domingo, 2 de agosto de 2020

PENSADORES INTEMPESTIVOS / 1. HENRI BERGSON


El tiempo era otra cosa


El filósofo francés Henri Bergson (1859-1941), ganador del Nobel de Literatura en 1927, en una imagen de 1928. 
El filósofo francés Henri Bergson (1859-1941), ganador del Nobel de Literatura en 1927, en una imagen de 1928.  ULLSTEIN BILD / GETTY IMAGES

Debajo de un bombín puede estar la frente de un revolucionario. Henri Bergson(París, 1859-1941) fue un señor educado, de rasgos finos y delicados que, entre el hongo y la dinamita, se decantó por lo primero. Es curioso que la palabra revolucionario tenga tanto prestigio en nuestros días, cuando implica dar vueltas y más vueltas en un círculo en el que la única posible transformación es la posición, el estar arriba o abajo. Pero Bergson lo fue precisamente por su rechazo a cifrarlo todo en la posición. Entre otras excentricidades, Bergson creía que la memoria no se guarda en el cerebro. Le parecía que reducir el tiempo al espacio, como hacen los relojes, era traicionarlo. Los relojes sólo miden a otros relojes, sólo pueden comprender el tiempo mediante el espacio, ya sea el que recorre la Tierra alrededor del Sol o las transiciones del átomo de cesio. El tiempo real era el tiempo interior, ese que había evocado su primo Proust, que él llamaba duración. Y si el camino de ida se nos hace más largo que el de vuelta, aunque en nuestro cronómetro marquen lo mismo, la ida ha durado más. La experiencia cualitativa del sujeto prima sobre la experiencia cuantitativa de la máquina.
Algunas de las hipótesis de Bergson parecen sacadas de la literatura fantástica, pero sabemos por experiencia que la literatura es la que marca el ritmo de la historia. Sostenía que para estudiar la vida no sirve descomponerla y analizar sus partes (eso supone estudiar la muerte), sino que era necesario profundizar en la vivencia. La naturaleza híbrida de este filósofo, buen conocedor de las matemáticas y la biología, hijo de inglesa y polaco, del pragmatismo británico y la ensoñación eslava, le proporcionó una poderosa intuición y un enorme talento para la escritura. Recibió el Nobel de Literatura en una época en que el premio también se otorgaba a los filósofos, entendiendo que el buen filósofo es, ante todo, un narrador que también sabe contar historias.

Fue un revolucionario y, entre otras excentricidades, creía que la memoria no se guarda en el cerebro

Bergson anticipó el auge del zen, una tradición que desconocía. Los maestros zen evitan largos parlamentos y demostraciones sobre la verdad. Prefieren dar a sus discípulos ocasiones para instruirse por sí mismos. Lo mismo hacía Bergson. Algunos pasajes parecen sacados de un manual de meditación: “Cierro los ojos, me tapo los oídos y suprimo, una tras otra, las sensaciones que me llegan del exterior. Ya lo he logrado. Sin embargo, subsisto y no puedo dejar de subsistir. Sigo aquí. Puedo rechazar mis recuerdos y hasta olvidar mi pasado, pero conservo la conciencia de mi presente”. Y advierte que en el instante mismo en que una conciencia se extingue, otra se alumbra para asistir a la desaparición de la primera, pues la primera sólo puede desaparecer para otra y frente a otra. Recuerda a las Presencias reales, de George Steiner, recientemente desaparecido. Un libro también extemporáneo. No es posible imaginar una nada sin advertir que hay alguien que la imagina, que hay algo que subsiste.

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