domingo, 26 de junio de 2016

LAS 6 REGLAS DE GEORGE ORWELL PARA UNA PROSA CLARA, PRECISA Y, SOBRE TODO, INTELIGENTE



Gracias a 1984, muchos conocemos bien el nombre de George Orwell. Una novela clave del género distópico y, en varios sentidos, casi profética, pues si bien se trata de una metáfora de los regímenes totalitarios de la segunda mitad del siglo XX, el genio del autor fue casi como un poder clarividente que le permitió ubicar la tendencia que seguiría el poder político desde entonces y hasta nuestra época. La famosa figura del “Gran Hermano”, por ejemplo, síntesis del estado de hipervigilancia al que aspiraban gobiernos como el de Stalin, es ahora una realidad palpable, aunque aún disimulada con múltiples recursos de distracción y goce.
Sin embargo, además de escritor de ficción Orwell fue también un notable prosista y autor de ensayos, muchos de los cuales redactó al hilo de importantes acontecimientos como la Guerra Civil española, la ya mencionada Segunda Guerra Mundial y en general ese entorno más bien bélico caracterizado por el radicalismo de las posiciones políticas en apariencia disponibles. Orwell, devoto de la sensatez y la inteligencia, encontró en la escritura su manera de conjurar el torbellino de opiniones, argumentos, falacias, dilemas y exigencias sociales que se plantearon en su época.
De ahí en buena medida que el escritor se preocupara por forjar un estilo claro, preciso, transparente, porque qué mejor medio para transmitir una idea que un entorno límpido, donde se desarrolle con fluidez. Y, también, qué mejor forma de enfrentar los arrebatos de los extremismos.
A continuación compartimos seis reglas que Orwell acuñó para obtener un estilo prosístico con dichas características. La explicación de cada una ellas corrió por nuestra cuenta.
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1. Nunca uses una metáfora, símil u otra figura retórica que se utilice habitualmente en los medios
“Todo el peso de la ley”, “Justos por pecadores”, “El rey de la selva”. Expresiones de este tipo, de tan usadas, se encuentran ya vacías de sentido. No nos dicen nada. Paul Ricoeur las conceptualizó como “metáforas muertas” porque, justamente, carecen del élan que da sustento y significado al lenguaje. ¿Por qué desperdiciar una oportunidad de comunicación con algo que no dice nada?

2. Nunca utilices una palabra extensa cuando podrías usar una breve
En cuestiones de estilo, hay al menos dos bandos claramente diferenciados a este respecto: quienes apelan a la profusión del lenguaje y quienes apuestan más bien por la sencillez. Claramente, Orwell pertenece a este último grupo. Y justificadamente acaso, pues en el caso de los textos que buscan transmitir ideas, muchas veces la brevedad es amiga de la exposición clara y directa.

3. Si es posible eliminar una palabra, hazlo
Otro consejo que abona a la concisión del discurso, tratando a éste como una suerte de follaje cuya poda resultará en una figura claramente comprensible para el lector.

4. Nunca uses un tiempo pasivo si puedes utilizar el activo
La voz pasiva resta fuerza al discurso y además hace al lector dar una vuelta mental innecesaria. No es lo mismo decir “La llamada fue contestada por el director” que “El director contestó la llamada”.

5. Nunca uses una frase en otro idioma, un término científico o jerga especializada si puedes pensar un equivalente en el lenguaje de todos los días
En general, estos casos que señala Orwell tienen algo en común: son elementos potencialmente excluyentes para los lectores. Quien no está familiarizado con cierto idioma o con algún campo especializado de conocimiento se quedará a la zaga o francamente dejará de entender un término con dichas características.

6. Mejor romper cualquiera de estas reglas que escribir una barbaridad
Aquí surge el Orwell que esperábamos. No el pontífice sino el prosista furibundo que por encima de todo sitúa la inteligencia, la valentía del pensamiento, el riesgo de las ideas. Con este último consejo parece decirnos que en efecto es necesario escribir bien, saber hacerlo pero, más todavía, tener algo inteligente que comunicar.

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