miércoles, 11 de diciembre de 2024

Desearía desvelar, Henri Michaux

 






De calledelorco 

Desearía desvelar lo “normal”, lo desconocido, lo insospechado, lo increíble, la enormidad normal. Lo anormal me lo ha dado a conocer. Lo que ocurre, la prodigiosa cantidad de operaciones que a lo largo de la hora más apacible llega a realizar el hombre más vulgar, sin apenas darse cuenta, sin prestarle la menor atención, como un trabajo rutinario que sólo le interesa por su rendimiento y no por sus mecanismos, sin embargo maravillosos, bastante más maravillosos que esas ideas de las que tanto se enorgullece, y a menudo tan mediocres, manidas e indignas de ese aparato fuera de lo corriente que las descubre y maneja. Desearía desvelar los mecanismos complejos que hacen que el hombre sea, ante todo, un operador.

Henri Michaux
Las grandes pruebas del espíritu 
y las innumerables pequeñas


lunes, 2 de diciembre de 2024

Un muelle barrido por la tempestad, Samuel Beckett De calledelorco en diciembre 1, 2024







En 1946, regresa a Irlanda y durante ese viaje experimenta aquella convulsión que modificó radicalmente su manera de enfocar la escritura y su concepción del relato.
- Esta toma de conciencia ¿fue progresiva o fulgurante?
Habla de crisis, de instantes de súbita revelación.
- Hasta ese momento había creído que podía confiar en el conocimiento. Que debía equipararme en el plano intelectual. Aquel día todo se desmoronó.
Sus propias palabras me vienen a los labios: "Escribí Molloy y lo que sigue el día en que comprendí mi estupidez. Entonces me puse a escribir las cosas que siento".
Sonríe inclinando la cabeza.
Era de noche. Como tantas veces, erraba solitario y se encontró en la punta de un muelle barrido por la tempestad. Entonces pareció que todo recuperaba su lugar: años de dudas, de búsquedas, de preguntas, de fracasos (unos días después cumpliría cuarenta años), cobraron de pronto sentido y la visión de lo que tendría que realizar se le impuso como una evidencia.
- Entreví el mundo que debía crear para poder respirar.
Empezó Molloy cuando todavía estaba junto a su madre. Lo siguió en París, después en Menton, donde un amigo irlandés le había prestado una casa. Pero una vez acabada la primera parte, no sabía cómo continuar.
Ya no pasaba los apuros de los años anteriores, pero todo seguía siendo difícil. Y así, en la primera página del manuscrito de Molloy, figuran las siguientes palabras: "Como último recurso".
Seguidamente, hasta 1950, arrastrado por un verdadero frenesí creador, escribió MolloyMalone muereEsperando a GodotEl innumerableTextos para nada, que son las únicas obras que merecen su aprobación. Considera que los textos posteriores a 1950 sólo son intentos. Que posiblemente sólo en el teatro hay páginas algo superiores al resto.

Charles Juillet
Encuentros con Samuel Beckett
Traducción: Julia Escobar
Editorial: Siruela


domingo, 17 de noviembre de 2024

Calle del Orco Usted es el Saint-John Perse de la novela, Romain Gary




Querido Patrick,

Me gustó mucho Calle de las tiendas oscuras. Realmente mucho. Es sobrecogedora. Diferente a todo. Usted es el Saint-John Perse de la novela. Es una creación poética ex nihilo y una forma asombrosa de hacer realista y humano lo fantástico social, cuando podría haber terminado en el esteticismo. Más exactamente, es la primera vez que leo un libro que, partiendo del esteticismo, llega a un realismo humano convincente y conmovedor. He dicho muchas veces que llegaría lejos, esta vez, lo ha logrado. Es algo más y diferente a "un tour de force", cuando todo era dificultad. Cuando terminé la novela, tuve ganas de escribir. Para mí, ese es el verdadero criterio de valor en una lectura.

Estoy feliz por usted, con afecto

Romain Gary
31 de agosto de 1978
Álbum Modiano. L'Herne




viernes, 15 de noviembre de 2024

Un Caballo de Troya, Monique Wittig De calledelorco en noviembre 15, 2024








¿Pero y si fuese una máquina de guerra? Toda obra que tenga una forma nueva funciona como una máquina de guerra. Su sentido es demoler las formas viejas, las reglas y convenciones. Todo trabajo literario importante es en el momento de su producción un Caballo de Troya, siempre se realiza en un territorio hostil donde aparece como algo extraño, inasimilable, sin forma. Después, su forma (su polisemia) y la belleza de esas formas lo arrastran. La ciudad hace lugar a la máquina tras sus muros. Es necesario que sea alojada para que pueda cumplir su tarea de socavar y minar las convenciones literarias y sociales, para devolverlas como algo caduco, incapaces de realizar transformaciones. Así es la obra de Sarraute, después de ella no nombraré a ninguna otra.

Monique Wittig
El obrar literario
Traducción: Leticia Hernando
y Natalia Ortiz Maldonado
Editorial: Hekht Libros


sábado, 2 de noviembre de 2024

Sumido en tinieblas, Thomas Bernhard


De calledelorco en octubre 28, 2024

En mis escritos, todo es artificial, es decir que todos los personajes, los hechos, los incidentes se representan en un escenario, y el escenario está totalmente sumido en tinieblas. Los personajes que aparecen en el espacio cuadrado del escenario se reconocen mejor en sus contornos que bajo una iluminación normal, como es el caso en la prosa ordinaria. En la oscuridad, todo se hace claro. No solamente las apariciones, lo que se obtiene de la imagen, no, también la lengua. Hay que imaginar páginas totalmente negras: la palabra se aclara. De ahí su nitidez o su nitidez redoblada. Me serví en el comienzo de este medio artificial. Cuando se abre uno de mis libros, sucede en seguida así: hay que imaginar que se está en el teatro, con la primera página se levanta un telón, aparece el título, oscuridad completa y lentamente, de ese fondo, de esa oscuridad, surgen las palabras que se transforman en procesos de naturaleza tanto interior como exterior, y que, en razón misma de su carácter artificial, se vuelven tales con una particular nitidez.

 

Thomas Bernhard
Tinieblas
Traducción: Margarita Mizraji
Editorial: Gedisa


jueves, 24 de octubre de 2024

Nos divertíamos tanto juntos, Siri Hustvedt



De calledelorco en octubre 24, 2024

Quiero daros las gracias.

Y deciros que Paul habría estado muy contento al veros a todos aquí . Paul solía decir que en las páginas de un libro se tocan dos estados conscientes. Incidía en la intimidad creada entre el lector y el escritor y el hecho de que cada lector es un coinventor del texto. Los libros son, vistos así, una tecnología de fantasmas: los muertos hablándoles a los vivos. Es raro cuando te paras a pensarlo. Puede que el escritor o la escritora hayan muerto pero sus palabras les reviven en el lector. Tras la muerte de Paul, un buen número de personas me dijeron –con la mejor de las intenciones– que el seguía vivo en su obra. Y es verdad y me consuela, pero no cambia el duelo ni un ápice para aquellos que amamos a Paul, porque sus libros no son un sustituto de la persona viva.

Hace muchos años, le dije a Paul que no quería ser una viuda literaria. Para mí, ese término evocaba la figura levemente ridícula de una mujer entregada en vaga servidumbre al legado del gran hombre. Por entonces la muerte de Paul era una abstracción, un viaje imaginario a un posible futuro. A principios de abril, cuando Paul y yo ya sabíamos que se estaba muriendo, también sabíamos que yo sería la albacea de su legado literario también sabíamos que defendería su obra. Como viuda de Paul, su albacea y compañera escritora; antes y por mucho tiempo su editora doméstica, como él era el mío; y su Lebensmensch, una palabra alemana que significa ‘persona de vida’, una palabra que no es común ni siquiera en alemán, como he descubierto. y que llegó a mí vía una carta de condolencia que me mandó una doctora, Julia, a la que conocí en Tubingen. Es una palabra hermosa y dado que ‘persona de vida’ no tiene un significado per se en inglés, la he adoptado. Yo era su Lebensmensch y Paul era el mío.

Casi todos sus libros en prosa se escribieron durante los 43 años que vivimos juntos. Cuando nos conocimos, Paul estaba trabajando en la segunda parte de ‘La invención de la soledad’. Y después de que nos fuésemos a vivir juntos en Brooklyn, se embarcó en su Trilogía de Nueva York. 18 editores rechazaron Ciudad de cristal [el primer volumen de la trilogía], publicado al final por un pequeño sello en California en 1985. Como todos los presentes saben, la trilogía hizo famoso a Paul, no famoso nivel Taylor Swift, pero bastante famoso para un escritor. Tanto que, en vida, le pusieron su nombre a una calle en algún lugar en las afueras de París, y a un sándwich en un restaurante en Los Ángeles. Lo bastante famoso para embelesar a sus adorables pero pavorosamente insistentes fans en Buenos Aires o París. Para tener una Piedra de Paul Auster en le camino de los famosos del Botánico de Brooklyn. Y lo bastante famoso para quejárseme, y esto únicamente el pasado año: “Al menos tus fans han leído de verdad tus libros”.

La idolatría es una cosa, la escritura es otra. Aunque en el mundo angloparlante, Paul Auster se convirtió en sinónimo de posmodernismo –un cajón de sastre que nunca me gustó–, sus obras se tradujeron a más de 40 idiomas y son celebradas en todo el mundo porque sus historias se sienten muy dentro y penetran el misterio de lo que llamamos vivir. Aunque el lector resida en los Estados Unidos, en Alemania, en México, en España, en Turquía, en Egipto o en Japón, la necesidad de encajonar a la gente en categorías y tratarles como cosas estáticas parece que nunca desaparece del todo. El género, la raza, la clase social son cajones familiares y a menudo crueles en nuestra sociedad. Pero el encasillamiento también sucede en las artes. Y por las mismas razones, la ambigüedad, los matices y la complejidad se perciben como amenazas para el orden y las convenciones.

El trabajo de Paul inspiraba adoración, pero también furia, sobre todo en nuestro país. Todavía me asombra hasta qué punto puede enfadarse alguien por una novela. Un crítico estadounidense escribió una vez: “Paul Auster no cree en los valores literarios tradicionales”. Si nos fijamos en la historia moderna de la Literaturas, desde los mitos y cuentos de hadas hasta el Dadá y el Fan Fiction, una se pregunta qué narices pueden ser esos “valores tradicionales”. Le dije a Paul que los ataques pueden verse como halagos, que es mejor eso que ignorarlos y que a menudo son una señal de la pequeñez, envidia, falta de curiosidad y lo intimidado que se siente el crítico. Le dije: “No te gustaría que todo el mundo amase tus libros, ¿verdad, Paul?”. Y él me dijo: “Sí, me gustaría”.

La obra de Paul, dependiendo de cómo la enumeres, abarca más de 30 libros que no pueden ser etiquetados como posmodernismo o con ninguna otra etiqueta. Un escritor con quién tuve un diálogo intenso y constante durante 43 años, un toma y daca que nos influyó y nos cambió a ambos, y cuyos libros leía tan atentamente como hacía él con los míos. Era profundamente ético, astuto en lo político, de una enorme amabilidad y una genuina buena persona y, como pasa con la mayor parte de los grandes escritores, gran parte de sus trabajo se generaba en lugares subconscientes. Cuando estaba escribiendo su última novela, ‘Baumgartner’, me leía el libro en voz alta capítulo a capítulo y antes y después de cada una de esas lecturas, repetía una y otra vez: “no tengo ni idea de qué estoy haciendo. Ninguna”. A veces los libros saben más que el propio escritor. Le dije que no importaba, que debería seguir. Es una hermosa novela y aunque se lee fácilmente, de forma inevitable, su estructura es, de hecho, enormemente complicada. Ya estaba enfermo cuando la terminó.

Y el final del libro es ambiguo: ¿está nuestro héroe vivo o muerto? Además de las insinuaciones sobre su propia mortalidad, Paul escribió mi duelo por adelantado. Creo que sabía sin saberlo, que yo me convertiría en Baumgartner. Paul estaba satisfecho con su obra vital tras 4 3 2 1 y La llama inmortal de Stephen Crane, esos grandes y extraordinarios logros de sus últimos años. Seguidos con su ensayo sobre la violencia armada, una colaboración con nuestro yerno, Spencer Ostrander [también presente en el homenaje], y Baumgartner. A Paul nunca le costó escribir otro libro durante la mayor parte de nuestro tiempo juntos. Mientras escribía un libro, siempre tenía otro más, a veces otros dos más. Siempre estaba imaginando activamente el futuro. Y eso se acabó. Al final, terminó por venirle una idea y me dijo que se había dado cuenta de que ya había escrito ese libro.

Paul no quería morir, pero creo que esa sensación de plenitud le ayudó a morir. Bueno, rechazó los cuidados paliativos para su cáncer. Escogió la biblioteca de nuestra casa como la habitación en la que quería morir. Sophie, Spencer, nuestro nieto de por entonces cuatro meses, Miles, mis tres hermanas, nuestra asistenta durante muchos años, Andria, la enfermera del hospital y yo estuvimos junto a él. Durante las semanas y los días previos a su muerte, recibió a los amigos que vinieron a despedirse. Lo eligió, les contó historias. Se aseguró de que cada persona entendiese lo mucho que su amistad había significado para él. Su calma, su claridad, su valor ante la muerte me pasmó entonces y lo sigue haciendo. Y no, esto no es sentimentalismo. No soy una persona sentimental.

Creo que el sentimentalismo, tal y como se usa hoy día esa palabra, le resta valor a la vida y a la muerte. Camufla en debilidades falsas las verdades que más miedo nos dan. Mucho antes de saber que iba a morir, a Paul le gustaba citar una frase de los cuadernos de notas de Joseph Joubert (había traducido a Joubert al inglés por muy poco dinero). Cita: uno debería morir querido por la gente (si se puede). Fin de la cita. Paul pudo morir querido por la gente, y lo hizo. Fue su último regalo a los que le sobrevivimos. En sus últimos meses de vida, empezó a escribir lo que esperaba que pudiese ser un pequeño librito para la personita que está ahí en la esquina: cartas a Miles. Estoy metiendo las 35 páginas que pudo terminar en unas memorias que estoy escribiendo, Ghost Stories. Es algo que le habría alegrado.

Soy incapaz de contar cuantos periodistas me han preguntado a lo largo de los años, “¿cómo es estar casada con Paul Auster?”. No era una pregunta seria. Su funciona habitual solía ser asegurar que la mujer escritora supiese cuál era su lugar. Y los que la hacían también esperaban detectar señales de envidia, de competición, o de un inminente divorcio por mi parte. Paul y yo les defraudamos, pero tengo que responder a esa pregunta. Es algo que me vino en la última hora de vida de Paul. Él ya no podía hablar, pero aún podía oírme. Y lo que me parecía más importante justo antes de que él muriese fue la diversión. “Oh, dios mío”, le dije, “lo hemos pasado bien, ¿verdad?”. Nos divertíamos tanto juntos.

¿Que cómo era estar casada con Paul Auster?

Era divertido.

Gracias.

Siri Hustvedt
Homenaje a Paul Auster
Círculo Bellas Artes de Madrid, 22 de octubre 2024
Texto sacado d

sábado, 28 de septiembre de 2024

Estoy modificando el Sáhara, Jorge Luis Borges


 calledelorco



A unos trescientos o cuatrocientos metros de la Pirámide me incliné, tomé un puñado de arena, lo dejé caer silenciosamente un poco más lejos y dije en voz baja: Estoy modificando el Sáhara. El hecho era mínimo, pero las no ingeniosas palabras eran exactas y pensé que había sido necesaria toda mi vida para que yo pudiera decirlas.

Jorge Luis Borges
Atlas (1984)




martes, 24 de septiembre de 2024

Elias Jabre : Plus d'une loi, la guerre des noms. Derrida, Deleuze et Guattari, Foucault


 PU de Montréal - Septembre 2024


Partout dans le monde aujourd'hui, des partis nationalistes prônant la vision d'un État fort prennent de plus en plus d'assaut les scènes domestiques en mal de souveraineté. Pour combattre cette tendance, la pensée de Jacques Derrida est l'un des lieux qui prépare la refonte profonde de nos points de repère politiques. Par ses deux formules, plus d'une loi et la guerre des noms, cet ouvrage s'inscrit dans cette perspective. Plus d'une loi formalise la loi sous la forme d'une aporie qui s'applique tant à la logique de l'inconscient qu'à la loi au sens juridico-politique, reliant ainsi les champs dissociés de la psychanalyse et de la politique. La guerre des noms met en exergue la conflictualité de l'économie libidinale et les régimes de domination qui imposent leurs modes de jouissance en reproduisant des systèmes de classification par lesquels certains noms propres assurent la fonction de fétiches. Cet ouvrage confronte également les noms propres de Derrida, de Deleuze et Guattari, et de Foucault en mettant en scène une lutte philosophique entre ces penseurs qui prétendent, chacun à leur manière, redéfinir la ou le politique en introduisant une force qui déborde la représentation. Entre déconstruction, philosophie et psychanalyse, cet essai cherche à élaborer de nouvelles réponses aux maux de notre temps, pour une « démocratie à venir ».



domingo, 22 de septiembre de 2024

¿La autocensura está penalizando la creatividad?...





Sí, es cierto. Sí lo está haciendo. Yo puedo ver algo que me moleste artísticamente porque a lo mejor ideológicamente no va conmigo, o desde el punto de vista religioso. Lo que tú quieras. Pero, a pesar de todo eso y de la molestia o del dolor que me pueda producir, lo acepto. Tengo que defender la libertad de expresión por encima de todo y la libertad artística aunque me moleste. Hay "muchas cosas" que me molestan pero ahora lo que ocurre es que hay una serie de canales de críticos, que no son críticos sino masa, que de pronto establecen una censura. Dan miedo, sí, dan un poquito de miedo. Y grandes creadores se coartan a la hora de meterse a dirigir una obra de teatro, o de escribir un libro o pintar un cuadro porque piensan que eso no es políticamente correcto. Lo políticamente correcto se está cargando muchas formas de expresión libres. Eso está ocurriendo. (Antonio Banderas, Málaga SPAIN 1960




domingo, 15 de septiembre de 2024

EL MATRIMONIO POR KAHLIL GIBRAN





Luego Almitra habló de nuevo y dijo: ¿Y qué del Matrimonio, Maestro? Y él respondió diciendo: Habéis nacido juntos y juntos permaneceréis por siempre jamás. Estaréis juntos cuando las blancas alas de la muerte dispersen vuestros días. Sí, estaréis juntos aún en la callada memoria de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra compacta unidad. Y dejad que los vientos de los cielos dancen entre vosotros. Amáos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura: Dejad más bien que haya un mar meciéndose entre las costas de vuestras almas. Llenáos mutuamente las copas, pero no bebáis de una sola copa. Compartid vuestro pan; pero no comáis del mismo trozo. Cantad y danzad juntos y estad gozosos pero conservad cada uno vuestra soledad. Hasta las cuerdas del laud están solas aunque vibren con la misma música. Dad vuestros corazones; pero no en prenda. Porque solamente la mano de la Vida puede contener vuestros corazones. Y estad juntos,pero no demasiado juntos, porque las columnas del templo guardan distancia, y el roble y el ciprés no crecen el uno a la sombra del otro.

sábado, 14 de septiembre de 2024

SEIS MIL CIENTO NUEVE



Lo bello es ante todo lo que desorienta, Julien Gracq

De calledelorco en septiembre 13, 2024

Hace tiempo tuve ocasión de hablar con un crítico de una novela inglesa recientemente traducida, y de asombrarme ante él de que la crítica la acogiera con un completo silencio. “Y sin embargo —le decía yo— se trata de un buen libro, muy bueno.” Al oírlo, pareció molesto. “Entonces ¿por qué no habla usted de él?" Permaneció un momento en silencio. “Desde luego —prosiguió él— es bueno, muy bueno, pero ya comprenderá, no se puede hablar mucho de él: no se sitúa.” Muchas veces me he encontrado recordando esta respuesta. Me ilustra sobre el tablero de valores de la literatura actual, de las obsesiones, y sobre todo de las omisiones inexplicables —y a veces también me da miedo.

En esta frase se lee, desde luego, el gusto por cierto confort intelectual y cierta economía de materia gris: los críticos tienen prisa: desde su despacho, mentalmente, les gusta ver a la multitud de autores contemporáneos desplegándose ante ellos como un abanico familiar de rostros sobre los bancos de un hemiciclo. Cualquiera que se “sitúe” en él, cualquiera que se gane por sí mismo su casilla predestinada y su alveolo ahorra a los críticos preocupaciones y tiempo: la gente que quiere sentarse en el techo molesta a todo el mundo. Pero esta condena horrorizada —y la peor que existe en literatura: el silencio—, esta condena contra la obra y el hombre “que no se sitúa”, lo más grave es que los críticos la lanzan en nombre de una época que apunta su artillería más pesada contra la ciudadela del escritor en lo más vulnerable que tiene, e incluso lo más insubstituible: su singularidad y, digámoslo sin miedo, su aislamiento. Al escritor que no se pone en la fila, que no entra en los alineamientos, no se le reserva ni siquiera la condescendencia y el desprecio, sino la grosera llamada al orden por el cabo. Hace poco leía en la obra de un crítico contemporáneo: “El señor X (aquí el nombre que me callo porque lo pillan, por así decir, con las manos en la masa) fue uno de esos excéntricos que se rebelaron contra el desorden de los pseudo-románticos y contra el batiburrillo del simbolismo. Por tanto, debería estar inscrito entre los escritores subjetivos”. ¡Eso es, “debería estar”! Ya se adivina, espero el rictus amargo del ayudante ante el perezoso cuyo nombre figurará en el informe semanal. Claro que sí, debería estar inscrito, puesto que la época se dispone a fichar a los escritores y la única preocupación que les queda no debe ser ya “inclinarse a la derecha” o “inclinarse a la izquierda”, como un vulgar ministerio radical. Pues no, no puede, no querrá jamás, si es cierto que lo bello es ante todo lo que desorienta, que la literatura empieza a tener mejor salud cuando la crítica empieza a reconocerse un poco menos en ella, pues el escritor digno de este nombre es una generosidad siempre intempestiva, una fraternidad que no avanza en fila india, una aventura que prescinde del codo con codo, y una libertad que no se adhiere jamás.

Julien Gracq
Nudos de vida
Traducción: Lluís Maria Todó
Ediciones del Subsuelo


lunes, 9 de septiembre de 2024

Esta posible dualidad de entrada en el juego, Paul Valéry


De calledelorco en septiembre 8, 2024

El poeta se despierta en el hombre por un acontecimiento inesperado, un incidente exterior o interior: un árbol, un rostro, un «sujeto», una emoción, una palabra. Y unas veces es una voluntad de expresión la que comienza la partida, una necesidad de traducir lo que se siente; pero otras veces es, por el contrario, un elemento de forma, un esbozo de expresión que busca su causa, que se busca un sentido en el espacio de mi alma... Observen bien esta posible dualidad de entrada en el juego: de vez en cuando una cosa quiere expresarse, de vez en cuando algún medio de expresión quiere servir a alguna cosa.

Mi poema El Cementerio marino se inició en mí por un cierto ritmo, el de los versos franceses de diez sílabas, cortado en cuatro y seis. Yo todavía no tenía ninguna idea que pudiera llenar esta forma. Poco a poco las palabras flotantes se fijaron, determinando progresivamente el tema, y el trabajo (un trabajo muy largo) se impuso. Otro poema, La pitonisa, surgió primeramente por un verso de ocho sílabas cuya sonoridad se compuso por sí misma. Pero ese verso suponía una frase, de la que era una parte, y esa frase suponía, si había existido, muchas otras frases. Un problema de esa clase admite una infinidad de soluciones. Pero en poesía las condiciones métricas y musicales limitan mucho la indeterminación. Esto es lo que sucedió: mi fragmento se condujo como un fragmento vivo, porque, sumergido en el medio (sin duda nutritivo) que le ofrecían el deseo y la espera de mi pensamiento, proliferó y engendró todo aquello que le faltaba: algunos versos por encima de él, y muchos versos por debajo.

Me disculpo por haber elegido mis ejemplos en mi pequeña historia, pero no podía cogerlos en otra parte.

¿Encuentran quizá bastante singular mi concepción del poeta y del poema? Intenten imaginar lo que supone el menor de nuestros actos. Piensen en todo lo que debe suceder en el hombre que emite una pequeña frase inteligible, y evalúen todo lo que hace falta para que un poema de Keats o de Baudelaire llegue a formarse sobre una página vacía, ante el poeta.

Piensen también que entre todas las artes, la nuestra es posiblemente la que coordina la mayor cantidad de partes o de factores independientes: el sonido, el sentido, lo real y lo imaginario, la lógica, la sintaxis y la doble invención del fondo y de la forma... y todo ello por medio de ese medio 'esencialmente práctico, perpetuamente alterado, mancillado, que realiza todos los oficios, el lenguaje común, del que nosotros tenemos que sacar una Voz pura, ideal, capaz de comunicar sin debilidades, sin esfuerzo aparente, sin herir el oído y sin romper la esfera instantánea del universo poético, una idea de algún yo maravillosamente superior a Mí.

Paul Valéry
Teoría poética y estética
Traducción: Carmen Santos
Editorial: Visor


viernes, 6 de septiembre de 2024

Moby Dick resoplaba allí delante, Jean Giono

sábado, 31 de agosto de 2024

El libro rojo: Liber Novus, Edición e introducción de Sonu Shamdasani: 3 (Catena Aurea) Tapa blanda – 10 abril 2023 de Carl Gustav Jung





 

 

"Los años en los que seguí mis imágenes internas fueron la época más importante de mi vida y en la que se decidió todo lo esencial. Comenzó en aquel entonces y los detalles posteriores fueron sólo agregados y aclaraciones. Toda mi actividad posterior consistió en elaborar lo que había interrumpido en aquellos años desde lo inconsciente y que en un primer momento me desbordó. Era la materia originaria para una obra de vida. Todo lo que vino posteriormente fue la mera clasificación externa, la elaboración científica, su integración en la vida. Pero el comienzo numinoso, que todo lo contenía, ya estaba allí." Carl Gustav Jung (1957)




domingo, 25 de agosto de 2024

Para qué sirve la poesía, Jorge Luis Borges


De calledelorco en agosto 25, 2024




Dos personas me han hecho la misma pregunta: ¿para qué sirve la poesía? Y yo les he dicho: bueno, ¿para qué sirve la muerte? ¿para qué sirve el sabor del café? ¿para qué sirve el universo? ¿para qué sirvo yo? ¿para qué servimos? Qué cosa más rara que se pregunte eso, ¿no?

Jorge Luis Borges
Diálogo con Osvaldo Ferrari
Sobre el amor "En diálogo", I, 16




lunes, 29 de julio de 2024

Buscaba confusamente que un libro me sacudiera, Annie Ernaux


De calledelorco en julio 29, 2024

Desde que aprendí a leer, a los 6 años, me sentí atraída por todo lo que estaba escrito y a mi alcance de comprensión, desde el diccionario hasta los libros de la Bibliothèque Verte, una colección de obras de escritores adaptadas para la juventud que mi madre —quien amaba leer— me regalaba regularmente. Los libros eran caros en ese entonces, nunca tenía suficientes. Para tener cientos a mi disposición, soñaba con ser librera. El placer de la lectura era tan evidente como el placer del juego, en el que también intervenían los libros, ya que mis juegos consistían a menudo en imaginarme a mí misma como un personaje. Fui sucesivamente Jane Eyre, Oliver Twist, David Copperfield y la extraña "chica descalza" de una novela alemana [de Berthold Auerbach, según Internet], y muchos otros personajes más. Solo una especie de censura inconsciente debe impedirme recordar a qué avanzada edad dejé de convertirme en la heroína del libro que leía de camino al colegio. Pero sé con certeza el papel que desempeñó el poder evocador de los libros en mi despertar sexual: es toda una historia, que comenzó a los 12 años con El diablo en el cuerpo de Radiguet, que conseguí a escondidas, atraída por el prometedor título. Los libros me proporcionaban las situaciones, e incluso los actores, de mi erotismo adolescente, dando así la razón a la institución religiosa a la que asistía, que consideraba la lectura como la puerta abierta al vicio para las chicas. [Incluso hoy en día, las palabras me parecen más excitantes que las imágenes, el texto de Historia de O más perturbador que su versión filmada].

En la adolescencia, si la frase de mi padre me indignaba y me desgarraba con violencia, era porque la lectura se había convertido para mí en la búsqueda de alternativas a los discursos instituidos, tanto los del internado religioso donde continuaba mis estudios como los de mi entorno social popular con sus creencias y máximas, su respeto al orden establecido. Buscaba confusamente que un libro me sacudiera, me trajera nuevos pensamientos – rodeados de prohibición, eran aún más deseables: la magia de títulos como El inmoralista (Gide), El hombre rebelde (Camus), pero también de aquellos que anunciaban una búsqueda, no del tiempo perdido – a los 15 años no hay tiempo perdido, Proust vendría más tarde – sino de un sentido de la vida, tales como La busca del absoluto (Balzac), Los caminos de la libertad (Sartre) o La dificultad de ser (Jean Cocteau). Buscaba y encontraba en las novelas contemporáneas formas de vida que me proyectaban hacia el futuro. Porque la lectura desempeña, en ese momento de la existencia, el papel de un adelanto sobre la vida [tal vez siempre lo desempeña, hasta tarde, como lucha contra la muerte], y saber lo que significaba ser una mujer, vivir como mujer, me impulsaba hacia las escritoras, Simone de Beauvoir, Virginia Woolf. Era la época de las citas copiadas en un cuaderno íntimo y secreto, como una verdad de sí y para sí, un vademécum y la certeza de no estar sola en sentir lo mismo: el gozo de ser al menos dos compartiendo un sentimiento o una consolación ante la dificultad de vivir. A esta distancia, veo el gesto de copiar frases como una afirmación de mi ser empapado por la lectura, y en cada cita añadida, una protesta contra la frase de mi padre. Como aquella – que probablemente lo habría horrorizado – inscrita en un cuaderno que ha sobrevivido a todas las mudanzas, extraída de "Crimen y castigo": "¿Vivir para existir? Pero siempre había estado dispuesto a dar su existencia por una idea, por una esperanza, incluso por una fantasía. Siempre había hecho poco caso de la existencia pura y simple, siempre había querido más". Pero, ¿dónde, cómo hubiera podido, en ese período de mi vida, penetrar en el mundo interior de un criminal, si no fuera en la novela de Dostoievski?

En ese momento de mi vida, sin saberlo, estaba en el corazón mismo de la contradicción que representa la lectura: me separó de los míos, de su lenguaje, e incluso de ese yo que empezó a expresarse con palabras distintas a las suyas. Pero también me unió a otras conciencias a través de personajes con los que me identificaba, a otros mundos ajenos a mi experiencia. Leer separa y une. Primero es una separación concreta: la lectura supone la ruptura de toda comunicación verbal, te aísla del entorno. Una separación mental: leer es ser teletransportado a un universo nuevo, ya sea puramente imaginario como el de Harry Potter, o que, por el contrario, refiera a la realidad, sociológica o histórica, como Un día en la vida de Iván Denísovich. Leer es estar momentáneamente separado de uno mismo y dejar que un ser de ficción, o el "yo" del escritor, ocupe completamente nuestro espacio interior, nos arrastre hacia su destino, nos conmueva. Es aceptar que una voz irrumpa en la conciencia y ocupe el lugar de la nuestra, "Durante mucho tiempo, me acosté temprano...". Es aceptar también ser perturbado, sacudido, y al final, transformado. Pero, al mismo tiempo, leer acerca a los demás, te coloca en la cabeza del criminal Raskolnikov, del tránsfuga de clase Martin Eden, en los pensamientos de Mrs. Dalloway caminando por Londres. Leer abre la sensibilidad a lo que viven las personas. A lo que han conocido, sufrido. Desde la infancia, aprendí de la existencia de los campos de exterminio nazi, pero fueron los libros de Primo Levi, de Robert Antelme, y más tarde de Imre Kertész, los que me hicieron sensible y real lo impensable, mientras que el de Christa Wolf, Muestra de infancia, me hizo comprender cómo el nazismo pudo instalarse y prosperar en los años treinta. Leer amplía las capacidades de comprensión del mundo, de su diversidad y de su complejidad. En francés, leer (lire) y unir (lier) contienen las mismas letras.

Leer devuelve a uno mismo. Leer para leerse.

Annie Ernaux
Texto publicado en alemán bajo el título 'Trennen, verbinden…' en la colección 'Warum lesen?' (¿Por qué leer?).
Julio de 2020
Traducción: KNB


viernes, 26 de julio de 2024

Los escritores a los que podía elogiar de todo corazón, T.S. Eliot



Ahora bien, en casi todo lo que hoy he dicho, me he esforzado por circunscribirme a la parte de mi prosa crítica que podría definirse con la mayor aproximación como «crítica literaria». Si me lo permiten, voy a resumir las conclusiones a que he llegado después de releer todo lo que, entre mis escritos, podía quedar comprendido con esta designación. He descubierto que lo mejor de mi obra está dentro de unos límites bastante estrechos, porque, en mi opinión, mis mejores ensayos son los consagrados a escritores que influyeron en mi poesía; como es natural, la mayoría de esos escritores eran poetas. Y, a medida que pasan los años, sigo teniendo la máxima confianza en esa parte de mi labor crítica que se refiere a escritores a los que estaba agradecido y a los que podía elogiar de todo corazón. Y en cuanto a las frases de generalización que he citado tantas veces, estoy convencido de que su fuerza proviene de que constituyen intentos para resumir, en forma conceptual, una experiencia directa e intensa de la poesía con la que sentía mayor afinidad.

Es arriesgado, y quizás presuntuoso, que generalice sobre la base de mi propia experiencia, incluso con respecto a críticos que pertenecen a mi mismo género, es decir, escritores primordialmente de creación, pero que reflexionan sobre su propia vocación y sobre la obra de otros. Reconozco que estoy mucho más interesado en lo que otros poetas han escrito sobre poesía que en lo que han dicho de ella los críticos que no son poetas. He sugerido también que es imposible rodear con una cerca a la crítica literaria para separarla de la crítica en otros aspectos, y que no puede prescindirse por entero de los juicios morales, religiosos y sociales. El que esos juicios y el mérito literario puedan valorarse en un aislamiento completo es la ilusión de los que creen que el mérito literario, por sí solo, basta para justificar la publicación de un libro que, de no poseer ese mérito, podría ser condenado por razones morales. Pero cuando estamos más cerca de la crítica literaria pura es con la crítica de los artistas que escriben acerca de su propio arte; y me refiero a este respecto a Johnson, Wordsworth y Coleridge. (El caso de Paul Valéry constituye un caso especial.) En otros tipos de crítica, el historiador, el filósofo, el moralista, el sociólogo, el gramático pueden desempeñar un papel destacado, pero en la medida que la crítica literaria es puramente literaria, creo que la crítica de los artistas que escriben sobre su arte tiene una mayor intensidad y encierra una mayor autoridad, aunque el ámbito de competencia del artista sea mucho más restringido. Personalmente, estimo que he hablado con autoridad (si es que esta expresión no sugiere arrogancia) sólo de aquellos autores —poetas y muy pocos prosistas— que han influido en mí; que incluso merezco una seria consideración en lo que he escrito sobre poetas que no influyeron en mí, y que mis opiniones sobre autores cuya obra me repele puede ser —por no decir más— sumamente discutibles. Y debo recordarles una vez más, para terminar, que he centrado la atención sobre mi crítica literaria en lo que tiene de literaria, y que sería un ejercicio totalmente distinto de examen de conciencia un estudio de mis creencias religiosas, sociales, políticas o morales, y de aquella gran parte de mis escritos en prosa que se ocupan directamente de esas creencias. Pero confío en que lo que hoy he dicho haya puesto de manifiesto las razones por las que, a medida que el crítico va envejeciendo, sus críticas pueden estar menos inflamadas de entusiasmo, pero están imbuidas de un interés más amplio y —así lo espera uno, al menos— de mayor prudencia y humildad.

T.S. Eliot
Criticar al crítico
Traducción: Manuel Rivas Corral
Alianza Editorial


miércoles, 24 de julio de 2024

Una escritura viva y desnuda, Marguerite Duras



Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido.

Marguerite Duras
Escribir
Traducción: Ana María Moix
Editorial Tusquets




Jesús Ferrero

Mi forma preferida de pensar es paseando por el bosque, disfrutando de su silencio, sus rumores, sus chasquidos, su presencia de entidad viva y poderosa. Entiendo por qué Heidegger se fue a vivir a la Selva Negra, entiendo por qué se convirtió en un emboscado y de paso también en un personaje de su querido amigo Jünger, otro emboscado. Los emboscados de Jünger se encuentran solos ante lo absoluto, y quizá es esa la soledad la que nos llega cuando paseamos por el bosque: no es una soledad ante los otros, pues se proyecta en un mundo vegetal.

Tu vecino te enfrenta al otro, pero el bosque, como el mar, te enfrenta a lo otro. Te acercas a un árbol e intentas descifrar su existencia. Asunto imposible. Son seres mudos, apacibles, soberanos. Algunos tienen más de cien años y escucharon los disparos de la Guerra Civil. Si los abrazas crees notar su reposado y aplastante aliento. Están en una dimensión tan real que te hacen sentirte un exiliado de las profundidades de la vida. Su existencia es la extrema existencia, su materia te invita a preguntarte por tu propia materia, más leve, más volátil, más incierta.


Desde su retiro, el emboscado busca esos elementos sustanciales de la articulación y la creación de estructuras. Desde su libertad existencial intenta descifrar el gran teatro del mundo del que se ha marginado para verlo mejor. No sé si el emboscado se parece al anacoreta, en muchos aspectos no. El emboscado no busca a Dios, no se martiriza como los ascetas de Alejandría del siglo III. Permanece tranquilo y piensa. Los recuerdos del mundo desfilan por su mente, envueltos en los rumores del bosque. Las cosas entran en una dimensión más dialéctica y total. La naturaleza se percibe como un absoluto que nos gobierna mucho más de lo que creemos, un absoluto que cuando opta por la destrucción no hay nada que se le parezca, pues la vida es consigo misma de una crueldad aterradora. 

«Nietzsche: otro emboscado que tuvo en un bosque de los Alpes Dolomitas la iluminación del eterno retorno»

El emboscado lo ve y le da la razón a Nietzsche: otro emboscado que tuvo justamente en un bosque de los Alpes Dolomitas la iluminación del eterno retorno. En el bosque es  fácil comprender el eterno retorno, pues más que un mito es una verdad presente en los nuevos brotes, creciendo entre madera podrida. Lo peor de la idea del eterno retorno es que, dentro de su oscilación abismal, el eterno retorno de la vida es posible gracias al eterno retorno de la muerte. En el bosque adviertes que la vida y la muerte ocupan el mismo espacio real. Un pájaro se está comiendo a un sapo en la charca del claro, y bajo tus pies se despliegan enormes civilizaciones de insectos que viven y mueren en la mareante argamasa de la materia.




lunes, 15 de julio de 2024

Los combates de verdad, Roberto Bolaño De calledelorco en julio 15, 2024