sábado, 14 de septiembre de 2024

SEIS MIL CIENTO NUEVE



Lo bello es ante todo lo que desorienta, Julien Gracq

De calledelorco en septiembre 13, 2024

Hace tiempo tuve ocasión de hablar con un crítico de una novela inglesa recientemente traducida, y de asombrarme ante él de que la crítica la acogiera con un completo silencio. “Y sin embargo —le decía yo— se trata de un buen libro, muy bueno.” Al oírlo, pareció molesto. “Entonces ¿por qué no habla usted de él?" Permaneció un momento en silencio. “Desde luego —prosiguió él— es bueno, muy bueno, pero ya comprenderá, no se puede hablar mucho de él: no se sitúa.” Muchas veces me he encontrado recordando esta respuesta. Me ilustra sobre el tablero de valores de la literatura actual, de las obsesiones, y sobre todo de las omisiones inexplicables —y a veces también me da miedo.

En esta frase se lee, desde luego, el gusto por cierto confort intelectual y cierta economía de materia gris: los críticos tienen prisa: desde su despacho, mentalmente, les gusta ver a la multitud de autores contemporáneos desplegándose ante ellos como un abanico familiar de rostros sobre los bancos de un hemiciclo. Cualquiera que se “sitúe” en él, cualquiera que se gane por sí mismo su casilla predestinada y su alveolo ahorra a los críticos preocupaciones y tiempo: la gente que quiere sentarse en el techo molesta a todo el mundo. Pero esta condena horrorizada —y la peor que existe en literatura: el silencio—, esta condena contra la obra y el hombre “que no se sitúa”, lo más grave es que los críticos la lanzan en nombre de una época que apunta su artillería más pesada contra la ciudadela del escritor en lo más vulnerable que tiene, e incluso lo más insubstituible: su singularidad y, digámoslo sin miedo, su aislamiento. Al escritor que no se pone en la fila, que no entra en los alineamientos, no se le reserva ni siquiera la condescendencia y el desprecio, sino la grosera llamada al orden por el cabo. Hace poco leía en la obra de un crítico contemporáneo: “El señor X (aquí el nombre que me callo porque lo pillan, por así decir, con las manos en la masa) fue uno de esos excéntricos que se rebelaron contra el desorden de los pseudo-románticos y contra el batiburrillo del simbolismo. Por tanto, debería estar inscrito entre los escritores subjetivos”. ¡Eso es, “debería estar”! Ya se adivina, espero el rictus amargo del ayudante ante el perezoso cuyo nombre figurará en el informe semanal. Claro que sí, debería estar inscrito, puesto que la época se dispone a fichar a los escritores y la única preocupación que les queda no debe ser ya “inclinarse a la derecha” o “inclinarse a la izquierda”, como un vulgar ministerio radical. Pues no, no puede, no querrá jamás, si es cierto que lo bello es ante todo lo que desorienta, que la literatura empieza a tener mejor salud cuando la crítica empieza a reconocerse un poco menos en ella, pues el escritor digno de este nombre es una generosidad siempre intempestiva, una fraternidad que no avanza en fila india, una aventura que prescinde del codo con codo, y una libertad que no se adhiere jamás.

Julien Gracq
Nudos de vida
Traducción: Lluís Maria Todó
Ediciones del Subsuelo


lunes, 9 de septiembre de 2024

Esta posible dualidad de entrada en el juego, Paul Valéry


De calledelorco en septiembre 8, 2024

El poeta se despierta en el hombre por un acontecimiento inesperado, un incidente exterior o interior: un árbol, un rostro, un «sujeto», una emoción, una palabra. Y unas veces es una voluntad de expresión la que comienza la partida, una necesidad de traducir lo que se siente; pero otras veces es, por el contrario, un elemento de forma, un esbozo de expresión que busca su causa, que se busca un sentido en el espacio de mi alma... Observen bien esta posible dualidad de entrada en el juego: de vez en cuando una cosa quiere expresarse, de vez en cuando algún medio de expresión quiere servir a alguna cosa.

Mi poema El Cementerio marino se inició en mí por un cierto ritmo, el de los versos franceses de diez sílabas, cortado en cuatro y seis. Yo todavía no tenía ninguna idea que pudiera llenar esta forma. Poco a poco las palabras flotantes se fijaron, determinando progresivamente el tema, y el trabajo (un trabajo muy largo) se impuso. Otro poema, La pitonisa, surgió primeramente por un verso de ocho sílabas cuya sonoridad se compuso por sí misma. Pero ese verso suponía una frase, de la que era una parte, y esa frase suponía, si había existido, muchas otras frases. Un problema de esa clase admite una infinidad de soluciones. Pero en poesía las condiciones métricas y musicales limitan mucho la indeterminación. Esto es lo que sucedió: mi fragmento se condujo como un fragmento vivo, porque, sumergido en el medio (sin duda nutritivo) que le ofrecían el deseo y la espera de mi pensamiento, proliferó y engendró todo aquello que le faltaba: algunos versos por encima de él, y muchos versos por debajo.

Me disculpo por haber elegido mis ejemplos en mi pequeña historia, pero no podía cogerlos en otra parte.

¿Encuentran quizá bastante singular mi concepción del poeta y del poema? Intenten imaginar lo que supone el menor de nuestros actos. Piensen en todo lo que debe suceder en el hombre que emite una pequeña frase inteligible, y evalúen todo lo que hace falta para que un poema de Keats o de Baudelaire llegue a formarse sobre una página vacía, ante el poeta.

Piensen también que entre todas las artes, la nuestra es posiblemente la que coordina la mayor cantidad de partes o de factores independientes: el sonido, el sentido, lo real y lo imaginario, la lógica, la sintaxis y la doble invención del fondo y de la forma... y todo ello por medio de ese medio 'esencialmente práctico, perpetuamente alterado, mancillado, que realiza todos los oficios, el lenguaje común, del que nosotros tenemos que sacar una Voz pura, ideal, capaz de comunicar sin debilidades, sin esfuerzo aparente, sin herir el oído y sin romper la esfera instantánea del universo poético, una idea de algún yo maravillosamente superior a Mí.

Paul Valéry
Teoría poética y estética
Traducción: Carmen Santos
Editorial: Visor