martes, 5 de abril de 2022

Un lector honrado e inteligente, Virginia Woolf por calledelorc






Hacia finales del siglo XVIII se produjo un cambio —el cuerpo de la crítica parece dividirse entonces en dos partes—. El crítico y el reseñador se repartieron el país entre ellos. El crítico —que el Doctor Johnson sea quien lo represente— se dedicó al pasado y a los principios; el reseñador tomó la medida a los libros nuevos según salían de la imprenta. A medida que fue avanzando el siglo XIX, estas funciones se fueron diferenciando cada vez más. Estaban los críticos —Coleridge, Matthew Arnold— que se tomaban su tiempo y espacio; y estaban los «irresponsables» y en su mayoría anónimos reseñadores que tenían menos tiempo y espacio y cuya difícil tarea era en parte informar al público, en parte hacer una crítica del libro y en parte anunciar su existencia […].

Pidamos al reseñador que ilumine la naturaleza del problema tal como él lo ve. Nadie está mejor cualificado para hacerlo que Harold Nicolson. El otro día se ocupaba de los deberes y las dificultades del reseñador tal como él las ve. Empezaba diciendo que el reseñador, que es «algo muy distinto del crítico», está «impedido por la naturaleza hebdomadaria de su tarea» —en otras palabras, tiene que escribir demasiado y demasiado a menudo—. Continuaba con la definición de esa tarea. «¿Ha de relacionar cada libro que lee con los principios eternos de la excelencia literaria? Si lo hiciera, sus reseñas serían un largo lamento. ¿Ha de considerar meramente al usuario de las bibliotecas y decirle a la gente lo que puede resultarle agradable de leer? Si lo hiciera, estaría sometiendo su propio nivel de gusto en un grado que no es muy estimulante. ¿Cómo actuar?». Puesto que no puede referirse a los principios eternos de la literatura; puesto que no puede decirle al usuario de las bibliotecas lo que le gustaría leer —eso sería una «degradación de la mente»—, sólo hay una cosa que pueda hacer: puede salirse por la tangente. «Evito los dos extremos. Me dirijo a los autores de los libros que reseño; quiero decirles por qué me gusta o disgusta su obra; y confío en que de este diálogo el lector corriente obtenga alguna información» .

Esta declaración es honrada y su honradez es clarificadora. Demuestra que la reseña se ha convertido en la expresión de una opinión individual, dada sin intentar referirla a «principios eternos» por un hombre que va con prisa, que está limitado por el espacio, del que se espera que en ese pequeño espacio atienda a muchos intereses distintos; que está molesto porque sabe que no está cumpliendo con su tarea; que duda en qué consiste tal tarea; y que finalmente se ve obligado a salirse por la tangente […].

En este punto volvamos una vez más al reseñador. No hay duda de que su posición en el momento presente, a juzgar tanto por los comentarios sinceros de Nicolson como de la evidencia interna de las reseñas mismas, es extremadamente insatisfactoria. Ha de escribir apresuradamente y hacerlo con brevedad. La mayoría de los libros que reseña no merecen un garabato sobre el papel —es baladí relacionarlos con «principios eternos»—. Sabe además, como Matthew Arnold ha señalado, que incluso si las circunstancias fuesen favorables, es imposible para los vivos juzgar las obras de los vivos. Han de pasar años, muchos años según Matthew Arnold, antes de que sea posible formular una opinión que no sea «sólo personal, pero personal con pasión». Y el reseñador tiene una semana. Y los autores no están muertos sino vivos. Y los vivos son amigos o enemigos, tienen esposa y familia, personalidad e ideas políticas. El reseñador sabe que tiene obstáculos, distracciones y prejuicios. Pero aunque sepa todo esto y tenga pruebas en las amplias contradicciones de la opinión contemporánea de que es así, ha de someter una sucesión perpetua de libros nuevos a una mente tan incapaz de aceptar una impresión nueva o de hacer un comentario desapasionado como un viejo trozo de papel secante en el mostrador de una oficina de correos. Ha de reseñar pues ha de vivir; y ha de vivir, puesto que la mayoría de reseñadores procede de la clase cultivada, según el nivel de esa clase. Por tanto ha de escribir a menudo, y ha de escribir mucho. Según parece, existe un único alivio para el horror: que disfruta diciéndoles a los autores por qué le gustan o disgustan sus libros […].

El reseñador en efecto servía para algún fin además de hinchar las reputaciones y estimular las ventas. Y Nicolson ha puesto el dedo en la llaga. «Quiero decirles por qué me gusta o me disgusta su obra». El autor quiere saber por qué a Nicolson le gusta o le disgusta su obra. Se trata de un deseo sincero que sobrepasa la prueba de la privacidad. Cerremos puertas y ventanas; echemos las cortinas. Asegurémonos de que no se deriva de ello fama ni fortuna e incluso así saber lo que un lector honrado e inteligente piensa sobre su obra es para el escritor un asunto del mayor interés […].

Pero podría haber otras ventajas más positivas. Al eliminar lo que ahora pasa por crítica literaria —esas pocas palabras dedicadas a «por qué me gusta o disgusta este libro»— el sistema del Resumidor y el Sello ahorraría espacio. En el transcurso de un mes o dos posiblemente se podrían ahorrar cuatro o cinco mil palabras. Y un editor con ese espacio a su disposición podría no sólo expresar su respeto por la literatura sino en verdad demostrarlo. Podría emplear ese espacio, incluso en un diario o semanario político, no en estrellas y notas de redacción sino en contribuciones sin firma y no comerciales —en ensayos, en crítica—. Puede que haya un Montaigne entre nosotros —un Montaigne cortado ahora en inútiles lonchas de mil a mil quinientas palabras a la semana—. Dando tiempo y espacio podría revivir y con él una forma de arte admirable y ahora casi extinta. O podría haber un crítico entre nosotros—un Coleridge, un Matthew Arnold—. Ahora está desperdiciándose, como Nicolson ha explicado, en un montón misceláneo de poesía, obras teatrales, novelas, todo para reseñarlo en una columna para el miércoles próximo. Dando cuatro mil palabras, incluso dos veces al año, el crítico podría surgir, y con él aquellos principios, aquellos «principios eternos», que si nunca se hace referencia a ellos, lejos de ser eternos dejan de existir. ¿No sabemos todos que A escribe mejor o puede que peor que B? ¿Pero es eso todo lo que queremos saber? ¿Es eso todo lo que deberíamos preguntar?

Virginia Woolf
"Reseñar". Leer o no leer
Traducción: Miguel Ángel Martínez-Cabezas
Editorial: Abada Editores




domingo, 3 de abril de 2022

Serpientes de agua / Las rieras ocultas de Barcelona


Sitesize

Publicado el 2022-04-03

Hasta hace poco el Llano de Barcelona estaba atravesado por muchas vías de agua que desaguaban de la sierra de Collserola hasta el mar o al río Besòs. Torrentes, arroyos y ramblas tenían una fuerte presencia en la conformación del relieve del paisaje, así como sus usos territoriales: evacuación de aguas, zonas de cultivo, marismas y zonas húmedas. Eran rieras, a menudo secas y ligadas al desagüe circunstancial del clima mediterráneo, que tomaban valores beneficiosos o negativos según el impacto de sus crecidas. Estos cursos de agua han constituido trazas consolidadas del circular permanente de las aguas por el subsuelo, con importantes afectaciones demostradas en la geoenergía que activan. Durante el siglo XIX y XX se fueron canalizando y sellando su presencia visible. Ahora solo quedan rastros en el nomenclátor, en el cual perviven nombres de torrentes y rieras en todos los barrios. Serpientes de agua es un acercamiento al influjo de las aguas subterráneas, que ocultas bajo la ciudad urbanizada nos desvelan el significado de lo que ocurre en superficie. Estos espacios alterados han sido señalados por el cruce de calles importantes, por plazas de confluencia ciudadana o por hitos urbanos que los enmarcan. Pero también porque en ellos tuvieron lugar hechos destacados, se sitúan instituciones relevantes o núcleos de convocatoria incuestionables. De igual modo manifiestan la posibilidad o reside en ellos la potencia de construir acciones colectivas valiosas ligadas a los retos que como sociedad tenemos.

La entrevista que se recoge a continuación forma parte del libro Serpientes de agua, publicado por el Centre d’Art La Capella de Barcelona en 2021. Juan Sáez es una maestro zahorí, a través de su arte nos aproximamos a la comprensión del significado de las aguas subterráneas.


Conversación entre Juan Sáez y Sitesize (Elvira Pujol Masip y Joan Vila Puig). 

¿Qué es el arte zahorí? 

Es un arte heredero de los antiguos zahorís. Ahora son los que hacen los pozos, pero antiguamente un zahorí, al encontrar agua, designaba también, por la cantidad y la calidad del agua, si aquello podía suscitar una granja, un pueblo o una ciudad. Entonces el trabajo no solo era encontrar agua, sino determinar si era un lugar propicio para la vida. Y esta es la línea que yo sigo. Es una manera de ordenar la armonía entre cielo y tierra para que sea provechosa para la vida. Sería el equivalente de los maestros de feng shui en Oriente, pero aquí en Europa. Los antiguos constructores –no solo de iglesias, catedrales y palacios, sino también de megalitos– seguían estos principios: aunaban las energías telúricas con las cósmicas, con momentos especiales de solsticios, equinoccios y las posiciones de las estrellas. A partir de ello se desarrollaban los núcleos habitados como lugares que generaban bienestar, y la gente empezaba a vivir en las proximidades. 

El arte zahorí parte de una educación, de una sensibilización. 

Claro, el trabajo es estar. Yo, cuando empecé, aprendí con el péndulo y las varillas. Pero si uno mismo es el que mueve las herramientas, ¿por qué poner la atención hacia fuera en lugar de hacia dentro? Si soy yo el que lo muevo, pongo la atención en ese movimiento minúsculo. Esto te permite ir entrando cada vez más: notas la calidad, la intensidad, la dirección. Hay muchos parámetros que con el péndulo y la varilla se te escapan, por lo menos en primera instancia. En cambio, sintiendo con el cuerpo, percibes todo eso al instante. Es muy evidente, es como cuando tocas algo que está frío o está caliente: lo notas sin que la mente intervenga. Lo sabes, no tienes que procesarlo. Te llega esa información y tienes la certeza. 

Aparte de esta sensibilización interior, hay como una mirada de lectura de efectos de lo que estas energías tienen y del entorno. 

Luego te das cuenta de que cada vez que notas agua con electricidad o, por ejemplo, una falla contaminada, ves que, en el entorno, en los animales o las plantas, se presentan una serie de alteraciones, porque es una energía demasiado agresiva para la vida. Eso se traduce en que un árbol crece torcido o con deformaciones o tumoraciones, 

igual que un animal o una persona podría tener esas patologías. Es darte cuenta de lo que te pasa a ti en relación con lo que ocurre en el entorno y poder asociarlo. 

Hay que entrenarlo, como todo, hay que poner la atención. Cuando somos pequeños, nos entrenan a desviar la atención hacia lo físico, y lo sutil es como si no importara. Entre tú y yo está el aire, y eso no cuenta. Sin embargo, cuando tú abres la puerta de un establecimiento, antes de poner un pie, ya sabes lo que pasa allí, ya tienes esa certeza, esa seguridad de que ocurre lo que sea, aunque no sepas ni ponerle palabras, o cuando conoces a alguien. Eso sutil con lo que tú conectas, la calidad de ese vínculo, es lo que te permite elegir a tu pareja, decidir dónde vas a vivir o qué trabajo vas a hacer, aunque racionalmente no tenga ni pies ni cabeza, pero tú sabes que por ahí vas bien. Luego, cuando aceptas lo que has sentido y lo sigues, eso te da paz, bienestar, y hace que crezcas. Aquí es lo mismo. 

En relación con esta energía sutil vinculada al agua, ¿puede ser que esta energía sea positiva, benéfica, o que sea negativa y produzca afectación?

Aquí entra la calidad del agua, mi momento personal y cómo me relaciono yo con esa agua o cómo se relaciona esa agua conmigo, es decir, el vínculo que creo entre el agua y yo. Hay un concepto que dice que todo lo que existe tiene una vibración que le permite manifestarse como ser. Como esta habitación en el momento en que interaccionamos con ella: tiene una vibración que la aglutina y le permite manifestarse como habitación. Esa congruencia, esa unicidad, es lo que los antiguos videntes de México llamaban “conciencia”. La gente de Castaneda la nombraba así. Todo lo que existe tiene conciencia de sí para poder manifestarse. Entonces, de conciencia a conciencia se puede establecer un vínculo, que puede ser más o menos fluido y nutrir a las dos partes. Si el vínculo es disarmónico, lo es en los dos sentidos. En el universo es el win-win: o ganamos todos o no gana nadie. No hay otra. Entonces, cuando tú sientes el agua o la falla, puedes sentir lo que pasa, qué dinámica tiene y, desde ahí, plantear una línea más armoniosa para los dos. Si encuentras ese punto de comunicación y cooperación, la situación se resuelve. Cuando hago un estudio en un lugar, intento eso. Luego le enseño esa armonía y nueva dinámica a la persona que está allí para que pueda seguir relacionándose con esa agua o falla en esa línea. 

Eso nos lleva también a los estudios que has hecho en los denominados “lugares de poder”. ¿Cómo los sentías? ¿Cualquier lugar puede serlo? 

Hay lugares donde esta sensación de totalidad del ser es más evidente, pero en la antigüedad todo el planeta se consideraba un espacio sagrado. Es decir, todo lugar es un lugar de poder, toda la tierra es sagrada porque nos sustenta, nos da un lugar donde vivir. La otra acepción de sustento es la nutrición, es decir, nos da alimento, agua, aire. Nos da el espacio y las materias imprescindibles para la vida. Hay lugares donde eso ocurre y un segmento específico de la conciencia trabaja de una manera mucho más efectiva, vamos a decir. Hay lugares que te conectan más con la tierra, otros te abren el corazón, otros permiten tener claridad, otros nos hacen ser empáticos, otros tienen capacidad de sanar. Todos son lugares sagrados, pero cada uno tiene un rango, una ventana: como si la conciencia fuera una burbuja, y tú, en cada una, pudieras establecer una ventana con el entorno. En cada ventana trabaja una parte de la conciencia. Pero toda la tierra puede generar eso si tú sientes su flujo y lo aprovechas. Las culturas han ido cambiando: antes había templos abiertos que expandían su energía por kilómetros alrededor de un megalito. Luego aparecieron los templos cerrados, donde la energía queda circunscrita principalmente al interior. Eso hizo pensar que únicamente eso era sagrado, cuando sagrado es todo. 

¿Y podría ser que las mismas vías de agua o los elementos energéticos formaran un paisaje que fuera armónico, sagrado? 

Son flujos de la energía. El agua, al fin y al cabo, es la que lleva la conciencia, la que sustenta la vida. Energía, conciencia y vida son una misma unidad. Las fallas y las aguas subterráneas son las que llevan esa conciencia aquí en el planeta, al igual que la conciencia de nuestros órganos fluye a través de los meridianos por todo nuestro organismo. Si el hígado está saturado, ese bloqueo va a viajar por todo el cuerpo. Y como somos una unidad, a nivel emocional, mental, también vamos a experimentarlo. Y con las aguas y las fallas pasa lo mismo. Entonces, interpretar el agua como agua solo para regar es no enterarnos de nada. Las aguas subterráneas y las fallas llevan información, llevan bienestar por millones de años. ¡La cantidad de experiencias que han acumulado! Tienen millones de años y son auténticos maestros. Claro, su ritmo es mucho más lento que el nuestro, pero, si conectas, ahí hay muchísima información y sabiduría. Puedes aprovechar el agua para beber, regar, limpiar, cocinar, pero la principal aplicación es para modular la conciencia, y eso los antiguos lo conocían. Por eso el emperador Amarillo hizo un edicto que estipulaba que no se podía construir encima de las venas del dragón, porque eran un flujo demasiado intenso. Las venas del dragón podían ser fallas o corrientes de agua, ambas ordenan todo el paisaje. 

Barcelona estaba surcada por rieras que bajaban de Collserola al mar. Cuando se urbanizó, muchas fueron desviadas, y luego, con el tiempo, soterradas para seguir edificando. Todo ese espacio sagrado que era la ciudad originaria romana trazada con un perímetro, o la ciudad medieval, se ha visto modificado en época contemporánea. ¿Cómo afectan estas rieras soterradas la calidad energética de la ciudad? 

No solo han sido soterradas, sino que han sido electrificadas. Por la calle Balmes, que era una antigua riera, hicieron pasar el tren y luego lo cubrieron. En Gran de Gràcia, lo mismo. Es decir, las grandes rieras las aprovecharon para poner grandes infraestructuras, cloacas o conducciones de luz. Por lo tanto, han sido contaminadas, electrificadas y, en lugar de llevar vida, lo que llevan ahora es muerte. Generalmente, vivir encima de estos lugares es algo nocivo para la mayoría de las personas. No es información de vida, no es información biótica que la favorezca. Con suerte, es algo neutro. Barcelona, dentro de lo que cabe, es una ciudad limpia. 

Todo el caudal de agua cerca de las cabeceras de las rieras estaría en óptima energía: allí encontramos monasterios fundados a los pies de Collserola en Pedralbes, Sant Jeroni en la Vall d’Hebron... comunidades que aprovechaban esa energía. 

Toda esa agua pasaba por los monasterios, se santificaba y luego seguía su curso santificada. El valle se aprovechaba de ello. Pero han metido líneas de alta tensión en Collserola; eso electrifica el agua. Además, la antena de telecomunicaciones tiene unos centros de transformación potentes y está emitiendo. Todo lo que estamos haciendo va contra la vida, va contra el flujo de la vida. Si contaminas las aguas y te pones luego a vivir encima, tu agua se va a alterar, y tus procesos fisiológicos, también. 

De alguna manera, ¿los espacios sagrados de Barcelona, como la catedral, Santa Maria del Mar o la iglesia del Pi, están operando con esa energía del agua y la están transformando? 

La función de los templos es esa: es captar momentos astronómicos determinados y traer esa energía a este plano y estabilizarla. Para eso se utiliza el agua. El agua es la forma más fluida y estable de la materia. En el agua puedes estabilizar algo, y eso es lo que hacen los templos: relacionan el tiempo, el espíritu, con la materia, la sacralizan. Hay algunos templos donde esta materia sacralizada es proyectada hacia el espíritu. 

¿Y sería esta modulación de la conciencia que comentabas antes, la que toma formas, busca imágenes para llegar a esto? 

Sí: formas, medidas, materiales, proporciones, orientación, secuencias... 

¿También imágenes y símbolos? 

Sí, pero los símbolos tienen que ser acordes con las aguas y las fallas. No puedes poner un símbolo porque sí. Para ese propósito y momento hay que ver cuál es la vía más armoniosa para aquella dinámica que tú quieres instaurar. Fíjate en que, cuando tú estás sintiendo un agua, de hecho no estás sintiendo el agua, no puedes sentir nada. Lo que sientes es como tú te adaptas a ese estímulo. Te sientes a ti, no  al agua, y en función de eso, deduces que es tal cosa o tal otra. Es decir, el trabajo no es analizar, es sentir qué produce en mí el estar en contacto con esto o aquello. 

¿Sería, en definitiva, una vía de autoconocimiento? 

Claro, porque esa es la máxima hermética: como es afuera es adentro, como es arriba es abajo. O sea, las reglas siempre son estas, es que no hay más. Las palabras serán diferentes, pero el arte es el mismo. El tema es cómo puedo ser pleno, cómo desarrollar la plenitud en la vida. Y para ello hay que conectar con uno mismo: es sentir mi ser. 

Teniendo la conciencia de que es un agua alterada, ¿cómo podríamos armonizarnos en relación con una ciudad como Barcelona? 

Primero, lo que hemos dicho: que cada persona lleve la atención a sí misma, y luego debemos empezar a respirar con conciencia, a movernos, a alimentarnos con conciencia. Lo que ha pasado en las ciudades es que no ha habido una adaptación, sino una imposición. Entonces, sería ir dejando, ir aflojando esta imposición y volver otra vez a la adaptación, es decir, que sea una relación consciente con las aguas y con las fallas. Yo, cuando hago una intervención de armonización, es para siempre. Es como los maestros de obra cuyas técnicas utilizo. Ellos creaban un templo, un palacio, y era para siempre. Igual tiene mil años, se han caído los tejados, pero la sensación de bienestar perdura. El tema es ese: haces una intervención que es para siempre porque es a favor de la vida. La misma vida es la que cuida.