martes, 10 de julio de 2018

"SÁTIRAS" de ARTURO DÁVILA_ Luis Antonio de Villena

A veces salta la novedad de lo desconocido. No sé cómo llegó a mis manos (en lío de mudanzas) el tomo “Sátiras” del poeta mexicano Arturo Dávila, profesor desde hace años al parecer, en una Universidad de EEUU. Sabía que este, para mí, desconocido Dávila ganó en el ya lejano 2003 el premio “Juan Ramón Jiménez” en Moguer, por un libro titulado “Poemas para ser leídos en el metro”.  Obviamente el título de Dávila comporta un guiño -hay mucha y buena intertextualidad en estas “Sátiras”- al en su día moderno y capital libro del argentino Oliverio Girondo, “20 poemas para ser leídos en el tranvía” (1922). Pero en realidad Dávila recupera muy bien la tradición satírica y epigramática, que viene de latinos como Catulo, Marcial o Juvenal, especialmente, y la renueva y mezcla con lo contemporáneo, el amigo Dávila, entrando también el la poesía española -y mexicana- del Siglo de Oro con Quevedo (inevitable) o Sor Juana, enmedio de la rica tradición del epigrama en aquellos siglos áureos. También Góngora. Así es que los poemas de Dávila, que aluden al puro hoy, se llenan de resonancias clásicas  donde tampoco faltan Ovidio o Alfonso Reyes, pasando Baltasar del Alcázar o fabulistas como el ilustrado Iriarte…  En fin, un sabroso festín el de Dávila muy de ahora mismo, El tomo “Sátiras” (Hiperión) recoge sus tres libros de esa línea: “Catulinarias”  (1998, el título lo dice todo), “Poemas para ser leídos en el metro” (2003) y el último -de 2015- “La cuerda floja”. Me ha encantado la soltura y el buen decir picante del poeta/profesor Dávila, que demuestra dominar el género satírico y comprender que vivimos un mundo necio  (con muy necios y toscos personajillos) que merecen sin interrupción las sátiras de Arturo Dávila.  Se podrían poner muchos y buenos poemas como ejemplo, pero elijo uno, casi al azar:
“Miramos hacia arriba,
Ricardo,
miramos hacia abajo,
miramos hacia los lados.
Arriba se estrella el cielo,
abajo se estrellan los hombres,
a los lados se estrella el destino.
Miro estrellarse el espejo
y despejo la realidad de mis estrellas:
la figura se desfigura
como el agua en el agua,
sueño sombras de viento,
el espacio se hace lento
y crece el fuego en mi pecho.
Las arrugas son más claras
y vienen con los años:
son las cicatrices del tiempo.
El universo se expande,
estrellas nacen y mueren,
y la vida es pura energía.
El tiempo y el espacio  no existen,
según el filósofo de Königsberg
y son categorías de la mente.
Pero las arrugas sí existen.
El rostro se estrella en el espejo
y se hunde en el fondo del reflejo.
Sí,
somos los hombres estrellados,
los años nos estrellan contra la muerte.
La muerte nos deja viendo estrellas.”
Me gusta Dávila.



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