sábado, 20 de febrero de 2016

Diálogo politeísta. Encuentro entre Umberto Eco y Javier Marías



Dos de los más influyentes intelectuales de hoy hablan sobre literatura, el ciberespacio, la libertad de expresión y la ruptura de cánones tradicionales. Del presente y el riesgo de sus consecuencias
Tan pronto se ven, Umberto Eco se apresura hacia Javier Marías que sorprendido ve cómo el escritor italiano se inclina ante él en una reverencia teatral, diciéndole: “Majestad”; a lo que Marías, saliendo de su sorpresa y con una media sonrisa, contesta casi en susurro: “Duque”. Y empiezan a reír mientras se abrazan. Dos años antes, Marías, como rey literario de Redonda, había nombrado a Eco Duque de la Isla del Día de Antes.
Es la una y media del lunes 13 de diciembre de 2010. Están en el restaurante Balzac de Madrid en el primer diálogo que sostienen para un medio de comunicación, invitados para este número 1.000 de Babelia, y que harán en italiano como una cortesía de Marías con el profesor Eco. Cuando se sientan alrededor de la mesa redonda donde almorzarán, el semiólogo italiano (Alessandria, 1932) se queja de dolor de garganta y cuenta el trajín en que anda por la promoción de su último libro, El cementerio de Praga (Lumen), y el narrador y académico español (Madrid, 1951) desvela que acaba de terminar una novela que saldrá en primavera: Los enamoramientos (Alfaguara). Es el preludio de una conversación que se extenderá durante dos horas y terminará con ellos paseando y posando para el fotógrafo en un punto de encuentro simbólico de lo que aún no saben que van a decir.
JAVIER MARÍAS. Hace poco escribí en una de mis columnas de El País Semanal, a propósito de su última novela, tan criticada por L’Osservatore Romano, que pensaba que se había superado aquello de que en las artes las obras tuvieran que tener un carácter moral o edificante. Un hallazgo por parte de esa crítica, aunque para ellos era negativo, es que decía algo parecido a que su novela era un voyeurismo amoral.
UMBERTO ECO. ¡Es que esto es la novela, eso es una novela!
J. Marías. Justamente una novela es lo contrario de un juicio.
U. Eco. Deja abierta la puerta a las contradicciones.
J. Marías. Aunque hay novelistas que todavía se sienten como jueces, es una cosa extraña. Eso del voyeurismo amoral está muy bien visto. Porque una novela, a menudo, es así, el novelista no tiene que juzgar, tiene que mostrar, a veces explica lo que ha sucedido, cómo se ha llegado a este punto, pero eso no quiere decir que se justifique o que se ensalce el tema o presuma.
U. Eco. Luego está el lector que tiene la tendencia, o la mala fe, de atribuir al autor lo que piensa el personaje.
J. Marías. ¿No es preocupante en el sentido de que es volver a cierto primitivismo?
U. Eco. Usted escribe novelas, el 20% las leen de forma correcta, el resto equivocada.
J. Marías. Esto ha vuelto con fuerza. Yo escribo con un narrador en primera persona desde hace 20 años, y se tiende a confundir al narrador con el autor, con el yo.
U. Eco. Cuando publiqué El nombre de la rosa me escribió un lector preguntando por qué afirmaba que la felicidad consiste en tener lo que se tiene. ¡Yo nunca he dicho eso, es una tontería! Fue un personaje.
J. Marías. Esa idea de que las novelas deben tener un mensaje o dignificar algo es un primitivismo raro que ha vuelto.
U. Eco. Es una idea católico-marxista.
J. Marías. Pero el marxismo no…
U. Eco. El realismo socialista quería que las novelas tuvieran un mensaje y hablaran de los problemas del pueblo… Mi respuesta es que una novela tiene un mensaje, pero hay que trabajar mucho para comprenderlo, requiere esfuerzo, no te lo da el autor.
J. Marías. Un mensaje que se podría buscar fuera del libro.
U. Eco. O muchos. La Odisea tiene múltiples mensajes.
J. Marías. En cierto sentido surge por la promoción de los libros. No sé usted, pero yo a veces al escribir una novela me encuentro con que tengo una idea vaga sobre qué es esta novela, aparte de la historia misma, y algunos aspectos que no son claros para mí. Pero una vez terminada la entiendo un poco mejor. Entonces llega la promoción, las entrevistas, donde se espera que el autor diga: “Lo que he querido decir es esto”. Y uno se ve obligado a afirmar algo o defender una idea que luego es tergiversada. Si no hubiera entrevistas y cierta necesidad de banalizar, de encontrar un eslogan…
U. Eco. Yo intento humillar a los que hacen estas preguntas, desafiar, hacer que se sientan algo estúpidos. Cuando me preguntan: “¿Con qué personaje se identifica?”, contesto: “¡Con los ad-ver-bios!”. Se quedan estupefactos. Es verdad, los escritores nos identificamos con los adverbios.
J. Marías. Pero para hacer esto hay que ser usted.
U. Eco. ¡No, no!, hay que ser bastante malos… Y, en cambio, nadie habla del estilo de la novela, de la construcción. La gente lee lo que dices y no le interesa la manera en que lo dices.
J. Marías. La palabra estilo desapareció del vocabulario, ni los críticos la usan.
U. Eco. Es la manera de formar, de hacer.
J. Marías. Y sin duda hay autores que reconocemos (…) Otro aspecto de los idiomas es cómo están desapareciendo cosas normales y se construyen mal las frases. Se está reduciendo el vocabulario.
U. Eco. Sí, sí.
J. Marías. Recuerdo que mi madre, cuando yo era adolescente, si me preguntaba o pedía algo, y yo respondía de cualquier manera, me decía: “Por favor, no seáis tacaños con la lengua”. Hoy la gente es algo tacaña.
U. Eco. Ocurre también con la escritura… Luego está esa discusión sobre la literatura tradicional y experimental. Se trata de una diferencia un poco como derecha-izquierda, que en política ya no tiene sentido. La izquierda es el único partido conservador, porque quiere conservar la Constitución, el Parlamento. Así que la vanguardia y la literatura tradicional es una distinción que nació con la llegada del arte pop y de la posmodernidad, hacia mediados de los sesenta, cuando ya en la novela comercial se empezaba a usar el monólogo interior, que antes era un escándalo joyceano. Los narradores suramericanos, García Márquez, etcétera, redescubrieron la historia que había estado prohibida, pero se descubrió de forma más irónica. Hay una serie de barreras tradicionales. Recuerdo en Italia, en tiempos del grupo del 63, del que ya no hay un rostro emblemático, cuando un músico de vanguardia, Berio, escribió un ensayo sobre el rock, y otro músico de vanguardia, hablando de los Beatles, dijo: “Trabajan para nosotros”; y yo contesté: “¡Pero tú también trabajas para ellos!”. Ya entonces había mezclas. Así que no diferenciaría tan claramente lo tradicional de lo experimental. Hay autores que se reconocen de forma inmediata, pero siempre los ha habido, el problema no es ése. En las obras comprometidas no hay una literatura experimental pura.
J. Marías. Lo que se llama experimental envejece cada vez más fácilmente, o se convierte en algo tradicional, o se incorpora a los usos normales. Hay una flexibilidad mayor. Siempre ha habido una enorme capacidad para hacer esto; aunque antes había un poco más de resistencia. Hoy no. Hoy normalmente todo se incorpora, todo se vuelve viejo, antiguo. El presente se convierte en pasado cada vez más rápido. Incluso en el momento en que un libro ya está disponible, parece que ya es pasado.
U. Eco. Algunas cosas resisten el paso del tiempo. Por fortuna existe este mecanismo, de lo contrario no permanecería nada, ni Sófocles, ni Eurípides…
…Y las palabras de Eco y Marías se entrecruzan animadas por el mundo clásico, hasta que dan un salto de 2.500 años para volver al umbral de esta era del ciberespacio cercada de incertidumbres y quejas por una supuesta incultura en plena revolución del aprendizaje y la comunicación de saberes y relaciones personales y emocionales. Entre bocado y bocado, sus palabras van a empezar a señalar lo mejor y más terrible de ese presente y sus consecuencias.
U. Eco. Internet es la vuelta de Gutenberg. Si McLuhan estuviera vivo tendría que cambiar sus teorías. Con Internet es una civilización alfabética. Escribirán mal, leerán deprisa, pero si no saben el abecedario se quedan fuera. Los padres de hoy veían la televisión, no leían, pero sus hijos tienen que leer en Internet, y rápidamente. Es un fenómeno nuevo.
J. Marías. Esto sería una ventaja.
U. Eco. Es el aspecto positivo.
J. Marías. Pero lo que decíamos sobre el lenguaje, de la generalización del uso del ordenador…
U. Eco. Ése es otro problema, no tiene nada que ver. No creo que el lenguaje se empobrezca, ¡cambia! El inglés es un lenguaje sintácticamente muy pobre en comparación con el francés, el italiano o el español; pero puede decir cosas maravillosas. Por lo tanto, se simplifica, pero puede decir muchas cosas. Las lenguas funcionan.
J. Marías. A veces tengo la sensación de que el exhibicionismo general es omnipresente en estas formas de comunicación. En Internet, por ejemplo, si pones una cámara puedes ver una habitación a todas horas; hay personas que tienen contacto entre sí para ver cómo duermen o preparan la comida, lo que no sería un espectáculo… A veces tengo la sensación de que esto guarda cierta relación con la pérdida progresiva de esa antigua idea, que ha acompañado a los hombres durante siglos, de que Dios lo veía todo, de que Dios los observaba a todos y que absolutamente NADA escapaba a su mirada y escrutinio. De alguna manera, esa idea, que aún tienen algunos de los que leen L’Osservatore, era algo terrible, pero que también consolaba, al haber un espectador que conocía nuestra vida. Aunque fuera la persona menos importante del mundo, había alguien…
U. Eco. ¡Un señor que pagaba una entrada para verte y luego juzgarte!
J. Marías. Te castigaba o premiaba. Al menos existías para alguien. Y esta creencia, obviamente, hablando en términos generales, se ha perdido. Creo que una parte de la población, de forma inconsciente, tiene nostalgia de esa idea. Había una enorme necesidad de ser contemplado, de ser observado.
U. Eco. Hoy van a la televisión o Internet.
J. Marías. Sí… Responde a esa nostalgia vieja de la idea de Dios.
U. Eco. Interesante. Si no, no se explica cómo tienen esta necesidad tremenda de dejarse ver, hasta cuando hacen caca. Y yo digo: ¿por qué?… ¡Es el aspecto más terrible e importante de la civilización en la cual vivimos! En Italia han sido asesinadas unas jóvenes, y cada noche hay programas de televisión que hablan de ello, ¡es vergonzoso!, porque se hace espectáculo de estas muchachas. Y el único consuelo por haber perdido a tu hija es salir en la televisión.
J. Marías. Ha hablado de consolación. Hay un elemento crematístico, evidentemente. Una ventaja para ellos porque al menos obtienen dinero y audiencia.
U. Eco. ¿Pero por qué necesitan la audiencia y explotan incluso la muerte de su hermana y van a la televisión para que les veamos? Volvemos a la tesis de Javier Marías.
J. Marías. Lo que es extraño es que, también, se quiera mostrar la pena. Había cosas que tradicionalmente no se enseñaban.
U. Eco. Hay gente que va a la televisión a decir: “Tengo cáncer. No me voy a callar. Voy a la televisión para que me conozcáis, para que sepáis que existo y ayudo a otros”. Ésa es la justificación.
J. Marías. La gente dice ahora, en lugar de “quiero contarte”, “quiero compartirte esta experiencia”, o “quiero compartir contigo esta experiencia”, en lugar de “quiero contarte”. Se busca involucrar a otros.
U. Eco. Una frase que ya no se usa es: “A Dios pongo por testigo de”, al menos él sabe que yo soy así. Ahora es “pongo a la televisión por testigo, la comunidad”. Hay una comedia italiana donde el nombre es una propiedad privada, no debes difundirlo. Y está el dicho de que los trapos sucios se lavan en familia. Antes la privacidad, el mantenerlo todo oculto, era fundamental. Hoy es todo lo contrario. Y cosas peores. No sé el porqué de esa necesidad de que nos vean o de vampirizar vidas ajenas. La explicación sobre la nostalgia de Dios es la más lógica.
J. Marías. Hay un elemento que también tiene que ver con todo esto: son las filtraciones de Wikileaks. Hay algo extraño y divertido… Normalmente se nos prohíbe saber cosas, sobre todo si son de personas poderosas o con responsabilidades, y verlas ridiculizadas, el rey desnudo, o si meten la pata, eso se entiende. Lo que no entiendo es que después de este pequeño fenómeno haya gente que pida la transparencia: “Basta. Tenemos que saberlo todo. Tenemos que saber qué hacen los servicios secretos, los diplomáticos, lo que piensan”. Pero ¡cuidado!, la hipocresía, la doblez, forma parte de la educación; es más, de la civilización. Si hubiera una transparencia general habría muchos más homicidios. Todos hablamos mal de vez en cuando de todos, cuando no están presentes, y también de las personas que amamos. Siempre hay objeciones. Probablemente si estas personas a las que queremos supieran cuáles son nuestras objeciones se olvidarían de todo lo positivo que pensamos de ellas y se obsesionarían con esa pequeña objeción que han conocido y que no habrían debido saber, y sería un desastre.
U. Eco. Las medidas diplomáticas están en la base de la convivencia civil.
J. Marías. Es una cuestión de civilización, es un logro.
U. Eco. Yo no digo: “No voy a cenar contigo porque eres aburrido”. Digo: “No voy porque tengo un compromiso”.
J. Marías. Entonces, pedir la transparencia general es también algo que iría en contra de los intereses de todos. Porque si todo fuera así se despediría más fácilmente a la gente. Tenemos esa tendencia, este desahogo. Es normal que haya personas que intenten saber lo que no se debe saber, pero también es normal que otras intenten evitar que las cosas se sepan. Lo ridículo es la pretensión de ciertas personas de que los que tienen el deber de evitar que las cosas se sepan renuncien a ese deber. Lo que no se puede es pedir la rendición total de los demás. Y con Wikileaks estoy sorprendido de que no se hubieran dicho cosas más brutales o que no intuyéramos. Son diplomáticos contenidos, educados. Me parece divertido… Es extraña esta pretensión, no entiendo estas ganas por saber todo.
U. Eco. Sí, sí. Y con esta ruptura del pacto de hipocresía, que es un pacto social fundamental (“estoy encantado de conocerle”, no estoy encantado, pero hay que decirlo) hemos entrado en una nueva era virtual de la información donde todo es más vulnerable y frágil. Al final tendremos que encontrar otros modos de confidencialidad. ¿Cuáles serán? No lo sabemos. Con Internet ya no es posible ninguna censura. Mire a Julian Assange, es para tirarlo al retrete, o a la basura, pero lo que ha hecho lo han sabido todos. Alguien dijo una vez que si hubiese existido Internet el Holocausto no habría sido posible, porque nadie podría haber dicho: “No lo sabía”. En China no han aceptado el Premio Nobel de la Paz pero en China lo han sabido muchos. Lo que se está perfilando, y ya lo escribí años atrás, es un nuevo 1984 con la clase dirigente que tiene acceso a Internet y los proletarios que no tienen acceso, que ven la televisión. ¿Hacia qué futuro nos dirigimos? ¿Habrá más proletarios o más clase informatizada? Porque si un ordenador costara diez euros, quizá mil doscientos millones de chinos lo tendrían, y entonces serían menos los proletarios que los informatizados. Y la censura ya no podría funcionar. Pero si se mantiene una proporción como la actual será todo lo contrario, se puede seguir censurando.
J. Marías. Si se rompe la baraja y se extiende la transparencia, probablemente los ciudadanos tienen siempre las de perder ante la posibilidad de intrusión en sus vidas por parte de los Gobiernos, ya que es mucho mayor que al revés. Es el peligro que veo en esa legitimación de que se sepa todo…
U. Eco. Hay gente que lee Internet y no tanto los periódicos, pero quienes usan el ordenador no son por fuerza los más informados, porque si no leen los periódicos no están lo suficientemente informados. Así que los problemas de censura y libertad son difíciles de definir hoy, no son tan sencillos como antes.
J. Marías. Yo recuerdo una cosa que mi padre decía, y que escribió en un artículo, sobre que el hombre contemporáneo corría el riesgo de convertirse en un primitivo lleno de información. Y lo es en cierto sentido. Tal vez no se equivocaba. Y lo decía antes de la existencia, probablemente, de Internet. Hay un exceso de información que quizás impide saber. Ya no hay un filtro, no hay un criterio. Se da importancia a cosas que no tienen ninguna y al contrario. Luego la abundancia, que es un problema porque con el exceso de algo no hay tiempo para ocuparse de ello. Yo aún consulto la enciclopedia.
U. Eco. Yo pertenezco al grupo de los que ve muy cómodo encontrar el dato en el ordenador, soy un estudioso de profesión y no me fío de la primera información. Pero para una persona normal es una dificultad utilizar Internet de forma adecuada. Siempre digo que la televisión ha sido un bien para los pobres, en mi país ayudó a enseñar la lengua italiana, y ha perjudicado a los ricos, no de dinero sino de estudios; y con Internet ocurre lo contrario. Lo preocupante es cómo se enseña a la gente el filtro…
J. Marías. A la gente no le interesa filtrar o saber si son ciertas o no algunas cosas. Es una tendencia…
…Y los dos autores siguen explorando los desafíos, riesgos, temores y dudas agazapadas en la Red, hasta que llega el café y la conversación deriva hacia otro tema que involucra a los dos mundos que son uno, tierra y ciberespacio, y que viene de siempre y va para siempre: el duelo, la pugna, entre la belleza y la fealdad. Con Internet añadiendo más confusión. Es la era del politeísmo estético y de la industria de la fealdad y de las ideas. A una media hora de que el encuentro acabe, Eco y Marías están a punto de descubrirse a sí mismos diciendo que se ven como un anacronismo.
U. Eco. En el último capítulo de mis ensayos sobre la belleza y la fealdad, referido al mundo contemporáneo, hablo del politeísmo de la belleza, de las distintas épocas en las que había diferentes modelos. Hoy valen todos esos modelos, y los medios de comunicación han contribuido a difundir diferentes modelos de mal gusto. Ahí entra la iluminación en Navidad, que ha cubierto los monumentos con unas luces feísimas. Se ha cubierto todo de bombillitas y a la gente le gusta. Ya no hay criterios para distinguir. Por lo tanto, la belleza y la fealdad se convierten sólo en hechos de clase: la belleza para los ricos y la belleza para los pobres. ¿Pero es cierto que antes no era así?, me pregunto. Sabemos que en la antigua Roma había una comedia de Terencio, y en el anfiteatro una lucha de osos, pues algunos abandonaban el teatro y la comedia de Terencio y se iban a ver la lucha de osos. Los intelectuales lamentaban que la gente hubiera abandonado a Terencio para ir a ver a los osos. Y mientras Miguel Ángel hacía la cúpula de San Pedro había espectáculos callejeros que eran modelos de mal gusto, probablemente. Por eso no puedo ser tan severo con ese politeísmo de la belleza y la fealdad, porque tal vez creemos que en alguna época haya habido modelos fijos: la belleza del Renacimiento, del Barroco, son los modelos que se salvaron, pero había infinitos otros que se destruyeron. La pregunta es: ¿por qué se salvaron esos en concreto? Ahí vuelvo a un viejo argumento: en la Poética de Aristóteles se citan numerosas tragedias de las que no sabemos nada, se han perdido. ¿Por qué ésas se han perdido y han sobrevivido las de Sófocles, Esquilo o Eurípides? Hay dos respuestas: porque eran mejores o porque tenían recomendación de otros. Los demás no tenían apoyos. Quizá fueran mejores que ellos, pero no tenían padrinos, así que lo que nosotros identificamos con el gusto clásico de la antigua Grecia, ¿es lo que predominaba entonces o es sólo lo que ha sobrevivido? Y quién sabe, quizá dentro de dos mil años nuestro periodo va a aparecer con el único modelo de belleza o de fealdad que haya sobrevivido; quizás la televisión basura, quién sabe si se identificará con la culminación del arte de nuestro siglo, como ceremonias báquicas.
J. Marías. Tal vez hubo un momento en que la fealdad que el profesor Eco ha estudiado tan bien existía en el arte, pero era algo excepcional. Recuerdo, por ejemplo, la única vez que estuve en Sicilia, en Palermo, y fui a Bagheria; quería ver esas figuras grotescas de la villa Palagonia que habían mencionado Byron, Goethe y gente así que en su tiempo habían viajado expresamente para ver esto, algo horroroso. Figuras grotescas en el jardín de un noble. Esto parecía una excepción que incluso personas como Byron y Goethe iban a ver, como excepción. Lo que no existía hasta hace poco es lo que podríamos llamar una industria de la fealdad. Ahora hay una fealdad industrial totalmente deliberada, como mercado. El valor que podía tener la fealdad de rebeldía, transgresión o de desafío se ha perdido y, en este sentido, ¿qué quedará dentro de dos mil años? No lo sabemos, tal vez algo de este tipo, o tal vez otra cosa. Sobre aquellos que el profesor llama ricos, aunque yo soy un poco proletario, lo cierto es que personalmente creo que me estoy convirtiendo en un anacronismo. Yo mismo soy un anacronismo. No sé si usted también tiene esta sensación.
U. Eco. Esto es siempre un proceso normal de la vejez. Pero no sólo por la edad, sino como usted decía, la gente en lugar de leer a Proust está viendo la televisión, está viendo a Pippo Baudo. Yo, que utilizo el subjuntivo bien, me estoy convirtiendo en un anacronismo…
…Ríen, hacen bromas… La puerta se abre y aparece el fotógrafo. Son las tres y media pasadas. Unas primeras fotos dentro del Balzac. Luego toman cada uno su abrigo, Eco el negro, con su sombrero de paño a juego y su bastón, y Marías el azul marino, y salen a la calle al encuentro de un silencio de amanecer. Guiados por el fotógrafo, caminan calle y media bajo un visillo de nubes grises, sin saber que van estar en un punto de encuentro simbólico de algunos de los temas de los que acaban de hablar: el paseo y jardines fronterizos que unen la iglesia de Los Jerónimos, cerrada por obras, y la ampliación del Museo del Prado. Charlan, posan… Duque y Rey se despiden. Umberto Eco se marcha en coche a continuar su periplo a cuenta de su polémico El cementerio de Praga; y Javier Marías baja las escaleras que conducen hacia la Puerta de Goya del Prado rumbo a afinar Los enamoramientos.
WINSTON MANRIQUE SABOGAL
El País, Babelia, n. 1.000, 22 de enero de 2011

Lettre de Kurt Cobain à William Burroughs

2 août 1993







Cher William,
C’est étrange d’écrire à quelqu’un que je n’ai jamais rencontré mais avec qui j’ai déjà enregistré une chanson. J’ai été si heureux d’avoir l’opportunité de faire ce disque — quel honneur d’apparaître à vos côtés sur le dos de la pochette. Maintenant, je vous écris avec l’espoir que vous apparaissiez aux côtés de mon groupe (Nirvana) dans la première vidéo de notre nouvel album « In Utero ».
Comme je sais que Michael Meisel de Gold Mountain Entertainment (ma maison de production) a parlé avec James Grauerholz, j’ai voulu sauter sur l’occasion et vous faire savoir pourquoi j’aimerais que vous apparaissiez dans la vidéo.
Je voulais surtout vous faire savoir que cette demande n’est absolument pas motivée par le désir de vous exploiter, et cela d’aucune manière. Je sais bien que les histoires qu’on peut trouver dans les journaux à propos de ma consommation de drogues peuvent vous faire penser que ma demande est motivée par l’envie de mettre en parallèle nos modes de vie. Soyez assuré que ce n’est pas le cas. En tant que fan et étudiant de votre travail, je chéris seulement l’idée de pouvoir travailler directement avec vous.
Dans le cas où vous souhaiteriez qu’il n’y ait aucune utilisation directe de votre image, je serais heureux de faire en sorte que le réalisateur de la vidéo trouve des idées de maquillage qui pourraient dissimuler votre identité. Ce n’est pas tant le fait de faire savoir au public que c’est bien vous (à moins que cela soit votre souhait) que la fierté que m’apporterait l’apparition de William Burroughs dans ma vidéo et l’opportunité d’une telle collaboration qui me motivent.
Je me répète mais je serai si heureux que cela arrive. Bien que Michael et James en discutent bientôt, je reste disponible afin d’en discuter avec vous selon vos commodités.
Je vous remercie de votre attention,
Cordialement,
Kurt Cobain.

jueves, 18 de febrero de 2016

TANIZAKI, FLORES PERVERSAS_Luis Antonio de Villena


Suele decirse –pero los tópicos salen de una verdad- que los tres grandes escritores japoneses del siglo XX, fueron Junichiro Tanizaki, Yasunari Kawabata (Premio Nobel en 1968) y claro el controvertido pero espectacular Yukio Mishima. Los tres tienen rasgos en común y uno que importa: amaron la literatura e incluso la moda occidental en su juventud y luego con la modernidad –o esa modernidad- aprendida, se sintieron tentados por la propia y rica tradición nipona que supieron renovar de modo muy singular y significativo. Fueron modernos tradicionales y ese exotismo los ha hecho curiosamente más buscados por el público occidental. Junichiro Tanizaki  (1886-1965) fue un hombre refinado con una juventud escandalosa. Es claramente un decadente en la línea que puso de moda el simbolismo francés, pero lo es al modo del Japón incluso en uno de sus relatos más antiguos, “Tatuaje” que parece responder a una moda de hoy por cierto muy antigua allí. El tatuador dibuja una araña en la espalda de la muchacha hermosa que la simboliza en brillo y movimiento. El comienzo nos despista y nos sitúa: “Esta historia aconteció cuando la sociedad gozaba de la insigne virtud de la frivolidad”.  Un pintor enamorado de una mendiga, alguien que descubre el fetichismo de los pies en una jovencita  (“Los pies de Fumiko”), un hombre demasiado guapo y seductor,  un loco que visita a un célebre doctor de noche… Alfaguara ha publicado –bajo la batuta sabia de Carlos Rubio- una variada colección de cuentos de Tanizaki con el título      – el único error del estupendo conjunto- de “Cuentos de amor”.  ¿Cómo caer en ese título vulgar cuando todo o casi todo el texto se tiñe de extravagancias? Leemos: “unos pies como joyas” y antes “llevar una vida decadente y pervertida”. Son sólo dos frases pero significativas de un volumen magnífico que pide otro título con más “vicio”.
Hace bastantes años –en 1968- Seix Barral publicó otra antología de relatos de Tanizaki (coinciden dos o tres) con más acierto en el título pese a Villiers, “Cuentos crueles”. Los cuentos tenían a dos traductores conocidos como escritores,  Jesús López Pacheco y Ángel Crespo, pero (oh pobreza de aquel tiempo nuestro) aquellos relatos estaban traducidos del inglés. Ahora no, la traducción es buena y como se debe se ha hecho desde el japonés, ya no es tolerable otra cosa.  “Crueles” no son todos los cuentos pero la palabra sitúa al texto –muy japonés- cerca del mundo baudelairiano. “Amor” me pregunto si existe en los cuentos tal como lo entienden novios y familias. Creo que no. No en balde se alude a un clásico del sexo maldito, la “Psycopathiasexualis” de Richard von Krafft-Ebing.  Y a ratos parece que el refinamiento de la cultura oriental hace todo más asumible, mientras que otras veces lo resalta.  Como sea, el lector (más allá de los  once hermosos relatos) va a
descubrir si no lo conocía a un grande, este refinado Tanizaki que apenas salió de Japón (sólo visitó Shangai) pero que dominó el mundo nuevo y el antiguo en un brebaje cautivador. A él se debe además una versión en japonés moderno del famoso “Relato de Genji” de la señora Murasaki Shikibu. Tanizaki da cien vueltas al archisabido Murakami…

Lettre de Sacher-Masoch à sa mère




Chère mère,
Tu me demandes pourquoi j’ai peur de l’amour ?
J’en ai peur parce que j’ai peur de la femme.
Je vois dans la femme quelque chose d’hostile, elle me fait face comme un être purement sensuel, extérieur, comme la nature qui est sans âme. Toutes deux sont pour moi également attirantes et en même temps étrangement inquiétantes.
Tu sais combien j’aimais rester assis, par les calmes soirs d’été, à la lisière de notre forêt, lorsque passait de temps à autre un gémissement léger à travers les cimes au-dessus de moi et, au-dessous de moi, le murmure profond des abeilles, des bourdons et des mouches dorées et que, sur quelque branche perché, un petit pinson chantait, lorsque venait vers moi des bois sombres et denses le sifflement d’un merle, j’avais alors l’impression que je devais adresser la parole à la forêt sombre, mais je ne recevais aucune réponse ou bien dans une langue que je ne comprenais pas et je voyais que le lierre qui semblait enlacer le chêne dans une tendre étreinte aspirait lentement sa moelle, je voyais que le chêne en peu d’années pourrissait et se délitait, que le faible souffle au-dessus de moi devenait une tempête et abattait le chêne s’il ne l’était déjà par la foudre ; je voyais les moucherons danser dans le soleil du soir et je voyais le pinson fondre soudain parmi eux et le corbeau, lui faisant la chasse, coassait au-dessus de lui et l’aigle traçait ses cercles plus hauts encore, lui, dont, aujourd’hui ou demain, le grand corbeau aux serres aigües, au puissant plumage sera la proie.
Je marchais souvent à travers les champs, prenant plaisir aux coquelicots dont on voit l’éclat coloré entre les épis jaunes, aux petites fourmis qui ont construit ici leur pyramide, au perdreau brun qui couve ses œufs tachetés, mais les fleurs bleues et les rouges et pas moins les jaunes que l’on voit dans les blés sont une mauvaise herbe qui leur conteste la vie ; je vis un jour un escargot  sur lequel grouillaient les fourmis comme les Lilliputiens sur Gulliver endormi et l’escargot avait des mouvements spasmodiques sous leurs aiguillons en essayant en vain de s’échapper et le renard tuera le perdreau sur ses œufs.
Même le lac avec ses vagues paisibles et régulières, ses roses jaunes, son réseau blanc et vert d’algues, ses lys d’eau, ce lac qui semble m’appeler, lui aussi, se refermerait sur moi, froid et muet, si je suivais sa trompeuse séduction et rejetterait ensuite avec mépris mon corps sans âme sur le sable ; monotone, il murmure tendrement comme s’il chantait une berceuse, mais ce n’est que la plainte mortelle de la nature que j’entends, la voix de la putréfaction ; ses vagues chassent la terre et les pierres, elles creusent le rocher où se dresse la Croix et, lorsqu’un jour, la digue se brise, il noie la terre, les animaux et les hommes.
Et la femme, que veut-elle en m’attirant sur son sein sinon, comme la nature, prendre mon âme, ma vie, pour former d’autres créatures et me donner la mort. Ses lèvres sont comme les vagues du lac, elle séduisent, elles caressent — elles rendent fou — et la fin est l’anéantissement.
Tu peux te moquer de mon idéalisme, c’est pourtant la meilleure chose que l’on puisse avoir dans cette vie dont personne ne sait quel but elle poursuit, que personne ne peut sonder, la vie qui semble n’être là que pour elle-même et à qui l’amour a été impartit pour qu’elle se poursuive dans de nouveaux êtres qui se réjouissent de la terre et du soleil et de la lune et des étoiles et qui sont rendus en proie à la mort, comme nous.
Ton Henryk.

miércoles, 17 de febrero de 2016

“Sócrates” para cristianos y ateos

Artículo de Ramón Irigoyen publicado en “Diario de Navarra”. Lunes, 15 de febrero de 2016


Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano¸ espléndida obra teatral de Mario Gas  y Alberto Iglesias, triunfa en las Naves del teatro Español  que tienen su sede en Matadero Madrid, un recinto hoy cultural de primerísimo orden y que, en su día, fue, como canta su nombre, el recinto en el que se sacrificaban las reses en la capital de España. Matadero Madrid está en la plaza de Legazpi y, por sus espléndidas y muy variadas actividades culturales – teatro, artes plásticas, música, cine,  literatura – bien se merece una visita, que invita, además, a un paseo por el llamado Madrid Río, que es, claro, el río Manzanares, tan satirizado por Góngora y Quevedo,  que discurre pegado a Matadero Madrid.  A título personal, puedo decir que la primera vez que  visité Matadero, hace ya unos años, cuando venían a mi memoria los incontables  miles de animales de las más variadas especies que allí se sacrificaron durante varias décadas me acordaba de los versos del poema “Nueva York (Oficina y denuncia)” en el que Lorca  relata los millones de  animales que en esta ciudad se sacrifican todos los días. Lorca sería quizá nuestro primer poeta animalista – su pena por los animales sacrificados suena a dolor muy hondo –  si ya, en el siglo XVI, Garcilaso no hubiera escrito  el soberbio soneto “A la entrada de un valle, en un desierto”,  en el que el poeta equipara su dolor por la ausencia de su amada con el que puede sentir un perro que ha sido abandonado por su amo. Este soneto es tan bueno que puede hacer derramar lágrimas incluso a un lector que haya sufrido el trauma de haber sido mordido por un perro rabioso.
Sócrates,  obra dirigida por Mario Gas, se estrenó el verano pasado en el Festival de Mérida, y se ha representado con gran éxito de crítica y público en varias ciudades españolas. En Madrid se estrenó el 5 de febrero y se representará hasta el día 28 de este mismo mes que suena a mes de la fiebre.  Sócrates nació en Atenas en el 470 a. C. Murió en el 399 a. C. condenado a muerte. El tribunal lo declaró culpable, por 280 votos contra 220, por el crimen de no creer en los dioses del Estado, por introducir en Atenas nuevos dioses y por corromper a la juventud. Parece que Sócrates, a sus 70 años,  quería ya morirse porque el tribunal se lo puso fácil para que no tuviera que beber la cicuta pero él, no obstante, prefirió no librarse de la muerte y se fue  a criar malvas. Fue un personaje de descomunal  personalidad porque de él se ocuparon Aristófanes, que lo satirizó en Las nubes, Jenofonte, un magnífico escritor un tanto eclipsado por los genios con los que compartió época, y Platón, a quien, si hubiéramos de definir en solo cuatro palabras, diríamos que ha sido en occidente ‘el emperador del misticismo’.
De Sócrates  podemos dar una versión ortodoxa, que es la que han dado en esta obra Mario Gas y Alberto Iglesias, y que es la que han ofrecido y siguen ofreciendo  en sus cátedras los helenistas del mundo entero  y que, por tanto, agradecen mucho los cristianos en sus variadas ramas de católicos, protestantes, coptos  y ortodoxos. Es la historia del Sócrates sabio, pobre y, a la vez, seguro de sí mismo porque, sin complejos, se mueve en el círculo de los aristócratas, y que gasta opiniones que enfurecen a una parte importante de los regidores del Estado. Para  los ortodoxos la  sumisión de Sócrates a las leyes y su aceptación de la cicuta  lo elevan al himalaya de la virtud.
La versión heterodoxa, o sea, satírica,  de Sócrates la inició  en Grecia Aristófanes  en su comedia Las Nubes. En el siglo XX, Woody Allen escribió en su excelente relato “Mi apología”, recogido en el libro Perfiles (Tusquets), una sátira feroz de Sócrates.
En la sala Fernando Arrabal  de las Naves del Español el fantástico actor y director teatral José María Pou encarnó a Sócrates con la maravillosa solvencia que él gasta en estos trances. El espectáculo encandiló al público por la altísima profesionalidad de los actores Carles Canut, Pep Molina, Alberto Iglesias, Ramón Pujol, Guillem Motos, y de la actriz Amparo Pamplona, que dio voz a Jantipa, la esposa de Sócrates, en un monólogo memorable.
Los cristianos disfrutarán la obra porque Sócrates es un personaje literario de Platón, quien, como cuenta Hans Küng en su genial libro Grandes pensadores cristianos. Una pequeña introducción a la teología  (Editorial Trotta), nutrió a fondo la teología de san Agustín y de los Padres de la Iglesia.  Y los ateos disfrutarán la obra porque Sócrates es una gran obra teatral y, además, su sueño siempre ha sido ver disfrutar a los cristianos en el teatro. Por ejemplo, Mariano Rajoy es cristiano y no va nunca al teatro.

martes, 16 de febrero de 2016

Luis Francisco Pérez sobre "La imaginación" de Sartre









Leo este pequeño y juvenil ensayo de Sartre cada cierto tiempo, que probablemente hubiera sido más correcto traducirlo como "Lo imaginario", y hará poco más de tres años publiqué en "SalonKritik" un texto largo sobre este mismo tema. Estoy convencido que será de toda su obra lo más perdurable, o "leíble", en el tiempo, el menos hipotecado, sin duda, por una aplastante "Zeitgeist", o lo que es lo mismo y por utilizar una deliciosa y perfumada expresión francesa, "L' air du Temps". Escrito y publicado este ensayo en la década de los 30 (supongo que le hubiera resultado muy complicado "pensar" lo aquí escrito después de "visualizar" el horror y la devastación de la guerra, pues lo sucedido expresaba con cruel fiereza lo nunca "imaginable") es también una crítica muy sutil e indirecta a determinados "excesos visuales" del surrealismo, movimiento artístico que Sartre, desganado espectador en general del arte contemporáneo, nunca llegó a comprender. Haciendo un repaso rápido (y deslumbrante) de los grandes metafísicos de los siglos XVII y XVIII (Descartes, Leibnitz, Hume...), y ahí radica el encanto o gracia del ensayo, el filósofo francés resitúa la doble dialéctica "imagen/pensamiento" e "imagen/cosa" en una posible constelación del presente, y con ello la redefinición exhaustiva y productora de significado y sentido de lo que cada generación de artistas y creadores pueda entender, o está dispuesta a certificar como tal, y con respecto a su propia obra en tanto que "producto de la imaginación". Estamos tan entregados a la Imagen, tan de ella prisioneros, tan consustancial a nuestra más natural ontología, que no siempre reparamos en que, cito al autor, "La imaginación, o conocimiento por imágenes, es profundamente diferente del entendimiento: puede forjar ideas falsas, y no presenta la verdad sino en forma trunca y parcial. La imagen es el dominio de la apariencia, de una apariencia a la cual nuestra condición humana presta una suerte de sustancialidad". Bueno, bueno..., palabras y pensamientos nobles y mayores (muy actuales, por cierto), y también muy aptas o apropiadas para entender nuestra nada combativa relación con la imagen, como si nos encontráramos demasiado cómodos (o "rendidos", en un doble sentido: militar y amoroso) en la extraña o perversa condición de que nosotros mismos bien pudiéramos ser, sin "sustancialidad" alguna, pura imagen, frágil reverberación sintomática, o agotado centelleo de una estrella lejana y muerta, de un TODO (eso creemos: "el mundo como voluntad y representación") que nunca jamas estaríamos dispuestos a asumir que bien pudiera ser una pura NADA. Una última observación que considero importante y significativa: Roland Barthes rinde homenaje a este ensayo de su compatriota dedicándole el maravilloso análisis de la imagen llevado a cabo en "La cámara lúcida: Notas sobre la fotografía". Es más: yo reparé en esta obra de Sartre gracias a la sentida admiración demostrada por Barthes.

lunes, 15 de febrero de 2016

Lettre de Martin Heidegger à Hannah Arendt

10 janvier 1926




Ma chère Hannah,
La soirée dont je m’étais d’avance tant réjoui des semaines durant, et tes lettres pour couronner le tout ! Je peux comprendre, mais le fardeau n’en sera pas moins lourd à porter pour autant. D’autant moins que je suis bien placé pour savoir ce que mon amour exige de toi. Que tu aies été portée à une extrémité telle que tu as failli perdre foi en nous, cela ne s’écarte pas tant de la plus vive loyauté que veut bien le croire l’idéalisation romantique.
Je ne t’ai pas oubliée par indifférence, ni non plus parce que nombre de circonstances extérieures se sont interposées, mais parce qu’il me fallait t’oublier et que je t’oublierai aussi souvent que mon travail atteindra sa phase d’ultime concentration. Ce n’est pas là une question de jours ni d’heures, mais un processus dont la préparation peut durer des semaines, voire des mois entiers, pour ensuite s’évanouir.
Prendre un tel recul face à tout ce qui est humain, prendre ainsi congé de tous les rapports qui ont pu se nouer, c’est là ce que je connais de plus grandiose, en matière d’expériences humaines, pour ce qui est de la création, et c’est là, eu égard aux situations concrètes, la plus grande malédiction qui vous puisse atteindre. C’est là un arrache-cœur, et il arrive que l’on s’opère vivant.
Le plus difficile, c’est que cet isolement ne peut se chercher d’excuses en invoquant par exemple le labeur fourni, parce qu’il n’y a pas pour cela de critères, et parce qu’on ne peut lui trouver de commune mesure en s’en remettant au règne des affaires humaines. Tout cela, c’est un poids à porter, et encore de manière telle qu’on ne doit guère se confier, même aux proches.
Ployant sous le fardeau de ce nécessaire isolement, je forme chaque fois le vœu d’un complet isolement extérieur, en quelque sorte de ne retourner que pour la galerie parmi les hommes, et d’avoir la force de m’en éloigner une fois pour toutes. Car c’est seulement ainsi qu’ils pourraient demeurer préservés de tous les sacrifices auxquels il leur faut consentir, et ne pas devoir se voir repoussés. Mais ce vœu torturant n’est pas seulement irréalisable, il est oublié sitôt que les rapports humains vous ressourcent, et vous donnent le ressort nécessaire pour vous plonger à nouveau dans l’isolement. Ce qui vous tient le plus à cœur se trouve alors exposé à l’indélicatesse comme aux coups de force, et une telle vie ne cesse de faire valoir des exigences, sans jamais pouvoir en établir la légitimité. S’acquitter positivement d’une telle situation, sans fuir l’un de ses deux versants au profit de l’autre, c’est cela exister comme philosophe.
Ce que je te dis là ne peut et ne doit constituer en rien une excuse ; mais je sais qu’en parlant ainsi je vais du même coup te regagner encore plus fortement, parce que tu es en mesure d’entendre ce qu’implique de renforcer notre amitié en la poussant à ses ultimes limites – ne serait-ce que pour rendre plus insistante sa signification et sa nécessité. Parler du « tragique » inhérent à de telles situations, c’est se gargariser de mots ; cela n’a plus le moindre sens eu égard à la conscience positive que nous avons de notre existence, où la rupture est comprise et assumée comme ce qui lui donne en fin de compte sa force.
Passer tout cela sous silence, et t’assurer que tu t’étais simplement méprise, c’eût été nous masquer la situation.
Et si je te disais qu’actuellement toute activité extérieure me fait horreur, ce serait là exprimer ma requête d’un « congé » qu’aucun ministère n’est en mesure d’accorder, mais qu’on ne peut s’arracher à soi-même que comme un butin. Tout semblait baigner hier dans une symbolique presque inquiétante, lorsque tu m’as qualifié de « pirate » ; j’ai acquiescé en souriant – mais en réalité j’ai senti passer, avec « crainte et tremblement », le froid et la tempête auxquels sont exposés ceux qui écument les mers.
Lorsque tu me racontes vos plaisanteries, anecdotes et railleries diverses sur les « philosophes », je trouve cela tout à fait plaisant, et il serait bien sot d’en prendre ombrage, de condamner ce genre de choses, ou même de vouloir les bannir. Mais si d’aventure c’était là la principale attraction pour de jeunes esprits, à côté de l’aspiration à poursuivre et à terminer ses études, eh bien, une telle perspective ne serait guère réjouissante pour les jeunes générations.
Quant à ta résolution, j’y dis « non » si c’est à moi que j’ai cure, et j’y dis « oui » en songeant à moi-même dans l’isolement du travail. Mais seule une décision concrète peut ressortir comme quelque chose de positif, et ce ne sont pas de belles paroles, de cours ou de séminaire. Tout à fait indépendamment de toi et de moi, il est clair, à cet égard, que tu ne vas pas t’établir ici en tes jeunes années, ni végéter au gré des semestres et des cours auxquels il reste possible de s’inscrire. C’est toujours un signe de mauvais augure, chez les jeunes gens, lorsqu’ils n’ont pas la force de larguer les amarres. C’est le signe de l’extinction de leur instinctive liberté, et, même s’ils s’accrochent, il n’y a plus pour eux de développement en vue, même en faisant abstraction du fait que des élèves de ce genre ont tôt fait de contaminer toutes les nouvelles recrues dès leur arrivée, sans que cela les gêne le moins du monde de venir picorer à mes cours. J’imagine sans peine ce que peut avoir de fort déplaisant l’espèce répertoriée comme « élèves de Heidegger ». Ce qui se répand, de manière inquiétante, c’est une manière tout à fait crispée de penser, de questionner et de disputer. Le milieu se montre en l’occurrence plus opiniâtre que l’individu sur lequel il a déteint, et l’on se mine à vouloir lutter contre cela.
Peut-être ta résolution aura-t-elle valeur d’exemple, et m’aidera-t-elle à assainir l’atmosphère. S’il y a du bon à en attendre, c’est à la mesure du sacrifice qu’elle exige de nous deux.
La soirée passée ensemble, tes lettres me renforcent dans la conviction que tout se maintient comme il faut, et va comme il faut. De même qu’il arrive à l’oubli de s’imposer à moi, à toi de te réjouir de la situation qui est la tienne, comme seul peut le faire un cœur juvénile, confiant en son attente, et ferme dans sa foi en un monde nouveau chargé de promesses, où il y aura à apprendre et à grandir par grand vent. Que chacun de nous demeure à la hauteur de l’existence de l’autre, ou en d’autres termes, de la liberté d’accorder foi et de l’intime nécessité d’une confiance imperturbable, c’est là que réside la confirmation de notre amour.
Ma vie suit son cours, sans que j’y sois pour rien, ni qu’aucun mérite m’en revienne, avec une sûreté si inquiétante que je veux croire nécessaire le vide que ne manquera pas de créer ton départ. L’isolement croissant, depuis des semaines, en vue de mon travail, le vœu exprimé par Husserl que nous puissions nous voir plus longuement, ta dernière résolution : autant d’instances, si diverses soient-elles, qui m’aplanissent les voies pour que je prenne mon élan vers des projets et des travaux inédits. Aussi seront-elles de retour, ces froides journées solitaires où votre être, en mal de ses problèmes, se voit poussé en avant par un enthousiasme tout aussi invincible que la nécessité qui s’impose. Et de temps à autre trouveront un écho en ton cœur, si tu gardes sauve ta foi, le salut et la requête de la solitude, pour que tu t’en réjouisses et sois fidèle.
Ton Martin.

domingo, 14 de febrero de 2016

Mahi Binebine: «Me gusta meter el dedo en todo aquello que sea tabú»

Mahi Binebine: «Me gusta meter el dedo en todo aquello que sea tabú»
Mahi Binebine
Cristina Bejarano
Mahi Binebine nació en Marrakech en 1959, estudió matemáticas en París, donde vivió mucho tiempo y donde, además de ejercer como profesor, se dedicó a la escritura, la pintura y la escultura. «Los caballos de Dios» (Alfaguara) es su más reciente novela traducida al español, en la que retrata a un grupo de jóvenes marginados que estuvieron detrás de los atentados de Casablanca de 2003.

–La novela nació tras los atentados de Casablanca de 2003. Por entonces, usted había llegado a Marruecos después de pasar años en Francia, ¿quiso hacer un retrato del país que encontró a su vuelta?

–Llevaba tan sólo un año viviendo en Marruecos, después de pasar 23 fuera del país. Dejé Francia en 2002 cuando vi que Jean-Marie Le Pen había llegado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Tengo dos hijas, así que preferí volver y lidiar con mis propios extremistas. En 2003 nos levantamos un día y nos enteramos de que había habido una carnicería en Casablanca. Catorce jóvenes de entre 17 y 26 años habían salido del barrio de chabolas de Sidi Moumen y se habían hecho explotar en distintos puntos de la ciudad. Mataron a 45 personas e hirieron a unas cien más. Estábamos en shock, porque la cultura de la violencia no existe en los jóvenes marroquíes, nuestros jóvenes son amables y acogedores. Así que quise saber qué era lo que había sucedido y me fui hasta Sidi Moumen. Había pasado muchas veces por allí, pero no lo había visto porque hay una muralla que los esconde. Un amigo periodista me introdujo en el barrio, me presentó a su familia, que aún vivía allí, y pude entrar en sus casas, sentir cómo vivían, cómo era su vida cotidiana y cómo eran las relaciones entre ellos. Descubrí una ciudad –no un barrio, sino una ciudad enorme de más de un millón de habitantes– en medio de un vertedero. Lo primero que noté fue que los jóvenes jugaban al fútbol en ese vertedero. ¡Eran felices! jugaban como cualquier niño, como yo mismo cuando era pequeño. Vengo de una familia muy modesta, mi madre era secretaria, tengo seis hermanos y mi padre se marchó. En Sidi Moumen encontré chicos que eran semejantes a mí y por eso decidí hacer un libro sobre ellos y sobre cómo los pudieron manipular para convertirlos en bombas humanas. Quise hacer un libro sobre cómo estos niños sin educación –porque en Sidi Moumen no hay escuelas– fueron lanzados a las calles por sus padres a conseguir dinero, sin decirles exactamente cómo hacerlo: podían robar, prostituirse o hacer lo que quisieran, siempre que trajeran de vuelta algo de dinero. Estos son los niños que se convierten en terroristas.
–¿Quiso mostrar que en el fondo eran tan sólo niños?

–Evidentemente, cuando hablamos de kamikazes hablamos siempre de monstruos, y lo que yo quería mostrar es que estos niños no son unos monstruos, son jóvenes que simplemente no tuvieron oportunidades, jóvenes abandonados. Si hay monstruos, se trata del Estado, que ha permitido que exista este barrio de chabolas; o las mafias fascistas que se han instalado en la miseria para manipular el espíritu de estos niños hasta convertirlos en bombas humanas; o la burguesía marroquí, que paga salarios de 150 euros a un chófer o una empleada del servicio, a padres de familia. Estos niños son las víctimas. Eso fue lo que quise plasmar en este texto, y no fue nada fácil hacerlo.
–Las raíces del problema bien se pueden encontrar en el exterior, como dice, pero ¿también al interior de un núcleo familiar que no ejerce autoridad moral sobre estos jóvenes?

–Hay que sobrevivir. No condeno ni siquiera a los padres. Ellos tienen siete u ocho hijos cada uno, no tienen nada. No tienen elección. El Estado está ausente y ellos se las apañan como pueden. Yo no les lanzo la piedra, no puedo hacerlo. Los padres no tienen otra opción. Tengo un amigo ginecólogo que trabaja con personas de estratos bajos y me cuenta que cuando las madres han tenido 5 hijos, él les liga las trompas sin siquiera preguntarles. Hace algo ilegal, pero me dice que no tiene opción, que cree que no los puede dejar continuar.
–Después de los hechos de 2003, ¿el Estado ha tomado alguna medida para ayudar a las poblaciones de estos barrios de chabolas?

–Ha tomado conciencia de que hace falta erradicarlos, pero no es fácil. Son cientos de miles de personas que hay que reubicar. Lo que están haciendo ahora es que, en esos mismos barrios de chabolas, están construyendo edificios de apartamentos. Están cometiendo los mismos errores que cometieron los europeos hace 30 o 40 años: dejamos los guetos, dejamos las periferias como están y construimos edificios donde metemos a esta gente sin cultura, sin educación y a vivir de manera inhumana. ¿Cuál es el resultado? Que hoy en día, en Europa, hay terroristas que vienen de estos lugares. Hace falta crear un vínculo social entre estas periferias y el resto de la ciudad, necesitamos esa mezcla social, de otro modo sólo estamos retrasando el problema, pero no solucionándolo.
–Su novela tuvo mucho éxito y además fue adaptada al cine, ¿cómo fue ese proceso?

–Sí, la novela se tradujo con éxito a varios idiomas y mi amigo Nabil Ayouch la adaptó al cine. Hicimos la película con actores que venían de estos barrios de chabolas y, claro, los instalamos en un apartamento en Casablanca donde se les ofreció comida, mantenimiento, ropa limpia, etc. Yo estuve en el rodaje varias veces, los conocí y vi que comían cada día con desesperación, como si el milagro se les fuera a acabar en cualquier momento. Así que le pregunté a Nabil qué pensaba hacer con esos chicos al terminar el filme y él me contestó “¿Qué quieres que haga?, no soy un asistente social”. Pero, tras el éxito que tuvo la película, nos dijimos: “Hay que devolver el dinero que hemos ganado gracias a la miseria. Hay que ayudar a estos jóvenes”. Entonces se nos ocurrió crear un centro cultural dentro del propio barrio de chabolas. Soy pintor, así que llamé a mis amigos y logré conseguir que donaran unas cien obras y con ellas conseguimos bastante dinero para nuestro proyecto. Fuimos a hablar con las autoridades del barrio para que nos cedieran un terreno para construir el centro cultural y allí nos contaron de un centro que ya estaba construido, pero que permanecía en desuso, y nos cedieron el espacio. Así nació el centro cultural, que tiene una sala de cine, una biblioteca con 15.000 libros, una sala de baile, una de ordenadores y una de música. Es un poco como el Instituto Francés de Madrid, con el que además hemos firmado convenios para que nos proporcionen cursos de idiomas, etc. Es un espacio limpio y seguro, donde los chicos pueden ir a ver películas, a meterse a internet, a leer. Ahora podemos decirles: “No vayan a los garajes con estos radicales. Los salafistas no tienen nada que ver con el Islam, que es una religión de tolerancia, los salafistas son asesinos”. Estamos muy contentos, tenemos unos 400 jóvenes inscritos y asisten normalmente unos 1.000. Hemos logrado que el centro se autofinancie, que sea independiente. Por otro lado, hemos conseguido un mecenas que nos finaciará otros dos centros en barrios de chabolas de Tánger y de Fez, que abrirán próximamente. Y también tenemos un tercero que abrirá en 2016. Existe también un sistema de padrinazgo: puedes apadrinar la formación de un niño por 10 euros al mes.
Ahora, la verdad, estamos un poco asustados, porque esto crece muy rápido. Finalmente, estamos haciendo el trabajo que el Estado no hace. Así que un libro puede producir una película, algo concreto y, de ahí, dar vida a proyectos como éstos.
–Así que hay que comenzar por darles opciones a los jóvenes, pero, ¿y con respecto a estos extremistas?

–Los dictadores que hemos tenido en el mundo árabe en los últimos 50 años han creado un vacío a su alrededor, han eliminado cualquier alternativa política a su poder. Han matado, encarcelado y comprado todas las alternativas. A los únicos a los que les han permitido acceso y con los que no se han enfrentado han sido los salafistas, a esta gente que viene de Arabia Saudí a regar con su dinero nuestro país y que han traído con ellos a los islamistas radicales. Les tendimos una alfombra roja porque creíamos que con ellos se podía dialogar, pero nos hemos dado cuenta de que con ellos no se negocia. Así que cuando hablan de que la Primavera Árabe ha acabado con el integrismo, no es así. Estos son los hijos de los dictadores que han estado en el poder todos estos años, sobre todo la parte postcolonial. Alguien me decía que durante la colonia los europeos trajeron el cuchillo y que, cuando se marcharon, se llevaron la empuñadura, pero dejaron el cuchillo.
–En la novela se nota una falta casi absoluta de relación entre estos chicos y las mujeres del barrio, pero al ser adolescentes su deseo sexual se exterioriza entre ellos mismos, con el consiguiente sentimiento de culpa (relacionado también con la religión). ¿Por qué la sexualidad resulta tan importante para esta historia?

–Tenemos una cultura en la que las mujeres deben permanecer vírgenes, a pesar de que estamos en 2015. Todavía hay mujeres que pueden ser repudiadas si el día de su matrimonio se descubre que no son vírgenes. El resultado es que las familias protegen mucho a las niñas. Eso ya no sucede tanto en las grandes ciudades, pero en el campo y en los barrios de chabolas sí es una costumbre muy arraigada. Así que los chicos se las apañan entre ellos como pueden, y a lo mejor las chicas también, quién sabe. Introduje el elemento sexual en la historia porque me gusta meter el dedo en todo aquello que sea tabú y decir: “No es tan grave”. Por eso relaté esta verdadera historia de amor entre dos de los chicos, por eso la última noche antes del ataque ellos hacen el amor, es una manera de aferrarse a la vida que no quieren abandonar. El director de la película no quiso incluir esta escena porque me dijo que en el cine una cosa así es más complicada, que se podía meter en un problema.