sábado, 15 de septiembre de 2018

“CÓMO SE HACE UNA TESIS”, UN LIBRO SEMINAL DE UMBERTO ECO







En la inmensa bibliografía de Eco hay un libro, por así decirlo, “diferente”, que tuve la suerte de leer recién publicado en italiano y desde entonces he releído innumerables veces. Lo he disfrutado siempre con la curiosidad del novato y la esperanza intacta de quien confía encontrar en las páginas de un libro-oráculo las adecuadas respuestas a algunas de sus obsesivas inquietudes, que las tengo, hace siglos. “Cómo se hace una tesis”, que así se titula el libro de marras, en apariencia es un manual académico para estudiantes que inician sus trabajos de investigación, aunque creo que se trata en realidad de la obra más “perversa” e intencionada de su autor, acaso una guía sigilosa y encubierta más propia del hermetismo secular que un texto meramente didáctico.
Siguiendo sus notables enseñanzas y consejos ineludibles —como la necesidad por igual del orgullo y la humildad de quien busca tanto como de quien recolecta y aprende— me he ido cultivando estos años en el arte de interrogar al mundo sin demasiados reclamos urgentes, a trenzar mis preguntas curiosas con las respuestas más impertinentes, incluso las más desquiciadas, y ordenar el saber que he acumulado de un modo más sencillo y eficaz, sin tantas tediosas elucubraciones. Confieso haberme servido de él a mi manera en la mayoría de mis propias investigaciones y búsquedas desde entonces. No conozco mejor método para intentar discernir las rarezas de la vida de las que parecen naturales y corrientes, o para desvelar sutilmente sus misterios, sus ocultaciones, aun los más confusos, y entender mejor si cabe los procesos de creación propios o ajenos por muy esotéricos que se nos antojen. Y, cómo no, me ha sido muy útil para interpretar buena parte de las obras posteriores de Umberto Eco, seguir sus alambicados sentidos que estaban ya anunciados en este “manual de uso” en tantos aspectos seminal…
Pablo J. Rico






miércoles, 12 de septiembre de 2018

Todo estilo artístico es una forma de convalecencia, Juan Villoro





Los trompetistas y los saxofonistas saben que su música depende de la forma en que respiran. No son sus manos las que guían los sonidos, sino los pulmones. En una ocasión conocía a un jazzista que dominaba la "respiración circular": podía tocar sin detenerse, exhalar mientras inhalaba. Este virtuosismo me admiró pero me pareció circense; empobrecía la música, que no puede ser un torrente y que depende de los silencios. El estilo literario se define del mismo modo; importa por lo que callas, dosificas, frenas. Ese efecto no se ve ni se oye pero debe estar presente, y acaba por ser el sello distintivo de un autor, que permite reconocerlo en una frase. Hay algo involuntario y muchas veces torpe en el gesto; las palabras sólo alcanzan a acomodarse así. Si el autor encuentra ese tono genuino, puede decir casi lo que sea, aunque ese tono provenga de vacilaciones y de la imposibilidad de hablar de otra manera. La literatura podría ser representada como un inmenso hospital de neumología, donde cada paciente tiene un síntoma distinto. En La montaña mágica, los médicos buscan el "silbido en el neumotórax". En el hospital literario, cada silbido lleva una melodía distinta.
La idea del hospital también me atrae porque todo estilo artístico es una forma de convalecencia. La estética surge de debilidades, fracturas, impurezas. El arte nunca es "bonito" o "perfecto". La gran paradoja del gozo estético es que proviene de elementos que parecerían rechazarlo: una pérdida, un dolor, un malestar, trascendidos en placer. Esto se aplica a los temas pero también a las técnicas. El artesano aspira a un acabado impecable, pulcro; el artista busca algo más complejo, desordena sus materiales, trabaja desde la incertidumbre, encuentra posibilidades en los errores. Visto de cerca, un lienzo suele ser un amasijo de colores, pero el pintor calcula el efecto que eso puede tener a varios metros de distancia. Lo significativo es que pintor ordena sus imágenes desde el punto de mira en el que son confusas. También el estilo literario se alimenta de carencias, manchas, borrones. La fuerza expresiva no llega por teléfono o por comunicación divina; se logra a través de los muchos borradores, las cancelaciones, las torpezas convertidas en algo comunicable. Hablamos mejor después de un ataque de asma.
Los grandes estilistas (Nabokov, Borges, Rulfo, Faulkner, Proust, Mann, Beckett, etcétera) respiran a su manera. Quien redacta sin mayor estilo logra una página comprensible pero inerte. El estilo literario insufla vida a la página, genera la ilusión de que eso existió y sigue existiendo; es, seguramente, la forma más lograda de la respiración artificial.