sábado, 13 de octubre de 2018

No existe paz posible entre el novelista y el agélaste, Milan Kundera





Novelista es aquel que, según Flaubert, desea desaparecer detrás de su obra. Desaparecer detrás de su obra: esto quiere decir renunciar al papel de personalidad pública. Ello no es fácil en la actualidad, en la que todo lo importante, por poco que sea, debe pasar por la escena insoportablemente iluminada de los mass media; los cuales, contrariamente a la intención de Flaubert, hacen desaparecer la obra detrás de la imagen de su autor. En esta situación, a la que nadie puede escapar por entero, la observación de Flaubert se me presenta casi como una puesta en guardia: prestándose al papel de personalidad pública, el novelista pone en peligro su obra, que corre el riesgo de ser considerada como un simple apéndice de sus gestos, de sus declaraciones, de sus tomas de posición. Pues bien, el novelista no sólo no es el portavoz de nadie, sino que yo llegaría a decir que ni siquiera es el portavoz de sus propias ideas. Cuando Tolstoi escribió el primer esbozo de Ana Karenina, Ana era una mujer antipática y estaba justificado y se merecía su fin trágico.
La versión definitiva de la novela es muy diferente. Pero no creo que Tolstoi, de una versión a otra, cambiara de ideas morales; yo diría más bien que, mientras la escribía, escuchaba una voz distinta de la de su propia convicción moral. Escuchaba lo que a mí me gustaría llamar la sabiduría de la novela. Todos los verdaderos novelistas están a la escucha de esa sabiduría suprapersonal, lo que explica que las grandes novelas sean siempre un poco más inteligentes que sus autores. Los novelistas que son más inteligentes que sus obras deberían cambiar de oficio.
Pero ¿qué es esta sabiduría, qué es la novela? Hay un proverbio judío admirable: "El hombre piensa, Dios ríe". Inspirado por esta sentencia, me gusta imaginar que François Rabelais oyó un día la risa de Dios y que fue así como nació la idea de la primera gran novela europea. Me complazco en pensar que el arte de la novela vino al mundo como el eco de la risa de Dios.
Pero ¿por qué se ríe Dios contemplando al hombre que piensa? Porque el hombre piensa y la verdad se le escapa. Porque cuanto más piensan los hombres, más se aleja el pensamiento del uno del pensamiento del otro. En fin, porque el hombre nunca es lo que imagina ser. Es en el alba de los tiempos modernos cuando se revela esta situación fundamental del hombre salido de la Edad Media: Don Quijote piensa, Sancho piensa, y no sólo se les escapa la verdad del mundo, sino también la verdad de su propio yo. Los primeros novelistas europeos vieron y entendieron esta nueva situación del hombre, y sobre ella fundaron el arte nuevo, el arte de la novela.
François Rabelais inventó muchos neologismos que luego entraron a formar parte de la lengua francesa y de otras lenguas, pero una de esas palabras ha permanecido olvidada, y ello es de lamentar. Es la palabra agélaste; está tomada del griego y quiere decir el que no ríe, el que no tiene sentido del humor. Rabelais detestaba a los agélastes. Tenía miedo de ellos. Se quejaba de que fuesen tan atroces con respecto a él que a causa de los mismos había estado a punto de dejar de escribir, y para siempre.
No existe paz posible entre el novelista y el agélaste. No habiendo escuchado nunca la risa de Dios, los agélastes están persuadidos de que la verdad es clara, de que todos los hombres deben pensar lo mismo y que ellos son exactamente lo que imaginan ser. Pero es precisamente al perder la certidumbre de la verdad y, el consentimiento unánime de los otros cuando el hombre deviene individuo. La novela es un paraíso imaginario de los individuos. Es el territorio donde nadie está en posesión de la verdad, ni Ana ni Karenina. Ha sido en el arte de la novela donde, durante cuatro siglos, se confirmaba, se creaba, se desarrollaba el individualismo europeo.
En el tercer libro de Gargantúa y Pantagruel, Panurgo, el primer gran personaje novelesco que ha conocido Europa, está atormentado por la pregunta: ¿debe casarse o no? Consulta a médicos, a videntes, a profesores, a poetas, a filósofos, quienes a su vez le citan a Hipócrates, Aristóteles, Homero, Heráclito, Platón. Pero después de todas esas enormes investigaciones eruditas, que ocupan todo el libro, Panurgo sigue ignorando si debe o no debe casarse. Nosotros, los lectores, tampoco lo sabemos, pero en cambio hemos explorado desde todos los puntos de vista posibles la situación, tan cómica como elemental, de aquel que no sabe si debe casarse o no.
La erudición de Rabelais, tan grande como era, tiene, pues, un sentido distinto que la de Descartes. La sabiduría de la novela es diferente de la de la filosofía. La novela no nace del espíritu teórico, sino del espíritu del humor. Uno de los fracasos de Europa es el de no haber comprendido nunca el arte más europeo: la novela; ni su espíritu, ni sus inmensos conocimientos y descubrimientos, ni la autonomía de su historia. El arte inspirado por la risa de Dios es, por esencia, no tributario, sino contradictor de las certezas ideológicas. A imitación de Penélope, deshace durante la noche la tapicería que los teólogos, los filósofos, los sabios han tejido la víspera.
Milan Kundera
Discurso con motivo de la entrega del
Premio de Jerusalén a la libertad, 1985

martes, 9 de octubre de 2018

Coleccionistas de yoes


  • ¿Por qué hay tan pocos diarios en la literatura española? Anna Caballé escribe el primer diccionario del género y da una pista: la Contrarreforma y la Inquisición no tenían mucho afecto por los dietarios. 








El 8 de marzo de 1918 la famosa epidemia de gripe asola Europa y Josep Pla inaugura en Palafrugell su diario con cubiertas de gris moteado: «Escribiré -solo para pasar el rato, a la buena de Dios- lo que me vaya sucediendo». Y lo que le sucede es la vida relatada de forma excepcional en un dietario que se convertirá en uno de los escasos modelos de la tradición española: 'El cuaderno gris'.
La profesora de la Universidad de Barcelona y responsable de la Unidad de Estudios Humanísticos, Anna Caballé, apunta otros ejemplos como los estupendos diarios de Rosa Chacel, que escribía en cuadernos regalados; los más de 200 cuadernos de letra minúscula de Luis Felipe Vivanco; los diarios dibujados de Carlos Barral; o los collages, dibujos, leyendas, apuntes para libros, anotaciones de sueños en los «cuadernos de todo» de Carmen Martín Gaite, nacidos de un cuaderno escolar que le regaló su hija.
Caballé es la referencia en el mundo de la memoria y la autobiografía en España y acaba de obtener el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos, que otorga la Fundación José Manuel Lara, por Pasé la noche escribiendo. 'Poéticas del diarios español', un diccionario que rescata y recopila ejemplos de la literatura del yo en un país sin tradición autobiográfica. Otra anomalía más de esta «melancólica península metafísica». Es curioso el caso español, porque en realidad España es uno de los primeros países en incorporar autobiografías en pleno Renacimiento europeo: el 'Diario' de Ignacio de Loyola, el de Colón, las cuentas de conciencia o el 'Libro de la vida' de Teresa de Jesús. Claro que ese estreno se frustra tan pronto como surge porque coincide con la Contrarreforma, que anula el librepensamiento sobre uno mismo y practica la intolerancia contra la introspección que suponen los diarios. «La Inquisición busca además la impureza de la sangre. ¿Y quién se atreve a decir cuáles son sus orígenes?», señala Anna Caballé.
El diario es una víctima del fuego cruzado de la trágica Historia de España. Un género que podría haber sido un refugio, aunque clandestino, en un país que prohibió el examen de conciencia y que prefirió la confesión ante un sacerdote. «Mi tesis se basó en confirmar un ensayo de Gramsci en el que afirmaba que en momentos de censura, el diario podía ser una manera subterránea de rebelarse. Sin embargo, resultó todo lo contrario porque la limitación de la libertad de conciencia tiene repercusiones en la censura pública y también repercusiones morales íntimas ya que la gente se autocensura. En la Guerra Civil la gente quemaba papeles personales. Por eso se perdieron diarios. No hay nada más comprometedor que un diario», apunta Caballé.
El diccionario de Anna Caballé es un viaje por diariosconfesionales, terapéuticos, literarios, angustiosos, simbólicosy hasta por las anotaciones de personajes célebres que parecen sufrir una curiosa versión de la metereopatía. Es el caso de Jovellanos, que escribió un diario en su destierro de Gijón, y que anota acerca del domingo 27 de noviembre de 1791: «Día sin una nube en el cielo». 
En estos diarios conocemos cómo pudo ser, por ejemplo, ese 27 de noviembre de 1791, según lo describió Jovellanos. Una simple curiosidad para coleccionistas de ayeres, pero también se encuentran diarios que son una defensa ante la rabia: «Me hirvió la sangre ante la indiferencia», escribe Max Aub en 1969 cuando su diario 'La gallina ciega' le sirve para luchar contra el desengaño terrible que tiene al regresar en un breve viaje a España desde su exilio mexicano y darse cuenta de que todo el mundo ha olvidado la Guerra Civil y, por supuesto, lo que significaron los desterrados. Max Aub es consciente de que nadie lo conoce. «Ese diario resume el choque entre un hombre que dejó un Madrid y una Barcelona del año 1938 y se encuentra con otro mundo. Normalmente los diarios de los exiliados son un grito de angustia, porque el exiliado español en general no consigue adaptarse a las nuevas circunstancias. Vive permanentemente pensando en lo que dejó atrás», aclara Anna Caballé sobre la particularidad de los diarios del exilio, casi una excepción en la escasa tradición española por el género.
Uno de los principales deseos de Anna Caballé es que este libro sirva para activar el interés por los diarios y subrayar su valor. Su obsesión: que aparecieran diarios escritos por mujeres durante el siglo XIX español, desaparecidos quizás porque, cuando se casaban, había que borrarlo todo. «Debieron de existir muchísimos. De hecho, Clarín lo cita en 'La Regenta'. Y un escritor realista no cita porque sí. Era una realidad evidente en esa época».
Con este diccionario Anna Caballé ha querido hacer balance de una época del diarismo, porque la literatura del Yo es ahora un género sacudido por las nuevas tecnologías con los diarios digitales, los blogs o Facebook. «Estamos al final de una época y yo quería hacer el inventario de esta época, porque ahora está empezando otra que tendrá sus nuevos diaristas. Antes los diaristas no pensaban ni siquiera en la publicación y ahora se escribe pensando en cuántas visitas va a tener». 


Últimas entradas del diario de Ricardo Piglia


La edición póstuma de la tercera entrega del dietario del escritor argentino trata los años de su enfermedad. Babelia, que inició su publicación en 2011, adelanta nuevos fragmentos



El escritor argentino Ricardo Piglia.Ampliar foto
El escritor argentino Ricardo Piglia. MARIANA ELIANO

 La marea baja



Lunes
A medianoche, cuando afloja el calor, salimos a caminar. Cruzamos la ciudad, que va envejeciendo a medida que nos acercamos al río por el sur. En el Bajo, la costanera es bellísima. Hay parrillas con mesas al aire libre bajo los árboles. Pescadores en la escollera, de espaldas a la ciudad, con sus cañas y sus aparejos. Un parque de diversiones con farolitos de colores y juegos medio arruinados. Éste es el mundo de Alrededor de la jaula y En vida, dos de los mejores libros de Haroldo Conti. Las luces lejanas de los barcos que cruzan el río son el único horizonte de esas historias sin salida.
Habitualmente los narradores más líricos y más atentos al paisaje narran el río. Se han escrito varias obras maestras en esa línea: Zama, de Di Benedetto; El limonero real, de Saer; Sudeste, de Conti; La ribera, de Wernicke; Hombre en la orilla, de Briante. Buscan la lentitud; tienden a narrar en presente lo que ya sucedió. Algunas novelas de Conrad se mueven en esa dirección: la calma chicha es la motivación del relato. En El corazón de las tinieblas, mientras esperan que suba la marea del Támesis, Marlow cuenta la historia. Cuanto más profunda es la quietud, más intensa es la narración. La dispersión del flujo del tiempo se frena y la bajante la calma, la creciente que no llega se convierte en una metáfora del arte de narrar.
Martes
Voy al dentista. Me recomendó usar una placa de descanso. Es una línea de acrílico transparente —y muy firme— que reproduce la parte superior de la dentadura. De ese modo al dormir no seguiré haciendo rechinar los dientes. El crujir y el castañeteo eran signos de terror en las historietas y las novelas de aventuras que leía de chico. A la noche duermo apaciblemente y sueño que viajo en tranvía.

Me he refugiado en la mente, en el lenguaje, en el porvenir. No puedo ya vestirme solo, así que me he hecho confeccionar una capa

Jueves
Viene a casa Fernando Kriss, un amigo de toda la vida, profesor de filosofía, inactivo, o mejor, desactivado, según dice. Trae dos botellas de vino blanco. Compramos comida árabe en el restaurante de la esquina y nos sentamos a comer en el patio. Sin entrar en la moda actual donde todos hacen de expertos y dan varias vueltas con la copa en la nariz antes de tomar un poco de vino, empezamos una discusión delirante sobre la diferencia entre el Chardonnay y el Chenin. Podríamos aplicar, dice Fernando en la mitad de la primera botella, a la diferencia entre los vinos la teoría de los conjuntos borrosos. Es un tipo de lógica que pretende introducir silogismos no-perfectos, es decir, un conocimiento incierto y difuso. El razonamiento está basado en experiencias similares pero no idénticas, imprecisas, digamos. Se ha casado cuatro veces. Hace un mes, su última mujer se fue de viaje y volvió a la semana sin que Fernando se hubiera dado cuenta de su ausencia. Llama a esos acontecimientos una experiencia con los conjuntos borrosos. Por ejemplo, dice, los periodistas ocupan hoy el lugar de los intelectuales y los intelectuales se han identificado con los periodistas. Típico caso de un conjunto borroso. Algunos de los intelectuales que en la época de los militares apoyaron la guerra de las Malvinas han firmado ahora una solicitada defendiendo la posición de Gran Bretaña. No son oportunistas, se divierte mi amigo, son sólo borrosos. Abrimos la segunda botella de vino. Al aire libre, la noche está espléndida.
Viernes
En octubre de 1921 Kafka entregó sus cuadernos a Milena. (“¿Has encontrado en el diario algo decisivo contra mí?”). Lo mismo hace Tolstói con Sofia, su futura mujer (y ella nunca se lo perdona), y también Nabokov con Véra. En distintos momentos Pavese piensa en esa posibilidad (“Lo escribo para que ella lo lea”). En mi caso, quienes han vivido conmigo no sólo leen estos cuadernos sino que además escriben en ellos. Unas veces hay precisiones sobre el contenido (en realidad pasamos la noche en el tren) y otras sobre la forma (¡qué sintaxis espantosa!). Nunca escondo estos cuadernos porque no hay nada que esconder. Y quien los interviene sólo quiere hacer saber que los ha leído.
Un día perfecto
Viernes
Alguien recordó que el atardecer no existía como tema poético para los griegos. Todo el mérito era para el amanecer y sus múltiples metáforas: la aurora, el alba, el despertar. Recién en Roma, con la declinación del imperio, Virgilio y sus amigos empezaron a celebrar el ocaso, el crepúsculo, el fin del día.
¿Habría entonces escritores del amanecer y escritores del crepúsculo? Ésas son las listas que me gusta hacer. Pero, en cambio, ahora que ha caído la noche y me alumbra una vieja lámpara me gustaría rememorar un sentimiento ligado a la puesta de sol. ¿Cómo podríamos definir un día perfecto? Tal vez sería mejor decir: ¿cómo podría yo narrar un día perfecto?
¿Para eso escribo un diario? ¿Para fijar —o releer— uno de esos días de inesperada felicidad?

Antes, cada dos por tres entraba en una polémica pública. Ahora no le encuentro sentido a ese murmullo incesante de opiniones

La caída
Hoy me he vuelto a caer, acontecimiento siempre sorprendente y estúpido, me levanté trabajosamente. En la cama, dificultades demoniacas para sentarme, luego busco en el ropero el pantalón y al girar caigo. Carola alucina, el portero sube. “No se preocupe, don Emilio”, me dice, llega con el joven mucamo que recibe a los clientes de Deborah, la travesti que atiende en el piso 3. Entre los dos me ayudan a volver a la vida.
Martes
Morir es difícil, algo me sucede, no es una enfermedad, es un estado progresivo que altera mis movimientos. Esto no anda. Empezó en septiembre del año pasado, no podía abrochar los botones de una camisa blanca.
Lunes
Vendo mi biblioteca, necesito espacio. Conservo sólo 500 libros, la biblioteca ideal, con esa cantidad se puede trabajar. He empezado a declinar inesperadamente. No hay que quejarse.
Sábado 5
Mi vida depende ahora de la mano derecha, la izquierda empezó a fallar en septiembre después de que terminé el programa de televisión sobre Borges. Me sucedió en ese momento, pero no a causa de eso. Los médicos no saben a qué se debe. El primer síntoma fue que no podía hacer movimientos finos, los dedos ya no me obedecían.
Lunes
La mano derecha está pesada e indócil pero puedo escribir. Cuando ya no pueda…
Siento que crece en el cuerpo un hormiguero, una batea. Quiero estar seguro antes de anotarlo. Escrupuloso hasta el fin.
Siempre quise ser sólo el hombre que escribe.
Me he refugiado en la mente, en el lenguaje y en el porvenir. No puedo ya vestirme solo, así que me he hecho confeccionar una capa, o mejor, una túnica que me cubre el cuerpo cómodamente, con dos lazos para atarla. Tengo dos atuendos; mientras uno se lava, uso el otro, son de lino color azul, no necesito nada más.
La enfermera meretriz puede entrar en el cuarto a cualquier hora, mientras yo, entre los pliegues de la cama, miro la ciudad por la ventana.
El papagayo en una jaula.
La silla de ruedas, el andar mecánico, el cuerpo metálico.
La enfermedad como garantía de lucidez extrema.
Una dolencia pasajera.
Para no desesperar, he decidido grabar algunos mensajes en voz alta en una diminuta grabadora digital que reposa en el bolsillo alto de mi capa, ¿o de mi caparazón?
Si uno puede usar su cuerpo, lo que dice no importa.
El genio es la invalidez.

Cuando el periodismo se vuelve mitología

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Amy Adams como Camille Preaker en "Heridas abiertas” CreditAnne Marie Fox/HBO
Camille Preaker, la protagonista de Heridas abiertas, es una periodista que escribe simultáneamente en su cuaderno de notas y en su propio cuerpo. El libro que hemos leído o la serie que hemos visto se revelan, al final, como la crónica en primera persona de su investigación de los asesinatos que ha sufrido el pueblo donde se crio. En su piel, en cambio, se encuentra su autobiografía: los mensajes de odio y los cortes que se ha infligido a sí misma desde la adolescencia.
En ese personaje escindido encontramos una elocuente metáfora de la figura del periodista en el siglo XXI. Se trata de alguien que produce al mismo tiempo discurso sobre el mundo y sobre sí mismo.
El oficio se ha vuelto tremendamente autoconsciente a causa de la crisis que lo amenaza como una guillotina apocalíptica. Y el sujeto que lo encarna ya no habla a través de un único canal oficial, el del medio para el que trabaja, sino que también lo hace diariamente por canales que reclaman su subjetividad, su experiencia, la excepcionalidad que justifica la existencia de esa profesión amenazada por la producción de contenidos.
Esa difícil división queda clara en otra serie de este año, el documental en cuatro capítulos El cuarto poder, que muestra el primer año de la presidencia de Donald Trump a través de la cobertura que realiza The New York Times. Al mismo tiempo que la dirección del diario decide llamar la atención a sus reporteros más célebres sobre su uso indiscriminado de las redes sociales, se lleva a cabo un recorte de personal debido a la transformación digital de la empresa. La elevada fe en la verdad tiene que descender para negociar con los lodos de la precariedad.
Al periodismo le ocurre lo mismo que a las librerías y a los libros en papel: amenazado por la digitalización del mundo, se ha vuelto narrativamente atractivo. En la etimología de la palabra “crisis” se encuentra tanto la idea de conflicto como la de separación y la de juicio.
Pero en el contexto de Amazon o Wikipedia, nuestra relación con los medios de comunicación tradicionales se reviste de una pátina de romanticismo y en el proceso de duelo prematuro eliminamos la crítica.
Si el futuro es el que dibuja El cuento de la criada, con esa redacción de The Boston Globe en ruinas, hay que entregarle al periodismo nuestro amor incondicional, aunque eso signifique pagar la suscripción de Netflix para consumir ficciones sobre investigaciones mediáticas del pasado reciente en vez de pagar la suscripción a algún diario para que sean posibles en el inminente futuro.
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Tom Hanks como Ben Bradlee y Meryl Streep, quien interpretó a Katharine Graham, en “Los archivos del Pentágono”.CreditNiko Tavernise/20th Century Fox, vía Associated Press
Y hay que idolatrar a los grandes periodistas, héroes supervivientes de un mundo en extinción. Convertirlos en protagonistas de unas historias en que siempre fueron personajes secundarios. Por eso, aunque el título del documental de Netflix sea Voyeur, la película no habla tanto sobre Gerald Foos, el dueño de un motel que diseñó para espiar durante décadas a sus huéspedes, como sobre el propio Gay Talese, autor de un libro anacrónico, gran escritor, mito viviente.
Aunque en Los archivos del Pentágono (2017) Steven Spielberg haya rescatado y mitificado una historia de los años setenta, ese romanticismo es sobre todo contemporáneo.
Camille Preaker sacrifica hasta su cordura por resolver el caso; los protagonistas de El cuarto poder renuncian a su vida privada para desenmascarar a Trump, defender la democracia y ganar premios Pulitzer; Spotlight (2015), que cuenta cómo los reporteros de The Boston Globe demostraron la existencia de una red de pederastia en la Iglesia, reconstruye en clave de épica realista la primera gran hazaña del periodismo de este siglo; y qué lástima que la cancelación de The Newsroom (2012-2014) impidiera que Aaron Sorkin editorializara a través de la ficción la presidencia trumpiana.
Pero hay indicios de que las plataformas de noticias y contenidos también van a crear su propia épica en tiempo real: su propio contrarrelato. El pasado agosto se estrenó Follow this, una serie de Netflix que sigue a reporteros de BuzzFeed durante sus investigaciones. Aunque el sitio cultive sobre todo las listas y la viralidad, la docuserie reivindica su dimensión periodística (que no riñe con el entretenimiento).
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De izquierda a derecha: Rachel McAdams como Sacha Pfeiffer, Mark Ruffalo como Michael Rezendes, Brian d’Arcy James como Matt Carroll, Michael Keaton como Walter “Robby” Robinson y John Slattery como Ben Bradlee, en una escena de la película “Spotlight”. CreditKerry Hayes/Open Road Films
Si para Mark Zuckerberg y Facebook ver La red social fue un trauma, no es descabellado que las plataformas que no han conseguido neutralizar una narrativa mediática más o menos adversa, acaben produciendo su propia versión de los hechos. Sí: imagino una película sobre Jeff Bezos, un Amazon Original, por supuesto.
En su primer libro, No hemos entendido nada, el periodista peruano Diego Salazar analiza con lucidez crítica y desconfianza sistemática el ecosistema periodístico de estos tiempos algorítmicos. En su prólogo se encuentran los dos polos entre los que hay que interpretar el auge del periodismo como tópico narrativo y como objeto de reflexión.
Escribe Salazar que durante la redacción del volumen tuvo la sensación de estar escribiendo su “propio obituario” y el de su oficio. Y después sostiene que el periodismo es hoy parte de la industria del entretenimiento.
Para que el espectáculo pueda continuar pese a ese trasfondo sombrío, el periodista se ha convertido en el protagonista de la historia; y su oficio, en un horizonte, si no mitológico, al menos romántico o —como diría Will McAvoy— quijotesco.