya no conozco la sociedad sino a través del recibo de la pensión todos los meses. Es algo –si no sé que soy un completo desconocido de la sociedad. Entonces, la catástrofe llega cuando hay alguien que cree que sigo formando parte de ella, y que me pregunta... Esto es algo completamente diferente, porque lo que estamos haciendo en este momento forma parte hasta tal punto de mi sueño de vejez... pero a quién me pide una entrevista, una conversación y todo eso, me dan ganas de decirle: «No, la cabeza ya no me funciona, ¿no estás al corriente de que soy viejo y de que la sociedad me ha abandonado?». Pero se está bien, te lo aseguro.
    Gilles Deleuze









    martes, 2 de enero de 2018

    T.S. Eliot: Anatomía definitiva de un poeta









    El poeta de origen estadounidense, uno de los padres de la modernidad literaria, dejó su obra poética fijada en poco más de 200 páginas. Pero quedaron centenares de textos inéditos en su archivo. La editorial Visor (siguiendo la edición canónica que en 2015 publicó Faber) alumbra, en traducción de José Luis Rey, otra mirada del autor de 'La tierra baldía'

    T.S. Eliot demostró que la poesía advierte de un mundo siempre por hacer. Él dispuso otra forma de entender la escritura, de ejercerla, de levantarla por el aire hasta donde no se había volado. T.S. Eliot ensanchó los márgenes de la palabra con una libertad hecha de inteligencia y capacidad de aventura. No sólo en La tierra baldía. No sólo en Prufrock y otras observaciones. No sólo en los Cuatro cuartetos. También en un abundante repertorio de poemas sueltos que fueron el taller donde precisó sus búsquedas y hallazgos
    Mucho de aquel material quedó inédito. La obra poética que dio por buena no pasa de 200 páginas. Pero había más. Mucho más. Y es lo que en 2015 reveló la edición que prepararon Christopher Ricks y Jim McCue para la editorial Faber (donde Eliot fue director) y que despliega mucho de lo que aún no se había visto de su poesía, de su trabajo de fondo, de sus versos de circunstancia, por demasiados años durmientes en el jardín privado de su archivo grande. Dos años después de aquello, la editorial Visor publica en España el primer volumen de aquella expedición (serán dos), traducido por José Luis Rey, donde casi un centenar de poemas inéditos en español (además de la versión original de La tierra baldía y las notas de Ezra Pound sobre la poda a la que sometió el texto) amplían la estela del poeta y ensayista de origen norteamericano (nació en Saint Louis, Misouri, 1888. Murió en Londres en 1965). 
    Si quisiéramos resumir el siglo XX en un puñado de versos que dieran cuenta de la intensidad de un momento de la Historia tan alucinante como histérico, habría que sentarse a leer La tierra baldía, y una vez entendido algo, levantarse, apagar la luz, cerrar la puerta por fuera y buscar empleo en otra cosa. De aquí no se sale ileso. Este libro se apresuró a contarnos el mundo y, lo que es mejor, a contarnos cómo somos nosotros dentro de él. El desquicie de estar vivo. La rareza. El placer. La fuerza de lo clásico en el subconsciente colectivo, que opera por igual en el éxtasis y en el espanto. La tierra baldía es una fiera catequesis. Es confesión y destrucción. Es la extenuación de la poesía de un momentoT.S. Eliot fue lo más parecido a un profeta silencioso con trajes de príncipe de gales en medio de tanta convulsión. Europa estaba entre la charcutería de la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del psicoanálisis. Y en ese paraíso dejó caer su manuscrito.
    Digamos que fue el libro del espanto y de la crisis personal, mientras que los Cuatro cuartetos es el conjunto de la reflexión, de la serenidad, del transcurrir del tiempo. Pero antes y después quedaron muchas piezas enterradas en carpetas. Las que exhuma esta edición. «Los poemas sueltos son muchos. Él no publicó en vida ni un tercio de ellos. Van de 1909 a 1962. Los hay eróticos, irónicos, confesionales», explica José Luis Rey. «En los textos de circunstancia se aloja buena parte de la ironía tan singular de Eliot, heredada de sus lecturas de Jules Laforgue. Este conjunto ofrece una perspectiva más completa de su ideario poético y abulta la figura literaria de uno de los cinco poetas occidentales más importantes del siglo XX, junto a Rilke y Juan Ramón Jiménez, por ejemplo. Creadores de una galaxia propia». Eliot es el siglo XX por su precisa visión poética de un mundo entre la velocidad y la desesperanza. 
    La huella de Eliot en España es firme. «Hay que agradecer a Vicente Gaos, a Jaime Gil de Biedma y a Pere Gimferrer, entre otros, la labor de difusión que hicieron aquí de su obra», apunta el traductor. La sucesión de imágenes o el irracionalismo moderado estaban antes en este poeta. Su escritura es una lección de resistencia moral ante a un presente (el de su época) anfetamínico y a punto de zozobrar. «Fue, paradójicamente, un hombre muy conservador que a la vez se comportó literariamente con un extraordinario instinto de vanguardia», dice José Luis Rey. Demostró que los extremos tienen un punto de encanto. Y también existe en ellos (al final) una capacidad de diálogo. Incluso de reconciliación. 
    T.S. Eliot se instaló en Londres en 1914. Llegó licenciado por la Universidad de Harvard y con estudios de filosofía en Francia y Alemania. Aún era católico. Trabajó en el Lloyd's Bank. Colaboraba en el suplemento literario del Times. Y en 1922 fundó junto a su primera mujer, la escritora Vivienne Haigh-Wood, la revista Criterion. Pronto se aupó como uno de los faros de la modernidad europea. La suya es una poesía inagotable, lejos de esa otra de ganga que la moda aúpa y tira después al suelo. Su conversión al anglicanismo le hizo dar un giro hacia la búsqueda espiritual en su obra, se interesa entonces por las cuestiones religiosas y sus derivados, como la relación entre tiempo y eternidad. 
    Todos los Eliot que alimenta Eliot están de una vez revelados y juntos. Extraños a veces. Sorprendentes. Hondos. Lúcidos. Severos. Este hombre fue quien mejor entendió el mundo como un poema roto. Su escritura acoge dobles fondos, falsos techos y caminos que apartan del camino, pero el viaje es fascinante. Queda aquí redoblada la perpetua posibilidad de la poesía.





    domingo, 31 de diciembre de 2017

    UN VIAJE FRUSTRADO Autor: Josep Pla


    27 de septiembre.







    La comida y la sobremesa se han prolongado desde las tres de la tarde hasta casi las diez de la noche. Todo ha sido abundante y suculento. El alioli, insuperable, sólido, de una consistencia absoluta: en él se sostenía en pie la mano del almirez. De postre, hemos comido uva. La tarde se nos ha pasado bebiendo roquills. Para provocar la apetencia de este líquido no hay mejor que la pastosidad que el alioli deja en la lengua. Las canciones han sido abundantes y directas: la ocasión no se prestaba para muchos cumplidos. Hemos agotado nuestra provisión de coñac y la de la casa. La gente es infatigable y llega a aturdir: canta, narra historias, come, bebe, fuma, se sienta y se levanta de la mesa, sin descanso. Hermós, a quien fascinan estos ambientes, ha vivido unos momentos de dionisíaco remolino.
    -¿Cuántos siglos – pienso- lleva la gente de este país viviendo de esta manera?¿Acaso todo esto puede durar siempre? Esta delirante locura primitiva y decadente, ¿nunca tendrá fin? A veces, la felicidad del país me da miedo. Es tan notoria, que indefectiblemente está destinada a desvanecerse.
    Al atardecer ha empezado a llover, y como si llueve en este país nadie hace nada, la gente de la cala se ha llegado hasta la cocina. No todos, claro –porque la palabra “todos” aquí no existe-, sino los amigos. Ha empezado a llover estupendamente, de una manera mansa y fina, de aquella manera, como dice Hermós, que despierta la sed. A través de la grisalla enmarcada por la ventana se ve caer la lluvia sobre la mar en calma, sobre la blancura del agua dormida y las pequeñas burbujas, como ojos de pez, que el goteo levanta en la superficie. En la tarde solitaria y mortecina, el energumenismo humano parece un hecho absolutamente inútil, inexplicable. Al final, todo termina por agotamiento físico.
    Al salir, el aire fresco y las pequeñas gotas de lluvia me reaniman y me despejan. Tenemos el bote fondeando en la misma playa. La calma de la mar es total y hay como un enorme silencio de color perla. Alcanzo mi colchón de bajo proa: la humedad acentúa el vaho de la lana. Estoy desvelado: la taquicardia de siempre. La lluvia tamborilea sobre los corredores y los cuarteles, resbala sobre la tienda. Tengo una vaga sensación, como si por una gotera de la embarcación, de vez en cuando, una gota cayera sobre el colchón que me sirve de lecho. Me angustia pensar que el colchón se irá saturando lentamente.