miércoles, 31 de enero de 2018

YO SOY UN PARRESIASTÉS… Lo siento!!!







Michel Foucault dictó en Berkeley (1983) una serie de conferencias acerca de la verdad y la noción griega de la “parresía” o franqueza al contar la verdad, ese modo de “decirlo todo”, de “hablar libremente”, o excusarse por hablar así. Las seis conferencias fueron agrupadas bajo el título compilatorio de “Fearless Speech” y publicadas poco después de su muerte acaecida en 1984… Foucault nos alecciona acerca de la parresía: “una actividad verbal en la que el hablante tiene una relación específica con la verdad a través de la franqueza, una relación con su propia vida a través del peligro, un cierto tipo de relación consigo mismo o con otros a través de la crítica (autocrítica o crítica a otras personas), y una relación específica con la ley moral a través de la libertad y el deber. Más concretamente, la parresía es una actividad verbal en la que el hablante expresa su relación personal con la verdad como un deber para mejorar o ayudar a otras personas (así como a sí mismo). En parresía, el hablante usa su libertad y elige la franqueza en vez de la persuasión, la verdad en vez de la falsedad o el silencio, el riesgo de muerte en vez de la vida y la seguridad, la crítica en vez de la adulación, el deber moral en vez del auto-interés y la apatía moral”. Para Foucault, el que practica la parresía no sólo es sincero, “sino que también dice la verdad”… Martin Jay ha escrito un interesantísimo ensayo acerca de la noción de parresía definida por Foucault: “¿Parresía visual? Foucault y la verdad de la mirada” (2007). Señala que el “parresiastés”, quien practica la parresía, es alguien que habla con verdad, o más precisamente “dice todo lo que tiene en su mente: no oculta nada, sino que abre su corazón y su mente por completo a otras personas a través de su discurso”. El hablante es capaz de expresar sus sinceras creencias sin importarle su coste social, corre riesgos, es capaz incluso de contarle la verdad al poder…
Reconocerás al “parresiastés” cuando de primeras te pida perdón antes de decirte la verdad sobre ti mismo, por ejemplo…
Pablo J. Rico







lunes, 29 de enero de 2018

Tiempo de retroceso

Al hablar de ficción literaria, un buen punto de partida podrían ser estas palabras de Coetzee en su último libro de ensayos críticos: “Tengo que admitir que pierdo la paciencia leyendo ficción que no intenta hacer algo que no se ha intentado hacer nunca antes, preferiblemente con la ficción misma como forma de expresión”.
Quienes concuerden con Coetzee puede que simpaticen también con unas recientes palabras de Lucrecia Martel durante la promoción en Madrid de su gran film Zama. A la pregunta de Javier Rodríguez Marcos de si vivimos en la dictadura del entretenimiento, la directora argentina ha dicho que pierde la paciencia con las series de televisión porque la gente no ve que son un retroceso y que nos han devuelto otra vez “al puro argumento, a una estructura mecánica (…) Es fruto del momento conservador que estamos viviendo. Se arriesga menos”.
No hay en estas palabras tanto un ataque a la series –los fanáticos de las mismas se han encrespado– como más bien una llamada de atención a cuantos no paran de consumir, de tragarse un cine y una literatura que están ancladas en tiempos de Maricastaña, de cuando hablaban las calabazas. En los años sesenta, se llegó a pensar que la batalla por la modernidad de la literatura y del cine estaba ganada, pero no hay duda de que fue una victoria muy transitoria. A comienzos de los ochenta, cuando más parecía que algunas cosas habían cambiado, todo volvió a cambiar, pero para ir a peor, porque de pronto los intentos de encontrar formas nuevas pasaron a ser considerados incluso infumables.
“Antes, lo moderno no les gustaba porque eran unos ignorantes y ni siquiera sabían de qué se trataba. Ahora no les gusta porque creen que saben algo al respecto y se sienten superiores. De modo que de vez en cuando una se descubre defendiendo a Schönberg, a Joyce o a Merce Cunningham”, decía ya Susan Sontag en Rolling Stone en 1979. Y hoy sus palabras parecen dialogar con las de Lucrecia Martel, y las de ésta con las de Coetzee, que precisamente dedicó el año pasado, a su paso por Buenos Aires, un elogioso ensayo a Zama, la mítica y casi secreta obra maestra que Antonio Di Benedetto publicara en 1956 y en la que se ha basado Martel para su película.
Para Coetzee, Zama se mueve por el círculo kafkiano que describiera Borges, allí donde el único horror de la pesadilla estriba en que sabemos (si se puede hablar de “saber”) que lo que estamos experimentando no es real, sino que, bajo el asalto del proceso alucinatorio (proceso, prueba), no podemos escapar.
Tanto en la novela como en el film puede uno observar cómo muere esa famosa creencia de que se puede representar fielmente la realidad. Y por eso tanto Zama-novela como Zama-film resultan como mínimo chocantes en el conservador tiempo de retroceso en que vivimos. Parecen estar ahí las dos Zamapara corroborar esa impresión que tiene Martel de que lo peor que le puede ocurrir a una ficción es parecerse a la realidad, porque la realidad, dice, es una arbitrariedad y si de algo hay que estar prevenido es de lo que se naturaliza, de lo que se da por bueno.