jueves, 25 de febrero de 2021

Nuestra noche es suave, Enrique Vila-Matas por calledelorco

 





Como el héroe al final de una película sobre un hombre solitario, la figura del doctor Diver se pierde en la distancia. Y la novela termina con pasajes sobre la vida mediocre de Dick, médico ahora en una remota pequeña ciudad de Estados Unidos. Está claro que Suave es la noche refleja los problemas personales que fueron hundiendo a su autor a lo largo de los ocho años que tardó en escribirla. Para colmo de desgracias, cuando el libro apareció, tuvo una acogida indiferente; los lectores se habían olvidado del mundo rutilante de los años veinte, o, mejor dicho, se encontraban en una época diametralmente opuesta en el aspecto social, y además creyeron que volvía el escritor de las burbujas y el charlestón cuando éste, lejos de los años felices, lo que había escrito era la desoladora crónica del final de una época. Tal vez Fitzgerald pagó en ese momento -luego su obra se ha vuelto ligeramente inmortal- haber ligado su destino a la caducidad de un tiempo, el de los vaporosos años veinte, que él se había obstinado en recrear a cambio de desperdiciar parte de su talento.

"La misión del artista es examinar las fronteras de la conciencia", dice el doctor Diver a uno de sus pacientes. Posiblemente quiere indicar con esto que la oscuridad es para todos, excepto para los más fuertes, y que en el fondo es preferible quedarse sin cruzar esas fronteras, pues, después de todo, nuestra noche es suave -de ahí el título de la novela, menos gratuito de lo que se piensa-; después de todo, nuestra noche tiene la tierna ventaja de estar a este lado del paraíso, donde no hay fantasmas y sí bellos y malditos escritores como el gran Fitzgerald, un autor de una trágica y frágil pero bella ironía nostálgica, un autor que en el guión de la película de Frank Borzage Tres camaradas incluyó esta frase con la que sin duda todos sus lectores estarán vivamente de acuerdo: "Cuando oscurece, siempre se necesita a alguien".

Enrique Vila-Matas
Anatomía del desastre
Una invitación a la lectura, 2002
Editorial: El País




lunes, 22 de febrero de 2021

Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, Michel de Montaigne por calledelorco

 






Ahora bien, puesto que nos proponemos vivir solos, y arreglárnoslas sin compañía, hagamos que nuestra dicha dependa de nosotros mismos; desprendámonos de todas las ataduras que nos ligan a los demás, forcémonos a poder vivir solos de veras y vivir a nuestras anchas. Estilpón había escapado del incendio de su ciudad, en el cual había perdido esposa, hijos y bienes. Al verle Demetrio Poliorcetes, en medio de tal destrucción de su patria, sin miedo en el semblante, le preguntó si no había sufrido ningún daño. Él respondió que no, y que, a Dios gracias, no había perdido nada suyo.
Esto es lo que el filósofo Antístenes decía con gracia: que el hombre debía proveerse de un equipaje que flotara en el agua y pudiese salvarse con él, a nado, del naufragio.
Ciertamente, el hombre de entendimiento nada ha perdido si se tiene a sí mismo. Cuando los bárbaros arrasaron la ciudad de Nola, el obispo Paulino, que lo había perdido todo y estaba cautivo, rezaba así a Dios: «Señor, guárdame de sentir esta pérdida, pues Tú sabes que todavía no han tocado nada de lo que es mío». Las riquezas que le hacían rico, y los bienes que le hacían bueno, estaban aún intactos. A tal punto es bueno elegir tesoros que puedan salvarse del daño, y esconderlos en un lugar al que nadie vaya, y que no pueda ser traicionado sino por nosotros mismos. Es preciso tener mujeres, hijos, bienes, y sobre todo salud, si se puede, pero sin atarse hasta el extremo que nuestra felicidad dependa de todo ello.
Debemos reservarnos una trastienda del todo nuestra, del todo libre, donde fijar nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad. En ella debemos mantener nuestra habitual conversación con nosotros mismos, y tan privada que no tenga cabida ninguna relación o comunicación con cosa ajena; discurrir y reír como si no tuviésemos mujer, hijos ni bienes, ni séquito ni criados, para que, cuando llegue la hora de perderlos, no nos resulte nuevo arreglárnoslas sin ellos. Poseemos un alma que puede replegarse en sí misma; puede hacerse compañía, tiene con qué atacar y con qué defender, con qué recibir y con qué dar. No temamos, en esta soledad, pudrirnos en el tedio del ocio.

Michel de Montaigne
Los ensayos
Traducción: J. Bayod Brau
Editorial: Acantilado