viernes, 4 de mayo de 2018

ASÍ MURIÓ RASPUTÍN_Texto de Borja Loma Barrie







Ha habido en la historia asesinatos muy célebres, desde el de Julio César en 44 a. C. al de John F. Kennedy en 1963. Ninguno de ellos fue tan brutalmente insólito como el del monje ruso Rasputín en San Petersburgo, Rusia, en 1916.
El clérigo, uno de los personajes más carismáticos de su tiempo, había logrado lo que ningún médico ruso o europeo o asiático pudo conseguir durante años: detener en un instante las hemorragias del zarevitch Alekséi Romanov, hijo del zar Nicolás II y enfermo de hemofilia. Cuando el niño sangraba, produciendo desesperación en la zarina, que no sabía qué hacer en esas ocasiones, lamentablemente continuas, Rasputín acudía presuroso a palacio, hablaba suavemente con el príncipe en su lecho y lograba detener el flujo. Por lo visto, el tono de voz del monje, particularmente grave y bajo, hipnotizaba al muchacho. Así obtuvo una influencia colosal sobre la emperatriz, que a su vez influía en el zar, circunstancia que terminó por irritar a la corte imperial. Como además Rasputín era una especie de bestia sexual que atraía a decenas de mujeres de la aristocracia, un grupo de nobles decidió asesinarle. El monje acudió a una cita en la residencia del príncipe Yussupov, quien deseaba presentarle a su esposa para que le sanara un dolor de espalda. Le recibió amistosamente en el sótano de su palacio junto a otros tres hombres, todos ellos grandes duques de Rusia. Le ofrecieron vino y pasteles. Contenían cianuro. Rasputín se tomó todo en un santiamén. Y pidió más. Como el veneno no le hacía ningún efecto, tres horas después, el príncipe Yussupov, colérico y confundido, le disparó dos veces. Rasputín dejó de comer en el acto y, herido, se levantó de la mesa y avanzó furibundo hacia Yussupov para agredirle. Entonces los otros tres aristócratas le dispararon en varias ocasiones. Rasputín no cayó. Permaneció erguido observándoles. Y les dijo con voz de trueno que los iba a matar. El príncipe y los grandes duques desenvainaron sus dagas y, aterrorizados y desesperados, se abalanzaron sobre el monje. Le acuchillaron entre los cuatro decenas de veces. Como aún no terminaba de morir, le golpearon en la cabeza con uno de los grandes escudos de armas de la familia Yussupov que colgaba de una de las paredes, aplastándosela. Inseguros todavía acerca de su muerte, arrastraron al monje hasta un río cercano y le arrojaron al agua. Su cuerpo, por alguna razón, fue encontrado dos días después congelado en un trineo. Todo indica que Rasputín logró salir vivo del curso y arrastrarse hasta ese trineo con el que pensaba regresar para vengarse. Murió de frío.






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