sábado, 24 de octubre de 2020

JUAN CRUZ



En el valle de la Gallinera, Alicante, cultivaba naranjas. Era tan feliz que se parecía a la tierra. “Ahora estoy en el proyecto de un huerto de cítricos, en La Safor, Gandía. Un vergel. La Gallinera era de secano, esta huerta es de regadío… Estoy aquí unos días y la gente me dice: ‘Tienes cara de felicidad’. La tierra es una toma de contacto contigo mismo. Te preguntas quién eres, qué haces aquí, en qué consiste el tiempo. Cada árbol tiene su ritmo. El tiempo lo da el ritmo, en la literatura, en el arte y en la vida, y en la tierra. Los sentidos se concentran hasta que llegas a no sentir tu cuerpo. Éste se torna leve, todos los sentidos se abren como la curiosidad. Aprendes a no parar, ¡es como ir a la luna!... Estos son como los jardines persas, que apelaban a todos los sentidos, siempre había agua en circulación, pájaros en las fuentes, eran lugares de meditación donde se reunían, al abrigo del sonido, los artistas y los filósofos, para conversar. Es un descanso activo. Solo estoy quieto durante la siesta, que hago sobre las doce, como los corderos… Soy como el tendero que echa la persiana hasta el lunes, oigo el clic del candado al cerrarse, y desde el viernes sólo existe la agricultura”.

Sigue trabajando. “Durante el confinamiento monté exposiciones a través de la cámara del teléfono. La última, una retrospectiva en Pirelli Hangar Bicocca, Milán, el sitio más grande para el arte en Europa, 5.400 metros cuadrados. Gracias a la cámara: es como dirigir una maquinita de videojuegos”. ¿Cómo ha reaccionado la tierra ante esta desgracia? “Esta tierra iba a ser urbanizada. La ayudé a existir y ella me salvó durante el confinamiento. Estaba en un oasis. La tierra te devuelve con creces lo que le des… Tendríamos todos que construir un jardín, no importa el tamaño. Y si esos jardines se convirtieran en un archipiélago la tierra sería mucho mejor… El jardín del futuro deber resultar del rescate de la tierra allí donde ésta corra el peligro de morir. No hacer jardines exóticos ni formales, sino partir del lugar y ver qué otros cultivos serían posibles. La curiosidad es la única salvación, así que en lugar de plantar lo que ya tenemos en los mercados, ¿por qué no preservar especies que parece que no tienen valor comercial? Hay cantidad de manzanas pequeñitas, o cítricos buenísimos que han desaparecido porque tienen forma oval y por eso son difíciles de apilar en los mercados. Deberían ser parte de esos jardines-huertos por los que abogo… Trabajo la tierra en una de las mejores zonas de cítricos de Europa. La pasión viene de mi tatarabuelo, y la abracé al volver de Nueva York, en 1985. Aquí hallé silencio. Ahora me sé los nombres de los 400 cítricos que cultivo; ancestrales, padres de la lima y el limón, traídos a Europa por los carros que viajaron con Alejandro Magno desde Persia… Le interesaron a Cosme de Medici, el primer coleccionista de cítricos. Para los Medici eran como colecciones de arte. Tienen unas formas y unos aromas increíbles. Dicen que son feos. ¡Son diferentes! Todos merecen un respeto y claro que hablo con ellos. La naturaleza es una conversación increíble”.

Fue director de la Tate Modern, es uno de los grandes autores de arte del mundo; sus museos y sus colecciones son leyenda, y la huerta es su pasión y su reposo. Vicente Todolí. Sus uñas exponen la tierra.



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