lunes, 5 de noviembre de 2018

Artículo de Ramón Irigoyen publicado en “Diario de Navarra”. Lunes, 5 de noviembre de 2018

Canción de otoño en primavera


El título del poema “Canción de otoño en primavera” de Rubén Darío, publicado, en 1905,  en el libro Cantos de vida y esperanza,  hoy podemos leerlo como un vaticinio  del cambio climático. Rubén Darío vivía el otoño en primavera y, sin duda,  también el invierno en verano puesto que viajaba, con  frecuencia, del hemisferio norte al hemisferio sur donde las estaciones van a bola cambiada. Rubén Darío certificó el cambio climático, que ya hacía estragos en los comienzos del siglo XX. Y, hablando ya del siglo XXI, en los últimos años hemos sufrido descuartizamientos  climáticos – entre ellos, olas de calor y tsunamis ­– que han causado en el mundo, literalmente, miles de muertes.  Pero salgamos de esta zona de la información que le corresponde a la gran experta en meteorología y excelente comunicadora Mónica López en TVE y a los periodistas que,  en los telediarios, nos dan la información del tiempo, y volvamos al poema de Rubén Darío. Este poema lo  leí en alguna gramática escolar y lo memoricé porque, desde mi adolescencia hasta casi anteayer,  memorizaba muchos versos.
La primera estrofa del poema, durante muchos años, me pareció un dislate del poeta nicaragüense: “Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar no lloro / y a veces lloro sin querer…”. Vaya de entrada que,  cuando era cadete, lo último en que podía pensar es en que la juventud podía irse a ninguna parte. No me imaginaba a la juventud haciendo turismo y mucho menos haciendo turismo rural, una modalidad de hospedaje en la que, por cierto, en este puente de Todos los Santos,  Navarra ha quedado, a escala nacional, en el primer puesto de casas rurales ocupadas.   Por aquellas años juveniles,   para mí, la juventud era eterna y no podía pensar  que de la juventud se pasaba a la llamada – con frecuencia, impropiamente – madurez y, en cuatro pasos más, a la divina vejez que nos conduce a la alegre despedida de este mundo. Por tanto, los dos primeros versos me dejaban indiferente. Pero los dos versos siguientes – “Cuando quiero llorar no lloro / y a veces lloro sin querer…” – por no enterarme, por mi leve edad, de que ya tenía  la experiencia de llorar sin querer, me indignaban con esa furia con la que deliran los independentistas catalanes que dan un golpe de estado – escrito aquí con minúscula – y le piden al Estado – escrito ahora con mayúscula – que, por atentar contra la Constitución y declarar la república más letal para la convivencia en Cataluña y en el resto de España y, a la vez,  más ridícula de la historia – ¿llegó a durar un minuto? -, es decir, por dar un golpe de estado, piden, digo, con el lenguaje más violento, que  los condecoren. Recuperemos la serenidad de ánimo que nos recomienda fray Luis de León en sus exquisitas odas tan bellamente imitadas – imitadas, que no plagiadas – de las odas del poeta latino Horacio, y  sigamos con el poema de Rubén Darío.
De junio a septiembre pasado han fallecido tres personas para mí muy queridas. Y, como consecuencia de estos fallecimientos, he llorado sin querer muchas veces. Y, naturalmente, me he acordado de la primera estrofa del poema de Rubén Darío y, con humildad, he dicho: “Don Rubén – y aquí, en el don,  imito el lenguaje del gran Sergio Lobo, autor de romances magníficos como Lisístrata, huelga de sexo Carpe diem, una obra maestra del romance,  que he leído con el mayor placer y admiración en su perfil de Facebook-,  usted es un sabio. Don Darío, Don – escrito con mayúscula – Rubén, Don Rubén Darío – la Real Academia Española recomienda, pero no impone, escribir ‘don´’ con minúscula -, esta primera estrofa de su poema es genial. Y las dieciséis estrofas siguientes de su “Canción de otoño en primavera” son tan buenas como la primera”. Recomiendo vivamente al lector que lea – o relea si ya conoce esta joya de Darío  – este poema maravilloso escrito en versos de nueve sílabas que en castellano no son muy frecuentes, como nos informa Tomás Navarro Tomás, un genio en métrica castellana.
Rubén Darío, el poeta de nuestra lengua dotado por la naturaleza con el mejor oído para el verso – oído que él cultivó incluso comprándose un piano, que, claro, tocaba de oído, sin partituras -, es el poeta que, con el mayor placer y admiración, leo habitualmente. ¿Es el mejor poeta en lengua española, superando por la calidad suprema de sus poemas y por la aportación al desarrollo de nuestra poesía  incluso a Garcilaso y Góngora? Yo ahora creo que sí. He releído su genial “Canción de otoño en primavera” en este libro que les recomiendo, sobre todo, a Puigdemont y Torra, emborrachados de símbolos y sin el menor principio de realidad, salvo para subirse el sueldo, que le roban al Estado: Rubén Darío. Del símbolo a la realidad. Obra selecta, publicado por la Real Academia Española. Reúne, en casi  700 páginas, poemas geniales de Darío, ensayos magistrales sobre su poesía, y una extraordinaria y bellísima encuadernación en tapa dura. Y el precio es para tiempos de crisis: 13, 90 euros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario