jueves, 7 de enero de 2021

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera

 



por calledelorco




ENTREVISTADOR: Pero ¿por qué eligió la farsa como forma para una novela que no está concebido como mero entretenimiento?

KUNDERA: ¡Sí es entretenimiento! Nunca he entendido el desprecio de los franceses al entretenimiento, no entiendo por qué se avergüenzan de la palabra divertissement. Los franceses corren menos el riesgo de sucumbir al kitsch, esa forma meliflua y mentirosa de embellecer las cosas, la luz rosa que baña hasta las obras modernistas, como la poesía de Éluard o El baile, la última película de Ettore Scola, cuyo subtítulo podría haber sido: "historia francesa en clave kitsch". El kitsch es la auténtica plaga estética, no el entretenimiento. La gran novela europea empezó como forma de entretenimiento, y todo novelista de verdad siente nostalgia por ella. De hecho, los temas de esos artefactos de entretenimiento son muy serios. ¡Piense en Cervantes! La pregunta que plantea La despedida es si el ser humano es digno de habitar la Tierra. ¿No habría que "liberar el planeta de las garras del hombre"? Mi gran ambición ha si siempre unir la suma gravedad de las grandes preguntas con la suma liviandad de la forma. Y no es una ambición meramente artística. La combinación de un tema serio y una forma frívola desenmascara al instante la verdad de nuestros dramas —tanto aquellos que tienen lugar en nuestros dormitorios como los que interpretamos en el gran escenario de la historia— y su clamorosa insignificancia. Experimentamos, así, la insoportable levedad del ser.

ENTREVISTADOR: ¿Quiere decir que también habría podido utilizar el título de su última novela para La despedida?

KUNDERA: Todas mis novelas podrían titularse La insoportable levedad del serLa bromaEl libro de los amores ridículos. Los títulos son intercambiables, reflejan el escaso número de temas que me obsesionan, me definen y, por desgracia, me limitan. Más allá de esos temas, no tengo nada más que decir o escribir.

Milan Kundera
Entrevistado por Christian Salmon (1984)
"The Paris Review"