sábado, 26 de mayo de 2018

Carta a Meneceo, de Epicuro (s. IV ac)







Cuando se es joven, no hay que vacilar en filosofar, y cuando se es viejo, no hay que cansarse de filosofar. Porque nadie es demasiado joven o demasiado viejo para cuidar su alma. Aquel que dice que la hora de filosofar aún no ha llegado, o que ha pasado ya, se parece al que dijese que no ha llegado aún el momento de ser feliz, o que ya ha pasado. Así pues, es necesario filosofar cuando se es joven y cuando se es viejo: en el segundo caso para rejuvenecerse con el recuerdo de los bienes pasados, y en el primer caso para ser, aún siendo joven, tan intrépido como un viejo ante el porvenir. Por tanto hay que estudiar los medios de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla.

Por consiguiente, medita y practica las enseñanzas que constantemente te he dado, pensando que son los principios de una vida bella.

En primer lugar, debes saber que Dios es un ser viviente inmortal y bienaventurado, como indica la noción común de la divinidad, y no le atribuyas nunca ningún carácter opuesto a su inmortalidad y a su bienaventuranza. Al contrario, cree en todo lo que puede conservarle esta bienaventuranza y esta inmortalidad. Porque los dioses existen, tenemos de ellos un conocimiento evidente; pero no son como cree la mayoría de los hombres. No es impío el que niega los dioses del común de los hombres, sino al contrario, el que aplica a los dioses las opiniones de esa mayoría. Porque las afirmaciones de la mayoría no son anticipaciones, sino conjeturas engañosas. De ahí procede la opinión de que los dioses causan a los malvados los mayores males y a los buenos los más grandes bienes. La multitud, acostumbrada a sus propias virtudes, sólo acepta a los dioses conformes con esta virtud y encuentra extraño todo lo que es distinto de ella.

En segundo lugar, acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que el bien y el mal no existen más que en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. Un conocimiento exacto de este hecho, que la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es temible el esperarla. Porque si una cosa no nos causa ningún daño en su presencia, es necio entristecerse por esperarla. Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte, no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos. Por tanto la muerte no existe ni para los vivos ni para los muertos porque para los unos no existe, y los otros ya no son. La mayoría de los hombres, unas veces teme la muerte como el peor de los males, y otras veces la desea como el término de los males de la vida. [El sabio, por el contrario, ni desea] ni teme la muerte, ya que la vida no le es una carga, y tampoco cree que sea un mal el no existir. Igual que no es la abundancia de los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de la vida la que nos agrada, sino que sea grata. En cuanto a los que aconsejan al joven vivir bien y al viejo morir bien, son necios, no sólo porque la vida tiene su encanto, incluso para el viejo, sino porque el cuidado de vivir bien y el cuidado de morir bien son lo mismo. Y mucho más necio es aún aquel que pretende que lo mejor es no nacer, «y cuando se ha nacido, franquear lo antes posible las puertas del Hades». Porque, si habla con convicción, ¿por qué él no sale de la vida? Le sería fácil si está decidido a ello. Pero si lo dice en broma, se muestra frívolo en una cuestión que no lo es. Así pues, conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si no tuviese que llegar con certeza.

En tercer lugar, hay que comprender que entre los deseos, unos son naturales y los otros vanos, y que entre los deseos naturales, unos son necesarios y los otros sólo naturales. Por último, entre los deseos necesarios, unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo, y los otros para la vida misma. Una teoría verídica de los deseos refiere toda preferencia y toda aversión a la salud del cuerpo y a la ataraxia [del alma], ya que en ello está la perfección de la vida feliz, y todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. Y una vez lo hemos conseguido, se dispersan todas las tormentas del alma, porque el ser vivo ya no tiene que dirigirse hacia algo que no tiene, ni buscar otra cosa que pueda completar la felicidad del alma y del cuerpo. Ya que buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento. Cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.

Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan. En efecto, en algunos casos tratamos el bien como un mal, y en otros el mal como un bien.

A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los que tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene fácilmente, mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Los alimentos más sencillos producen tanto placer como la mesa más suntuosa, cuando está ausente el sufrimiento que causa la necesidad; y el pan y el agua proporcionan el más vivo placer cuando se toman después de una larga privación. El habituarse a una vida sencilla y modesta es pues un buen modo de cuidar la salud y además hace al hombre animoso para realizar las tareas que debe desempeñar necesariamente en la vida. Le permite también gozar mejor de una vida opulenta cuando la ocasión se presente, y lo fortalece contra los reveses de la fortuna. Por consiguiente, cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar al alma la mayor inquietud.

Por tanto, el principio de todo esto, y a la vez el mayor bien, es la sabiduría. Debemos considerarla superior a la misma filosofía, porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz, que a su vez es inseparable de las virtudes.

¿Existe alguien al que puedas poner por encima del sabio? El sabio tiene opiniones piadosas sobre los dioses, no teme nunca la muerte, comprende cuál es el fin de la naturaleza, sabe que es fácil alcanzar y poseer el supremo bien, y que el mal extremo tiene una duración o una gravedad limitadas.

En cuanto al destino, que algunos miran como un déspota, el sabio se ríe de él. Valdría más, en efecto, aceptar los relatos mitológicos sobre los dioses que hacerse esclavo de la fatalidad de los físicos: porque el mito deja la esperanza de que honrando a los dioses los haremos propicios mientras que la fatalidad es inexorable. En cuanto al azar (fortuna, suerte), el sabio no cree, como la mayoría, que sea un dios, porque un dios no puede obrar de un modo desordenado, ni como una causa inconstante. No cree que el azar distribuya a los hombres el bien y el mal, en lo referente a la vida feliz, sino que sabe que él aporta los principios de los grandes bienes o de los grandes males. Considera que vale más mala suerte razonando bien, que buena suerte razonando mal. Y lo mejor en las acciones es que la suerte dé el éxito a lo que ha sido bien calculado.

Por consiguiente, medita estas cosas y las que son del mismo género, medítalas día y noche, tú solo y con un amigo semejante a ti. Así nunca sentirás inquietud ni en tus sueños, ni en tus vigilias, y vivirás entre los hombres como un dios. Porque el hombre que vive en medio de los bienes inmortales ya no tiene nada que se parezca a un mortal. 

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Carta a Meneceo, de R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder, Barcelona 1982, p.93-97.




jueves, 24 de mayo de 2018

Los tres modos de leer de un escritor, Ricardo Piglia





PIGLIA: Para responder a la pregunta de cómo leo también habría que diferenciar lo que yo llamo la lectura del escritor del modo de leer del crítico. Para el crítico la literatura es un saber sometido. No hay un saber en la literatura, hay un saber externo que se le aplica ya sea desde la lingüística, el psicoanálisis, la sociología, el marxismo, o los estudios culturales.
NÉSPOLO: Ahí dicrepo. Te referís a un tipo de crítica en concreto, la académica. Me gusta pensar que al menos hay dos clases de crítica. Una es esta. La otra es la cotidiana, la crítica de la prensa, los suplementos culturales, las revistas literarias, donde se libran los combates literarios de que hablaba Benjamin, y se dirimen cuestiones de mucho peso. Es cierto que la crítica académica es la que finalmente escribe la historia literaria y consolida el canon, pero...
PIGLIA: De acuerdo, pero yo me refería más a cómo se reflexiona sobre la literatura en un lugar o en otro. Podemos incluir a la crítica que circula en los medios de masas. Me parece que también ahí la relación con la literatura es muy instrumental, aunque tenga que ver con otro tipo de redes, como la urgencia, la velocidad de lectura, la idea de que se dirige a los lectores no especializados y debe ser pedagógica, la extensión que tienen esos críticos permitida para desarrollar sus hipótesis, el tipo de retórica etcétera.
Yo no me opongo a esa crítica, a veces da grandes resultados y yo mismo la he practicado, pero creo que tendríamos que pensar qué negocia la crítica periodística en relación al mundo de la cultura de masas. Un mundo que suele ser muy antiintelectual y que tiene como horizonte a un lector desinteresado de la cultura y al que hay que cautivar. Yo digo siempre que me parece mucho más interesante la sección deportiva de los periódicos que la sección cultural.
NÉSPOLO: ¿Por el estilo?
PIGLIA: No sólo por eso, sino por la teoría que encierra. La sección deportiva se hace para gente que entiende de eso que se está hablando. Las entrevistas son muy técnicas y los debates son de un nivel de rigor y de una sofisticación que llegan a incidir sobre la realidad. Mientras que los suplementos literarios tienden a explicar todo de nuevo cada vez como si al lector del deportivo le dijeran que un equipo de fútbol se forma con once jugadores, que hay un árbitro y que el juego consiste en meter la pelota en el arco contrario.
Sin embargo, me parece un universo apasionante, que tiene cada vez más peso. Yo ubicaría esta crítica en un espacio intermedio entre el mundo un poco abstracto de la cultura académica y la reflexión sobre la literatura que trato de rescatar, esa que surge de la literatura misma.
NÉSPOLO: ¿Cómo lee un escritor?
PIGLIA: Habría tres modos de leer de un escritor. Primero tiende a ver la construcción antes que la interpretación. Al escritor le interesa más cómo está hecho un libro que preguntarse qué significa. Quiere saber cómo funciona es máquina para construir otra. De allí que sus reflexiones sean tan específicas y técnicas, como pueden ser las de Nabokov.
Manuel Puig me dijo una vez "no puedo leer novelas, porque cuando las leo las corrijo", Es decir, para un escritor los libros nunca están terminados, los ve como si fueran un work in progress. Este es un tipo de lectura fluida y sin complejos que tiende a poner el acento, sobre todo, en cómo están hechas las cosas.
La segunda manera de leer de un escritor es lo que uo llamo la lectura estratégica. Tiene que ver con lo que vos te referías al hablar de Benjamin. La lectura de un escritor nunca es inocente.
NÉSPOLO: Porque lee desde adentro de un sistema literario...
PIGLIA: Con tribus, tensiones, enfrentamientos, con genealogías inventadas, y por lo tanto construyéndose redes propias. Un escritor es muy arbitrario y lee la historia de la literatura a su manera.
NÉSPOLO: Ese también es tu caso.
PIGLIA: Digamos que en parte sí. Pero a mí me interesa sobre todo la tercera manera de leer de un escritor, la que reflexiona sobre la literatura en las mismas novelas. Uno podría trazar una historia de la literatura a partir de lo que la propia literatura dice sobre los lectors, sobe los escritores, sobre los críticos, sobre las novelas. Sería una historia imaginaria que comenzaría con el Quijote. Yo leí El juguete rabioso de Arlt, de esa manera, como un texto sobre la circulación de la cultura. No digo que todos los libros hagan eso, pero sí más de los que pensamos.
NÉSPOLO: ¿Y qué opinás de los libros que lo hacen de manera muy explícita? Me refiero a autores como Vila-Matas, que ponen la reflexión metaliteraria en primer plano.
PIGLIA: Me gusta mucho Vila-Matas. No sé si se puede llamar a lo suyo metaliteratura, porque continúa una larga tradición de novelas literarias y habría que llamar así al Quijote también. Este tipo de novelas son las que más me interesan. A mí, el capítulo del Ulises de Joyce que más me gusta es el de la discusión en la biblioteca.
Ricardo Piglia
Entrevista con Matías Néspolo
Clarín. Revista nueva de literatura. Mayo-Junio 2005.
Foto: Ricardo Piglia





miércoles, 23 de mayo de 2018

Los libros imprescindibles de Philip Roth





Philip Roth, el autor de obras como «El Lamento de Portnoy» o «Pastoral Americana», ha fallecido hoy a los 85 años de edad en un hospital de Nueva York a causa de una insuficiencia cardíaca. Nacido en Newark, Nueva Jersey (Estados Unidos) el 19 de marzo de 1933, es el segundo hijo de una familia judío-norteamericana emigrada de la región europea de Galitzia (Ucrania) y estaba considerado uno de los mejores escritores norteamericanos de los últimos veinticinco años. ABC recuerda algunas de las obras que hicieron de Roth una figura destacada en la literatura de los últimos años.

«Pastoral americana»

Seymour Levov, modelo a seguir por todos los muchachos judíos de New Jersey, gran atleta y mejor hijo, sólido heredero de la fábrica de guantes que su padre levantó desde la nada, ha rebasado la mitad del siglo XX sin conflictos que puedan estropear su dorada Arcadia, una vida placentera que comparte con su mujer Dawn, ex Miss New Jersey, y con su hija Meredith. Y es en este preciso momento,con su vida convertida en un eterno día de Acción de Gracias en el que todo el mundo come lo mismo, se comporta de la misma manera y carece de religión, cuando el Sueco Levov verá derrumbarse estrepitosamente todo lo que le rodea.

«El lamento de Portnoy»

El largo relato que de sus frustraciones y complejos hace el protagonista, Alexander Portnoy, durante sus sesiones de psicoanálisis. Desde su crecimiento en un típico hogar judío de clase media en la Nueva Jersey de los años cuarenta, hasta su despertar sexual y el desasosiego que le provocan sus problemáticas relaciones con las mujeres, nada escapa a su agudo análisis y amarga autocrítica. Una lúcida e irónica visión, tremendamente divertida, de las costumbres y psicología judías, y del desmoronamiento del sueño americano.

«La conjura contra América»

Cuando el renombrado héroe de la aviación y fanático aislacionista Charles A. Lindbergh obtuvo una victoria aplastante sobre Franklin Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1940, el miedo invadió todos los hogares judíos de Norteamérica. Lindbergh no sólo había culpado públicamente a los judíos de empujar al país hacia una guerra absurda con la Alemania nazi, en un discurso transmitido por radio a toda la nación, sino que, tras acceder al cargo como trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos, negoció un «acuerdo» cordial con Adolf Hitler, cuyas conquista de Europa y virulenta política antisemita pareció aceptar sin dificultad.

«Sale el Espectro»

Philip Roth dice adiós a su alter ego: Nathan Zuckerman. Veintiocho años después de introducir a Zuckerman en «La visita al maestro», Roth le dice adiós a su célebre protagonista y alter ego. En esta novena novela, Zuckerman ya es un hombre anciano, atormentado por la pérdida de sus medios económicos y el temor de ver morir a los que le quedan. Tras once años en Massachusetts, regresa a Nueva York, donde se cruza con una nueva generación de escritores, pero también con un viejo amigo moribundo. Sale el espectro es un estudio profundo de la obsesión, del olvido, de la resignación y del deseo imposible de satisfacer.

«Elegía»

En esta novela Roth desvía su atención hacia la lucha crónica de un hombre contra la mortalidad. El destino del protagonista de la novela comienza con la primera y abrumadora confrontación con la muerte en las idílicas playas de sus veranos infantiles, pasando por los problemas familiares y los logros profesionales en su edad adulta, hasta llegar a su vejez, momento en el que se siente desgarrado al comprobar el deterioro de sus contemporáneos y el suyo propio. Creativo publicitario de éxito con una agencia de publicidad en Nueva York, el protagonista es padre de dos hijos de un primer matrimonio, que lo desprecian, y de una hija de un segundo matrimonio, que lo adora, además del amado hermano de un buen hombre cuyo bienestar físico despierta en él una amarga envidia y el solitario ex marido de tres mujeres con quien ha mantenido matrimonios desastrosos. Es, por fin, alguien que acaba siendo aquello que no quería llegar a ser. Elegía hace referencia a una obra de teatro alegórica y anónima del siglo XV, un clásico del antiguo drama inglés, cuyo tema es la evocación de la vida en la muerte.

«Goodbye Columbus»

Es el primer libro de Philip Roth. La novela corta de la que toma el título narra el idilio veraniego de dos jóvenes universitarios. Neil Klugman procede de la parte pobre de Newark, y la preciosa Brenda Patimkin, de la zona residencial. Tal vez por eso, en su apasionada aventura intervienen decisivamente la noción de clase y la desconfianza. Completan este volumen cinco relatos cuyo tono va de lo iconoclasta a lo asombrosamente tierno, y que arrojan luz sobre el conflicto entre padres e hijos, y amigos y vecinos de la diáspora judía norteamericana.

«El animal moribundo»

David Kepesh, a sus ochenta años, confiesa a un personaje desconocido una de sus últimas experiencias sentimentales: la que mantuvo con Consuelo Castillo, una joven cubana, casi cincuenta años más joven que él. Desde que la revolución de los sesenta lo liberó de sus ataduras familiares, Kepesh, profesor universitario, famoso periodista, un hombre seductor, inteligente y culto, ha vivido al margen de cualquier compromiso. Y tiene una rica fuente para sus conquistas dentro de sus propias clases. A las puertas de la vejez, la vitalidad y la hermosura de Consuelo enfrentarán al protagonista con el significado de su vida.

«Némesis»

En el «calor sofocante de la Newark ecuatorial» una espantosa epidemia causa estragos y amenaza con dejar a los niños de la ciudad de Nueva Jersey mutilados, paralizados o minusválidos, e incluso con matarlos. Este es el sorprendente tema de la obra de Roth: una epidemia de polio que tiene lugar en un tiempo de guerra, el verano de 1944, y sus efectos sobre la comunidad de Newark, regida por la cohesión y los valores de la familia, y sobre sus niños. El protagonista de Némesis es Bucky Cantor, un joven de veintitrés años responsable de las actividades al aire libre de los alumnos de una escuela, lanzador de jabalina y levantador de pesas, que vive volcado en sus pupilos y frustrado por no haber podido ir a la guerra con sus coetáneos a causa de un defecto de visión.

«La humillación»

Para Simon Axler, uno de los principales actores teatrales norteamericanos, todo ha terminado. Ya sexagenario, ha perdido su magia, su talento y la seguridad en sí mismo. Imagina que la gente se ríe de él, no puede fingir que es otra persona. Su mujer se ha ido, su público le ha abandonado, su agente no puede persuadirle de que vuelva a actuar. De repente, estalla otra trama: un deseo eróticofuera de lo corriente que sirve de consuelo a su vida desposeída, pero que es tan arriesgado y aberrante que no apunta hacia el alivio y la gratificación, sino a un final aún más sombrío y espantoso.

«La Mancha Humana»

Durante el turbulento verano del escándalo Lewinsky, Coleman Silk, decano de universidad, ve cómo su carrera se arruina por pronunciar una expresión poco afortunada. La fiebre de lo políticamente correcto —la nueva caza de brujas en EE.UU.— desata, a partir de una sola frase, consecuencias devastadoras. Pero más allá de las acusaciones que recibe de ser racista o de llevar una aventura amorosa con una mujer joven, Silk guarda un secreto que debe ocultar si quiere sobrevivir en una sociedad opresiva. Philip Roth escribe con su habitual lucidez y nos deleita con la reaparición de su alter ego, el escritor Zuckerman.


lunes, 21 de mayo de 2018

Acquaroni, Hidalgo, Sanz, García-Rojo


Artículo de Ramón Irigoyen publicado en “Diario de Navarra”. Lunes, 21 de mayo de 2018
El ángel exterminador, quizá enfurecido conmigo porque estoy disfrutando mucho con la lectura del espléndido libro Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos (La Esfera de los Libros),  de Federico Jiménez Losantos, me impide, con su espada flamígera, la asistencia a la presentación de tres libros y de un espectáculo teatral. Asistí el lunes, 7 de mayo, a la entrega de la 35ª edición de los Premios Ortega y Gasset en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con brillantes discursos de Juan Luis Cebrian, presidente de El País, y de Antonio Caño, director de este diario y, a partir de ese día, mi vida social quedó reducida a mis experiencias de cliente en el supermercado y en un establecimiento de arreglos y composturas de confección al que confié  un par de prendas.
Desde las once de la mañana del miércoles, 9 de mayo, hasta las diez de la noche del viernes, 18 de mayo, la espada del ángel exterminador me ha acosado día y noche y no he podido asistir a actos que me atraían como, en su día, sedujeron   a Ulises las sirenas. El miércoles, 9 de mayo, Noni Benegas, Juan Carlos Mestre y Manuel Rico presentaron en La Casa Encendida de Madrid el libro de poemas La casa grande (Editorial Bartleby) de  Rosana Acquaroni. La víspera del acto, el 8 de mayo,  le envié a esta excelente poeta y gran lingüista un correo de dos líneas en el que, con excesiva suficiencia humana, le decía literalmente “Asistiré” sin añadir el aconsejable “Dios mediante” y, a partir de ese día, sin duda por mi impiedad, el ángel exterminador – ¡y durante diez días! – me hizo un implacable marcaje al hombre como si fuera un paparazzi del periodista pamplonés Eduardo Inda pegado a los talones – físicos y bancarios – de Pablo Iglesias e Irene Montero, que hoy son noticia  en el mundo entero. ¡Y vivan las rimas de los maravillosos pareados del poema “Los centauros” de Rubén Darío aunque – “Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora…” -me han llevado a rimar ‘Irene Montero’ con ‘el mundo entero’!
El jueves, 10 de mayo, la escritora Marta Sanz y la editora Silvia Sesé presentaron en la madrileña Librería La Buena Vida la novela Amour fou (‘Amor loco’), publicada por Anagrama,  de Marta Sanz. Las novelas Susana y los viejos, finalista del premio Nadal, Farándula, galardonada con el premio Anagrama, y Clavícula, han colocado en el candelabro – que es, claro, mucho más que en el candelero –  de la narrativa española actual a esta doctora en filología hispánica.  
El miércoles, 16 de mayo, el periodista Ignacio Camacho presentó en el madrileño Ámbito Cultural de El Corte Inglés Pensar en España (Editorial Confluencias) del periodista, novelista y ensayista pamplonés  Manuel Hidalgo. En este soberbio libro, prologado por Iñaki Gabilondo,  16 importantes historiadores, filósofos, ensayistas políticos, poetas, novelistas, dramaturgos y cineastas, nos dan las claves para entender lo que los españoles – y españoles son incluso los delirantes hispanófobos de Cataluña, País Vasco, Navarra y otras merindades patrias – hemos sido y somos en la variedad de nuestra geografía y culturas.
El viernes, 18 de mayo, se representó en el Centro Cultural Pablo Iglesías de Alcobendas (Madrid) Teatro Fusión. Este título agrupa cuatro obras cortas que se fusionan para deleite de los espectadores. Isabel Rivas es la autora de tres de estas obras. La cuarta obra es un entremés de Enrique Jardiel Poncela adaptado por Lo Que Viva El Gallo. Intervinieron en la obra – y mencionados por orden alfabético – Chicky Álvarez, Antonia Barradas, Eduardo García-Rojo, Rosa Igualada, Antonio Lagar, Isabel Rivas, Pilar Ruiz, Sara Ruiz y Patu Vasco.
He asistido a quizá media docena de espectáculos dirigidos por el magnífico director y actor Eduardo García-Rojo. De aquellos espectáculos y de las intervenciones de la excelente actriz Antonia Barradas guardo el mejor recuerdo. Por eso lamento muy profundamente el artículo 155 de nuestra Constitución que me ha aplicado, blandiendo su terrorífica espada,  el ángel exterminador. Este ángel, criado a los pechos de Donald Trump,  me ha impedido asistir a estos actos que me han silbado, noche y día, día y tarde,  sin cesar,  como las sirenas del divino mar Egeo.