viernes, 26 de octubre de 2018

El paseo sirvió by Jimena Larroque Aranguren






El paseo sirvió
Cuánto tiempo sin saber de ti. Te mando una postal del lugar donde he estado dos días con motivo de un curso de formación para profesores noveles en colegios e institutos de Francia que no me servirá para nada, sólo para comprobar que casi todo el mundo sigue siendo dócil ante la jerga, la especialización y las directivas del Ministerio de Educación. Para ser una profesora de español digna de la República Francesa, no sólo tenemos que enseñar español sino manejar términos, practicar evaluaciones de diferentes tipos, validaciones, convalidaciones, no poner notas-sanción sino notas-motivación, y sobre todo, que el enternecedor pupilo no sea únicamente un alumno-activo sino un alumno-actor (imagínate a más de una veintena de actores en ciernes haciendo su numerito). Y en cuanto se nos ponga a tiro, rociar a los chavales con las nociones típicas de nuestra contemporaneidad, que vaya si somos modernos.
“¿En qué medida el multiculturalismo permite nuestro enriquecimiento personal?”, voilà la problemática de época que tenemos que plantear a nuestros alumnos de colegio e instituto para cumplir con el triángulo mágico – triángulo con sus tres puntas, vean el croquis – que se refieren a “reflexionar”, “cultivarse” y “comunicar”. Menudo panorama. Cómo transmitir esto con elegancia y eficacia. Qué pensaría el viejo Horacio y dónde me meto su preceptiva del “docere”, “movere”, “placere”. Qué nos han enseñado las guerras y los Reich, si no es que la maquinaria burocrática e imparable desbroza el humanismo ya de por sí marginal y que la fascinación ante el lenguaje especializado lo impregna todo. Mira cómo se me multiplican las problemáticas.
Y del otro lado de la barrera, telita lo que te puedes encontrar en un instituto de un pueblo francés, aunque no sea la banlieue sino un pueblo grande sembrado de remolachas en su entorno. Te puedes encontrar con una mezcla muy abigarrada de estupidez, violencia, altivez y reincidencia. Da mucho que pensar. Cómo coño se deshacen esas dinámicas mezquinas, esa confortable estulticia en la que algunos chavales se instalan con sus chándales y sus cascos en las orejas. Cómo encarnar al Louis Germain, el instituteur de Camus, o a la Michelle Pfeiffer con destino en el Bronx para acabar cantando todos juntos gospel en español, s’il vous plaît, que es lo que me toca enseñar.
Las jornadas de formación no me sirven, pero el paseo que me di luego puede que sí me sirva. Quizás porque fue un poco tristón, con esa tristeza ordinaria y tibia de noria detenida, de muerte correteando por las ramas de los árboles. Resulta que pienso mucho en la muerte. Ayer en el coche, de vuelta de aquella ciudad a mi pueblo, escuché en la radio “Strange fruit” en la voz de Billie Holliday, que habla del asesinato de un negro a manos de blancos, la visión del cuerpo colgado de un árbol. Ayer hizo cuatro años que mi amiga también se colgó. “Strange fruit”. Es su aniversario, ella lo quiso.
Y es que últimamente estoy teniendo sueños agitados y repetidos: voy en coche, pierdo el control, estoy a punto de matarme. Es tan rápido que vuelo hacia un final abstracto, un brochazo rojo atrapado entre los hierros. Pero antes del golpe definitivo, tengo un sentimiento de amor y de agradecimiento como nunca he sentido, como si ese amor me disolviera antes de desaparecer. Turbador. Esto durante un tiempo largo. He tenido, en esas noches, la sensación de ser el mar.
Mi paseo y esta postal que te envío acaban en un bistrot ante un par de vasos de vino de la región. A tanto llegó mi inspiración que envié un sms precipitado a un amigo, “¿tú crees que somos seres perfectibles?”. No tardó en contestar lacónicamente: “una pregunta interesante”. Todavía espero el desarrollo de esta problemática, esta sí, importantísima, crucial. Pero sin duda, ahora lo afirmo, el paseo sirvió.