viernes, 18 de mayo de 2018

El sobreviviente

Una noche de 1975, en compañía de una amiga, cenamos con Philippe Garrel en Barcelona, adonde había él acudido para presentar su filme La cicatriz interior.Fue la única vez en mi vida que le he visto. Llegó vestido de riguroso negro, de los pies a la cabeza, y durante la cena me impresionó que tuviera tan fuerte conciencia de ser un artista. Ya en la madrugada, subimos a lo alto del Walden 7, donde allí el impresionado fue él. La hermosa vista nocturna que divisamos le hizo hablar de fracaso y suicidio, y sus palabras dejaron en mí una estela de profundo misterio.
Faltaba mucho para que se convirtiera en el que es ahora: un heredero directo de la Nouvelle Vague y del Mayo francés. Y era difícil entonces prever que en 2018, a los setenta años, habría dirigido más de 30 largometrajes, casi todos en blanco y negro. En el mundo no hay otro cineasta en activo que haya rodado tantas películas en blanco y negro. Ese rasgo de su estilo hace que sus films, por lo general de orden familiar y sin concesiones a lo comercial, parezcan intemporales y al mismo tiempo anclados en el underground de los sesenta, aunque podrían estar también ancorados en los orígenes mismos del cine. Fue Henri Langlois quien le dijo que si tanto le gustaba, no abandonara nunca el blanco y negro, pues a fin de cuentas éste no iba nunca a desaparecer: estaba en el origen del cine y no se podían negar las raíces de algo.
Estos días se ha estrenado entre nosotros Amante por un día, donde Garrel exhibe capacidad de síntesis y un talento brillante y relajado. Claro que podría tratarse de una paz y relajamientos engañosos. Porque el año pasado, en Buenos Aires —esta semana sus películas se verán en el Círculo de Bellas Artes en Madrid—, unas contundentes declaraciones de Garrel situaron las cosas en su justo y exacto lugar: "Nuestra generación es hija de la desesperanza, creíamos que podíamos cambiar el mundo. Hicimos una revolución con las convicciones más profundas, pero resultó abortada, fue un fracaso, una frustración, un drama. Y nadie sale indemne de una derrota así a los 20 años. Jean Eustache se suicidó en 1981, Chantal Akerman hace tres años. Quedamos algunos trabajando, como Jacques Doillon, Benoît Jacquot o yo, pero Mayo del 68 nos marcó mucho".
Está bien recordarlo porque del Mayo francés nos olvidamos con frecuencia de los sobrevivientes. Philippe Garrel es sin duda uno de ellos. En 1969 la policía le condujo a un manicomio, donde pasó por siete torturantes sesiones de electroshock que, según dice Garrel, le hicieron abdicar de su libertad creadora. Cuando salió, volvió a filmar, pero arañaba las paredes, y ya no volvió a ser el mismo. La prueba, dice Garrel, es que se convirtió en un padre treintañero y esto ya se notaba, según él, en La cicatriz interior, donde podía observarse que de vanguardista radical había pasado a ser un artista consciente de los límites de la libertad.
Le conocí pues cuando ya estaba "acabado". Pero, de haberlo sabido, me habría seguido pareciendo tan misterioso como me lo pareció entonces.




miércoles, 16 de mayo de 2018

Mujeres que tiran la toalla con ‘The Handmaid’s Tale’: “Esto es porno de tortura”


"No puedo seguir mirando". La crítica internacional pone en entredicho el sadismo de la segunda temporada y la capacidad de aguante del telespectador. Preguntamos a críticos nacionales por su opinión después de que Elisabeth Moss tildase de flojos a los que abandonan su show. 



Mujeres que tiran la toalla con ‘The Handmaid’s Tale’: “Esto es porno de tortura”
Elisabeth Moss en una imagen del primer capítulo de la segunda temporada de 'The Handmaid's Tale'. FOTO: HULU/HBO
La segunda temporada de The Handmaid’s Tale no está siendo un plato fácil de digerir. “He apretado el botón de pasar rápido tan a menudo esta temporada que me veo obligada a preguntarme: ¿Por qué estoy viendo esto? Todo parece tan gratuito, como una paliza que no acaba nunca”, escribe Lisa Miller en The Cuty añade: “¿es feminista ver a mujeres ser esclavizadas, degradadas, golpeadas, amputadas y violadas? ¿Cómo exactamente estoy participando en una revolución de mujeres sentándome en mi cómoda cama y consumiendo esto? ¿Ha derrapado The Handmaid’s Tale en su segunda temporada pasando de ser un producto cultural elevado a porno de tortura?


Tráiler El cuento de la criada | S Moda

La angustia y desasosiego con la serie de esta periodista no son un fenómeno aislado. “Voy por la mitad del primer episodio de la segunda temporada de The Handmaid’s Tale y no me voy a molestar en seguir viéndola a menos que alguien me diga que pasa algo interesante. Es todo sobre lo que tenía dudas, al cuadrado“, ha tuiteado la crítica del New Yorker, Emily Nussbaum. “Existe esta sensación entre muchas feministas de que ver The Handmaid’s Tale es importante, a pesar del hecho de que, como otros muchos shows en televisión, cada capítulo de casi una hora catapulta a la espectadora a un mundo de violencia constante contra las mujeres“, replica Arielle Bernstein en The Guardian. Para Miller la serie se ha convertido en un producto de porno de tortura misógina: “La violencia contra las mujeres en la temporada dos es indulgente y busca satisfacer como respuesta física y visceral en esta conversión The Handmaid’s Tale, que ha pasado de ser un show de terror feminista a entretenimiento misógino de lo más convencional”. La sensación no solo se desprende en las tribunas mediáticas. “Ya he acabado el tercero. No sé si puedo seguir”, “creo que la voy dejar” o “esta noche no estoy preparada para resistirlo” son las frases que más se repiten cuando se habla de la serie en redes o en conversaciones entre seguidores. “Parece que la serie ha elegido que pasen cosas aleatorias y horribles a las mujeres buscando ese efecto de shock“, lamenta Laura Hudson, editora cultural de The Verge, “¿por qué estoy viendo esto? No necesito ver a mujeres golpeadas para entender que Gilead es malo y la misoginia es algo malo; creánme, lo he pillado”.
Los productores ya preveían el debate sobre si The Handmaid’s Tale se ha convertido en una serie de porno de tortura. El libro de Atwood finaliza tal y como acaba la primera temporada, así que los telespectadores –a excepción de algunos flashbacks donde se incluyen subtramas de Atwood, como la relación de June con su madre– se enfrentan en esta nueva tanda de capítulos a una narrativa libre que parece condenada en castigar, una y otra vez, a su protagonista. Bruce Miller, productor de la serie, asegura que ellos siguen a rajatabla el patrón establecido por Atwood con su novela para evitar excesos: que cada tormento que sufra un personaje lo haya sufrido un ser humano en la vida real. “Si comienzas a inventar crueldades sobre las mujeres, se vuelve pornografía, así que deberías mirar al mundo real, donde hay muchísimos ejemplos que podamos usar”, dijo a The Guardian el año pasado. ¿Es puro entretenimiento retorcido el trato vejatorio a las mujeres o los telespectadores son incapaces de lidiar con una realidad aplastante? Elisabeth Moss, protagonista y productora de la serie, no soporta a los que la abandonan: “Odio escuchar eso de que alguien no pueda verla porque es demasiado terrorífica”, dijo a The Guardian. “No lo digo porque me preocupe o no que ellos vean mi serie, me importa una mierda. Pero, ¿de verdad? ¿No tienes el coraje de ver una serie de televisión? Esto está pasando en tu vida real. Despertad, gente. Despertad”.

Mientras en el libro no se desarrollan tramas en los campos de mujeres, la serie también ha optado por desarrollarlas. FOTO: HULU
En pleno debate por el merchandising de la serie y cómo el capitalismo también se apropia de los lemas de Atwood –Hulu se ha aliado con The Wing, un club de mujeres de Nueva York, para vender agendas y camisetas con el A word after a word after a word is power y existen varias colecciones cápsula con marcas de moda–, hemos preguntado a tres críticos españoles por la deriva de la serie y el abandono de los telespectadores:
¿Has vivido algún momento en la segunda temporada de la serie en el que has tenido que mirar hacia otro lado?
Natalia Marcos (El País): “Tanto como mirar para otro lado, todavía no. Eso lo sentí más en la primera temporada con las escenas de sexo. De lo que va de segunda temporada creo que lo más duro fue la presentación de esa especie de cárcel o campo de concentración del primer capítulo, pero no llegué a sentir esa sensación de incomodidad”.
Paloma Rando (Vanity Fair): “Todavía no he tenido que apartar la vista en ningún momento de lo que llevamos de segunda temporada. Curiosamente, esta temporada me está provocando más desasosiego en sus flashbacks que con los golpes de efecto de Gilead ya instaurado. Me angustia más ver lo fácil del inicio de la revolución que les conduce a ese estado opresor, que se traduce más que en imágenes concretas que me provoquen rechazo, en un cúmulo de factores explicados en el desarrollo de la trama. Margaret Atwood dijo que una de las fuentes de inspiración a la hora de escribir el libro fue su conciencia, al haber nacido en 1939 y empezar a tener recuerdos en la II Guerra Mundial, de cómo los órdenes establecidos pueden desaparecer de la noche a la mañana y ese espíritu creo que está muy bien reflejado en lo que llevamos de segunda temporada, a pesar de que ahora la serie sea una prolongación del libro”.
Eneko Ruiz Jiménez (El País): “No creo que nada supere en dureza a la escena clave de la serie, esa de la violación constante con el espeluznante primer plano de Elisabeth Moss. Está rodado con tanto cuidado que lo expresa todo, sin necesidad de sangre o resistencia. Una vez visto eso, no creo que el resto sea más duro. Más que mirar para otro lado, los flashbacks nos hacen pensar que algo estamos haciendo mal en el mundo. Y eso sí es espeluznante. Por otra parte, pese a la tortura creo que sí hay luz al final del túnel gracias a la separación en bloques de personajes que se ha hecho este año”.
¿Te has planteado dejar de ver la serie? ¿Por qué?
Natalia Marcos: “No, tampoco había pensado que nadie pudiera pensar eso tal como va la temporada. Sigue siendo demasiado buena para que se me pueda pasar por la cabeza abandonar”.
Paloma Rando: “No me he planteado dejar de ver la serie, pero sí conozco varias personas (solo mujeres) que han dejado de hacerlo por diferentes motivos. Conozco espectadoras sensibles que no pasaron del primer capítulo y otras que han decidido no empezar la segunda temporada porque creen que la historia del libro, a pesar del final abierto, es una historia cerrada, con principio y fin, y que la decisión de continuar la serie es traicionar el espíritu de la obra original. No sé cuál sería mi límite, pero estoy dispuesta a darle la opción de seguir poniéndome a prueba siempre que los avatares de los personajes me sigan interesando”.
Eneko Ruiz Jiménez: “No, en ningún momento. Creo que ha mantenido el nivel y que la nueva narrativa ha expandido el universo inteligentemente para buscar no repetirse. Es nuevo, claro, y eso puede alejar al espectador. Y tiene un peligro: convertirse en The Walking Dead. Un eterno viaje a ninguna parte en un mundo apocalíptico que se vuelva repetitivo y que nos quiera enseñar sus conclusiones hasta la náusea. Ha habido escenas que me han recordado a aquella serie, pero creo que The Handmaid’s Tale tiene un mensaje mucho más profundo como para perderse tanto”.
Parte del sector de la crítica considera que se han traspasado ciertas líneas en la serie: el sadismo y la tortura sobre las mujeres, esa claustrofobia sin luz aparente al final del túnel alejada ya de la trama del libro y volando libre, está por encima del mensaje que reflejó Atwood en el libro. ¿Estás de acuerdo?
Natalia Marcos: “No he leído el libro así que no tengo muy claro qué líneas serían esas. Pero en cualquier caso creo que es perfectamente legítimo que una serie vuele libremente alejada del libro en el que se basa. The Leftovers dio un salto de calidad importante cuando superó el libro en el que se basaba. Creo que en estos tiempos además está bien que se acentúe el mensaje y se deje más claro todavía. Si eso pasa por oscurecer la serie, adelante”.
Paloma Rando: “Creo que la serie en la segunda temporada, tras haber acabado con la adaptación del libro, se enfrenta a un reto: no ser devorada por su propio universo, donde es fácil dejarse llevar por la grandilocuencia de una puesta en escena estilizada a la par que sádica. No tengo problemas en la combinación de estos dos factores, que creo que se pueden ayudar, pero sí creo que si la trama no es potente (la del primer episodio comienza casi a 15 minutos del final) puede acabar completamente diluida entre túnicas rojas y actos de barbarie. Las series (y los libros, y las películas, en general la ficción) no pueden vivir solo de ser metáforas de algo, la narrativa se sustenta en la trama y en el conflicto, por eso el camino de los personajes tiene que ser tan o más interesante que el mundo que los enmarca”.
Eneko Ruiz Jiménez: “Una serie es un animal distinto, y no se puede quedar en un solo espacio. Si siguiéramos viendo lo mismo una y otra vez, sería repetitivo, así que entiendo la estrategia. Entiendo también a los que quieren apartarse, a veces, y a tenor de lo que ocurre en nuestro mundo, puede ser demasiado doloroso, pero también creo que el arte puede contar eso. The Handmaid’s Talesigue teniendo cualidades de sobra para seguir con ella, desde su cuidada estética y grandes actores hasta esos flashbacks tan de actualidad. Tiene el peligro de convertirse, aun así, en demasiado obvia, por ejemplo en los discursos sobre feminismo de su madre. Sí, ya nos habíamos enterado en lo que nos quieres contar”.