viernes, 12 de febrero de 2021

Una ironía del corazón, Thomas Mann

 





por calledelorco

Aquí vacilarán ustedes y se preguntarán: ¿cómo, objetividad e ironía, qué tienen que ver la una con la otra? ¿No es la ironía lo contrario de la objetividad? ¿No es una actitud sumamente subjetiva, ingrediente de un libertinaje romántico que se enfrenta a la serenidad y la ecuanimidad clásicas como su opuesto? —Eso es cierto. La ironía puede tener ese significado. Pero yo utilizo aquí el término en un sentido más amplio, más grande del que le concede el subjetivismo romántico. Es un sentido casi prodigioso en su imperturbabilidad: el sentido del arte mismo, una afirmación universal que como tal también es negación universal; una mirada lúcida como el sol y risueña que abarca la totalidad, que es efectivamente la mirada del arte, es decir, la mirada de la máxima libertad, de la calma, y de una imparcialidad jamás empañada por el moralismo. Fue la mirada de Goethe —que era hasta tal punto artista que dijo sobre la ironía esta curiosa e inolvidable frase: "Es el granito de sal que hace comestibles los manjares presentados en la mesa". No en vano fue durante toda su vida un admirador tan grande de Shakespeare; pues en el cosmos dramático de Shakespeare reina, en efecto, esa ironía universal del arte, que hacía parecer tan condenable su obra al moralista que Tolstoi empeñaba a ser. De ella hablo cuando hablo de la objetividad irónica de la épica. No deben ustedes pensar en frialdad y falta de amor, burla y sarcasmo. La ironía épica es más bien una ironía del corazón, una ironía amorosa; es la grandeza llena de ternura por lo pequeño.

Thomas Mann
El arte de la novela, 1939
Traductor: Genoveva Dieterich
Editorial: Alba Editorial





miércoles, 10 de febrero de 2021

El principio de la interiorización, Arthur Schopenhauer







por calledelorco

El principio, sin embargo, que ha impulsado a la novela a hacer este camino tan significativo humanamente, es el de la interiorización. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer, que mantenía con el arte una relación más estrecha de lo que suelen los pensadores normalmente, lo expresó de manera concluyente: "Una novela será tanto más elevada y noble cuanta más vida interior y menos vida exterior represente; y esta proporción acompañará como signo característico todas las gradaciones de la novela, descendiendo desde Tristam Shandy hasta la más brutal y movida novela de caballeros y bandidos. Tristam Shandy, desde luego, carece prácticamente de acción, pero ¡qué poca tienen también la Nueva Eloísa y Wilhelm Meister! Incluso Don Quijote tiene relativamente poca acción, que además es insignificante y desemboca en comicidad: y estas cuatro novelas son el florón del género. Considérense también las maravillosas novelas de Jean Paul, y se verá cuánta vida interior permiten que se mueva sobre la más estrecha base de la exterioridad. Incluso las novelas de Walter Scott muestran un considerable predominio de la vida interior sobre la vida exterior, apareciendo ésta siempre con el propósito de poner en marcha la primera; mientras que en las malas novelas está presente por sí misma. El arte consiste en poner en el máximo movimiento la vida interior con la aplicación mínima de la vida exterior; pues el interior es el verdadero objeto de nuestro interés. —La tarea del novelista no es narrar grandes acontecimientos, sino hacer interesantes los pequeños."
Éstas palabras clásicas, y el aforismo final, en particular, siempre me ha gustado extraordinariamente porque trate del hacer interesante una cosa. El misterio de la narración —porque sin duda puede hablarse de un misterio— consiste en hacer interesante lo que, normalmente, debería ser aburrido. Sería completamente ilusorio pretender despejar y aclarar ese misterio. Pero no por casualidad la observación aguda de Schopenhauer sobre el hacer interesante lo pequeño sigue a sus consideraciones sobre la interiorización del arte narrativo. El principio de la interiorización debe de desempeñar, por necesidad, un papel en ese misterio por el que atendemos con la respiración contenida a lo que en sí es insignificante y olvidamos así por completo el placer por la aventura rudamente excitante y recia.

Thomas Mann
El arte de la novela, 1939