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libros para saber más y textos que me gustan
Lo que me interesa en relación a la escritura.
martes, 9 de septiembre de 2025
No separar la escritura de la vida, Georges Perec De calledelorco en septiembre 8, 2025
jueves, 4 de septiembre de 2025
Una mano que agarra una muñeca, Jakuta Alikavazovic De calledelorco en agosto 31, 2025
Entrevistador: El punto y coma, ¿dónde hay que colocarlo… muy brevemente? Jakuta Alikavazovic: Ya no recuerdo quién decía: “El punto y coma, no hay que usarlo nunca, jamás. No es ni un punto ni una coma. Y por eso mismo, no tiene ninguna razón de existir.” Y justamente… es por eso que es extraordinario. El punto y coma crea una respiración, pone una pequeña distancia con lo que acaba de ser dicho… pero manteniendo un vínculo. Es un poco difuso, sí. Pero en esa indefinición hay una libertad de asociación completamente loca. Y no es de extrañar que Virginia Woolf, por ejemplo, haya usado tanto y tan bien el punto y coma, porque una impresión llama a otra. El vínculo no es evidente al principio, pero emerge en ese tiempo de pausa. Es como una foto que se revela en un baño, a la antigua… algo termina por aparecer. Entrevistador: Y entonces… ¿qué diferencia hay entre el punto y coma y… he olvidado el nombre… la raya? Jakuta Alikavazovic: Ah, la raya es otra cosa. Hay un poco más de guillotina en la raya. Es más mordaz. Corta. Cae, así, de golpe. Un día, un escritor me dijo, hablando de mis puntos y coma: “Son como unas manos que agarran una muñeca.” En ese momento pensé: ¿pero qué es esta historia? Y ahora… lo pienso cada vez que pongo un punto y coma. Sí, una mano que agarra una muñeca. Es estupendo. Entrevistador: Es hermoso. Jakuta Alikavazovic |
viernes, 15 de agosto de 2025
Su escritura es algo en sí mismo, Samuel Beckett
En este libro [Finnegans Wake] la forma es el contenido, y el contenido es la forma. Puede usted quejarse de que este material no está escrito en inglés. Pero es que no está escrito después de todo. No está escrito para ser leído, o no solo para ser leído. Se ha creado para ser mirado y escuchado. Su escritura no es acerca de algo, es algo en sí mismo. Cuando el sentido es dormir, las palabras se van a dormir. Cuando el sentido es bailar, las palabras bailan. El lenguaje está borracho. Las palabras se tambalean, eufóricas. Samuel Beckett |
lunes, 28 de abril de 2025
Vivía a la intemperie y sin permiso de residencia, Roberto Bolaño
Escribí este libro para mí mismo, y ni de eso estoy muy seguro. Durante mucho tiempo sólo fueron páginas sueltas que releía y tal vez corregía convencido de que no tenía tiempo. ¿Pero tiempo para qué? Era incapaz de explicarlo con precisión. Escribí este libro para los fantasmas, que son los únicos que tienen tiempo porque están fuera del tiempo. Después de la última relectura (ahora mismo) me doy cuenta de que no sólo el tiempo importa, de que no sólo el tiempo es un motivo de terror. También el placer puede aterrorizar, también el valor puede aterrorizar. En aquellos años, si mal no recuerdo, vivía a la intemperie y sin permiso de residencia tal como otros viven en un castillo. Por supuesto, nunca llevé esta novela a ninguna editorial. Me hubieran cerrado la puerta en las narices y habría perdido una copia. Ni siquiera la pasé, como se suele decir, a limpio. El manuscrito original tiene más páginas: el texto tendía a multiplicarse y a reproducirse como una enfermedad. Mi enfermedad, entonces, era el orgullo, la rabia y la violencia. Estas cosas (rabia, violencia) agotan y yo me pasaba los días inútilmente cansado. Por las noches trabajaba. Durante el día escribía y leía. No dormía nunca. Me mantenía despierto tomando café y fumando. Conocí, naturalmente, gente interesante, alguna producto de mis propias alucinaciones. Creo que fue mi último año en Barcelona. El desprecio que sentía por la así llamada literatura oficial era enorme, aunque sólo un poco más grande que el que sentía por la literatura marginal. Pero creía en la literatura: es decir no creía ni en el arribismo ni en el oportunismo ni en los murmullos cortesanos. Sí en los gestos inútiles, sí en el destino. Aún no tenía hijos. Aún leía más poesía que prosa. En aquellos años (o en aquellos meses), sentía predilección por algunos escritores de ciencia ficción y por algunos pornógrafos, en ocasiones autores antinómicos, como si la caverna y la luz eléctrica se excluyeran una a otra. Leía a Norman Spinrad, a James Tiptree, Jr. (que en realidad se llamaba Alice Sheldon), a Restif de la Bretonne y a Sade. También a Cervantes y a los poetas arcaicos griegos. Cuando caía enfermo releía a Manrique. Una noche concebí un sistema para ganar dinero fuera de la ley. Una pequeña empresa criminal. En el fondo todo consistía en no hacerse rico de golpe. Mi primer cómplice o proyecto de cómplice, un amigo argentino tristísimo, me contestó con un refrán que más o menos venía a decir que cuando uno está en la cárcel o en el hospital, lo mejor es estar también en su propio país, supongo que por las visitas. Su respuesta no me afectó en lo más mínimo, pues me sentía a una distancia equidistante de todos los países del mundo. Más tarde abandoné mi plan al descubrir que era peor que trabajar en una fábrica de ladrillos. En la cabecera de mi cama había pegado con una chincheta un papel que decía, en polaco, Anarquía Total, que una amiga de esta nacionalidad había escrito para mí. No creía que iba a vivir más allá de los treintaicinco años. Era feliz. Luego llegó 1981 y, sin que yo me diera cuenta, todo cambió. Roberto Bolaño |
martes, 8 de abril de 2025
Marcel Proust
La verdad, es que, cada tanto, surge un nuevo escritor original (llamémoslo si lo desean, Jean Giraudoux o Paul Morand, ya que siempre se vincula no sé porqué a Morand con Giraudoux, como en la maravillosa Noche de Châteauroux, Natoire de Falconet, sin que tengan ninguna semejanza). Este nuevo escritor en general es fatigoso para leer y difícil de comprender porque une las cosas con relaciones nuevas. Le seguimos bien hasta la primera mitad de la frase y ahí caemos. Y sentimos que es sólo porque el nuevo escritor es más ágil que nosotros. Ahora bien se producen escritores originales como se producen pintores originales. Cuando Renoir empezaba a pintar no reconocíamos las cosas que mostraba. Hoy es fácil decir que es un pintor del siglo XVIII. Pero al decirlo se omite el factor tiempo, y que se necesitó mucho, aun en pleno siglo XIX, para que Renoir fuese reconocido como gran artista. Para lograrlo, el pintor original, el escritor original, proceden a la manera de los ocultistas. El tratamiento –por su pintura, su literatura– no siempre es agradable. Cuando ha terminado, nos dicen: Ahora miren. Y entonces el mundo, que no fue creado de una vez sino que lo es tan a menudo como surge un nuevo artista, nos resulta –tan diferente del antiguo– perfectamente claro. Adoramos las mujeres de Renoir, Morand o Giraudoux, en las que antes del tratamiento nos negábamos a ver mujeres. Y queremos pasearnos por el bosque que el primer día nos había parecido todo menos un bosque, y sí por ejemplo, un tapiz de mil matices en el que faltarían justamente los matices de los bosques. Ese es el nuevo universo perecedero y nuevo que crea el artista y que durará hasta que surja uno nuevo. Marcel Proust |
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martes, 1 de abril de 2025
Ese espectro ineducable que nunca habrá aprendido a vivir, Jacques Derrida
Si hubiera inventado mi escritura, lo habría hecho como una revolución interminable. En cada situación, es preciso crear un modo de exposición apropiado, inventar la ley del acontecimiento singular, tener en cuenta al destinatario supuesto o deseado y, al mismo tiempo, pretender que esta escritura determine al lector, el cual aprenderá a leer (a “vivir”) algo que, por lo demás, no estaba acostumbrado a recibir. Se espera con ello que vuelva a nacer, determinado de otro modo; por ejemplo, estos injertos sin confusión de lo poético con lo filosófico, o algunas maneras de utilizar homonimias, lo indecidible, las astucias de la lengua, que muchos leen confusamente, ignorando su necesidad propiamente lógica. Cada libro es una pedagogía destinada a formar a su lector. Las producciones en masa que inundan la prensa y el mundo editorial no forman a los lectores: suponen, de manera fantasmática y primaria, un lector ya programado. De modo que terminan configurando a ese destinatario mediocre que habían postulado por anticipado. Ahora bien, por deseo de fidelidad, como usted dice, a la hora de dejar una huella, lo único que puedo hacer es dejarla al alcance de quien fuere: ni siquiera puedo dirigirla singularmente a alguien. Por más fiel que quiera ser, uno nunca deja de traicionar la singularidad del otro a quien se dirige. A fortiori cuando se escriben libros de carácter muy general: uno no sabe con quién habla, inventa y se crea siluetas, pero en el fondo eso ya no nos pertenece. Orales o escritos, todos estos gestos nos abandonan, empiezan a actuar independientemente de nosotros. Como máquinas, a lo sumo como marionetas (así lo explico en Papier Machine). En el momento que dejo (publicar) “mi” libro (nadie me obliga a ello), me convierto, en el aparecer y desaparecer, en ese espectro ineducable que nunca habrá aprendido a vivir. La huella que dejo significa a la vez mi muerte, futura o ya ocurrida, y la esperanza de que me sobreviva. No es una ambición de inmortalidad, es algo estructural. Dejo allí un trozo de papel, me voy, muero: es imposible salir de esta estructura, que es la forma constante de mi vida. Cada vez que dejo que algo parta, que tal huella salga de mí, que “proceda” de mí y sea imposible reapropiármela, vivo mi muerte en la escritura. Prueba suprema: uno se expropia sin saber verdaderamente a quién se confía lo que deja. ¿Quién nos heredará, y cómo? ¿Habrá acaso herederos? Es una pregunta que hoy nos podemos plantear más que nunca. El tiempo de nuestra tecnocultura ha cambiado radicalmente en este aspecto. La gente de mi “generación”, y a fortiori de las anteriores, estaba acostumbrada a cierto ritmo histórico: creía saber que tal obra podía o no sobrevivir, en función de sus cualidades, durante uno, dos o, como Platón, hasta veinticinco siglos. Desaparecer, y luego renacer. Pero hoy, la aceleración de las modalidades de archivo, pero también el desgaste y la destrucción, transforman la estructura y la temporalidad, la duración de la herencia. Para el pensamiento, la cuestión de la supervivencia toma en lo sucesivo formas absolutamente imprevisibles. En cuanto a esto, a mi edad, estoy preparado para las hipótesis más contradictorias: tengo simultáneamente, le ruego que me crea, la doble sensación de que, por un lado, para decirlo con una sonrisa y sin modestia, aún no han empezado a leerme, que si hay, por supuesto, muchos muy buenos lectores (en todo el mundo quizá sean decenas, y son también escritores-pensadores, poetas), en el fondo, todo esto tendrá sólo más adelante una posibilidad de aparecer; pero también de que, por otro lado, simultáneamente entonces, quince días o un mes después de mi muerte, ya no quedará nada. Salvo lo que se guarda como depósito legal en la biblioteca. Se lo juro, creo sincera y simultáneamente en estas dos hipótesis. Jacques Derrida |