La Escalera de Jacob, que toma su nombre de un bellísimo pasaje del Génesis, el primer libro de la Biblia, es un teatro madrileño con la vitalidad de Sansón y Dalila que tiene su sede en la calle de Lavapiés. La programación para adultos del mes de abril anuncia nada menos que 18 espectáculos teatrales y la programación infantil, algo más moderada que la de adultos, anuncia nueve espectáculos con títulos como Supermagia, Magia por un tubo y La pócima del buen comer, que, según canta el programa, enseña a los niños a alimentarse de una manera muy divertida. Es fantástico que a los niños se les enseñe a comer, al menos, en el teatro porque, como es sabido, el currículo escolar no incluye en los colegios ni la disciplina de la alimentación, que enseña a comer, ni la disciplina del teatro, que enseña a las personas a comunicarse. Y, como el equipo que dirige La escalera de Jacob está integrado por gente hiperactiva, a esta selva de espectáculos ha sumado una programación especial para la Semana Santa que se puede consultar en la página web www.laescaleradejacob.es.
El viernes pasado, y con el recuerdo todavía fresco de la reciente celebración madrileña de La Noche de los Teatros, asistí a la última representación de Fronterizos, una magnífica comedia de la autora argentina Josefina Ayllón. El primer deber de un autor es elegir un buen tema. Y Josefina Ayllón ha elegido un tema digno de Shakespeare: el tema de las fronteras políticas y de las fronteras que el egoísmo y el odio de los chimpancés humanos estamos levantando a todas horas del día. En la familia, en el trabajo, en nuestra vida social todos marcamos nuestro territorio levantando fronteras de las que solo las personas distraídas no se enteran.
La mayor tragedia desde el final de la Segunda Guerra Mundial la vivimos a diario en la catástrofe que sufren tantos millones de personas que cruzan fronteras huyendo de sus países de origen. El texto original de Fronterizos de Josefina Ayllón situaba la acción de la obra en la frontera entre Argentina y Chile. Pero aquella frontera puede ser la de cualquier territorio. En la obra representada en La Escalera de Jacob su excelente director, Kelvin Herrera, ha situado la frontera de la obra original entre España y Marruecos. Entre los dos países, tenemos una frontera muy peculiar marcada por las aguas del Estrecho de Gibraltar y por la frontera hispanomarroquí, con verja incluida, de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla.
La comedia se construye siempre sobre una tragedia que el dramaturgo contempla desde la distancia. En Fronterizos dos personajes, Soldado e Inocencio, dialogan separados por una línea trazada en el escenario. Inocencio quiere cruzar la frontera de España pero se topa con Soldado, que hace guardia para impedir su paso. A partir de la prohibición de cruzar la frontera que Soldado le transmite a Inocencio, se inicia un diálogo delirante entre los dos personajes. Ese diálogo pone en evidencia desde el absurdo de la división de los territorios entre países al absurdo de tantas convenciones humanas que nos impiden tratarnos con una mayor humanidad. Los cómicos diálogos de Fronterizos se inscriben en esa fantástica corriente de teatro del absurdo que en Europa se inició con la obra teatral Tres sombreros de copa (1952), del gran Miguel Mihura, y que tuvo espléndidos cultivadores posteriores en Ionesco y Beckett y una legión de seguidores en varios países. Sin olvidar que, antes de Mihura, representó su soberbio teatro cómico Enrique Jardiel Poncela, del que es deudor Mihura.
Los excelentes actores Airel Muñoz (Soldado) y Daniel Marchesi (Inocencio) son dos jóvenes, de 20 años, estudiantes del prestigioso Laboratorio de Teatro William Layton.
Los excelentes actores Airel Muñoz (Soldado) y Daniel Marchesi (Inocencio) son dos jóvenes, de 20 años, estudiantes del prestigioso Laboratorio de Teatro William Layton.
El público rio, sonrió y aplaudió con bríos a una obra y unos actores de esos que, como bien se dice, crean afición. Fronterizos, por su excelente humor, genera el deseo de volver muy pronto al teatro. Además, la última representación coincidió con el anuncio de la reducción del IVA para el teatro del 21% a un 10% más soportable para el espectador. Ahora hay que luchar por una reducción del IVA al 4%, que es el IVA con el que está gravado el pan y, por cierto, también el cine porno, que, según el Gobierno de la nación, para los ciudadanos es un producto de tan primera necesidad como las chapatas de centeno.
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