domingo, 2 de mayo de 2021

Una contradicción viviente, Enrique Vila-Matas por calledelorco

 







Nos tranquiliza la simple secuencia, la ilusoria sucesión de hechos. Sin embargo, hay una gran divergencia entre una confortable narración y la realidad brutal del mundo. "Todo se ha vuelto ahora no narrativo", decía Musil, frecuentador de un universo multidimensional, fragmentario, de un mundo sin posibilidades reales de acceder a un orden como el que acaso pudo alguna vez existir y que Rilke creyó entrever en Apuntes de Malte Laurids Brigge: "Que se narrara, lo que se dice narrar, esto debió hacerse en otros días. Yo nunca he oído narrar a nadie".

Soy consciente de que a lo sumo -hijo de mi tiempo- no he alcanzado a oír más que simples balbuceos pretendidamente cabales, y quizás por eso siempre me pareció sumamente cínico o irónico oír hablar, por ejemplo, de "nueva narrativa" o de pendejadas por el estilo. Sin embargo, estoy tan convencido del divorcio entre la confortable narración de algo y esa realidad no narrativa del mundo actual como del progresivo resurgimiento de la narración en la escena central de la cultura. Es decir, que del mismo modo que creo que la no narratividad (al menos desde el punto de vista convencional) de Finnegans Wake de Joyce es puro arte, también considero sumamente artístico, por ejemplo, un libro con tanto ingenio narrativo como La prometida de Monsieur Hire (Les fiançailles de Monsieur Hire) de Simenon.

¿Me contradigo? ¿Acaso Joyce y Simenon son tan compatibles? Que Finnegans Wake es puro arte me parece una evidencia. He vivido en variadas ocasiones, en mis obstinadas relecturas parciales de este libro, la sensación inenarrable (y nunca mejor dicho) de percibir que estaba ante el tipo de escritura que mejor se relaciona con la verdad de la vida incomprensible. Y aquí ahora sólo recordaré que Beckett decía que los escritores realistas engendran obras discursivas porque se centran en hablar sobre las cosas, sobre un asunto, mientras que el arte auténtico no hace eso: el arte auténtico es la cosa y no algo sobre las cosas: "Finnegans Wake no es arte sobre algo, es el arte en sí".

¿Y ese libro titulado angélicamente La prometida de monsieur Hire? Quizás se aleje ligeramente del "arte en sí" y sea una obra discursiva, sí, pero en ella todo es narrado con una enigmática sencillez fácil (valga la redundancia), precisamente con la simplicidad inherente al orden que echamos tan en falta en la realidad de hoy, tan poco solidaria con aquellas antiguas estructuras narrativas que Rilke sospechó que alguna vez existieron.

Siempre me he forzado a la contradicción para evitar conformarme con mi propio gusto. Y por eso no puedo más que admirar a John Banville que siempre ha defendido el estilo por encima de la trama, pero permite que a Benjamin Black, el seudónimo con el que se desdobla, le preocupen cosas como argumento, personajes, diálogo. A veces Banville se refiere a Black, que es admirador de Simenon, como mi "gemelo idiota", pero cuando le preguntan cómo cree que Black califica a Banville, responde: "Sé que le llama el pretencioso".

En cierto sentido, los libros esencialmente narrativos puede que sean los gemelos idiotas de los pretenciosos libros que tratan de acercarse al arte auténtico del que habla Beckett. Pero está en el fondo todo entrelazado y no tiene por qué haber una división radical, tan sólo una lábil frontera. Por esa frontera se pasean precisamente dos de los muchos "dos mundos" que aparecen en Mis dos mundos, la novela de Sergio Chejfec que despertó poderosamente mi atención hace unos meses y que esta misma mañana, antes de partir de viaje, he releído.

Alguien ha insinuado con malicia que algún día lo que quede de Banville sean tan sólo las novelas que publicó con el seudónimo de Black. A nadie, en cambio, se le ha ocurrido sugerir lo contrario, lo que demuestra que todo el mundo sospecha que la vía Finnegans -por llamarla de algún modo- tiene menos posibilidades de subsistir en el tiempo que la vía Hire. Y, sin embargo, eso no evita que para algunos la ruta Finneganssea la más noble y la más afín al lenguaje caótico de la realidad y a ese vago flotar de nuestras vidas del que hablaba Kafka; es decir, la más afín a la realidad bárbara y muda, sin significado, de las cosas.

Enrique Vila-Matas
Chet Baker piensa en su arte. Ficción crítica