martes, 9 de abril de 2019

La mala ortografía de García Márquez


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Gabriel García Márquez tuvo un sueño, soñó con países hispanohablantes en los que se permitiera la mala ortografía pero en donde las personas se entendieran mejor, derrumbar la torre de Babel.  
¿A caso lo que propuso era una aberración? Los altos mandos de la Real Academia de la Lengua Española pensaron que sí y dejaron de hablarle un tiempo. 
Era abril de 1997, el Premio Nobel de Literatura de origen colombiano, dijo palabras severas en contra del excesivo uso de reglas ortográficas y gramaticales en el español, que desde su perspectiva no hacían, no hacen, más que confundir a los hispanohablantes entre una vorágine de interpretaciones, y confundir más aún a aquellos extranjeros que se atreven a explorar los vericuetos de nuestra lengua. 
“En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros”, dijo Gabriel García Márquez aquel abril de 1997 en lo que fue el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española. Las palabras fueron pronunciadas frente a Camilo José Cela, Octavio Paz y el rey Juan Carlos, algunos de ellos levantaron más de una vez la ceja durante el discurso.
“Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemosen vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”
El discurso fue controversial, causó ámpula, “¿Cómo era posible que un hombre que se ha expresado y beneficiado de los alcances del español bien escrito lanzaba una propuesta como esa?” Era el cuestionamiento que circulaba en los medios de comunicación, entre catedráticos y declaraciones de escritores por aquel año de 1997. 
Gabriel García Márquez, dicen, se vio orillado a recular, o tal vez no. La controversia hizo que Gabriel declarara a un semanario que la lengua española debe prepararse para un porvenir global y sin fronteras, en un derecho histórico surgido de su vitalidad. “Yo solo pretendí (con sus declaraciones hechas frente al Primer Congreso Internacional de la Lengua Española) humanizar la ortografía, es decir hacerla más humana”, con esa afirmación Gabriel, como MacLuhan, había predicho el inicio de una nueva era tecnológica.
“¿Dónde está el pecado? No faltan los cursos que pronuncian distinto la be de la ve; no pido la supresión de una  u otra, sí que se busque fin a ese tormento que padecen los hispanoparlantes desde la escuela”, reiteró.
Han pasado 17 años de aquel discurso pronunciado en Zacatecas y la realidad, como pronosticó el Gabo, nos ha aplastado (él utilizaba la palabra simplificado) a nosotros. Hoy se escriben mensajes de texto con palabras sin vocales o con letras que representan una idea completa. 
Hoy el discurso de Gabriel García Márquez tiene más sentido y no parece para nada agresivo ni regresivo, como lo percibieron en 1997 los integrantes de la Real Academia de la Lengua Española. Apenas el pasado 19 de marzo un estudio de tres universidades francesas, auspiciadas por el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) determinó que ésta, nuestra nueva forma  corta, abreviada, “rara”, de escribir, en los móviles, en el Twitter, en el Whatsapp, no hace que la ortografía empeore o mucho menos se olvide, Gabriel García Márquez tenía razón habría que simplicar el español para amarlo desde que somos niños. 



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