domingo, 5 de julio de 2020

La reflexión cotidiana y el artista


María Virginia Jaua

Publicado el 2020-07-05
Preludio
Se me pide que escriba —es decir que active el pensamiento—acerca de la obra de una pareja de artistas que se presentan y firman como Fuentesal & Arenillas. Esto no debería suponer ningún esfuerzo ya que una gran parte del tiempo lo dedico a leer las producciones de mis contemporáneos, es decir, de aquellos con quienes comparto no solo un espacio geográfico y cultural sino con quienes llevo a cabo la tarea de pensar el mundo que construimos.
Pero este presente es un tiempo “raro”. Un momento anómalo de nuestras existencias a nivel planetario. Nos obliga a compartir sin visitarnos, “vernos” sin tocarnos y sin la posibilidad del “acercamiento” físico, afectivo y material que se requiere a la hora de abordar de manera seria casi cualquier asunto, incluido el trabajo del artista. 
Hace meses me encuentro confinada en México (que por suerte es y ha sido siempre mi casa) y sin posibilidad de regresar a Madrid en donde también vivo y en donde viven los artistas sobre los que voy a escribir.
Lo que desarrollo aquí son pequeñas reflexiones sobre la arqueología de la cotidianidad del artista en el momento de confinamiento. Digamos que son los fragmentos de una meditación personal sobre la relación entre la vida doméstica y la vida laboral del artista bajo estas extrañas circunstancias.
El método
Se trata —en una etapa inicial de la creación— de la vía que nos conduce a las cosas soterradas en el tiempo, en la memoria, en las capas más profundas de nuestra corteza cerebral y que en un principio son invisibles para una consciencia. ¿Cómo hacerlas visibles? ¿cómo hacer de ellas algo que habite el mundo de las cosas?
El método de estos artistas se basa en lo que conocemos como la observación y la experiencia. 
El método inicia con el ejercicio y la práctica de una observación, es decir un mirar que va mucho más allá de la mirada. Más allá de seguir con los ojos un haz de luz, una sombra o posar los ojos sobre la superficie de la mesa de trabajo, para que algo que nos es cotidiano, es decir, algo que nos resulta invisible surja y cobre existencia.
La observación llevada a ese punto se hace con todo el cuerpo. 
Mientras que tras el ejercicio de la observación, se desarrolla y se despliega el hacer, muchas veces torpe. Se tropieza y se estropea mucho material a lo largo de los días, pero es justamente esa torpeza la que constituye la “experiencia” (evitaremos calificar la experiencia de buena, mala o regular). Porque ella es inmune a cualquier calificación.
La experiencia ES la que conduce el proceso hacia una “verdad”. Y aquí la única verdad es la obra…
El fenómeno
Adoptamos las herramientas para asomamos a lo que se muestra… o a lo que se anhela mostrar. Aunque resulta difícil determinarlo y no se agota en lo que conocemos como “obra”. Es decir, en la serie de objetos y de imágenes que los artistas crean, reúnen, ordenan y presentan (o no).
El fenómeno sería más bien lo cotidiano que hay en todo ello. Lo que pasa todos los días. Lo que pasa cuando no pasa nada. Lo que pasa con esas vidas que fluyen y salen (o no) a investigar, a buscar materiales, a pasear,  a producir experiencia, a crear.
Lo que pasa no deja huellas, solo fluye… solo es o permite ser…
Quizás uno de los grandes aportes del confinamiento sea cómo este nos ha obligado a la observación del tiempo interno.
La topografía
Intentar delimitar un terreno incluso con todas las restricciones a las que estamos sometidos resulta un ejercicio de imaginación.
Hacer ese tipo de levantamiento requiere de unos criterios nuevos. Por ejemplo con la rutina que proviene de ruta o de rueda: lo que nos impulsa y nos echa a andar. Es la rutina la que traza las líneas “topográficas” sobre los terrenos que se transitan a lo largo del día.
En el caso particular de estos artistas, el perro “Eco” es un elemento determinante que influye en la ruta y en la rutina, por lo que incide en el trazado topográfico cotidiano.
La topografía es también la superficie (que no la cubierta) total del fenómeno (lo que fluye), lo cual permite que se expanda aun más.
Digamos que este podría ser el esquema topográfico al que nos referimos:
domicilio-estudio (trabajo) -calle- trabajo- estudio (domicilio)
Este esquema sencillo —en apariencia— es insuficiente para describir la “topografía” por la que transitan Julia y Pablo, por ello más adelante haremos una descripción más detallada de cada uno de estos espacios físicos y mentales.
Sin embargo, es importante recordar que en el mundo “moderno” como lo conocíamos hasta hace poco había una clara separación de los espacios íntimos y de los espacios públicos, del espacio doméstico y del espacio laboral, pero estas diferencias poco a poco han ido desapareciendo. En el caso del artista y de otros oficios esto también se ha producido por motivos económicos (o porque resulta incosteable mantener espacios separados o porque el trabajo se integra fácilmente en el espacio de la vida privada, esto se ha modificado de manera radical.
En este cambio también han influido las tecnologías de la conectividad y quizás se transforme aun más a partir de las nuevas circunstancias de distancia y aislamiento.
¿Qué pasará con los espacios? ¿Qué pasará con los objetos? —Nos podemos preguntar.
El domicilio
Lo cavernario no es una categoría privativa del ser humano, puesto que hay en la animalidad la necesidad de un espacio que proteja el sueño.
Cada individuo empieza a rehacer la historia de la especie, a construir su mundo, a levantarlo, a tejerlo, a atisbar sus horizontes y crear, dentro de ellos, los surcos circulares de su biografía cotidiana.
Por ello aunque aquí en principio el espacio habitable sea en gran parte la superficie de un taller de artistas es necesario la construcción del contorno inmediato y familiar del domicilio.
Al no haber separación o total independencia, el límite de estos espacios nos plantea preguntas, nos cuestiona y nos presenta problemas qué resolver.
Cuando traspasamos la puerta, el biombo o la cortina que nos separa del mundo público, cuando nos descalzamos y nos vamos despojando de máscaras e imposiciones, abandonándonos a la intimidad del amor, del sueño o del ensueño, entonces cumplimos el acto más simple y real de un regreso a nosotros mismos, o incluso más profundo, un regreso al útero, a la separatibilidad protegida de la dispersión que habita la calle.
Me sorprendo al descubrir la importancia de este espacio dentro del trabajo de los artistas y de cómo ellos resuelven y negocian cada día con las preguntas que esta “separatibilidad” plantea. Analizo las similitudes y las diferencias con respecto a mi propia forma de negociar esa separación.
Es muy importante señalar que es ella la que permite el reintegro a la realidad diaria, e incluso, diría, que es ella la que permite en reencuentro con uno mismo.
El domicilio, por su función reflexiva, es la clave que me permite ir más allá, hacia el mundo, en el proyecto cotidiano de “ganarme” la vida (aunque ese mundo esté detrás de una cortina de plástico o oculto detrás de un librero) y regresar a lo más propio desde cualquier horizonte…
El trabajo
En el mundo que conocimos hasta ahora, al traspasar el umbral del domicilio comenzaba el espacio público que se iba asomando en el vecindario. Los compañeros de inmueble, las personas que nos cruzábamos y saludábamos cuando salíamos a nuestros lugares de trabajo.
El mundo del trabajo ahora, en muchos casos como el mío propio, lo llevamos a cuestas: mi mente y mi ordenador me acompañan siempre a donde vaya. En el caso de Fuentesal & Arenillas como en el de muchos artistas que producen obra como objeto, requieren de un espacio físico que permita el desarrollo de actividades similares a las de un taller artesanal. Lo cual explica, por lo menos en parte, que el espacio que actualmente ocupan haya sido en el pasado una modesta fábrica textil o quizás una pequeña imprenta.
Ellos requieren de un espacio que se pueda dividir y desplegar en diferentes zonas para desarrollar distintos tipos de tareas: la mesa para el trabajo manual, el taller de carpintería, el espacio de armado y de juego, el espacio para el trabajo de ordenador y el rincón de lectura.
Stevenson decía que un escritor necesita al menos cinco mesas de trabajo: la de la escritura que se está haciendo en el momento, la de los libros de consulta, la de los mapas, la de los libros que aguardan ser leídos y otra, que ahora no recuerdo bien cual era su función. Digamos que podría ser la mesa que se reserva para lo imprevisto, para lo que de pronto nos asalta y nos pide atención.
La ¿calle?
No sabemos si en un futuro no muy lejano la calle perderá su sentido inicial. Esto es algo que nos podría inquietar y que altera de manera profunda la distribución espacial y afectiva de nuestras vidas. En el caso que nos ocupa aquí, el de la rutina cotidiana de los artistas, aunque se vea afectada por la circunstancia, mantiene su importancia como para todos nosotros como vía de tránsito para la obtención de víveres y provisiones.
En la zona de Madrid en la que viven, trabajan y sacan a pasear a su perro Eco, vemos algunos descampados y terrenos baldíos en los que quizás pronto se construyan otras edificaciones.
Si nos fijamos bien lo que vemos es un mundo en ruinas… un territorio para ejercitar la arqueología de una modernidad fallida, pero, también podemos ver allí un mundo de posibilidades en el que se construirán nuevos espacios para nuevas realidades de existencia.
Todo allí es posibilidad.
Los acompaño —aunque de manera virtual—y paseo por esos terrenos asalvajados en medio de las edificaciones de ladrillo. Entro con Pablo y con Eco en el inmueble, veo el rústico portón, subo las escaleras, Pablo me indica la puerta del estudio de unos amigos músicos y seguimos subiendo hasta que llegamos a la entrada a su “estudio” y veo cómo ha dispuesto en la entrada a “su espacio” un lugar para los guantes y las mascarillas necesarios y obligatorios para circular por los espacios públicos.
La calle que conocimos como lugar de libre circulación, como espacio para los medios de transporte y para los encuentros ahora es un espacio en crisis… por el que debemos transitar “protegidos”, disfrazados, cubiertos… esto se ha instalado en nuestra cotidianidad no sabemos si “para siempre”.
Una vez dentro paseo por todas las áreas de trabajo y de vida… saludo a Julia, pero procuro no interrumpir su concentración en la lectura.
Prosigo la visita al estudio con Pablo, gracias a la “videollamada”.
La rutina de lo cotidiano
La rutina de lo cotidiano es el regreso a lo consabido, a lo mismo y ese hecho está ligado a la continuidad de la norma y la “legalidad” de las cosas. Visto desde la cualidad temporal, la rutina consiste en una suerte de absorción de la trascendencia del futuro, absorción en una normalidad de un presente continuo que es idéntico a sí. Algo como una caricatura de la eternidad.
A pesar de que la rutina constituye el presente, tampoco puede decirse que no se espera nada del futuro. Espera, pero sin salir al encuentro de lo esperado. Ella, la rutina, también vive de pequeñas postergaciones, quehaceres pendientes —que ahora conocemos con el apelativo terrible de procastinación—.
Algo de ello se percibe en la verdad del trabajo, algo de ello también late en los objetos que surgen de estas rutinas. Ellos, los objetos, dicen: “somos parasitarios de un presente continuo del que no saldremos jamás”.
El objeto cotidiano está siempre en estado de latencia, es decir de eterna espera. Él cumple su servicio y solo (se nos) aparece cuando se (nos) pierde o se (nos) rompe. 
Cuando el objeto cotidiano nos falta y no está para resolver nuestra urgencia es cuando más existe para nosotros. Por su falta, por su ausencia se nos hace más preciado.
Lo curioso aquí es como en el trabajo de Fuentesal & Arenillas se nos revela la existencia de los objetos cotidianos. Como ellos se deslizan por una puerta invisible y por medio de un acto performático pasan a habitar otra dimensión: la del objeto artístico.
La transgresión
Según el sociólogo Erving Goffman, el acto transgresor consiste en cualquier conducta que sale de un marco social predefinido y descoloca a los otros respecto a sus roles habituales o por los que normalmente deberían reconocerse.
Hechos, gestos, palabras, cosas…
Transgresión es el rescate que hace el artista (aunque no solo él) al re-significar los hechos, los gestos, las palabras y las cosas. La transgresión también se plantea en el binomio sensatez y locura en el que continuamente oscila el existir en confinamiento de la creación.
Tiempo y sentido
Una arqueología de la experiencia debería abrirnos un camino de reflexión hacia el sentido de algunos de los aspectos más banales de la vida diaria del artista. Sin embargo, al referirnos al tiempo en términos de días, semanas, meses sabemos que la existencia en el tiempo se experimenta de distintas maneras. Es decir, el tiempo transcurre a distintas velocidades, incluso en la rutina de la repetición de la vida cotidiana en el marco estrecho del encierro.
Digamos que existe un tiempo protector, un tiempo de acuerdo, un tiempo reflexivo… y que cada uno tiene, por decirlo de alguna manera “su” sentido y “su” tiempo.
No recuerdo si fue Bachelard quien afirmó que sin la casa el hombre sería un ser disperso. La casa es una unidad de tiempo y de sentido complejo en la que el trabajo se convierte en el lugar de una propia y auténtica disponibilidad para sí mismo (1) que al final termina por convertirse —¡oh paradoja!— en la vocación por la no-rutina.
Lo cual implica una cierta libertad, pero también en ciertas circunstancias —como la de una pandemia— puede convertirse en una condena.
El reto sería pensar en el tránsito por la vida cotidiana, ya que la experiencia aspira a ser la reflexión sobre un existir liberado que interroga y nos plantea preguntas, que nos llevará a donde no pensábamos ir, que quizá nos arroje hacia lo que nos gustaría encontrar más allá, esperándonos al final del confinamiento…

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