viernes, 26 de julio de 2024

Los escritores a los que podía elogiar de todo corazón, T.S. Eliot



Ahora bien, en casi todo lo que hoy he dicho, me he esforzado por circunscribirme a la parte de mi prosa crítica que podría definirse con la mayor aproximación como «crítica literaria». Si me lo permiten, voy a resumir las conclusiones a que he llegado después de releer todo lo que, entre mis escritos, podía quedar comprendido con esta designación. He descubierto que lo mejor de mi obra está dentro de unos límites bastante estrechos, porque, en mi opinión, mis mejores ensayos son los consagrados a escritores que influyeron en mi poesía; como es natural, la mayoría de esos escritores eran poetas. Y, a medida que pasan los años, sigo teniendo la máxima confianza en esa parte de mi labor crítica que se refiere a escritores a los que estaba agradecido y a los que podía elogiar de todo corazón. Y en cuanto a las frases de generalización que he citado tantas veces, estoy convencido de que su fuerza proviene de que constituyen intentos para resumir, en forma conceptual, una experiencia directa e intensa de la poesía con la que sentía mayor afinidad.

Es arriesgado, y quizás presuntuoso, que generalice sobre la base de mi propia experiencia, incluso con respecto a críticos que pertenecen a mi mismo género, es decir, escritores primordialmente de creación, pero que reflexionan sobre su propia vocación y sobre la obra de otros. Reconozco que estoy mucho más interesado en lo que otros poetas han escrito sobre poesía que en lo que han dicho de ella los críticos que no son poetas. He sugerido también que es imposible rodear con una cerca a la crítica literaria para separarla de la crítica en otros aspectos, y que no puede prescindirse por entero de los juicios morales, religiosos y sociales. El que esos juicios y el mérito literario puedan valorarse en un aislamiento completo es la ilusión de los que creen que el mérito literario, por sí solo, basta para justificar la publicación de un libro que, de no poseer ese mérito, podría ser condenado por razones morales. Pero cuando estamos más cerca de la crítica literaria pura es con la crítica de los artistas que escriben acerca de su propio arte; y me refiero a este respecto a Johnson, Wordsworth y Coleridge. (El caso de Paul Valéry constituye un caso especial.) En otros tipos de crítica, el historiador, el filósofo, el moralista, el sociólogo, el gramático pueden desempeñar un papel destacado, pero en la medida que la crítica literaria es puramente literaria, creo que la crítica de los artistas que escriben sobre su arte tiene una mayor intensidad y encierra una mayor autoridad, aunque el ámbito de competencia del artista sea mucho más restringido. Personalmente, estimo que he hablado con autoridad (si es que esta expresión no sugiere arrogancia) sólo de aquellos autores —poetas y muy pocos prosistas— que han influido en mí; que incluso merezco una seria consideración en lo que he escrito sobre poetas que no influyeron en mí, y que mis opiniones sobre autores cuya obra me repele puede ser —por no decir más— sumamente discutibles. Y debo recordarles una vez más, para terminar, que he centrado la atención sobre mi crítica literaria en lo que tiene de literaria, y que sería un ejercicio totalmente distinto de examen de conciencia un estudio de mis creencias religiosas, sociales, políticas o morales, y de aquella gran parte de mis escritos en prosa que se ocupan directamente de esas creencias. Pero confío en que lo que hoy he dicho haya puesto de manifiesto las razones por las que, a medida que el crítico va envejeciendo, sus críticas pueden estar menos inflamadas de entusiasmo, pero están imbuidas de un interés más amplio y —así lo espera uno, al menos— de mayor prudencia y humildad.

T.S. Eliot
Criticar al crítico
Traducción: Manuel Rivas Corral
Alianza Editorial


miércoles, 24 de julio de 2024

Una escritura viva y desnuda, Marguerite Duras



Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido.

Marguerite Duras
Escribir
Traducción: Ana María Moix
Editorial Tusquets




Jesús Ferrero

Mi forma preferida de pensar es paseando por el bosque, disfrutando de su silencio, sus rumores, sus chasquidos, su presencia de entidad viva y poderosa. Entiendo por qué Heidegger se fue a vivir a la Selva Negra, entiendo por qué se convirtió en un emboscado y de paso también en un personaje de su querido amigo Jünger, otro emboscado. Los emboscados de Jünger se encuentran solos ante lo absoluto, y quizá es esa la soledad la que nos llega cuando paseamos por el bosque: no es una soledad ante los otros, pues se proyecta en un mundo vegetal.

Tu vecino te enfrenta al otro, pero el bosque, como el mar, te enfrenta a lo otro. Te acercas a un árbol e intentas descifrar su existencia. Asunto imposible. Son seres mudos, apacibles, soberanos. Algunos tienen más de cien años y escucharon los disparos de la Guerra Civil. Si los abrazas crees notar su reposado y aplastante aliento. Están en una dimensión tan real que te hacen sentirte un exiliado de las profundidades de la vida. Su existencia es la extrema existencia, su materia te invita a preguntarte por tu propia materia, más leve, más volátil, más incierta.


Desde su retiro, el emboscado busca esos elementos sustanciales de la articulación y la creación de estructuras. Desde su libertad existencial intenta descifrar el gran teatro del mundo del que se ha marginado para verlo mejor. No sé si el emboscado se parece al anacoreta, en muchos aspectos no. El emboscado no busca a Dios, no se martiriza como los ascetas de Alejandría del siglo III. Permanece tranquilo y piensa. Los recuerdos del mundo desfilan por su mente, envueltos en los rumores del bosque. Las cosas entran en una dimensión más dialéctica y total. La naturaleza se percibe como un absoluto que nos gobierna mucho más de lo que creemos, un absoluto que cuando opta por la destrucción no hay nada que se le parezca, pues la vida es consigo misma de una crueldad aterradora. 

«Nietzsche: otro emboscado que tuvo en un bosque de los Alpes Dolomitas la iluminación del eterno retorno»

El emboscado lo ve y le da la razón a Nietzsche: otro emboscado que tuvo justamente en un bosque de los Alpes Dolomitas la iluminación del eterno retorno. En el bosque es  fácil comprender el eterno retorno, pues más que un mito es una verdad presente en los nuevos brotes, creciendo entre madera podrida. Lo peor de la idea del eterno retorno es que, dentro de su oscilación abismal, el eterno retorno de la vida es posible gracias al eterno retorno de la muerte. En el bosque adviertes que la vida y la muerte ocupan el mismo espacio real. Un pájaro se está comiendo a un sapo en la charca del claro, y bajo tus pies se despliegan enormes civilizaciones de insectos que viven y mueren en la mareante argamasa de la materia.