jueves, 28 de abril de 2022

Los mejores libros han vivido al filo de la destrucción, Joseph Conrad calledelorco


No, no los he leído; y entre el millón de personas, o acaso más, de las que se dice que los han leído, nunca he conocido a una sola con un talento expositivo suficientemente desarrollado para que me diera congruente cuenta de aquello de lo que tratan. Pero son a fin de cuentas libros, son parte imprescindible de la humanidad, y en cuanto tales, en su imparable y turbulenta proliferación, son dignos de respeto, admiración y compasión.

Sobre todo de compasión. Se ha dicho ya mucho que tienen los libros su destino. Lo tienen, claro que sí, y se parece mucho al destino de los hombres. Con nosotros comparten la gran incertidumbre que envuelve la ignominia o la gloria, la severidad de la justicia y la insensatez de la persecución, la calumnia y el malentendido, la vergüenza del éxito inmerecido. De todos los objetos inanimados, de todas las creaciones humanas, los libros son los más cercanos a nosotros, pues contienen nuestro pensamiento mismo, nuestras ambiciones, nuestras indignaciones, nuestras ilusiones, nuestra fidelidad a la verdad, nuestra persistente tendencia al error. Pero se nos parecen sobre todo en la precariedad con que se aferran a la vida. Un puente construido de acuerdo con las reglas del arte de la construcción de los puentes con certeza tendrá una vida larga, honorable y útil. En cambio, un libro a su manera tan bueno como ese puente bien puede perecer en la oscuridad el día mismo en que nace. El arte de sus creadores no basta para dar a los libros más que un instante de vida. Los libros que han nacido del desasosiego, de la inspiración y de la vanidad del intelecto de los hombres, aquellos que más estiman las Musas, son los que más sujetos se hallan a la amenaza de una muerte prematura. A veces son sus defectos los que han de salvarlos. A veces, un libro de agradable factura buen puede -por emplear una expresión desmedida- carecer de un alma individual. Obviamente, un libro de esa clase no puede morir. En el peor de los casos, se desmenuzará hasta no ser más que polvo. En cambio, los mejores libros, los que se nutren de la simpatía y la memoria de los hombres, han vivido al filo de la destrucción, pues la memoria del ser humano es corta, cuando no escasa, y su simpatía, hemos de reconocerlo, es una emoción muy fluctuante, que no obedece a principios.

No se hallará el secreto de la vida eterna de los libros entre las fórmulas del arte, como tampoco se ha de hallar ese secreto, en lo que a nuestros cuerpos se refiere, en una determinada combinación de fármacos. No se debe esto a que algunos libros no sean merecedores de gozar de una vida duradera, sino a que las fórmulas del arte dependen de fenómenos variables, inestables, en modo alguno dignos de confianza; dependen de las afinidades que se dan entre las personas, de los prejuicios, de lo que agrada y lo que desagrada, del sentido de la virtud y del sentido de la corrección, de creencias y teorías que, indestructibles en sí mismas, siempre cambian de forma, con frecuencia en la fugaz porción de vida que corresponde a una generación.

Joseph Conrad
"Los libros", 1905
Fuera de la literatura
Traductor: Catalina Martínez Muñoz
Editorial: Siruela


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