sábado, 10 de junio de 2023

La poesía como experiencia de vida, Miquel Martí i Pol


calledelorco

May 29

[...] Creo que no resulta nada arriesgado considerar que el poeta vive la poesía como una experiencia más de las que, a lo largo de su existencia, lo configuran como persona. No hablo, evidentemente, de la práctica de la poesía, es decir, del acto de creación concreto y limitado –o, si se quiere más sencillo, el momento de escribir un poema–, sino de la actividad poética entendida como una actitud frente a la vida. Cualquier forma de expresión artística exige una entrega total y constante, porque todas comprometen lo que es más esencial en el hombre: su propia manera de ser. Sin embargo, la poesía, siendo como es una de las que más activamente potencia la intimidad, una de las que menos elementos exteriores a sí misma necesita para realizarse, y una de las que menos proyección comercial y social tiene en el mundo de hoy (la última de las artes pobres, como decía Pere Quart), la poesía, repito, por todo lo que he dicho y, además, por operar con un instrumento tan cotidiano y vulnerable como el lenguaje, posiblemente es la forma de expresión artística que más profundamente compromete la forma de ser del hombre, y que más sustancialmente lo modifica.

Todo esto explica la afirmación que he hecho al principio del párrafo anterior, y creo que puede ayudar a situar la poesía dentro de unos límites comprensibles. Toda experiencia vital es enriquecedora; toda conmoción íntima contribuye a nuestro desarrollo profundo. De hecho, sólo crecemos verdaderamente en términos de conocimiento, y, en consecuencia, todo lo que nos acerca de una manera exigente o tenaz al proyecto de nosotros mismos contribuye a nuestra realización, una realización a la que todos aspiramos, de una forma más o menos definida, más o menos intensa. La poesía, por tanto, como experiencia de vida, aporta una dimensión trascendental al conjunto de nuestra existencia. Además, como consecuencia de su relación dialéctica con las otras experiencias, puede convertirse, y a menudo se convierte, en el eje que centra nuestra actividad vital, y, más aún, en la piedra de toque que la define y orienta. Porque difícilmente puede considerarse la poesía como una simple experiencia fugaz y anecdótica, como un hecho que es posible que tarde o temprano olvidemos: la poesía es un "estado", una manera de ser, y en tanto que expresión de nosotros mismos engloba, en cierto modo, todas las demás experiencias. La poesía, pues, es una experiencia que hay que considerar desde una doble perspectiva: la de la percepción, que nos la debe hacer concebir como una actividad más, de las muchas que realizamos a lo largo de una vida; y la de la globalización, que nos debe permitir evaluar la fuerza dinámica y modificadora que ejerce en nosotros.

Miquel Martí i Pol
Roda de Ter, febrero de 1987
“¿Qué es poesía?”
Editorial: Empúries
Traducción: KNB


jueves, 8 de junio de 2023

Calle del Orco Leer a Bourdieu es recibir una violenta sacudida ontológica, Annie Ernaux




calledelorco

Jun 8

El modo en que la muerte de Pierre Bourdieu fue anunciada y comentada en los medios, el 2 de enero al mediodía, fue llamativo. Unos minutos al final del noticiero, insistencia –como si se tratara de la alianza incongruente, impensable en estos días, de esas dos palabras– en “el intelectual comprometido”. Por encima de todo, el tono de los periodistas era muy revelador: era el tono del respeto lejano, del homenaje distante y estereotipado. Evidentemente, más allá del rencor que hubieran podido abrigar contra aquel que había denunciado las reglas del juego mediático, Pierre Bourdieu no era tenido por uno de los suyos. Y el desfase se revelaba inmenso entre el discurso escuchado y la tristeza que, al mismo tiempo, poseía a miles de personas, investigadores y estudiantes, docentes, pero también hombres y mujeres de toda condición para los cuales el descubrimiento de los trabajos de Pierre Bourdieu constituyó un punto de inflexión en su percepción del mundo y en sus vidas.

Leer en los años setenta Los herederosLa reproducción, más tarde La distinción, fue –es, siempre– recibir una violenta sacudida ontológica. Empleo deliberadamente este término de ontológico: el ser que creíamos que era ya no es el mismo, la visión que teníamos de nosotros mismos y de los otros en la sociedad se desgarra, nuestro lugar, nuestros gustos… nada es ya natural, y se da por sentado en el funcionamiento de las cosas aparentemente más ordinarias de la vida.

Y, si provenimos de estratos sociales subalternos, la aceptación intelectual que acordamos a los rigurosos análisis de Bourdieu va acompañada del sentimiento de la evidencia vivida, de la veracidad de la teoría, por así decirlo, garantizada por la experiencia: no es posible, por ejemplo, rechazar la realidad de la violencia simbólica cuando la hemos padecido, en nosotros mismos y en nuestros seres cercanos.

Tuve ocasión de comparar el efecto de mi primera lectura de Bourdieu con la que había hecho de El segundo sexo de Simone de Beauvoir quince años antes: la irrupción de una toma de consciencia de la que no había vuelta atrás, aquí sobre la condición femenina, allá sobre la estructura del mundo social. Irrupción dolorosa, pero a la que seguía un júbilo y una fuerza particulares, un sentimiento de liberación, de soledad quebrantada.

Sigue siendo para mí un misterio y una tristeza que la obra de Bourdieu, que entiendo como sinónimo de liberación y de razones para la acción en el mundo, haya podido ser percibida como un proyecto de sumisión a los determinismos sociales. Siempre me ha parecido, más bien al contrario, que, al sacar a la luz los mecanismos ocultos de la reproducción social, al objetivar las creencias y los procesos de dominación inconscientemente interiorizados por los individuos, la sociología crítica de Bourdieu desfataliza la existencia. Cuando analiza las condiciones de producción de las obras literarias y artísticas, los campos de lucha en los que estas surgen, Bourdieu no destruye el arte, no lo reduce; simplemente lo desacraliza, hace con él lo que es mucho mejor que una religión: una actividad humana compleja. Y los textos de Bourdieu han sido para mí una incitación a perseverar en mi empeño de escritura, a decir, entre otras cosas, eso que él llamaba lo reprimido social.

El rechazo que enfrentó, a menudo con una violencia extrema, la sociología de Pierre Bourdieu, me parece que se debía a su método y al lenguaje que le es propio. Proveniente de la filosofía, Bourdieu rompió con el manejo abstracto de los conceptos que están en su fundamento (lo bello, el bien, la libertad, la sociedad), y les dio contenidos que estudiaba concreta, científicamente. Bourdieu reveló qué significaba en la realidad lo bello cuando se es agricultor o profesor, qué significaba la libertad cuando se vive en un suburbio industrial de Aulnay-sous-Bois, y explicó por qué los individuos se excluyen a sí mismos de aquello que tácitamente los excluye de todos modos.

Como en la filosofía y, en el mejor de los casos, en la literatura, es, ahora y siempre, de la condición humana de lo que se trata; pero no de un hombre general, sino de los individuos tal como son inmersos en el mundo social. Y si un discurso abstracto, que se mantiene por encima de las cosas, o profético, no perturba a nadie, no ocurre lo mismo cuando te presentan el abrumador porcentaje de niños procedentes de medios intelectual o económicamente dominantes en las grandes escuelas, o cuando te ponen al descubierto de manera rigurosa las estrategias del poder, aquí y ahora, y esto tanto para los sectores universitarios (homo academicus) como para los mediáticos.

Cuestión de lenguaje: substituir, por ejemplo, los términos “medios o gentes humildes” y “estratos superiores” por “dominados” y “dominantes” es cambiarlo todo; es, en lugar de una expresión eufemística y naturalizada de las jerarquías, poner de manifiesto la realidad objetiva de las relaciones sociales.

La obra de Bourdieu, entregada como la de Pascal a destruir las apariencias, a volver manifiesto el juego, la ilusión, el imaginario social, no podía menos que encontrar resistencias en la misma medida en que contiene fermentos de subversión, en que persigue propiciar una transformación del mundo, ese mundo cuya miseria quedó expuesta en el más conocido de los trabajos que dirigió junto con su equipo de investigadores.

Si, con la muerte de Sartre, experimenté el sentimiento de que algo terminaba, de que sus ideas dejarían de estar activas, de que pasaban a la historia, no ocurre lo mismo con Pierre Bourdieu. Si somos tantos los que sentimos la pena de su pérdida –me atrevo, cosa que hago raramente, a decir nosotros, en vista de la onda fraternal que se ha propagado espontáneamente tras el anuncio de su muerte–, también somos muchos los que pensamos que la influencia de sus descubrimientos, de sus conceptos y de sus obras, no va a cesar de crecer. Tal como ocurriera con Jean-Jacques Rousseau, a propósito del que alguno de sus contemporáneos se escandalizaba porque su escritura había enaltecido al humilde.

Annie Ernaux
"Bourdieu: la pena"
Le Monde el 5 de febrero de 2002,
día de la muerte de Pierre Bourdieu
Visto en artículo de Juan Manuel Tabío en Rialta