Alguien recordó que el atardecer no existía como tema poético para los griegos. Todo el mérito era para el amanecer y sus múltiples metáforas: la aurora, el alba, el despertar. Recién en Roma, con la declinación del imperio, Virgilio y sus amigos empezaron a celebrar el ocaso, el crepúsculo, el fin del día. ¿Habría entonces escritores del amanecer y escritores del crepúsculo? Ésas son las listas que me gusta hacer. Pero, en cambio, ahora que ha caído la noche y me alumbra una vieja lámpara me gustaría rememorar un sentimiento ligado a la puesta de sol. ¿Cómo podríamos definir un día perfecto? Tal vez sería mejor decir: ¿cómo podría yo narrar un día perfecto? ¿Para eso escribo un diario? ¿Para fijar —o releer— uno de esos días de inesperada felicidad? Ricardo Piglia |
martes, 9 de agosto de 2022
Un día perfecto, Ricardo Piglia
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