El esfuerzo de Proust consiste en mostrar aquello que él, personalmente, ha conocido. Pero bastaría un leve desliz, un mínimo desplazamiento, para que lo que le ocurrió no hubiera sucedido, o hubiera ocurrido a alguien distinto de él. El esfuerzo de Joyce, en cambio, es una refutación absoluta de los valores que lo precedieron. Joyce crea una semántica nueva de la sensibilidad del escritor frente al mundo. Nada de eso ocurre en Proust. Proust no quiso crear ni transformar la novela moderna. De ahí, sin duda, proviene esa sensación profunda de un futurismo constante en su obra, un futurismo que nos concierne. Siempre se tiene la impresión de que uno podría continuar, prolongar el relato proustiano con el suyo propio. Quiero decir que sus novelas están abiertas, las puertas permanecen abiertas. El lector actual de Proust —aquel que está descubriéndolo— tiene esa experiencia. Borges decía que Shakespeare no existía, que Shakespeare era el lector de Hamlet en el momento de la lectura. Shakespeare soy yo cuando leo Hamlet. Pues bien, encuentro que esa magnífica boutade se aplica admirablemente a Proust. Proust soy yo cuando leo A la sombra de las muchachas en flor. En ese sentido podría decirse que leer a Proust es, de algún modo, escribirlo. Se tiene la sensación de la escritura. Uno participa, en suma, tanto del mundo de Proust como de su creación. *** La enseñanza mayor de Proust es su existencia misma. Que en el mundo moderno haya podido darse una vocación semejante, absoluta, en el espacio y en el tiempo, ya es suficiente. Para mí, ahí está lo esencial. Marguerite Duras |
martes, 11 de noviembre de 2025
Leer a Proust es escribirlo, Marguerite Duras De calledelorco en octubre
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