miércoles, 27 de abril de 2022

Aquel núcleo de oscuridad, Virginia Woolf calledelorco








Porque así ya no tenía que pensar en nadie. Cuando estaba sola podía ser ella misma. Y últimamente sentía a menudo la necesidad de… pensar, aunque ni siquiera se trataba de eso, lo único que necesitaba era estar sola y en silencio. La existencia y sus ruidosos, expansivos y rutilantes quehaceres se evaporaban y todo se reducía, con una especie de solemnidad, a ser ella misma: un núcleo de oscuridad con forma de cuña e invisible para los demás. Aunque siguiera tejiendo sentada muy erguida era así como se sentía; y aquel ser, una vez desprovisto de todo lo superfluo, era libre de vivir las más extrañas aventuras. Cuando la vida se subsume por un instante, la experiencia parece carecer por completo de límites. Y ella suponía que todo el mundo tenía aquella sensación de disponer de recursos ilimitados: uno tras otro, ella, Lily, Augustus Carmichael debían darse cuenta de que nuestra apariencia, las cosas por las que se nos conoce, es meramente pueril. Por debajo todo es oscuro, vasto y de una profundidad insondable; solo de vez en cuando salimos a la superficie y eso es lo que ven los demás. Su horizonte le parecía ilimitado. Tenía ante ella todos los lugares que no había visto nunca: las llanuras de la India, tuvo la sensación de estar apartando la pesada cortina de una iglesia en Roma. Aquel núcleo de oscuridad podía ir a cualquier parte, pues nadie lo veía. No podían detenerlo, pensó exultante. Disponía de libertad, paz, y, sobre todo, y eso era lo que más agradecía, de la ocasión de recogerse y descansar sobre una base sólida. Por experiencia sabía que es imposible descansar siendo uno mismo (hizo un hábil movimiento con las agujas), y que es preciso convertirse antes en una cuña de oscuridad. Al despojarse de la personalidad, desaparecen las prisas, los agobios, las preocupaciones —a sus labios acudió una exclamación de triunfo sobre la vida, como le ocurría siempre que lograba aquella paz, aquel reposo y aquella eternidad—. Interrumpió la labor y alzó la vista para contemplar el destello del faro, el destello más largo y prolongado, el último de los tres, que era su favorito; porque, siempre que contemplaba las cosas a esas horas y con aquel estado de ánimo, terminaba prefiriendo una de ellas sobre todas las demás; y aquel destello largo y prolongado era su favorito. A menudo se quedaba mirando algo, con la labor entre las manos, hasta hacerse uno con el objeto que estuviera contemplando, como por ejemplo aquella luz.

Virginia Woolf
Al faro
Traducción: Miguel Temprano García
Editorial: Siruela


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