sábado, 23 de julio de 2016

Albert Camus "La mémoire des jours"






« Mon cher, au milieu de la haine, j’ai trouvé qu’il y avait en moi un amour invincible. Au milieu des larmes, j’ai trouvé qu’il y avait en moi un sourire invincible. Au milieu du chaos, j’ai trouvé qu’il y avait en moi un calme invincible. J’ai réalisé à travers tout cela que, au milieu de l’hiver, il y avait en moi un été invincible, et cela me rend heureux, car il dit que peu importe comment le monde pousse contre moi, en moi, il y a quelque chose plus fort, quelque chose de mieux poussant de retour. »
“My dear,
In the midst of hate, I found there was, within me, an invincible love.
In the midst of tears, I found there was, within me, an invincible smile.
In the midst of chaos, I found there was, within me, an invincible calm.
I realized, through it all, that…
In the midst of winter, I found there was, within me, an invincible summer.
And that makes me happy. For it says that no matter how hard the world pushes against me, within me, there’s something stronger – something better, pushing right back."






8 CUALIDADES DE LAS PERSONAS VERDADERAMENTE CULTAS (SEGÚN ANTÓN CHÉJOV)



chejov
Hay un concepto de cultura que nos remite de inmediato al humanismo del Renacimiento y probablemente al progreso de la Ilustración, esa idea que probablemente tenga raíces un tanto más remotas (pero no tanto) y la cual entiende la cultura como el conocimiento que cultiva y engrandece, que nos da más recursos para entender nuestro mundo pero también ―en un sentido moral, que lejos de ser censurable, merece, por el contrario, alentarse― nos vuelve ipso facto más compasivos, más humanos.
Por desgracia, sabemos bien que el mundo está más o menos poblado de personas que fundamentan cierta ilusoria superioridad en la cultura que poseen. “Listillos”, los llama Irvine Welsh en varias de sus novelas, ironizando en torno a ese tipo de comportamiento en que, según sea la ocasión y el entorno, toma la forma de la arrogancia, el desdén y en general el desprecio por todos aquellos que no se encuentren a la par de las lecturas hechas, las películas vistas, la música escuchada, los países visitados y un amplio aunque paradójicamente limitado etcétera.
¿Qué significa ser culto? Quizá, en última instancia, nada de eso, al menos no si nos inclinamos por esa tradición del pensamiento que no teme combinar conocimiento y moral para que ambos formen mejores personas. En algún punto de nuestra cartografía personal, leer una o diez novelas está o debería estar conectado con nuestra capacidad para prestar algún tipo de ayuda a un desconocido en la calle. ¿Podemos escuchar una pieza de Bach, quedar arrobados por su belleza, sentir que gracias a Bach la vida vale la pena ser vivida y, aun así, no actuar en consecuencia y, digamos, ser capaces de cuidar de una planta y regarla todas las mañanas? Hasta cierto punto, algo tiene de condenable e hipócrita el sibarita estéril que dice amar la belleza y sin embargo no hace nada para asegurar su presencia y persistencia en este mundo. “Belleza más piedad: eso es lo más cerca que podemos llegar a una definición de arte. Donde hay belleza hay piedad, por la simple razón de que la belleza debe morir”, dijo alguna vez Vladimir Nabokov.
La lista que presentamos a continuación enumera las 8 cualidades que, según el gran escritor ruso Antón Chéjov, distinguen a una persona verdadera, auténticamente culta, alguien que de algún modo ha comprendido que la sapiencia es tal cuando enaltece pero no ensoberbece, cuando nos distingue de los demás pero no nos pone, en modo alguno, por encima de nadie.
Los puntos provienen de una carta que un joven Antón de 26 años escribió a su hermano Nikolai cuando éste tenía 28 y comenzaba a ganar fama como pintor en la capital rusa. Fechada en Moscú en 1886, la misiva pretende ser una serie de consejos para un artista incipiente que, según el modelo romántico, se quejaba de que nadie lo entendía. “La gente te entiende perfectamente bien. Si tú no te entiendes a ti mismo, no es culpa de ellos”, le escribió entonces Chéjov, en un tono recriminatorio, pero también totalmente lúcido y, lo más importante, coherente.
Se trata, en suma, de un documento que vale la pena conocer y reflexionar, confrontar con nuestras propias actitudes y preguntarnos en qué medida convertimos lo que sabemos en acciones que hacen bien a nuestro mundo ―nuestro pequeño, íntimo mundo.

1. Respetan la personalidad humana y, por lo mismo, son siempre amables, gentiles, educados y dispuestos a ceder ante los otros. No hacen fila por un martillo o una pieza perdida de caucho indio. Si viven con alguien a quien no consideran favorable y lo dejan, no dicen “nadie podría vivir contigo”. Perdonan el ruido y la carne seca y fría y las ocurrencias y la presencia de extraños en sus hogares.
2. Tienen simpatía no sólo por los mendigos y los gatos. Les duele el corazón por aquello que sus ojos no ven. Se levantan en la noche para ayudar a P. […], para pagar la universidad de los hermanos y comprar ropa a su madre.
3. Respetan la propiedad de otros y, en consecuencia, pagan sus deudas.
4. Son sinceros y temen a la mentira como al fuego. No mienten incluso en pequeñas cosas. Una mentira significa insultar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. No aparentan: se comportan en la calle como en su casa y no presumen ante sus camaradas más humildes. No son proclives a balbucear ni obligan la confidencia impertinente de los otros. Por respeto a los oídos de otros, callan más frecuentemente de lo que hablan.
5. No se menosprecian por despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que los otros giman y hagan algo (o mucho) por ellos. No dicen “Soy un incomprendido” o “Me he vuelto de segunda mano” porque todo eso es perseguir un efecto simplón, es vulgar, rancio, falso…
6. No tiene vanidad superflua. No se preocupan por esos falsos diamantes conocidos como celebridades, por estrechar la mano del ebrio P.*, por escuchar los arrebatos de un espectador extraviado en un espectáculo de imágenes, o ser reconocido en las tabernas. […] Si ganan unos centavos, no se pavonean como si estos valieran cientos de rublos, y no alardean de poder entrar donde otros no son admitidos. […] Los verdaderamente talentosos siempre se mantienen en las sombras entre la muchedumbre, tan lejos como sea posible del reconocimiento. Incluso Krylov** dijo que el barril vacío da un eco más sonoro que el lleno.
7. Si tienen un talento, lo respetan. Le sacrifican el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad […]. Se sienten orgullosos de su talento […]. Además, son fastidiosos.
8. Desarrollan para sí la intuición estética. No pueden ir a dormir con la misma ropa, ven las grietas de las paredes llenas de insectos, respiran un mal aire, caminan en el piso recién escupido, cocinan sus alimentos sobre una estufa de aceite. Pretenden tanto como sea posible contener y ennoblecer el instinto sexual. […] Lo que quieren en una mujer no es una compañera de cama. […] No piden inteligencia ahí donde se manifiesta la mentira constante. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, la capacidad de la maternidad. […]. No tragan vodka a todas horas, día y noche, no huelen los armarios porque no son cerdos y saben que no lo son. Beben sólo estando libres y en ocasión […]. Porque ellos quieren mens sana in corpore sano [“mente sana en cuerpo sano”].

Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído Los papeles del club Pickwick o haber memorizado el monólogo de Fausto […]. Lo que necesitas es trabajar constantemente, día y noche, leer constantemente, estudiar, voluntad […]. Cada hora es preciosa para ti […]. Ven con nosotros, tira la botella de vodka, descansa y lee… Turgenev, si quieres, a quien además no has leído.
Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño… pronto tendrás treinta.
¡Es tiempo!
Te espero… Todos nosotros te esperamos.

jueves, 21 de julio de 2016

Tarkovski: breves sueños premonitorios


El cineasta ruso Andréi Tarkovski 


Alguien que colaboró alguna vez con él, pero no lo quiso mucho, dijo que sus películas eran «una búsqueda agonizante de algo inexpresable e incoherente, como los bramidos». Y, sin embargo, nada más lejos que el cine demorado de Tarkovski de las urgencias de un relato, digamos, expresionista. Más bien, la cámara del director ruso va penetrando en la realidad como si del tacto de un ciego se tratase. Apretando tenuemente pero con extrema precisión y constancia hasta que se destila la pulpa que allí se escondía. La palabra es drenaje.
De esta acción esencial que condensa la poética de Tarkovski dan cuenta ya las narraciones y escritos de juventud que la editorial Abada ha publicado. «Se paraba -escribe en un texto que bien pudiera ser autobiográfico- y, con los ojos desencajados, intentaba extraerlos del bosque del resto de pensamientos, completamente impenetrables, que le impedían alcanzar algo esencial».
Drenaje, pues, e intento de absorción de todo aquello que en ese momento y por ese gesto emerge y fluye, se desvanece, puede incluso desaparecer: «En otro tiempo -escribe en el texto titulado «Felicidad»- los objetos a su alrededor suscitaban en él un sinfín de asociaciones e imágenes. Pero nunca sus pensamientos habían escapado a su control de una manera tan irremediable. Todos corrían en el mismo sentido, en dirección a un punto que desde hacía tiempo ya no era simplemente un punto de su conciencia. Se henchía, se agrandaba, tratando de absorber el flujo de sus pensamientos e ideas».¿Por qué la vida aspira, tan tenaz, a la destrucción? Esta podría ser la pregunta tarkovskiana, y también entonces en su cine veríamos la respuesta: porque está en su ser… dejar de ser. Con los ojos atónitos de asombro y pena y simpatía, identificándose y hasta mimetizándose con ella, Tarkovski la recoge en este movimiento que es un pozo y un vórtice y con la palma de la mano nos la enseña. Unas gotas se escurren entonces entre los dedos y allí, condensada como en una lágrima perezosa, la vida pasa a formar pequeños mundos completos y fascinantes que conviene proteger, o al menos cantar, mientras dure el tránsito. Diríamos que su cine conforma una elegía. Por eso es poético. Poético en el sentido -inconveniente- que le atribuyó Platón precisamente a los poetas: usar la herramienta más preciada, el logos, para tratar de contener las cosas que las apariencias pierden, lo que no merece la pena, nuestra pena.

«No me liberaré»

Obviamente, no piensa lo mismo Tarkovski, que ha hecho de esta sinrazón vital su profesión, y su razón misma de ser. «Necesito escribir algo al respecto, de lo contrario no me liberaré», se dice en «Carta sin destinatario». Tarkovski maneja en su prosa, desde luego, una tensión atmosférica y una gravedad en las situaciones tan sólo sugeridas que luego su cine heredará.

Como dice en la introducción José Manuel Mouriño (el editor de los textos, junto con el hijo del cineasta), aquí ya aparecen las cosas del mismo modo que lo harán en sus fotogramas: «En calidad de atmósferas, sensaciones, situaciones que conducen a una imagen, imágenes que llaman a uno desde un fondo… Estos escritos narran su obra futura como si se tratara de breves sueños premonitorios». Pero es que, aunque sólo fuese por dos textos que aquí aparecen, «La primera nevada» y «Vivo con tu fotografía», este libro ya merecería, efectivamente, la pena. El primero es un relato, claramente autobiográfico -en un estilo como entre Jack London y Conrad-, de las vivencias de Tarkovski cuando formó parte de un equipo geológico en Siberia.

Camino equivocado

Como un lector insomne, el narrador dispara sus visiones a partir del contacto intenso con la tierra, igual que Pushkin -se nos dice- hacía. La tierra aparece en calidad de gran vivero de la palabra y del recuerdo: «Con los ojos clavados en el suelo, sembrado de hojas muertas, recorría los bosque de Bóldino, murmurando palabras que nacían de sus remembranzas. Y luego, al llegar a casa, las volcaba en el papel».
El narrador sabe, pues, que el texto es como un río o un torrente, siempre en expansión, y que ha de reunir todos esos trozos sueltos, esos palos y hojas, nieves y líquidos a la deriva para tratar de hacer con esas impresiones y sentidos un sentido, al borde siempre de lo ilusorio y lo irreal, de lo fabulado y legendario.
En Siberia, Tarkovski encuentra su mirada, y también su voz: se ha situado en una posición extrema de lo que significa leer un territorio, ha aprendido que para él leer esa experiencia y poder después rememorarla no es sólo una práctica, sino una forma de vida. Y, asimismo, que si bien la mirada busca la realidad, tal vez sólo a través de los sueños encuentre su modo de interpretarla: «En un día de buen tiempo el valle del Yeniséi es más bello que interesante; para conocer el lugar no basta con admirar desde la cubierta del barco ambos lados, tratando de abarcarlo todo de un vistazo, sino que hay que sentirlo con la piel, recorrer mirando debajo de tus pies el terreno pantanoso y satinado que lleva a la orilla».
Esta ya es, como ahora sabemos, la forma de filmar característica del ruso: «Para apreciar estos parajes es importante impregnarse de ellos físicamente, recorrer unos veinticinco kilómetros por un camino equivocado, empaparse, pasar hambre, cansarse como un perro, despellejarse los talones por los peales mal envueltos alrededor de los pies, caminar por la orilla al lado de un fragmento de hielo portador del rastro naranja de polen arrastrado por la lluvia y en cuya cavidad crece una azucena mojada, moteada de violeta oscuro».
A menudo, como decimos, la mirada se vuelve visión, o ensueño visionario, tremendamente hermoso, sutil y de una concentración absolutamente particularizada, de una especificidad o materialidad nunca abstracta, como sólo Tarkovski sabía: «La tierra humea y, en el lindero del camino, en una charca seca cubierta de barro viscoso y relumbrante, se empujan las mariposas blancas. Son muchas y se pasean con aire diligente, mientras mueven las antenas». En pasajes como este comprobamos que el visionario, tal como señaló Ricardo Piglia, es el que lee para saber cómo vivir. Y esto es algo que ya el narrador de «Carta sin destinatario» había notado: «¡Demonios! Qué bella es la tierra y, en ella, qué pesar se siente a veces en el alma».

Extrema soledad

«Vivo con tu fotografía» es un texto impresionante y capital para entender a Tarkovski. Allí lo vemos recuperando de la casa familiar viejas fotografías en las que aparecen su madre y su hermana, él de pequeño y a veces su padre, el poeta Arseni Tarkovski. Todo El espejo está ya en esta escena de rememoración y, aún más, de recreación de un paraíso perdido. La vida no se detiene, constata Tarkovski, por eso, como en un gesto de amor algo desesperado, en ese momento de extrema soledad del sujeto ante las fotografías, trata de encontrar el secreto que aquella frágil felicidad escondía.
Esto sólo se puede hacer en la máxima intimidad y aislamiento. El texto trata entonces sobre la representación y la ausencia, pero con mayor énfasis sobre la percepción solitaria de alguien que es y ya no es el retratado. Trata sobre la lectura y la percepción solitaria, casi huérfana, ante la presencia delegada de lo que se ha perdido. «Me dirijo a casa de mi madre, a la que no veo desde hace un siglo y que ha envejecido tan vertiginosamente que no me doy cuenta del tiempo: el tiempo que un hombre debe percibir y controlar si no quiere que su vida pase volando de una forma injusta e impetuosa».
¿Por qué l
Se diría que Tarkovski vuelve a su idea matriz de la imaginación, pues lo que emerge, por medio de esta descripción de instantes fotográficos, es, en cierta forma, algo que todavía existe, algo salvado que reposa, en otra escala, en otro tiempo sin tiempo, un tiempo nítido y lejano talmente como un sueño. La foto, efectivamente, brilla, por muy gastada que esté. Brilla porque representa todo lo que se ha perdido y por eso es un objeto precioso, y la caja de donde fue capturada, todo un tesoro, cuya riqueza preserva de la incuria del tiempo: la vida no se detiene, ciertamente, pero el sujeto que la lee lo que busca es el encuentro de otra realidad que no sigue su curso, lo que, aun siendo real, permanece resguardado en otra dimensión de la temporalidad.
Todo queda en suspenso en la quietud de esa contemplación casi sagrada, cual si la vida se hubiese detenido. En ese repliegue de aislamiento el sujeto se demora y pierde felizmente en la red de los signos o de los presagios. Cada gesto es un acontecimiento, cada imagen es una cifra de la vida, condensa una experiencia y la hace posible. Por eso se narran estas fotos, y luego se harán películas, no tanto para recordar, cuanto para hacer de nuevo ver y vivir los gestos, las conexiones, los lugares, la disposición de los cuerpos. Tarkovski encarna, en este sentido, la figura ideal del narrador de Benjamin, lo que transmite como experiencia es su propia vida.

Algún mañana

No obstante, si hay redención y felicidad futura -preocupación constante de Tarkovski, como sabemos-, esta ha de transitar necesariamente en medio de estas fuerzas destructivas que emergen del devenir y la fugacidad. El sujeto vidente permanece, por tanto, en el umbral de una experiencia que es al tiempo espacial e interior, una experiencia suspendida y oscilante entre la vista y la visión, entre la memoria y la sensación, entre la noción y el presentimiento.
Como exiliado en el cruce problemático e intenso que se da entre la posibilidad y la pérdida, entre la elegía y el himno de lo incumplido y la espera de la eterna repetición del origen. Ahí es donde lo real se ve contaminado por la ficción o lo imaginado o recreado. Sólo ahí es posible la construcción de un universo y un refugio frente a la hostilidad del tiempo del mundo. En medio de un mundo sin tiempo, a la vez paisaje inmemorial o archipasado y en vísperas de algún mañana de sagrada eternidad.

Virginie Despentes, en Vernon Subutex 1,

... soy un sin techo en un banco colgado en lo alto de una colina en París. (Fin)
 nos muestra el derrumbe constante de nuestro entorno occidental de una manera lúcida cruda y brillante.

Luis Francisco Pérez


"Es el mundo moderno el que abraza mi forma de ser. Se está gestando una gran crisis, un inmenso desconcierto empieza a adquirir forma. Lo bello, lo justo, lo verdadero, lo real... Éstas y otras palabras se están haciendo añicos en este cabal instante".
Louis Aragon, "El aldeano de París"
No me parece demasiado productivo ni interesante decir, o mejor: "publicitar", que este magnífico libro de Aragon -y de más o menos complicada calificación: no novela + no ensayo = siempre Poesía- es de dónde surge, o al menos se adelantó, el Libro de los Pasajes de Walter Benjamin. La relación que se establece con el filósofo berlinés no es que no me parezca "interesante", o válida de alguna manera, asumiendo por supuesto que los fines y argumentos de Benjamin eran sustancialmente diferentes a los de Aragon, aún utilizando ambos el mismo "material". El libro del francés tiene sobrados méritos por él mismo sin necesidad -insisto: por poco productivo, porque no lleva a ninguna parte- de relacionarlo con el diccionario inacabado de Benjamin. En cualquier caso sería al contrario: Aragon publicó su libro bastante antes que Benjamin empezara con las notas del suyo. También estoy seguro que el alemán leyó el libro de su colega francés, y comunista al igual que él, muy pronto, como aquel que dice una semana después de ser publicado. Y le gustó mucho, ya lo creo, eso también se puede aventurar. Bastante más sugerente, eso sí que lo creo, sería el situarlo en paralelo con la "Nadjia" de André Breton, publicada en 1928, dos después que "El aldeano de París". Diría que en estos libros en concreto la influencia del comunista sobre el surrealista es más que notable. Es innegable que en Europa, entre 1920 y 1940, se escribieron no pocos "libros de los pasajes" con las variaciones propias de cada autor y la cultura y lengua en las que se escribieron. Entre ellos Ramón, por ejemplo, y sin ir más lejos... La reciente edición de "El aldeano de París" por Errata Naturae me parece muy oportuna y necesaria. Se trata de una "rara poesía" mucho más actual de lo que creemos.

martes, 19 de julio de 2016

Lettre de Lou Salomé à Rainer Maria Rilke

26 février 1901





Dernier appel.
Maintenant que tout n’est que soleil et calme autour de moi et que le fruit de la vie a conquis sa rondeur mûre et douce, le souvenir qui nous est sûrement encore cher à tous deux de ce jour de Waltershausen où je suis venue à toi comme une mère, m’impose une dernière obligation. Laisse-moi donc te dire en mère l’obligation que j’ai contractée il y a des années envers Zemek à la suite d’un long entretien.
Si tu t’aventures libre dans l’inconnu, tu ne seras responsable que de toi-même ; en revanche, dans le cas d’un engagement, tu dois savoir pourquoi je t’ai répété inlassablement quel était l’unique chemin de la santé : Zemek redoutait un festin du type Garchine. Ce que toi et moi nommions l’ « Autre » en toi — ce personnage tour à tour surexcité et déprimé, passant d’une excessive pusillanimité à d’excessifs emballements — était un compagnon qu’il redoutait pour le trop bien connaître, et parce que son déséquilibre psychique peut dégénérer en maladies de la moelle épinière ou en démence. Or, cela n’est pas inéluctable ! Dans les Chants de moine, en mainte période antérieure, l’hiver dernier, cet hiver, je t’ai connu parfaitement sain ! Comprends-tu maintenant mon angoisse et ma violence à te voir déraper de nouveau, à voir ressurgir les symptômes ? de nouveau cette paralysie de la volonté, entrecoupée de sursauts nerveux qui déchiraient ton tissu organique en obéissant aveuglément à de simples suggestions, au lieu de s’immerger dans la plénitude du passé pour y être assimilés, élaborés correctement et restructurés ! de nouveau ces alternances de flottement proton et de haussements de ton, d’affirmations brutales, sous l’empire du délire et non de la vérité !
J’en vins à me sentir moi-même déformée, gauchie par le tourment, surmenée, je ne marchais plus que comme automate à tes côtés , incapable de risquer encore une vraie chaleur, toute mon énergie nerveuse épuisée. Enfin, de plus en plus souvent, je t’ai repoussé — et si je te laissais me ramener à toi, c’était à cause de ces paroles de Zemek. Je le sentais : à condition de tenir, tu guérirais ! Mais autre chose intervint — comme une espèce de culpabilité tragique envers toi : le fait que depuis Waltershaussen, en dépit de notre différence d’âge, je n’ai cessé d’avoir à grandit et grandir encore jusqu’à ce résultat que je t’ai confié avec tant de joie quand nous nous sommes quittés — oui, si étranges que paraissent ces mots : jusqu’à retrouver ma jeunesse ! car maintenant seulement je suis jeune, maintenant seulement je puis être ce que d’autres sont à 18 ans : entièrement moi-même.
C’est pourquoi ta silhouette — encore si tendrement, si précisément consistante pour moi à Walterhausen — s’est perdue progressivement à mes yeux comme un petit détail dans l’ensemble d’un paysage — pareil aux vastes paysages de la Volga, et où la petite isba visible n’était plus la tienne. J’obéissais sans le savoir au grand plan de la vie qui tenait déjà prêt pour moi, en souriant, un cadeau dépassant toute attente et toute compréhension. Je l’accueille avec une profonde humilité ; et, lucide comme une voyante, je te lance cet appel : ce même chemin, suis-le au-devant de ton Dieu obscur ! Lui, pourra ce que je ne puis plus faire pour toi, ni ne le pouvais plus de toute mon être depuis longtemps : te donner la bénédiction du soleil et de la maturité. À travers la longue, longue distance, je t’adresse cette exhortation à te retrouver, je ne puis plus rien que cela, pour te garder de l’ « heure la plus difficile » dont parlait Zemek. Voilà pourquoi j’étais si émue en écrivant sur un de tes feuillets, quand nous nous sommes quittés, mes dernières paroles, ne pouvant les prononcer : c’est tout cela que je voulais te dire alors.
loucouv

lunes, 18 de julio de 2016

¿POR QUÉ LA VIDA NO PODRÍA SER UNA OBRA DE ARTE? LA ÚLTIMA ENTREVISTA A MICHEL FOUCAULT?

Michel Foucault fue uno de los pensadores más importantes del siglo XX, tanto que sus investigaciones sobre el poder, la sexualidad, la disciplina, la verdad y el conocimiento aún son referencia en diversos ámbitos académicos: la historia, la filosofía, la sociología, la ciencia política y algunos más. Curiosamente, en cada uno la lectura que se hace de su obra difiere en un buen grado, pues mientras que para algunos Foucault diseccionó con detalle y maestría los mecanismos del poder, hay quienes miran sus conclusiones sólo como una elaboración casi literaria, bien documentada sin duda pero sin un buen sustento metodológico.
Sea como fuere, y aclarando que dicha reticencia obedece más bien a la perspectiva desde la cual se hace la lectura, una cualidad indudable de Foucault es que suscita la reflexión. Es, en este sentido, un provocateur, alguien que no nos deja impasibles y que más bien nos conduce al cuestionamiento de ideas que creemos fundamentales en la sociedad y que quizá no lo sean tanto.
El 25 de junio de 1984, con apenas 58 años de edad, Michel Foucault falleció en el hospital parisino de la Salpêtrière, no sin ironía el mismo que había estudiado como una pieza clave de su ensayo Locura y civilización (1960). Algunas semanas antes, sin embargo, Foucault ofreció una entrevista en Estados Unidos a dos estudiantes universitarios que, sin saberlo nadie, sería la última concedida por el filósofo. La conversación se publicó el el semanario francés Le Nouvel Observateur a inicios de junio y hacia finales de mes en el diario español El País, de donde retomamos estos fragmentos que ahora compartimos.
 ***
Pregunta. El primer volumen de su obra Historia de la sexualidad se publicó en 1976, ¿sigue usted pensando que el conocimiento de la sexualidad es imprescindible para comprender lo que somos?
Respuesta. Debo aclarar que me interesan mucho más los problemas relacionados con las técnicas del yo que el sexo... El sexo es aburrido.
P. Parece ser que a los griegos tampoco les interesaba el sexo.
R. Sí, así es. Consideraban que no era un problema importante. De hecho, le concedían una mayor importancia a la alimentación y a los regímenes. Creo que tiene un gran interés la observancia del movimiento extremadamente lento que va desde el momento en que se pone el énfasis en la alimentación --preocupación omnipresente en Grecia-- hasta aquel en que se presta atención a la sexualidad. La alimentación era mucho más importante que el sexo en los primeros tiempos del cristianismo. En las reglas monacales, el problema fundamental era la alimentación. Durante la Edad Media se produjo un lento desplazamiento. Finalmente, después del siglo XVII se impuso la sexualidad como problema esencial.
[…]
Al leer a Séneca, Plutarco y otros autores afines me pareció que se ocupaban de un gran número de problemas relacionados con el yo, la ética del yo, la tecnología del yo... A partir de ahí se me ocurrió escribir un libro compuesto por una serie de estudios independientes que se ocuparan de determinados aspectos de la antigua tecnología pagana del yo. […]
Lo que me llama la atención es que la ética griega se preocupaba más por la conducta moral del hombre, su ética y su relación consigo mismo y con los demás, que por los problemas religiosos. ¿Qué nos sucede después de la muerte? ¿Qué son los dioses? ¿Intervienen en nuestras vidas? Todas estas preguntas tenían muy poca importancia, ya que no estaban directamente relacionadas con la ética. Ésta, por su parte, no se hallaba vinculada con un sistema legal. Así, por ejemplo, las leyes contra la mala conducta sexual eran escasas y poco constrictivas. Lo que los griegos en realidad se proponían era construir una ética que fuese una estética de la existencia.
Me pregunto si nuestro problema hoy no es, en cierta forma, similar, ya que la mayoría de nosotros hemos dejado de creer que la ética esté sustentada por la religión, y nos oponemos a que un sistema legal intervenga en nuestra vida privada moral y personal. Los movimientos de liberación más recientes están perdiendo fuerza porque no consiguen encontrar un principio que pueda servir de base para la elaboración de una nueva ética. Necesitan una ética, pero la única que encuentran se halla sustentada por un supuesto conocimiento científico de lo que es el yo, el deseo, el inconsciente, etc. La similitud entre estos problemas y los que se planteaban los griegos es sorprendente.
P. ¿Cree usted que los griegos ofrecen una alternativa atrayente y plausible?
R. ¡De ninguna maneral Yo no busco una solución alternativa; no se puede resolver un problema imitando lo que hicieron otros hombres en otro tiempo. Mi intención no es reconstruir la historia de las soluciones, y éste es el motivo por el que rechazo la palabra alternativa; lo que me propongo es elaborar la genealogía de los problemas, de las problemáticas. Yo no creo que todas las soluciones sean malas, sino que todas encierran un peligro, lo que no es exactamente lo mismo. Si todas son peligrosas, tenemos siempre algo que hacer. Por consiguiente, mi postura no conduce a la apatía, sino a una militancia de la que no está excluido el pesimismo.
Pienso que la elección ético-política que debemos hacer cada día consiste en determinar cuál es el peligro principal.
P. Hay un aspecto de la cultura griega al que se refiere Aristóteles y que usted omite, a pesar de que parece muy importante: la amistad. En la literatura clásica, la amistad es la que permite el reconocimiento mutuo. Aunque tradicionalmente no ha sido considerada como la más alta de las virtudes, al leer a Aristóteles y a Cicerón se tiene la impresión de que se trata, en realidad, de la más importante de todas ellas. La amistad es, en efecto, desinteresada y duradera; no se compra con facilidad, no niega la utilidad y el placer del mundo y, sin embargo, busca algo más.
REl uso de los placeres se ocupa de la ética sexual. No es un libro sobre el amor, la amistad o la reciprocidad. No hay que olvidar que cuando Platón intenta integrar el amor de los jóvenes en la amistad se ve obligado a pasar por alto las relaciones sexuales. La amistad es recíproca, pero las relaciones sexuales no lo son: en ellas se es pasivo o activo, se es penetrado o se penetra. Estoy completamente de acuerdo con lo que dice usted acerca de la amistad, pero creo que ello confirma lo que señalábamos acerca de la ética sexual griega: si hay amistad, es difícil que existan relaciones sexuales. Una de las razones por las cuales los griegos tuvieron que elaborar una filosofía para justificar este tipo de amor es que no podían aceptar la reciprocidad física. […]
Lo que me interesa descubrir es lo siguiente: ¿Somos capaces de formular una ética de los actos y de su placer que tenga en cuenta el placer del otro? ¿Es posible integrar el placer del otro en nuestro propio placer sin que sea necesario referirse a una ley, al matrimonio o a cualquier otra obligación?
[…]
Cuando se lee a Sócrates, Séneca o Plinio, por ejemplo, se descubre que los griegos y los romanos no se hacían ninguna pregunta acerca de la vida futura, de lo que sucede después de la muerte o de la existencia de Dios. No consideraban que éste fuese un problema importante. Lo que les preocupaba era ante todo qué techné debía utilizar el hombre para vivir tan bien como debería. Creo, que se produjo una importante evolución en la cultura antigua cuando esta techné tou biou, este arte de la vida, se fue convirtiendo poco a poco en una techné del yo. Supongo que un ciudadano griego del siglo V o IV antes de Cristo debía pensar que esta techné consistía en no preocuparse por la ciudad ni por los compañeros. Para Séneca, en cambio, el problema consistía en preocuparse por uno mismo.
P. ¿Cuál era entonces la actitud de los griegos frente a la desviación?
R. De acuerdo con la ética de los griegos; lo que diferenciaba a las personas no era el hecho de que prefiriesen a las mujeres o a los muchachos o de que hicieran el amor de tal o cual forma. La diferencia fundamental residía en la cantidad, la actividad y la pasividad: ¿eres esclavo de tus deseos o eres su amo?
P. ¿Qué sucedía si una persona hacía tan a menudo el amor que su salud se resentía?
R. Eso es lo que los griegos llamaban hubris, exceso. El problema no estaba en la desviación, sino en el exceso o en la moderación.
P. ¿Qué hacían los griegos con esos individuos?
R. Los consideraban como personas de mala reputación.
P. ¿No intentaban curarlos, corregir su comportamiento?
R. Existían ejercicios cuyo fin era conseguir que la persona se hiciera dueña de sí misma. Según Epícteto, el hombre debía ser capaz de contemplar una bella mujer o un joven hermoso sin sentir ningún deseo por ella o por él. En este sentido, era necesario tener un dominio absoluto de uno mismo.
[…]
Me llama la atención el hecho de que en nuestra sociedad el arte se haya convertido en algo que atañe a los objetos y no a la vida ni a los individuos. El arte es una especialidad que está reservada a los expertos, a los artistas. ¿Por qué un hombre cualquiera no puede hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué una determinada lámpara o una casa pueden ser obras de arte y no puede serlo mi vida?

domingo, 17 de julio de 2016

LECTURAS DE VERANO: “LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE” de CAMILO JOSÉ CELA_ Luis Antonio de Villena



Camilo José Cela (1916-2002) fue un hombre singular y un muy buen novelista, aunque a veces  escribiera “pane lucrando”. Pero ese lado dista de ser raro en la historia literaria española. Traté a Cela en sus últimos años, casado ya con Marina Castaño, y siempre me sorprendió la distancia que había entre el hombre íntimo y el que tenía cámaras, periodistas o público delante. En una cena tranquila, Cela era un tipo cordial que mostraba ser gran lector y saber ancho de literatura. Con gente delante, no sólo aparecía el histrión (ese que decía poder absorber agua por el culo) sino un personaje que gustaba 19811_noticia_0regodearse en lo bruto y tosco…
¿Vendría ello de su primera y muy buena novela, inicio de lo que se llamó el tremendismo, “La familia de Pascual Duarte” de 1942?  Para muchos,  esa novela áspera, dura y brillante, que muestra la terrible miseria y saña de la España profunda, aunque la acción transcurre básicamente en la República, fue un desliz de la férrea censura de la época. La novela tuvo un esperable gran éxito, porque es como un trallazo, pero la segunda edición     en 1943, ya editada, fue prohibida y hubo que esperar a una tercera –1945- cela--644x362pero ahora en Argentina.  La novela se inspira en la picaresca (narrada buena parte en primera persona por el protagonista) en el más duro naturalismo del XIX y en la novela social de los años 30, aunque aquí el sesgo denuncia venga de lo indirecto… La acción ocurre en un pueblo de Badajoz, caluroso, agreste, y sucede entre miseria, incultura y desesperanza a menudo atroces. Por eso (más allá del eco picaresco) tiene sentido el inicio: “Yo no soy malo, aunque no me faltarían razones para serlo”. El habla es también ruda y agreste pero todo se traba con precisión, como la utilización frecuente del refranero tradicional: Cuando alguien no cela-mullerinstruido quiere expresar ideas más complejas acude al refrán. El resultado general –que no deja de dar un estilo pulido, cuidado- será ese tremendismo aludido, suavizado en la relación de Pascual y Lola y exasperado de nuevo, cuando ella aborta y asistimos a peleas de navaja, violencia exasperada hasta el crimen final que provoca la huida de Pascual pero pronto su detención y la cárcel.  Cela juega con otras técnicas narrativas, como suponer que el texto principal es un manuscrito hallado en 1939 –Pascual ya habría sido ajusticiado- y luego un par de cartas finales donde se explica el asunto del manuscrito (su envío) y de los procederes legales.  En el año en que acaba de cumplirse el centenario del nacimiento en Galicia de Camilo José Cela (premio Nobel en 1989 y Cervantes en 1995) habrá que repetir que en buena medida “La familia de Pascual Duarte” es una obra espléndida aunque llena de violencia y dureza.badboy-800x400Es sin duda una de las grandes novelas del autor (no olvidar tampoco “La colmena”, 1955) y de su tiempo todo.  En 1976, Ricardo Franco se estrenó muy bien como director de cine al llevar a la pantalla “La familia de Pascual Duarte”, al que interpreta José Luis Gómez, que mereció premio en Cannes. Hablamos de una novela básica.