martes, 14 de abril de 2020

La nostalgia de un relato que sea forma pura, Juan José Saer


por calledelorco






El modelo de composición musical muy frecuentemente ha servido de esquema a grandes obras de nuestro tiempo. La influencia de la música es innegable en escritores como Joyce, Faulkner, Mann, Proust (para quien, como se sabe, la sonata de Vinteuil tiene en En búsqueda del tiempo perdido un carácter emblemático). Personalmente escucho mucha música, y frecuentemente su perfección formal despierta en mí la nostalgia de un relato que sea forma pura, a lo cual tiende, sin ninguna duda, El limonero real que, hacia el final, busca desprenderse de los acontecimientos para resolverse poco a poco en forma pura. Se puede decir también que el ritmo de la prosa, las repeticiones, la aparición de los distintos temas, su desarrollo, y entrelazamiento son de naturaleza musical. Sin embargo, más que esas analogías, son ciertos procedimientos de composición musical que pueden ser fecundos y en los que se puede reconocer a veces la verdadera naturaleza de la práctica narrativa. Recientemente oí decir a un especialista que Johann Sebastian Bach, cuando componía para la viola de gamba, que es un instrumento muy adecuado para los acordes, los eliminaba completamente, y que por el contrario en las suites para violoncelo los usaba en abundancia, por la simple razón de que el violoncello es un instrumento que se presta poco para eso. En esos procedimientos se verifica la ley estética de la resistencia a los materiales, y creo que un gran escritor trabaja siempre desde esta perspectiva, proponiéndose de antemano lo imposible y buscando deliberadamente la dificultad, para tratar de vencerla. Si no existe esta resistencia el interés del trabajo narrativo desaparece y con él la tensión propia a toda gran literatura.
En cuanto a la pintura me gusta sobre todo ver la retrospectiva de un pintor para tratar de percibir, a través de su evolución de las formas, el fundamento de su búsqueda. En una época en la que de todas partes lo arbitrario solicita al consumidor indeciso, la perseverancia de una lógica de las formas, desinteresada y solitaria, que muestra con precisión y rigor la vía que lleva al artista a sus imágenes irrefutables, me parece ser una de las tareas primordiales del arte.
Juan José Saer
Entrevista con Gerard de Cortanze
El concepto de ficción
Editorial: Rayo verde
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Escucha, yo pienso lo siguiente: para comprender lo que es un estilo, sobre todo no hay que saber nada de la lingüística. La lingüística ha hecho mucho daño. ¿Por qué ha hecho mucho daño? Porque hay una oposición –y ya Foucault lo dijo con mucho acierto–, hay una oposición, que a su vez forma su complementariedad, entre la lingüística y la literatura. A diferencia de cuanto dicen, no casan en absoluto. Y es que, para la lingüística, una lengua es siempre un sistema en equilibrio, del que, por lo tanto, se puede hacer una ciencia, mientras que el resto, las variaciones, caen del lado, no de la lengua, sino del habla. Cuando uno escribe, no se le escapa que una lengua es de hecho un sistema. Los físicos dirían: un sistema lejos del equilibrio por naturaleza. Es un sistema en perpetuo desequilibrio, de tal suerte que... no hay diferencia de nivel entre lengua y habla, sino que la lengua está hecha de todo tipo de corrientes heterogéneas, en desequilibrio unas con otras. Entonces, ¿qué es el estilo de un gran autor? Yo creo que el estilo, hay dos cosas en un estilo —ya ves que respondo claro, ¿no?, claro y rápido: me da vergüenza, ¡es demasiado escueto!— Me parece que un estilo consta de dos cosas. Hemos hecho sufrir a la lengua en la que hablamos y escribimos, hemos hecho sufrir un cierto tratamiento a esa lengua –no un tratamiento artificial, voluntario, etc. Es un tratamiento que moviliza todo: la voluntad del autor, pero también sus ansias, sus deseos, sus necesidades, sus menesteres... Hacemos sufrir a la lengua un tratamiento sintáctico original. Éste puede ser, digamos, retomando el tema del animal –puede consistir en hacer tartamudear a la lengua, me explico: no que uno mismo tartamudee, sino hacer que la lengua tartamudee. O, lo que no es lo mismo, hacer que la lengua balbucee. Pongamos ejemplos de grandes estilistas: Gherasim Luca, poeta. Bien, por decirlo a grandes rasgos, él hace tartamudear, no su propio habla: hace tartamudear a la lengua. Uf... Péguy, bien, Péguy es un... la gente es curiosa, porque Péguy tiene una cierta... es una personalidad de cierto tipo, se olvida que ante todo es, como todos los grandes artistas, es un loco total, vaya... Nadie ha escrito jamás como Péguy, nadie escribirá jamás como Péguy. Su escritura forma parte de los grandes estilos de la lengua francesa, es decir, de las grandes creaciones de la lengua francesa. ¿Qué es lo que hace? No se puede decir que sea un tartamudeo: hace que la frase crezca por el medio, ¡es fantástico! En vez de poner una frase detrás de otra, él repite la misma frase con un añadido en medio de la frase, que a su vez va a engendrar otro añadido en la frase. Hace que la frase prolifere por el medio, por inserción. Es un gran estilo. Así, pues, ese es el primer aspecto: hacer sufrir a la lengua un tratamiento, pero un tratamiento increíble, vaya. Por esa razón, un gran estilista no es un conservador de la sintaxis: es un creador de la sintaxis. Y yo no voy más allá de la fórmula tan hermosa de Proust: «Las obras maestras siempre están escritas en una especie de lengua extranjera»... Un estilista es alguien que crea en su lengua una lengua extranjera. Esto es cierto en Céline, es cierto en Péguy, es cierto de, bueno –por esto se reconoce a un estilista. Y, en segundo lugar, al mismo tiempo que el primer aspecto, a saber: se hace sufrir a la sintaxis un tratamiento deformante, contorsionante, pero necesario, que hace, que constituye algo así como una lengua extranjera en la lengua en la que uno escribe. Pues bien, al mismo tiempo, el segundo punto es que con ello se empuja esta vez a todo el lenguaje hasta una especie de límite, el límite que... el borde que le separa de la música; se produce una especie de música. Pues bien, si logramos esas dos cosas, y si hay necesidad de hacerlo... tenemos un estilo. En esto consisten los grandes estilistas. Y esto es válido para todos ellos: excavar en la lengua una lengua extranjera y llevar a todo el lenguaje a una especie de límite... musical. Eso es tener un estilo, sí.
Gilles Deleuze
Abecedario con Claire Parnet
Traducción: Raúl Sánchez Cedillo