sábado, 30 de diciembre de 2017

Texto de Luis Francisco Pérez






Desde que leí el ensayo por primera vez –Roland Barthes, “La Cámara lúcida”-, me impresionó la escritura tan evocativa y singular –“doméstica”, si se quiere, pero también “entrañable” y con un sincero guiño a los brillantes arranques de las grandes novelas del XIX- de las primeras frases del primer capítulo: “Un día, hace mucho tiempo, di con una fotografía de Jerónimo, el último hermano de Napoleón (1852). Me dije entonces con un asombro que después nunca he podido despejar. ‘Veo los ojos que han visto al Emperador’. A veces hablaba de este asombro, pero como nadie parecía compartirlo, ni tan solo comprenderlo (la vida está hecha así, a base de pequeñas soledades), lo olvidé”. De entre las muchas lecturas que se pueden hacer de esta rara y sugerente “visión en diferido” (también algo así como un “matrimonio por poderes”), la que más me interesa ahora es la “posesión” que hacemos de una determinada imagen por medio de una mirada que ha ejercido de intermediaria entre el objeto (“ser” o cosa) y la recepción visual que finalmente hace el espectador de ese mismo objeto. En realidad, una transferencia de sentido en un tortuoso camino en el tiempo. En arte únicamente ‘vemos’ lo que el artista ha visto antes, aunque la interpretación de esa visión puede ser (incluso ‘debería ser’) diferente u opuesta a la que defiende el artista. El espectador no siempre se encuentra en una realidad central y presencial, pues de hecho su mejor ‘locus’ es lo que en el cine se entiende por “fuera de campo”.
Todo lo apuntado en el primer párrafo tiene como único fin ayudar a ‘situar’ nuestra mirada (o la mirada del lector/espectador) en un concreto “puesto de observación” que ayude a una recepción más cabal de la muestra de la artista Paula Anta en la Galeria Pilar Serra (Madrid). La muestra lleva por título “Kanzel”, palabra alemana que significa, según la información ofrecida por la galería, “caseta de aguardo” para los cazadores mientras esperan la presa. Yo diría que también se puede traducir, y de una manera que favorece mejor la comprensión del término, por “puesto de observación”, o si queremos ser más literarios como “confesionarios” de espera para uno solo, acercándonos a la magnífica expresión castellana de estar “siempre en capilla”. En la hoja informativa suministrada leemos una frase de la artista que me parece muy interesante para sentirnos más seguros en nuestro puesto de observación en tanto que espectadores. Dice así: “Quizá la imagen fotográfica nos acerque con más facilidad a la identificación de la apariencia de las cosas, aunque nunca hayamos habitado esos lugares”. De momento dejaremos así, suspendida, esta idea de Paula Anta, no sin antes acompañarla con otra que podemos leer en el ensayo de Barthes citado: “La imagen, dice la fenomenología, es la nada del objeto”.
Estas casetas de espera (la artista ha formalizado una para exponer en la galería) pertenecen a la misma condición objetual que defendían los Becher con respecto a los ejemplos por ellos fotografiados de una casi extinguida “civilización industrial”. Son, efecto, esculturas anónimas. Esta serie última de la artista -suele trabajar con el “serialismo", incluso si entendemos este término en su aceptación musical: es Doctora en Bellas Artes pero también ha estudiado piano- es la que más se aproxima, y en su mejor interpretación, a la obra de Bernd y Hilla Becher, si bien en todas las series en las que ha trabajado hasta ahora está patente una rara y muy interesante presencia/ausencia de la música como arquitectura de los sonidos. Ahora bien, esta “proximidad” seamos prestos en la aclaración no es, no puede ser, “formalista”, pero sí en cuanto a aquellos elementos que no pueden ser reconocidos en términos lingüísticos: una misma subjetividad compartida, preocupación (sin la obsesión de ellos) por el cálculo de la distancia ante el objeto (caseta), o por el ángulo de la visión o “punto de vista”, o por la estudiada iluminación, o por la condición “archivística” del proceso… Ciertamente en la obra de nuestra artista no está presente la neurótica obsesión que despliegan los Becher como tampoco la nostalgia que ellos sienten/padecen por esa arquitectura industrial a punto de desaparecer. Es decir, lo que aproxima a Paula Anta a la pareja de fotógrafos alemanes es el sofisticado y muy inteligente discurso en el interior de la obra sobre el “fuera de campo” que se establece como discurso de la ausencia/presencia, o de la consideración “figurativa” cuando se parte de una abstracción, o de la sutil presencia de la narrativa –no hay narración sin Autor- que siempre se manifiesta allí donde se desea contar algo, por placer o necesidad. En definitiva, tanto en los Becher como en Paula Anta está presente, y como preocupación, la observación de Barthes ya apuntada: que para la fenomenología la imagen es la nada del objeto. Por supuesto, estas casetas –es decir, el discurso creativo que la artista desarrolla- son una “nada” activa, práctica, funcional, pero que gracias a la mirada de su hacedora devienen elementos estructuradores de sentido, recursos de refinadas transgresiones semánticas, desplazamientos de sentido, lugares de significación otra, puestos de observación intelectual, casetas de solitarios y quizá terribles pensamientos (¿cómo no evocar la famosa cabaña de Heidegger en la Selva Negra?)… Y aquí retomamos la creativa preocupación de la artista cuando nos decía, recordemos, que la imagen fotográfica nos acerca mejor a la identificación de la ‘apariencia’ de las cosas. Qué razón llevaba Freud cuando decía que la verdad tiene siempre estructura de ficción. Sin esta cualidad de “mentira”, o de rara ficción, no podríamos identificar -ciertamente, ni mucho menos desvelar- la hermosa o brutal apariencia de las cosas. Jamás, entonces, hubiéramos visto "los ojos que vieron al Emperador". Se nos hubiera escapado esa presa

jueves, 28 de diciembre de 2017

Poemas y Diarios de Alejandra Pizarnik.




Alejandra Pizarnik2
“Siento envidia del lector aún no nacido que leerá mis poemas. Yo ya no estaré…”
“…no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible…”
“Yo no sé de pájaros
no conozco la historia del fuego
pero creo que mi soledad debería tener alas”
“…Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan”.
“Y si leo, si compro libros y los devoro, no es por un placer intelectual -yo no tengo placeres, sólo tengo hambre y sed- ni por un deseo de conocimientos sino por una astucia inconsciente que recién ahora descubro: coleccionar palabras, prenderlas en mí como si ellas fueran harapos y yo un clavo, dejarlas en mi inconsciente, como quien no quiere la cosa, y despertar, en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho.”
“Simplemente no soy de este mundo. Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva.  No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie…”
“La poesía es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad.”
“…no dejes de decirle que el mero hecho de que él, Julio, exista en este mundo, es una razón para no tirarse por la ventana.” (Carta de Pizarnik a una amiga refiriéndose a Julio Cortázar, con quien mantuvo una estrecha… ¿amistad?)
“Necesitas límites mentales. Necesitas no esperar. Necesitas no esperar nada de los demás. Necesitas no traficar con tu dolor. Necesitas orgullo y soledad. Necesitas orden. Necesitas poesía.”
“hay que llorar hasta romperse (…)
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia (…)”
“A veces también se me acaban las sonrisas para ti, a veces también se me acaban las ganas de escribirte. Pero te quiero, ojalá lo entiendas, siempre te quiero, pero a veces mis abrazos no tienen calor y mi boca no sabe que decir… Pero te quiero, siempre te quiero, cuando no te convengo, cuando no me soportas, cuando te odio, te quiero.”
“Haz que no muera sin volver a verte.”
“Y yo me cubro, yo me envuelvo, me mezo en mi nostalgia preferida, me abrazo a la almohada y lloro, me avergüenzo de mi edad y no comprendo por qué, tan de repente, ya no soy una niña.”
“Sonríe, pero está muerto, y cuando alguien está muerto,
muerto está por más que sonría.”
“Palabras, palabras… El amor es otra cosa. Y no me importa que maltraten el mío ni que lo castiguen con la indiferencia más extrema. Yo sé que es real, yo sé que existe y me duele más que mi vida (…)”
“Y yo pensé que tal vez la poesía sirve para esto, para que en una noche lluviosa y helada alguien vea escrito en unas líneas su confusión inenarrable y su dolor.”
“Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos ¨
“Si leo, si compro libros y los devoro, no es por un placer intelectual (yo no tengo placeres, sólo tengo hambre y sed) ni por un deseo de conocimientos, sino por una astucia inconsciente que recién ahora descubro: coleccionar palabras, prenderlas en mí como si fueran harapos y yo un clavo, dejarlas en mi inconsciente, como quién no quiere la cosa, y despertar en la mañana espantosa, para encontrar a mi lado un poema ya hecho.”
“Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré.”
“Escríbame, dijo, escríbame de usted. Escríbele hasta que te enredes en los hilos del lenguaje y caigas herida de muerte.”
“Estuve pensando que nadie me piensa. Que estoy absolutamente sola. Que nadie, nadie siente mi rostro dentro de sí ni mi nombre correr por su sangre. Nadie actúa invocándome, nadie construye su vida incluyéndome. He pensado tanto en estas cosas. He pensado que puedo morir en cualquier instante y nadie amenazará a la muerte, nadie la injuriará por haberme arrastrado, nadie velará por mi nombre. He pensado en mi soledad absoluta, en mí destierro de toda conciencia que no sea la mía. He pensado que estoy sola y que me sustento sólo en mí para sobrellevar mi vida y mi muerte. Pensar que ningún ser me necesita, que ninguno me requiere para completar su vida.”
“A nuestra edad sabemos que nada es para siempre. Nos enamoramos pero sabemos que no será pasa siempre. Por eso nos arriesgamos, por eso nos entregamos hasta quedarnos vacíos.”
“Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma. Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión.”
“No te llamo, no te pido. Me doy, te soy. Tú no me tomas, no me necesitas, no hay ganas de mí en tu mirada. Te veo, te creo, te recreo, mi solo amor, mi idiotez, mi desamparo. ¿Qué me hiciste para que yo me enrostre este amor estúpido? Piedad por ti. Cuando te vea lloraré, recordando lo que tuviste que padecer en mi memoria.”
“Abandono de todo plan literario. Las palabras son más terribles de lo que me sospechaba. Mi necesidad de ternura es una larga caravana, sé que escribo bien y esto es todo. Pero no me sirve para que me quieran”
“Aunque te esperaba no te esperé. Era como si me esperara a mí. Pero yo no llegué. Ni tú tampoco.”
“Quiero estudiar, quiero aprender, quiero escribir. Tengo veintidós años. No sé nada. Nada fundamental. No sé lo que debería haber aprendido hace muchos años. Nadie me enseñó nada. Sé, en cambio, lo que debería saber mucho después. De allí que me sienta anciana y niña al mismo tiempo.”
“La verdad: trabajar para vivir es más idiota que vivir. Me pregunto quién inventó la expresión “ganarse la vida” como sinónimo de “trabajar”. En dónde está ese idiota.”
“Había que escribir sin para qué, sin para quién”
“Soy tu silencio, tu tragedia, tu veladora. Puesto que sólo soy noche, puesto que toda noche de mi vida es tuya.”
“Escribo como siempre, por lo de siempre: me estoy ahogando.”
“Buscar: no es un verbo sino un vértigo.”
“Mi esperanza más antigua es ésta (infantil, increíble): un encuentro con alguien que me haga sentir que vive, que somos dos, sin que tengamos que recurrir a la mediación del lenguaje oral.”
“Simplemente no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie… ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré siquiera que hay un “saber volver”. No lo querré acaso.”
“Escribes poemas
porque necesitas
un lugar
en donde sea lo que no es”
“Nada más idiota que la experiencia del tiempo a través de los relojes y no obstante aquí estoy: temiendo que se me haga tarde.”
“Si pudiera tomar nota de mí misma todos los días sería una manera de no perderme, de enlazarme, Porque es indudable que me huyo, no me escucho, me odio y si pudiera divorciarme de mí no lo dudaría y me iría.”
“Ya es bastante que viva, que no robe ni mate ni ejerza la prostitución. En vez de ello leo poemas y estoy angustiada.”
“Todo mi ser aspira a una sola cosa: encontrar a quien yo sé, no en el sueño sino en el lugar de los cuerpos tangibles.”
“Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto.”
“Cierra las puertas de tu rostro para que no digan luego que aquella mujer enamorada fuiste tú…”
“La rebelión consiste en mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos.”
“Tengo que dejar el psicoanálisis. Tengo que reconocer, de una vez por todas, que en mí no hay qué curar. Y que mi angustia, y mi delirio, no tienen relación con esta terapéutica, sino con algo más profundo y más universal. Mi terror a la soledad.”
“Necesitas límites mentales. Necesitas no esperar. Necesitas no esperar nada de los demás. Necesitas no traficar con tu dolor. Necesitas orgullo y soledad. Necesitas orden. Necesitas poesía.”
“Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.”
“Mi sangre, mi sexo, mi sagrada manía de creerme yo, mi porvenir inmutable, mi pasado que viene, mi atrio donde muero cada noche. Oh ven, nada ni nadie lo sabrá nunca. Aun cuando yo no lo quiera ven. Aun cuando yo te odio y te abandone, ven y tómame a la fuerza.”
“Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.”
“Algo que no puedo nunca hacer es leer de una sola vez un libro de poemas. Un solo poema o dos y ya siento que no puedo más de tanta verdad dolorosa.”
“Imposible la plena comunicación humana. Los otros, siempre nos aceptan mutilados, jamás con la totalidad de nuestros vicios y virtudes…”
“Odio. Odio. Yo odio y quisiera que todos muriesen, salvo la vieja repugnante mendiga de ayer que dormía en el metro abrazada a una gran muñeca. (Así voy a terminar yo pero será la muñeca la que dormirá conmigo en sus brazos.)
Y no obstante, qué maravilla terrible y horrible es el ser humano; qué hay de móvil y fluyente en el espíritu, que no deja que un estado se detenga, que no deja que un estado onírico se eternice o persista. Por eso, tal vez la atracción de los personajes literarios, seres absolutos, es decir, que llevan el amor o el odio detenidos en ellos. (Así fui yo cuatro años, así me viví cuatro años.) Cuatro años en los que me imaginé y me soñé, en que me vivía como otra. Una sola cosa: La Enamorada.”
“Cúrame del vacío —dije.”
“¿Por qué cuento las horas si son todas iguales, todas hechas de tu rostro increíble a pesar de saber que no hay nadie en mi habitación? Las horas de mi silencio, las horas de mi espera. ¿Cuánto falta para verte unos minutos? ¿Cuántos centenares de horas para hablarte unos minutos? Y ni siquiera esos minutos me aseguran nada. A veces, estás con otra gente, a veces mi enorme emoción no me deja mirarte y es como si no hubiera ido a verte”
“Y he sufrido con las palabras de hierro, con las palabras de madera, con las palabras de una materia excepcionalmente dura e imposible. Con mis ojos lúbricos he pulsado las distancias para que mi boca y las palabras se unieran furiosamente.”
“Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.”
“Y cuando es de noche, siempre, una tribu de palabras mutiladas busca asilo en mi garganta, para que no canten ellos, los funestos, los dueños del silencio.”
“Tú eliges el lugar de la herida en donde hablamos nuestro silencio. Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.”
“Me duele funestamente el corazón. Tanta soledad tanto deseo. Y la familia rondándome, pesándome con su horrible carga de problemas cotidianos. Pero no los veo. Es como si no existieran. Siento, cuando se me acercan, una aproximación de sombras fastidiosas. En verdad, casi todos los seres me fastidian. Quiero llorar. Lo hago. Lloro porque no hay seres mágicos. Mi ser no tiembla ante ningún nombre ni ninguna mirada. Todo es posible y sin sentido.”
“De esto moriré, de espera oxidada, de polvo aguardador. Y cuando lleve un gran tiempo muerta, sé que mis huesos aún estarán erguidos, esperando.”
“Es como si tuviera un desierto detrás de mi pecho, es como si me hubiera tragado una loca incendiada que corre por mi sangre dando alaridos, es como si fuera una fuga. Yo no quiero ser una fuga, yo no quiero que me pongan agujas en la sangre. Quiero vivir y ser yo. (¿No estaré luchando con la locura?)”
“Entonces… ¿qué? Entonces… estar y esperar. ¡Esperar a que todo venga espontáneamente! ¡No! Lo único que ha de venir espontáneamente es la muerte. ¡Al diablo!”
“Llega un día en que la poesía se hace sin lenguaje, día en que se convocan los grandes y pequeños deseos diseminados en los versos, reunidos de súbito en dos ojos, los mismos que tanto alababa en la frenética ausencia de la página en blanco.”

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Luis Antonio de Villena


CLARICE LISPECTOR, RIMBAUD, JIM MORRISON

Amigo Villena, ¿usted para quién escribe? Es una pregunta que se hace a los poetas… Escribo para cualquier lector. Como Hörderlin “en tiempos de miseria”, busco salvar y explicar las cosas bellas -a veces raras, excéntricas- en medio de esta nueva Edad Media en la que estamos entrando, sin darnos cuenta. Y hoy le ha tocado el turno al corazón salvaje del muchacho Rimbaud -un fracasado en vida- a propósito de las biografías de dos personajes grandes que de modos distintos le tocan: Jim Morrison, mítico cantante y letrista de “The Doors” (esas puertas eran las de la percepción) aparece retratado por gentes que lo conocieron de cerca en “De aquí nadie sale vivo. La vida de Jim Morrison” (Capitán Swing) por Jerry Hopkins& Danny Sugerman, su representante artístico y un periodista que lo siguió desde sus inicios. Las biografías pueden, sucintamente, hacerse de dos modos, contando lo esencial de esa vida, reflexionando e imbricándose en ella, o entrando en todas las posibles minucias e investigando o indagando punto por punto. La de Hopkins y Sugerman sobre Morrison pertenece al primer estilo, por ello aunque publicada en inglés en 1985 no ha envejecido, porque no se detiene, por ejemplo, a precisar cómo le llegó la muerte a un barbado e hinchado Jim Morrison (1942-1971) en la bañera de un hotel de París, huyendo de su fama turbia, bella, disoluta y faltona y buscado por la justicia en EEUU. Un Jim que no era ya el bello muchacho de cabello largo y seducciones de rey lagarto, en las fotos imperecederas de 1967… Gran lector, poeta y buscapleitos, quería quemar la vida entre los libros de Nietzsche y los poemas ebrios de Rimbaud, y por eso no sólo había cantado “The end” (el final) sino que se había masturbado en público en un concierto por Florida, para disgusto del mundo puritano en ese momento gringo… Como dijo otro poeta enamorado de las imágenes y cada vez más meditabundo, Wallace Stevens, “el poeta es el sacerdote de lo invisible”, y para Morrison lo invisible -más cerca de Rimbaud y del surrealismo- era el magma de la vida, a cuya hondura hay que llegar aunque ello pueda significar destruirse, cosa que Jim jamás olvidaba. Ser poeta, transgredir, leer, fornicar, emborracharse, drogarse… ¿Hasta dónde? El aventurero nunca sabe hasta donde llega su aventura, que aún vive. Su cuerpo (nunca lo hubiera pensado) reposa en una tumba sencilla en el parisino e ilustre cementerio de Père Lachaise y a día de hoy sigue siendo una de las más visitadas en la necrópolis, junto a la de Oscar Wilde, otro personaje que amaba la vida y al fin la huía… “Sólo la muerte salva de la muerte”. ¿Quién lo dijo? Es aplicable a quien escribió “Light my fire”.  “Tienes que ir a ver a los Doors al Whiskey. El cantante está loco.” Ah, Clarice Lispector… la locura….
De muy otro signo (el segundo modo de hacer biografía, más distancia y puntillosidad) es “Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector” de Benjamin Moser, editada por Siruela. Clarice Lispector (1920-1977) parece desde fuera lo contrario a Jim Morrison, una mujer refinada y honda, de clara pasión altoburguesa. En realidad no dejó toda su vida de ser una atormentada. Es una de las escritoras más singulares de Brasil y de la lengua portuguesa. Hija de padres rusos que la concibieron y parieron en Ucrania, judíos en la pobreza de tiempos de revolución y pogromos, Clarice llegó a Brasil con apenas un año, se sintió siempre brasileña y repitió varias veces que no sabía una palabra de ruso. ¿Cómo no acercarla a la argentina Alejandra Pizarnik? El gran poeta Drummond de Andrade dijo: “Clarice Lispector procedía de un misterio/ y regresó a otro…” Ella misma: “Soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo.” Esa bella mujer, hija de una madre sifilítica en el pavor de aquella Ucrania, también venía de Rimbaud. Por eso su primera y una de sus mejores novelas se titula “Cerca del corazón salvaje” (1942) donde Joana, una de las protagonistas, es el volcán de vida animal, que palpita dentro de todo, incluso dentro de aquella mujer bella y lejana, que tampoco sabía para qué había venido. Buenas, terribles biografías. La vida es absurdo iluminado.