martes, 21 de marzo de 2017

Artículo de Ramón Irigoyen publicado en “Diario de Navarra”. Lunes, 21 de marzo de 2017

Los traductores contra los ladrones


Se ha presentado en la Biblioteca Nacional de España  el Libro Blanco de los derechos de autor de las traducciones de libros en el ámbito digital. Ha editado este Libro Blanco, publicado con una ayuda del ministerio de Educación, Cultura y Deporte y del Centro Español de Derechos Reprográficos (CEDRO),  la sección autónoma de Traductores de la Asociación Colegial de Escritores (ACE TT).  Presentaron el libro  con brillantes discursos Fernando Benzo, secretario de Estado de Cultura, Carlos Fortea, presidente de ACE TT y profesor de la Universidad de Salamanca, y Ana María Bejarano, profesora titular de hebreo y arameo de la Universidad de Barcelona  y  ganadora del Premio Nacional de Traducción 2016.
La eclosión de internet que nos ha cambiado el mundo ha propiciado una difusión electrónica de proporciones descomunales cuya legislación está en mantillas. Amparándose bajo el volátil concepto de ‘edición digital’, prestigiosas editoriales con larga y noble trayectoria y jóvenes emprendedores muy dotados para detectar un nuevo modelo de negocio, recitando con alegría de jilgueros  la  “Canción del pirata” de Espronceda,  han añadido, en el mejor de los casos, una leve clausulilla de permiso de ‘edición digital’ al contrato de los traductores. Esta cláusula de permiso de ‘edición digital’ otorga a la editorial la bendición  para no tener que redactar un nuevo contrato con el traductor y así librarse de tener que abonar los derechos de autor  que se estipularían en un segundo contrato. Como sentencia el Libro Blanco, si no hay dos contratos, la editorial se ahorra el abono de remuneraciones separadas para lo que es, en efecto, una forma separada de explotación del producto.  Y así es: un producto es un libro comercializado en formato papel y otro nuevo producto distinto es un libro difundido en red y vendido mediante una descarga electrónica.
¿Son de ética escrupulosa los editores o, como los pajarillos del campo, roban de cualquier árbol que se les cruza en el  camino sin tener acreditada en el registro la propiedad de los manzanos picoteados? Y, ya que nos asomamos a la ética, ¿qué es un ladrón? La pregunta es pertinente porque, si hay no poca gente que no sabe lo que es un asesino y, en su ignorancia del léxico, incluso lo confunde con un héroe y puede incluso llegar a asistir a su condecoración pública, consultemos, pues,  el  Diccionario de la Real Academia.  Un ladrón  es una persona que hurta o roba. Y la diferencia entre ‘hurto’ y ‘robo’ es,  a la hora de llevarse  lo ajeno, según la Academia, la no utilización de la violencia o de la fuerza  – en el caso del ‘hurto’ – o de su utilización en el caso del ‘robo’.
Este Libro Blanco, que es una segunda parte del Libro Blanco de la traducción editorial en España publicado en 2010, pone nombre y números al estado real de los contratos y de las relaciones de los traductores con las editoriales.  Con este estudio ejemplarmente realizado, la ponderada interpretación de los resultados y su análisis jurídico,  ACE Traductores presenta irrebatibles argumentos a favor de una regulación específica de los derechos de autor explotados comercialmente en formato digital. Esta imprescindible regulación orienta   a la industria editorial, al tiempo que ofrece  la legítima protección que los autores y traductores se merecen por sus espléndidos servicios a la sociedad.
Unos artículos magníficos de José María Lasalle, Carme Riera, Antonio María Ávila, Manuel Rico, presidente de la Asociación Colegial de Escritores, Fernando Carbajo y Mario Sepúlveda nos ponen en ebullición el cerebro y, con esta estimulación, como nos enseña el gran Ramón y Cajal,  esculpimos nuestro cerebro .
En la presentación del Libro Blanco me acordé de Los ladrones somos gente honrada, una película magnífica basada en la obra teatral homónima de Jardiel Poncela, que me hizo reír muchísimo en mi infancia. Y al hilo de aquellas carcajadas infantiles en una época de terror en la que, por cierto,  estaba proscrita la risa,  la pregunta es inevitable: ¿cuánta gente honrada se descarga ilegalmente libros, discos, películas sin el más leve remordimiento de conciencia por sus hurtos? Como ha habido asesinos de ETA que eran padres ejemplares para sus vecinos, hay miles de ciudadanos honrados que les roban a los autores y a los traductores – y los traductores son autores de traducciones – y el inmenso perjuicio  que les causan jamás cruza por su cerebro. ¿No piensan estos ladrones que, sin los traductores, estaríamos huérfanos de cientos de culturas del mundo?

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